Afectos de odio y amorAfectos de odio y amorPedro Calderón de la BarcaJornada III
Jornada III
Salen CRISTERNA, LESBIA, NISE y FLORA.
CRISTERNA:
Dejadme todas; ninguna
quede conmigo.
LESBIA:
No así
de una tristeza te dejes
postrar, señora, y rendir.
CRISTERNA:
¿Qué he de hacer, ay de mí,
si no hay más remedio
al sentir que el sentir?
FLORA:
Cuando tienes en tu mano
hacer tu reino feliz,
prisioneros a tus dos
enemigos, ¿deslucir
quieres con penas las dichas?
NISE:
Y más llegando a advertir
que de Casimiro no hay
nueva que pueda impedir
el capitular con ellos
cuanto quieras.
CRISTERNA:
Bien decís,
si pudiera yo escuchar
todo eso que puedo oír.
Dejadme, digo otra vez,
sola, que no hay para mí
compañía que no sea
soledad. Todas os id.
FLORA:
¡Estraña melancolía!
NISE:
Mejor dirás frenesí.
LESBIA:
¿Sabéis qué he pensado?
FLORA:
¿Qué?
LESBIA:
Que podemos borrar...
NISE:
Di.
LESBIA:
... la ley de que amor no sea
disculpa de nadie.
(Vanse las tres.)
CRISTERNA:
Aquí,
donde ya a mis solas puedo
desahogar y descubrir
el pecho con suspirar,
el corazón con sentir,
preguntarme a mí pretendo,
¿qué es lo que pasa por mí?,
que aunque yo misma, a mí misma,
no me lo sabré decir,
¿qué he de hacer, ¡ay de mí!,
si no hay más remedio al sentir, que el sentir?
¿Quién eres, ¡oh tú, ignorado
mal!, que con traidor ardid,
en los imperios de una alma
has sabido introducir
la más sediciosa plebe
de una batalla civil?
¿Quién eres, digo, no solo
otra vez, sino otras mil?
Que es mucho ignorar qué huésped
(mejor pudiera decir
qué áspid) es el que en el pecho,
o generosa admití,
o inadvertida abrigué,
que no acierto a distinguir
sus señas, porque tal vez,
noble, quiere persuadir
que es agradecido afecto
de mi vida, tal, que es vil
castigo de mi altivez,
equivocando entre sí,
con los embozos de noble
los desembozos de ruin;
en cuya duda no sé
ni desechar, ni elegir.
CRISTERNA:
¿Qué importó que un estranjero,
en los trances de una lid,
me diese la vida? ¿Qué
que originase de allí,
envuelto en proprio y ajeno
raudal de húmedo carmín,
la prisión de Casimiro,
ni la vitoria? Y en fin,
¿qué importó que prisionera,
con el orden que le di,
a Auristela me trujese?
¿Ya no se lo agradecí
con puestos y con honores?
¿Pues qué tiene que añadir
la imaginación, si es
o no es lo que presumí,
para andarse vacilando
en haber llegado a oír
que Auristela quién es calla,
y que por servirme a mí
falta a sus obligaciones?
Y cuando todo sea así,
que él sea más y que ella sea
el alma de aquel matiz,
¿no es más para agradecido
que para culpado? Sí.
CRISTERNA:
Pues bien, ¿qué me aflige? Pero
si aun no me dejo afligir,
¿qué he de hacer, ¡ay de mí!,
pues no hay más remedio al sentir que el sentir?
¿Mas, qué digo? ¿Dónde está
de mi espíritu gentil
la altivez? ¿Dónde el denuedo
de mi ánimo varonil,
ni dónde, cuando pretenda
de todo ese azul viril
(a instancia quizá de Venus,
deidad que no conocí),
familiar astro de amor,
agobiarme la cerviz,
hasta quien tomar merezca
mi influjo a su cargo?
(Sale CASIMIRO, con un papel.)
CASIMIRO:
Aquí.
CRISTERNA:
Siempre han de ser unas voces
oráculo para mí.
CASIMIRO:
¿En qué, señora, os ofende
quien os sirve, que aún no oís
que aquí la respuesta está
de aquel orden con que fui?
CRISTERNA:
¿Quién os ha dicho que yo
me ofendo? Que antes, decir
que sois mi oráculo es
mostrar que siempre venís
a dar respuestas que son
sus oficios.
CASIMIRO:
Siendo así,
y que a oráculos les toca
responder y no argüir,
llegué a Rusia, entré en su corte,
y disfrazado advertí
el general desconsuelo
de ver perdidos...
CRISTERNA:
Decid.
CASIMIRO:
... a Auristela y Casimiro.
(Aparte.)
Y es verdad, que Arnesto así
lo dijo a quien me fíe,
y a quien mandé prevenir
cómo he de entrar en Suevia.
CRISTERNA:
Y en fin, ¿qué os suspende?
CASIMIRO:
En fin,
divino el sol, transcendiendo
los términos del cénit,
a los del nadir pasando,
en cuyo opuesto confín,
al ir sepultando luces,
panteones de zafir,
a palacio llegué, donde
pude grabar y esculpir
en sus láminas de acero,
haciendo el puñal buril,
el cartel. Amaneció
fijado, en cuyo sentir
varios juicios hizo el pueblo,
sin que ninguno de allí
le quitase. Pero apenas
pudo a otro día salir
la aurora, dorando hermosas
nubes de rosa y jazmín,
cuando en festivo concurso
de alborozado motín,
a las puertas del palacio
veo el vulgo concurrir,
diciendo unos y otros...
(Dentro voces.)
UNOS:
Suya
es la letra.
OTROS:
No es.
