Afectos de odio y amor/Jornada II

Afectos de odio y amor
de Pedro Calderón de la Barca
Jornada II

Jornada II

Salen CASIMIRO y TURÍN.
TURÍN:

¿Dónde de tantas heridas,
apenas convalecido
venís, señor?

CASIMIRO:

Si a Cristerna
en tantos días no he visto,
puesto que en su ausencia muero,
¿para qué en su ausencia vivo?
A verla vengo, Turín,
ya que para hablarla he oído
que a cualquier hora al soldado
audiencia da.

TURÍN:

Si ese ha sido
tu intento, a buen tiempo llegas,
que ella al apacible sitio
deste jardín, donde dicen
que suele andar de contino,
leyendo una carta sale.

CASIMIRO:

Pues retírate conmigo
hasta que acabe de leerla,
que no es cortesano estilo
llegar estando leyendo.
 

(CRISTERNA, leyendo una carta.)
CRISTERNA:

«Desde el día que supimos,
señora, aquel homenaje
que vuestra majestad hizo
con tan grande premio, a quien
se le diere, muerto o vivo,
ni vivo ni muerto dél
se sabe.»

CASIMIRO:

Turín, ¿has visto
más soberano, más bello,
más hermoso, más divino
sujeto?

TURÍN:

Infinitas veces.

CASIMIRO:

¡Mal hayas tú!
 

CRISTERNA:

(Lee.)
«Varios juicios
se han hecho en su ausencia; pero
el que corre más valido
es que una melancolía,
que potencias y sentidos
le tenía perturbados,
pasándose a ser delirio,
debió de desesperarle
desde una galería al río,
donde se encerraba a solas.»
Con justa razón admiro
tan gran novedad; mas luego
discurriré, ahora prosigo.

CASIMIRO:

Con gusto que lee, parece,
la carta.

TURÍN:

No se le envidio,
si ha de responder a ella.

CASIMIRO:

¿Por qué?

TURÍN:

Porque el que recibo,
cuando alguna carta leo,
le pago cuando la escribo.
 

CRISTERNA:

(Lea.)
«Auristela, que en su ausencia
tiene de Rusia el dominio,
sabiendo que Sigismundo
a ser prisionero vino
de tus armas, siendo ella
desa fineza motivo,
a ponerle en libertad
marcha, y hoy en tus distritos
harán alto sus banderas.»

CASIMIRO:

¡Qué aire!, ¡qué beldad!, ¡qué brío!
¡Feliz quien compró esta dicha
a costa de aquel peligro!

TURÍN:

Pues a ese precio, en la feria,
habrá lances infinitos.
 

CRISTERNA:

(Lee.)
«Pero apenas llegará,
cuando yo, que leal te sirvo,
como pongas en la raya
emboscados y escondidos
en sus malezas algunos
soldados, con un caudillo
de satisfación, haré
que de una seña advertidos,
que será una banda blanca
pueda carearse conmigo,
y dándole nombre y seña,
y contraseña, atrevidos
llegar a su tienda, donde
la noche haciendo su oficio,
o la prendan o la maten.»
Agora, discurso mío,
en tantos, en tan estraños
casos, como cifrar miro
lo breve deste papel,
discurramos.

CASIMIRO:

Ya ha leído.

TURÍN:

Llega, pues.
 

CASIMIRO:

Un monte muevo
en cada planta que animo.

CRISTERNA:

Casimiro, desde el día
que supo que vengativo
mi rencor ha de buscarle,
no parece. ¿Si habrá sido
ardid y cautela?

CASIMIRO:

Sí.

CRISTERNA:

¿Qué oráculo ha respondido?

CASIMIRO:

Si a la deidad del milagro
llevar debe agradecido
la tabla de la tormenta
el naufragio peregrino,
bien yo a tus aras, señora,
en piadoso sacrificio,
pues vida y alma te debo,
la alma y la vida te rindo.
 