CRISTERNA:
Oíd,
que el mío también parece,
que en igual tumulto ahí
viene concurriendo a tropas,
a ver qué suerte. Id.
(Sale FEDERICO.)
FEDERICO:
Como más interesado
yo te lo vengo a decir,
en que haya qué merecer,
ya que no qué conseguir.
Sobre el fijado cartel
que a aquesos umbrales di,
ha amanecido otro, en que
Casimiro oigo admitir
el duelo, siendo las armas
que nombra para reñir,
desabrochados los pechos,
espadas y dagas sin
guarnición, porque no haya
reparar, que no sea herir.
En cuya novedad ves
unos y otros discurrir
en si es su letra o no.
CASIMIRO:
Esto
es, señora, proseguir
lo que iba diciendo yo;
y lo que puedo añadir
es que el cartel que fijado
allá amaneció rompí
la otra noche para que,
pudiendo traerle aquí,
constase dél, cuán cabal
con todo el orden cumplí
que me disteis.
CRISTERNA:
¿Cuándo vós
menos airoso venís?
¡Pluguiera al cielo que algo
errárades!
CASIMIRO:
Advertid
que es daros por no servida
querer que entre a servir.
CRISTERNA:
Es que hace infeliz al dueño
el que sirve tan feliz,
que atrase los galardones.
CASIMIRO:
¿Eso es honrar o reñir?
CRISTERNA:
No sé, pero ¿quién podrá
con más certeza decir
si es esta su firma?
(Sale AURISTELA.)
AURISTELA:
Yo,
que en el instante que oí
que responde, a saber vengo
si es verdad.
CRISTERNA:
¿Y es ella?
AURISTELA:
Sí.
Tan suya es, señora, que
jurara que desde aquí
le estaba mirando yo
cuando él la llegó a escribir.
Y así, en albricias, a quien
con este pliego venir
pudo, esta pequeña joya
que acaso reservó en mí
el adorno, con licencia
tuya he de darle. Admitid
el don de una prisionera,
en premio de que venís
con nuevas, que Casimiro
vivo está, para acudir
a su honor.
CRISTERNA:
Yo nada os doy
por ahora, si advertís
que no sé si es vivir él
gozo o pena para mí:
pena porque viva, o gozo
que viva para morir;
y así ahora suspendo el premio.
FEDERICO:
A ninguno más que a mí
toca, pues soy yo a quien trae
esta ocasión de lucir;
pero el que yo os he de dar
se ha de cifrar el pedir.
CASIMIRO:
¿Qué me mandáis?
FEDERICO:
Que me honréis
de mi padrino en la lid.
CASIMIRO:
Fuera el más supremo honor
que pudiera conseguir
mi humildad; mas perdonadme,
os suplico no admitir
tan grande favor.
CRISTERNA:
¿Por qué?
CASIMIRO:
Porque el haber vuelto aquí,
ha sido solo por dar
entera cuenta de mí,
haciendo falta en mi patria,
donde me es forzoso ir
a toda prisa.
CRISTERNA:
¿Qué os mueve?
CASIMIRO:
Un papel que recibí,
en que me llaman, señora,
empeños a que acudir,
quizá de mi honor también;
y no puedo, siendo así,
dar de padrino palabra;
mas si pudiere venir,
la doy de hallarme en el duelo.
CRISTERNA:
(Aparte.) (Aquí es forzoso fingir.)
Y en fin, ¿os vais?
CASIMIRO:
Sí señora.
CRISTERNA:
¿Y cuándo os pensáis partir?
CASIMIRO:
Al instante.
CRISTERNA:
El cielo os lleve
con bien, y lleve, ¡ay de mí!,
todas mis penas con vós.
(Vase.)
CASIMIRO:
Él os haga tan feliz,
que no os sirva con error
quien no os sirve con servir.
FEDERICO:
Ya que, Casimiro, es fuerza
que al duelo haya de asistir,
prevendré lo que me toca,
que es por dónde ha de venir,
tenerle hecho el hospedaje
y salirle a recibir
y festejarle, hasta que
el día publique el fin
de mi vida o de mi muerte.
(Vase.)
AURISTELA:
¿Cómo te sabré decir,
cuánto agradecida, al ver
que trates de descubrir
el rostro al empeño, estoy?
CASIMIRO:
¿Pues pudiste presumir
nunca que a trances de honor
habían de preferir
los de amor? Tú verás cómo
vuelvo, Auristela, a cumplir
mi obligación, y verás
qué hace esta fiera de mí,
al ver que yo la obligué,
siendo yo quien la ofendí.
(Sale TURÍN.)
TURÍN:
Ya cuanto a Arnesto mandaste
en la entrada prevenir,
viene marchando, señor.
CASIMIRO:
Pues vamos presto, Turín.
Adiós, Auristela.
AURISTELA:
¡Quién
con los brazos influir
pudiera su corazón
en tu pecho!, porque así,
lidiando con dos, tuvieras
ese más para la lid,
aventurando primero
el mío que el tuyo.
(Abrázanse, y sale SIGISMUNDO.)
SIGISMUNDO:
¿Qué vi,
cielos? ¡Los brazos le ha dado!
¿Cómo es posible sufrir
igual dolor, sin que todo
se pierda, pues la perdí?
Disfrazado aventurero,
a quien hizo tan feliz
o su amor o su fortuna,
cuanto desdichado a mí;
saca la espada, que aunque
pudiera matarte aquí
sin esta salva, no quiero
que esta fiera presumir
pueda, que el ser vil su ofensa
hizo mi venganza vil.
TURÍN:
¿Quién en el mundo a un hermano
celos le llegó a pedir?
{{Pt|AURISTELA:|
Tente, Sigismundo no
contra él la espada, ¡ay de mí!,
saques. v
SIGISMUNDO:
Que tú le defiendas
me obliga más.
CASIMIRO:
Pues de mí
tenéis experiencias que
no lo era, por no reñir;
creed que hay causa que me mueva,
cuerdamente, a reprimir,
siendo quizá el ofendido
vuestra cólera; y así,
hasta ocasión en que os pueda
satisfacer, remitid
este empeño.
SIGISMUNDO:
¿Qué ocasión,
y más cuando llegó a oír
que el ofendido sois vós,
que es lo mismo que decir
que sois el favorecido?
Sacad la espada y reñid,
o no la saquéis, que yo
con avisaros cumplí.
CASIMIRO:
Para defenderme solo
la sacaré.
AURISTELA:
Ya es aquí
necio el silencio. Detente,
Sigismundo, porque a mí... (Sale CRISTERNA.)
CRISTERNA:
¿Qué es esto?
AURISTELA:
Ya no es posible
«porque es mi hermano» decir.
TURÍN:
Como iba a cantar en solfa,
quedose la sol en mí.
CASIMIRO:
Dicha fue.
SIGISMUNDO:
¡Qué ansia!
AURISTELA:
¡Qué pena!
CRISTERNA:
¿Qué es esto?, digo.
SIGISMUNDO:
Esto es ir,
uno a morir y matar,
y aun no lograr el morir.
(Vase.)
CRISTERNA:
Decid vós qué ha sido.
{{Pt|CASIMIRO:|
Menos
lo sé yo, si no es... v
CRISTERNA:
¡Decid!
CASIMIRO:
... ser el tropiezo de todos
la vida de un infeliz.
Y pues que, para no serlo,
no hay más remedio que huir
el rostro a todo, quedad
con Dios.
CRISTERNA:
Ved, mirad, oíd.
CASIMIRO:
Perdonad, que voy a acertar
cuanto intente desde aquí,
y ha de ser mi primer yerro
ni ver, ni mirar, ni oír.
(Vase.)
CRISTERNA:
Decid vós.
TURÍN:
No digo, ni hago;
que soy un mirón tan vil
de los garitos de amor,
que sin hacer, ni decir,
dependo de suerte de otros,
donde a merced de un cuatrín,
traigo mi vida en un tras,
y mi caudal en un tris.
(Vase.)
CRISTERNA:
En fin, Auristela, ¿nadie
me dice qué es esto?
AURISTELA:
Sí.
Sigismundo, que conmigo
hablaba, oyendo que fui
dese ignorado estranjero
presa, siéndole adalid
de aquella interpresa, tanto
le aborreció, que al oír
que se ausentaba, no pudo
consigo mismo sufrir,
sin que su ofensa y mi ofensa
vengase, verle partir;
y así, ciego...
CRISTERNA:
Bien está,
y aunque debiera sentir
verle exceder las licencias
de prisionero, hay en mí
valor para tolerar
mayores quejas.
AURISTELA:
¡Oh, si
la vuelta de Casimiro
pusiese a todo esto fin!
(Vase.)
CRISTERNA:
¿Qué será (¡valedme, cielos!)
lo que me quieren decir
este lance y esta ausencia?
Pero ¿a quién mejor que a mí
están, pues acabaré
de una vez de discurrir?
¿Qué he de hacer, ¡ay de mí!,
cuando no hay más medio? (Dentro, el clarín.)
¿Pero qué clarín
es este? (Sale LESBIA.)
LESBIA:
Si quieres ver,
señora, el mejor jardín
que en los campos del aurora
bosquejar supo el abril,
por más que vario mezclase
en uno y otro matiz,
los claveles ciento a ciento,
los jazmines mil a mil,
ponte en ese mirador,
verás la esfera pulir
de la plaza de palacio,
el más hermoso pensil
de plumas y de coletos,
que vio el sol, desde turquí
campo azul, adonde fénix
de la Arabia de zafir,
o muere para nacer,
o nace para morir.
LESBIA:
La recámara es, señora,
de Casimiro, en quien vi
cifrar sus púrpuras Tiro,
y sus madejas Ofir;
porque en numerosa tropa,
bruto no hay a quien cubrir.
No verás de mil bordados
paramentos, que en sutil
dibujo orlan los blasones
de sus armas, siendo así
que la plata que derraman,
ya el jirón, y ya el perfil,
las planchas y los barrotes
la tomaron para sí;
en cuya correspondencia,
nácar y plata vestir
verás la familia, siendo...
CRISTERNA:
No tienes que proseguir
los lucimientos con que
vendrá, pues son para mí
lutos de aquellas exequias.
(Sale FLORA.)
FLORA:
Si te quieres divertir,
no dejes de ver, señora,
en bosquejado país,
la segunda primavera
a la primera seguir.
La caballería es
la que, ocupando el confín
del terrero, deja al sol
deslucido de lucir;
pues tanta es la pedrería
del menos rico terliz,
que le vuelve los reflejos
cobardes de competir,
por lo blanco los diamantes,
por lo rojo los rubís.
El de más bagaje...
CRISTERNA:
Calla,
que parece que venía
unidas a encarecer
lo que tengo de sentir.
(Sale NISE.)
NISE:
Un anciano caballero,
que de una carroza agora
se apea, pide, señora,
licencia de hablarte.
CRISTERNA:
Hoy muero
de varios temores llena.
Dile que entre. ¿No bastaba
ver que una pena acababa
sin que empezase otra pena? (Sale ARNESTO.)
ARNESTO:
Deme vuestra majestad,
señora, a besar su mano,
pues me dio el cielo, no en vano,
esta dicha.
CRISTERNA:
Levantad
y decid lo que queréis.
ARNESTO:
El gran duque Casimiro,
que tuvieron en retiro
causas que al verle sabréis,
de Federico retado,
con su obligación cumpliendo,
ya al duelo viene, y habiendo
a vuestra corte llegado,
no por la seguridad,
sino por la cortesía
(pues bien claro está que el día
que hizo vuestra majestad,
como árbitro soberano,
seguro el campo, no queda
recelo que temer pueda),
por mí, vuestra blanca mano
humilde besa; y en muestra
del gran respeto que os guarda,
para presentarse aguarda
segunda licencia vuestra.
ARNESTO:
Ley es en todo buen duelo
que el que a responder se ofrezca,
ante el árbitro parezca,
donde salvando el recelo
de que otro salga por él,
de ser él mismo presente
testimonio, y juntamente
jure al tenor del cartel,
que solo viene movido
del empeño de su honor,
sin traer en su favor
a nadie, ni conmovido
tener el pueblo, ni haber
de caracteres usado
pacto o nómina, ayudado
del ilícito poder
de vaga superstición,
y que en las armas que tray
ninguna ventaja hay,
pues de iguales temples son
peso y marca, a cuyo intento
licencia de parecer
pide ante vós, para hacer
el usado juramento.
CRISTERNA:
Si pensara lo que había
de sentir el que viniera
donde le hablara y le viera,
nunca la cólera mía
hubiera dado lugar
a que le viera y hablara;
mas ya que en esto repara
tan sin tiempo mi pesar,
que la licencia le ofrezco,
le decid. Mal me reprimo,
pues cuando huye lo que estimo,
se acerca lo que aborrezco.
(Vase.) (Salen por una parte FEDERICO y por otra SIGISMUNDO.)
FEDERICO:
¿Sois vós el que venir miro
de Casimiro enviado?
SIGISMUNDO:
¿Sois vós el que habéis llegado
de parte de Casimiro?
ARNESTO:
Sí, yo soy. ¿Qué me mandáis?
SIGISMUNDO:
Hablad vós, señor, primero,
que yo retirado espero.
FEDERICO:
No hay para qué; y pues me dais
licencia de que hable yo,
que le digáis, os suplico,
que el príncipe Federico
a recibirle salió.
Y puesto que no ha tenido,
noblemente cortesano,
dicha de besar su mano,
que sea muy bien venido;
y que sepa que en mi casa
tiene hecho el aposento,
adonde servirle intento,
mientras del término pasa
el plazo que tomar quiera;
pues toca a su bizarría
dentro dél nombrar el día.
ARNESTO:
Si Casimiro supiera
que habíades de salir,
no hubiera determinado,
atento al justo cuidado
de hacer la salva y pedir
licencia a Cristerna, entrar
de secreto; y siendo así
que disculpado hasta aquí
quede, en cuanto al aceptar
vuestro hospedaje, yo haré
que le dé por recibido,
porque el orden que ha traído
más conforme a su deseo,
es, señor, aposentalle
al pie de aquesa montaña,
en sus tiendas de campaña.
Y así habréis de perdonalle,
que en ella os veréis los dos.
FEDERICO:
A mí me toca hospedar
a él, despedir o aceptar.
Quedad con Dios.
(Vase.)
ARNESTO:
Id con Dios.
¿Qué es lo que vós me mandáis?
SIGISMUNDO:
Que de mi parte también
le llevéis el parabién
de su venida, y digáis
que por estar prisionero,
no voy a ser su segundo.
ARNESTO:
¿Quién diré sois?
SIGISMUNDO:
Sigismundo.
ARNESTO:
Una y mil veces espero
besar vuestros pies.
SIGISMUNDO:
Alzad,
y como posible sea,
cuanto antes pueda me vea,
le decid que hay novedad
que importa tratar los dos,
sin que otro delante esté.
ARNESTO:
De esa suerte lo diré;
quedad con Dios.
(Vase.)
SIGISMUNDO:
Id con Dios.
Ya que tan infeliz fui,
que Cristerna embarazó
mi venganza, y se ausentó
el que tan dichoso vi,
a Casimiro diré
le haga seguir y matar,
pues yo no puedo, hasta dar
venganza a mi honor, sin que
le diga de mis agravios
más que la prisión. ¿Quién, cielos,
les dio poder a los celos
para cerrarme los labios?
Bueno es que tenga una fiera
licencia para agraviar,
y que haya de honestar
yo su traición, de manera
que la ruindad que me obliga
a que otro la satisfaga,
no lo es porque ella la haga,
sino porque yo la diga.
¿Qué ley, que fuero, qué fe
tales privilegios da
a la mujer?
(Sale LESBIA.)
LESBIA:
Aquí está
Sigismundo.
SIGISMUNDO:
¿Pues por qué,
Lesbia, el paso tuerces? ¡Cielos,
a qué buen tiempo viniera
hoy su aviso, si pudiera
con él seguirle!
LESBIA:
Recelos
de que Auristela me vea
contigo, me hacen volver.
SIGISMUNDO:
Oye, que importa saber
hoy, más que nunca, cuál sea
el paso que le ha ofrecido
a mi libertad tu amor.
(Sale AURISTELA.)
AURISTELA:
[Aparte.]
Que estaba el embajador
aquí de mi hermano he oído,
y a hablarle y saber quién fue
vengo. Pero Lesbia está
con Sigismundo.
SIGISMUNDO:
Y no ya
pena, Auristela, te dé,
que no importa que conmigo
te vea, que ya su amor
no es amor, y en tu favor
mi vida está.
AURISTELA:
[Aparte.]
¿Yo testigo,
aunque sea parte y juez?
LESBIA:
[Aparte.]
Pues hubo otra vez de estar
tan a mano mi pesar,
huya su vista otra vez.
(Vase.)
AURISTELA:
Oye.
SIGISMUNDO:
Seguirla es en vano.
AURISTELA:
¿Por qué, falso, aleve, infiel?
SIGISMUNDO:
Mudable, fiera, cruel,
porque no hay a qué.
AURISTELA:
¡Ha tirano!
¿Podrasme negar agora
que ya mi amor no es amor,
y tu vida en el favor
de esa injusta fee traidora
está?
SIGISMUNDO:
Que lo dije no
podré negar; mas pudiera
dar satisfación que fuera
bastante para que yo,
de haberlo dicho, quedara
más fino contigo. Pero
aun eso tampoco quiero;
que es hidalguía muy cara
la que a un hombre ha de costar,
quejoso de una mujer,
el quitar en su placer
los caudales del pesar.
AURISTELA:
Quien de satisfacer deja,
por vengar su queja, oirás
al cuerdo, que no hace más
que echar a perder su queja.
SIGISMUNDO:
Aun bien que tu tiranía,
porque más cruel se arguya,
no echará a perder la suya
por satisfacer la mía.
AURISTELA:
¿Por qué?
SIGISMUNDO:
Porque no podrá.
AURISTELA:
¡Pluguiera al cielo no fuera
tan clara, que aunque no quiera
la has de ver!
SIGISMUNDO:
Tarde será.
AURISTELA:
No mucho.
SIGISMUNDO:
¿Cómo?
AURISTELA:
No sé,
que no tengo de abreviar
tu pesar a mi pesar.
SIGISMUNDO:
Todo es enigma que
anda disfrazando errores.
AURISTELA:
Es otro ir tomando plazos.
SIGISMUNDO:
Yo te vi en ajenos brazos.
AURISTELA:
Yo te oí decir favores.
SIGISMUNDO:
Quizá tuvo otra intención.
AURISTELA:
Quizá tuvo otro sentido.
SIGISMUNDO:
Yo oí tu agravio y mi olvido.
AURISTELA:
Yo oí mi olvido y tu traición.
SIGISMUNDO:
No es malo imitarme el modo.
AURISTELA:
Ni tus agravios son malos. (TURÍN sale.)
TURÍN:
A costa de cuatro palos,
por Dios, que lo he de ver todo. (Las chirimías y cajas.)
LOS DOS:
¿Qué es eso?
TURÍN:
Que Casimiro
entrando viene en palacio,
y en el siempre ameno espacio
de su florido retiro,
Cristerna, bien que a pesar
de lo que lo ha de sentir,
le ha salido a recibir.
Y yo, deseándome hallar
en todo sin que me dé
miedo una y otra alabarda,
mequetrefe de la guarda,
por un lado me escapé;
como el que sin ser señor
entrada tiene, no tanto
por mejor título, cuanto
porque arrempuja mejor.
Ya llega.
(Chirimías.)
AURISTELA:
Nunca llegara.
SIGISMUNDO:
¿Temes que oiga tu traición?
AURISTELA:
Temo la satisfación
que no mereces.
TURÍN:
¿Qué cara
pondrá Cristerna al mirar
que el soldado es Casimiro?
SIGISMUNDO:
Aquí a ver y a oír me retiro.
AURISTELA:
Yo a ver, oír y callar.
(Las chirimías, cajas y clarines, y por una parte CRISTERNA, damas y FEDERICO. Por otra, CASIMIRO, ARNESTO y acompañamiento.)
CRISTERNA:
[Aparte.]
En fin, Fortuna, has rodeado...
CASIMIRO:
[Aparte.]
En fin, Fortuna, has sabido...
CRISTERNA:
[Aparte.]
... hacer que el que he aborrecido...
CASIMIRO:
[Aparte.]
... hacer que la que he adorado...
CRISTERNA:
[Aparte.]
... haya a mi vista llegado.
CASIMIRO:
[Aparte.]
... haya de saber quién soy.
CRISTERNA:
[Aparte.]
Muerta llego.
CASIMIRO:
[Aparte.]
Ciego voy.
CRISTERNA:
[Aparte.]
¡Qué temores!
CASIMIRO:
[Aparte.]
¡Qué recelos!
Humilde a vuestros pies...
CRISTERNA:
[Aparte.]
¡Cielos!,
¿qué es lo que mirando estoy?
CASIMIRO:
Despojo, antes que trofeo,
yace el duque Casimiro.
CRISTERNA:
[Aparte.]
Otra y mil veces me admiro.
FEDERICO:
[Aparte.]
¿No es el soldado el que veo?
SIGISMUNDO:
[Aparte.]
Mis venturas dudo y creo.
AURISTELA:
¿Quietote ya el que te dio
celos?
SIGISMUNDO:
Sí.
AURISTELA:
Pues a mí no.
LESBIA:
¿Este no es el estranjero
que servía aventurero?
TURÍN:
Y si no, dígalo yo.
CASIMIRO:
A todos admira ver
que hoy el que era ayer no soy,
como si estas plantas hoy
no fueran señas de ayer.
Y para satisfacer
que en mí no hay mudanza alguna
de mi fortuna importuna,
dije ser soldado. Pues
¿en qué mentí? ¿Qué rey no es
un soldado de fortuna?
Ella fue la que de mí
triunfó el día que triunfé,
no digo porque os amé,
pero digo porque os vi.
Si dichoso os ofendí,
desdichado lo he llorado;
porque, ¿qué más desdichado
que el que, a un delirio rendido,
dio fuerza al haber creído
que se hubiese despeñado?
Deste error, si es que fue error
ocultarme donde fuera
el valor el que me diera,
no que impidiera el valor,
causa de vuestro rencor,
que viendo cuanto ofrecía
al que la persona mía,
viva o muerta os entregara,
no quise que otro lograra
la dicha que yo perdía.
CASIMIRO:
Y así, al ver que la ley era
excepción, falté, no tanto
porque a muchos temí, cuanto
porque uno no os mereciera;
y para que no pudiera
dar nadie temor en mí,
vós sabéis cómo os serví,
sin que yo os acuerde que
aquí Segismundo esté,
ni que esté Auristela aquí.
Pues para que sea verdad
el que os pudo dar mi fe,
vida y libertad, quedé
sin vida y sin libertad,
en cuya felicidad
toda mi vida viviera,
si a mi honor tal voz no diera
de Federico el valor,
que me obliga a que mi honor
le responda, aunque no quiera.
Y pues fe a vós, a él y a Dios
de ser yo ha de dar mi vida,
séanlo una y otra herida,
que he recibido por vós.
Y si al duelo de los dos
he de jurar no traer
ventaja, déjese ver
en que no la traerá, creo,
quien viene con más deseo
de morir que de vencer.
CRISTERNA:
De Casimiro ofendida
y de un soldado obligada,
tanto contra el uno airada,
cuanto al otro agradecida,
también estuvo mi vida
ayer; mas hoy, viendo, ¡ay Dios!,
que el uno y otro sois vós,
no hallo mérito en ninguno,
pues no obliga como uno
quien ofende como dos.
Y dejando el ceño duro,
con que, Casimiro, os miro,
pues ya como Casimiro,
en fee estáis de mí seguro,
como soldado procuro
culparos, sin que bajeza
parezca de mi grandeza;
pues declarada en mi daño
fineza que hizo engaño, y
no es engaño y no es fineza.
Demás, que si alguna hicisteis,
mi valor desempeñasteis
con los puestos que ocupasteis,
los honores que adquiristeis.
Luego, si ya conseguisteis
su premio, y con él se aleja
la obligación, libre deja
el campo a mi indignación;
pues pague la obligación
para que cobre la queja.
CRISTERNA:
¿Qué cosa es que vós, conmigo
doble, oséis hacer que viva
tan ciega, que el bien reciba
de mano de mi enemigo,
y que a un frenesí, testigo
de vuestro despeño hagáis,
siendo, cuando publicáis
el fin con que me servís,
allá donde le fingís
y aquí donde os despeñáis?
Y pues es fuerza, al miraros
a vós, de vós distinguiros,
Casimiro, he de admitiros,
soldado, he de castigaros.
¡Hola!
(Salen SOLDADOS, con armas.)
SOLDADO .1º:
¿Qué quieres?
CRISTERNA:
Mandaros
que al que mi seguro he dado,
guardéis, no al que me ha engañado;
y pues en uno a dos miro,
respetando a Casimiro,
prended aqueste soldado.
(Aparte.)
Desta manera he de ver
si el duelo estorbar pudiese,
que aunque aborrezco su vida,
no sé si sienta su muerte.
SOLDADO [.1º]:
Daos a prisión.
FEDERICO:
Deteneos,
y nadie a él llegar intente
sin que primero me mate.
CRISTERNA:
¿Tú contra mí le defiendes?
FEDERICO:
Sí, señora, porque día
que vino de mis carteles
llamado, me toca a mí,
o péseme o no me pese
saber quién es y a quién ama,
que se le guarden las leyes
del seguro que firmé.
CRISTERNA:
Yo no prendo, si lo adviertes,
a Casimiro, sino
a un traidor, soldado aleve,
que me ofende y que me engaña.
FEDERICO:
Mi mismo argumento es ese,
que no defiendo tampoco
yo a soldado que te ofende,
sino a Casimiro, que es
quien de mi llamado viene.
SIGISMUNDO:
Y yo a tu lado, en tan noble
demanda, es justo que arriesgue
honor y vida.
TURÍN:
A mí y todo
toca a su lado ponerme.
¿Pero qué criado hace
lo que le toca?
AURISTELA:
Pendiente
de igual trance estoy.
CRISTERNA:
¿Pues cómo
el fuero a romper te atreves
de la prisión?
SIGISMUNDO:
Como tú
la consecuencia me ofreces;
pues tampoco el fuero guardas
del seguro que prometes.
CRISTERNA:
No ha mucho que yo te vi
solicitando su muerte.
SIGISMUNDO:
Quizá la queja de entonces
en esta duda se vuelve.
CRISTERNA:
(Aparte.)
Ya sé por qué, y no hago mucho,
que lo mismo me acontece
en ciertas sospechas que
se ganan cuando se pierden.
¿Pero qué esperáis? Haced
lo que os mando.
LOS DOS:
Nadie llegue.
CASIMIRO:
Bien pusiera ambos empeños
yo en paz con dejar prenderme,
porque de una vez en mí
uno y otro enojo vengues;
mas no me atrevo, señora,
porque temo que alguien piense
que es por escusar el duelo;
y así es forzoso ponerme
en defensa.
ARNESTO:
Allí el caballo,
señor, que trujiste tienes;
ponte en él, pues en faltando
tú, no hay riesgo que no cese.
(Vase.)
CASIMIRO:
Dices bien, y no es huir
aquesto cobardemente,
que quien por lidiar no lidia,
solo estraña el que se cuente,
si hay quien huyó de cobarde,
que hay quien huya de valiente.
(Vase.)
FEDERICO:
No he de perderle de vista,
hasta que en salvo le deje.
(Vase.)
SIGISMUNDO:
Ni yo a ti, ya que a tu lado
me vi una vez.
(Vase.)
TURÍN:
Sean ustedes
testigos, que hay amo que huya
y lacayo que se quede.
(Vase.)
CRISTERNA:
Seguidle, a pesar de entrambos,
hasta matarle o prenderle.
SOLDADO [.2º]:
Tu orden obedezcamos.
CRISTERNA:
No os quiero tan obedientes.
Esperad, no le sigáis,
¡ay de mí, infeliz!, que ese
es a quien mi honor la vida,
libertad y fama debe.
¿Pero qué digo? Seguidle,
que es también contra quien tiene
hecho mi honor homenaje.
AURISTELA:
No del agravio te acuerdes,
pues puedes del beneficio.
CRISTERNA:
Nada me digas, pues eres
tú causa de todo.
AURISTELA:
¿Yo?
CRISTERNA:
Sí, pues abatidamente,
cobarde, tímida, humilde,
no osaste decir quién fuese
quien prisionera te trujo.
AURISTELA:
Si cuando tu indulto tiene
no está seguro, ¿qué fuera
cuando no le tenía?
CRISTERNA:
Ese,
entonces, fuera otro lance
menos público.
AURISTELA:
No eches
a perder el ejemplar
de que callen las mujeres,
que si yo tengo la culpa,
podrá ser que yo la enmiende.
CRISTERNA:
¿Cómo?
AURISTELA:
El efecto lo diga,
pues su familia y su gente
es fuerza a estar a mi orden.
(Vase.)
CRISTERNA:
Tenedla, no infiel, no aleve,
tanto séquito amotine;
mas dejadla, que se pierde
tiempo de seguirle a él,
y no es justo que se ausente
a mi pesar. Mas si es justo,
dejad que se vaya y lleve
consigo mis confusiones.
TODOS:
¿Qué nos mandas finalmente?
CRISTERNA:
Que a mí me deis un caballo,
pues hallándome presente,
yo al empeño de seguirle
y al duelo de defenderle,
probaré entre dos afectos
tan poderosos, tan fuertes
como odio y amor, cuál es
el vencido, o el que vence. (Vase ella y los soldados.)
LESBIA:
Sigámosla todas, no
hoy la dejemos.
(Vase.) (Salen SIGISMUNDO, FEDERICO y CASIMIRO.)
FEDERICO:
En este
retirado sitio, donde
no es fácil que nos encuentren,
esperemos algún rato
que los caballos alienten.
SIGISMUNDO:
Bien lo han menester, según
en su ligereza exceden
al mismo viento.
CASIMIRO:
Yo estimo
la tregua, porque aproveche
su plazo en daros las gracias
de igual fineza.
SIGISMUNDO:
No tienes
que agradecerme a mí, pues
el día que sé quién eres,
y que tus yerros doró
amor, es fuerza que cesen
todas mis quejas.
FEDERICO:
Ni a mí;
que nadie a mí me agradece
lo que me debo a mí mismo.
Y porque veas que tiene
haber dicho que paremos
segunda intención, atiende.
Yo, Casimiro, he pensado
que no es justo que se cuente,
ni que yo desafié,
ni que tú saliste, y piense
algún cobarde (que nunca
piensa mal el que es valiente)
que agradecidos quizá
a tantos inconvenientes,
yo me quedo sin reñir,
y tú sin reñir te vuelves.
Y así, pues que Sigismundo
es quien es, y nadie debe
más que él mirar por tu honor,
y mi honor que esté presente
poco importa, pues podrá
mirarnos reñir.
SIGISMUNDO:
Si hubiese
un segundo, con quien yo
sacar la espada pudiese,
nunca sin reñir mirara
reñir; mas puesto que haberle
no es posible, seré de ambos
padrino, que a partir llegue
el sol y las armas mida.
CASIMIRO:
Aunque mi valor suspende,
seros deudor de fineza
tan hidalga, me parece
que no falto al ser quien soy
riñendo con vós, pues pende
una acción de otra; y así,
mi espada y mi pecho es este.
FEDERICO:
Y este mi pecho y mi espada.
SIGISMUNDO:
Pues ya, porque no me lleve,
como al que mira jugar,
el afecto de la suerte,
la espalda os vuelvo. Reñid.
CASIMIRO:
¡Qué animoso!
FEDERICO:
¡Qué valiente!
¡Válgame el cielo!
SIGISMUNDO:
¿Qué ha sido?
FEDERICO:
Tropecé y caí.
SIGISMUNDO:
Detente.
Déjale que se levante.
CASIMIRO:
¿Tú lo que he de hacer me adviertes?
Contigo riñera agora
mejor que con él mil veces.
Levantad y reparad
del acaso.
FEDERICO:
Nada debe
ya vuestro valor al mío.
CASIMIRO:
No esto agradecido os muestre;
que lo que me debo a mí,
nadie a mí me lo agradece.
Y pues sé que no desluce
al valor el accidente,
volved a reñir.
FEDERICO:
Sí haré,
solo para defenderme.
AURISTELA:
(Dentro.)
Cerrad el bosque, que allí
están caballos y gente.
CASIMIRO:
Sitiados somos.
FEDERICO:
¿Qué haremos?
SIGISMUNDO:
Dejar el duelo pendiente,
puestos los tres de una banda.
AURISTELA:
¿Contra quién es todo ese
último esfuerzo, si soy
quien en vuestro alcance viene
a dar un medio, con que
antes que Cristerna llegue
con tanta gente que no
es posible defenderse
cese el empeño?
CASIMIRO:
¿Qué trazas?
FEDERICO:
¿Qué dispones?
SIGISMUNDO:
¿Qué pretendes?
AURISTELA:
Que Casimiro conmigo
se venga; que yo sé en este
monte, como quien en él
tuvo alojada su gente,
seguro paso a la raya.
Y como él solo se ausente,
contra quien es la ojeriza,
de Cristerna, es evidente
que diciéndola los dos
que ya está en salvo, se temple.
LOS DOS:
Dice bien.
AURISTELA:
Vente conmigo.
CASIMIRO:
A mi pesar te obedece
mi amor; que cumplido el duelo
(pues ser o no ser solemne,
no hace al valor), mejor fuera
morir, si el medio que tiene
el que no se vengue nunca
es perderla para siempre. (Vanse los dos, y salen CRISTERNA, gente y damas, y TURÍN.)
CRISTERNA:
Allí están; llegad, soldados,
y nadie, si se defiende,
quede con vida.
TURÍN:
La fiesta
será hoy de los inocentes.
FEDERICO:
Tente, señora, que si es
Casimiro de quien quieres
vengarte, ya no es posible,
pues ya, penetrando el Merque,
habrá llegado a su raya.
Si soy yo, a tus pies me tienes,
cumplida la obligación,
primero de defenderle,
después de reñir con él,
porque escrúpulo no quede,
en su honor y el mío.
SIGISMUNDO:
Y si yo
soy en quien vengarte emprendes,
aquí estoy; que no se va
quien a la prisión se vuelve.
CRISTERNA:
Si hubiera, de mis razones,
la cólera que me enciende
satisfacer, no hay
hartas vidas en dos muertes;
y así, para no quedar
mal vengada, es mejor quede
bien quejosa.
(Salen AURISTELA y CASIMIRO.)
CASIMIRO:
Que has perdido
la senda, Auristela, advierte,
pues en vez de que dél huyas,
hacia el peligro te vuelves.
AURISTELA:
No he perdido. ¿Qué pensaste,
ingrato, tirano, aleve,
que no habías de pagarme
la libertad que me debes?
CASIMIRO:
¿Pues dónde me traes?
AURISTELA:
A ser...
CASIMIRO:
Prosigue, ¿qué te suspende?
AURISTELA:
... prisionero de Cristerna.
CASIMIRO:
¿De qué suerte?
AURISTELA:
Desta suerte.
Bello prodigio del norte,
alto honor de las mujeres,
que hicieron, sabias y altivas,
tus vitorias y tus leyes.
Corrida de que baldones,
mi silencio, porque llegues
a ver si de tu venganza
mi valor la suya aprende,
a Casimiro, mi hermano,
prisionero es bien te entregue,
donde no es posible ya
de tus armas defenderle
nadie; y porque veas si sé
vengarme antes que te vengues,
mírale puesto a tus plantas.
CASIMIRO:
Y en ellas es bien que piense,
si tengo de qué quejarme,
o tengo qué agradecerte,
pues me das la vida cuando
piensas que me das la muerte.
SIGISMUNDO:
¡Quién creyera que Auristela
tan grande traición hiciese!
FEDERICO:
Vengativa una mujer,
no habrá crueldad que no intente.
TURÍN:
Si esto tenía guardado
la que calló más prudente,
¿qué hay que fiar de las que hablan?
CRISTERNA:
¡Ay de mí, infeliz!, que al verle
segunda vez, del amor
y el odio la duda vuelve.
El empeño que he traído,
a castigarle me mueve;
mi obligación, a ampararle.
¡Quién un medio hallar pudiese
a todo! Mas esto el tiempo
lo ha de hacer. Marche la gente
a la corte.
AURISTELA:
Antes que marche,
permíteme que te acuerde
que a quien le dé muerto o vivo,
tu mano ofrecida tienes.
CRISTERNA:
¿Cómo puedo yo negar
mi homenaje?
AURISTELA:
Luego viene
a ser mía, pues yo soy
quien te le entrega.
CRISTERNA:
¿Quién puede
dudarlo, y más cuando está
tan bien a mis altiveces,
que cumplida mi palabra,
en mi libertad me quede?
AURISTELA:
Pues si ya tu mano es mía,
¿qué hay para que darla esperes?
CRISTERNA:
Yo la doy.
AURISTELA:
Yo la acepto.
TURÍN:
Mas ¿qué fuera que se viese
acabar una novela,
casándose dos mujeres?
AURISTELA:
Y supuesto que ya es mía,
sin que nadie serlo niegue,
llega, Casimiro, toma
esta mano.
CRISTERNA:
¿A eso te atreves?
AURISTELA:
Sí, que en tanto es mía una joya,
en cuanto, si bien lo adviertes,
tengo el uso della, y puedo
dársela a quien yo quisiere.
Llega, ¿qué esperas?
CASIMIRO:
No sé
si me atreva.
AURISTELA:
¿Pues qué temes?
CASIMIRO:
Cobarde llego a tocarla.
CRISTERNA:
No hay por qué cobarde llegues,
pues no es de quien te la da,
sino es de quien te la adquiere.
Y pues que mis vanidades
se dan a partido, puedes,
Lesbia, borrar de aquel libro
las esenciones. Estese
el mundo como se estaba,
y sepan que las mujeres,
vasallas del hombre nacen,
pues en sus afectos, siempre
que el odio y amor compitan,
es el amor el que vence.
TURÍN:
Ahora digo, y digo bien,
que son diablos las mujeres.
CASIMIRO:
Pues porque con más aplauso
aquesta acción se celebre,
Auristela y Sigismundo
se den las manos.
SIGISMUNDO:
Bien puedes,
segura de que sus celos
fueron engaño aparente,
en orden que Lesbia había
de librarme.
AURISTELA:
No, no tienes
que disculparte, que una
cosa es que, dama, me queje,
y otra, esposa, desconfíe.
FEDERICO:
Pues soy quien todo lo pierde,
la dicha siquiera gane
de merecer ofrecerme
por padrino de ambas bodas.
TODOS:
Diciendo todos que siempre
que el odio y amor compitan,
es el amor el que vence.