CRISTERNA:

Acaso ha sido: suspenda
de mis discursos el juicio.
Mucho me huelgo de veros,
que vuestra persona estimo
más (antes lo dije, y agora
vuelvo de nuevo a decirlo)
que vitoria y prisionero.

CASIMIRO:

Bien un cortesano dijo
que nunca a los reyes falta
caudal de premiar servicios.

CRISTERNA:

¿Cómo?

CASIMIRO:

Como premian solo
con dejarse ver benignos.

CRISTERNA:

Con todo eso, hay otros premios
que den del poder indicio.

CASIMIRO:

Serán más acomodados,
mas no serán más bien vistos.

CRISTERNA:

Bien es que se den la mano
honores y beneficios.
 

CASIMIRO:

Sí, pero siempre, señora,
lo más digno es lo más digno.

CRISTERNA:

Pues porque lo logre todo
quien todo lo ha merecido,
¿en qué compañía, qué tercio
servís? ¿Qué puesto, qué oficio
en mi ejército tenéis?

CASIMIRO:

Yo soy tan recién venido,
que oficio, puesto, ni plaza
tengo; pues apenas piso
vuestro, para mí, estranjero
país, cuando el hado previno
mostrar que a serviros vengo,
con que empezase a serviros.

CRISTERNA:

¿De qué nación sois?

CASIMIRO:

La banda
pensé que lo hubiera dicho.
Vasallo de España soy.
Borgoña es mi patrio nido.
 

CRISTERNA:

¿Sois noble en ella?

CASIMIRO:

No sé.

CRISTERNA:

¿Eso ignoráis?

CASIMIRO:

Es preciso.

CRISTERNA:

¿Cómo?

CASIMIRO:

Como nunca el pobre
es ni bien ni mal nacido,
bien, porque otro ha de dudarlo,
mal, porque él no ha de decirlo.
Un soldado de fortuna
soy, no más, que peregrino
vengo buscando la guerra,
sin más favor, más arrimo,
más lustre, ni más caudal
que esta espada, de quien fío,
que ella ha de decir quién soy,
si es que el enigma no olvido
del sabio que preguntó
quién después de haber nacido
había engendrado a sus padres,
y otro el soldado le dijo
que los padres del soldado
solo son sus hechos mismos,
con tan gran novedad como
nacer primero los hijos.
 

CRISTERNA:

¿El nombre?

CASIMIRO:

Soldado soy,
sangre, y nombre, y apellido
a este se reduce todo.

CRISTERNA:

Segunda vez os estimo,
(ya que buscando la guerra
venís, como me habéis dicho)
que eligieseis mis armas
y no las de Casimiro
o Sigismundo.

CASIMIRO:

¿Quién tuvo
en su mano su albedrío,
que lo mejor no eligiese?

CRISTERNA:

¿Y es lo mejor el partido
de quien en medio de dos
poderosos enemigos
sitiada está?
 

CASIMIRO:

Sí, señora,
y perdonadme el estilo,
si a privilegios de reina
los de mujer anticipo;
porque solo el ser mujer
trae una carta consigo,
tan de favor que no hay hombre
con quien no hable el sobre escrito.
Servir por inclinación
es tan mañoso artificio,
que de la penalidad
sabe labrarse el alivio.
Y cuando reina no fuerais,
(y reina de quien he oído
por vuestro ingenio milagros,
por vuestro valor prodigios)
solo por mujer, señora,
libre una vez en mi arbitrio,
os eligiera por dueño;
que tiene casi divino
su ser, no sé qué absoluto
imperio sobre el destino,
que sin saber a quién mandan,
mandan con tanto dominio,
que servirlas no es fineza,
y es no servirlas delito.
 

CRISTERNA:

¿Y no sabéis que sois noble?
Pues yo sí; porque es preciso
que el hábito de estimarlas
caiga siempre en pechos limpios.
Yo doy por vistas las pruebas,
y, pues yo las califico,
el capitán de mi guardia,
al ver mi caballo herido,
por llegar a socorrerme
en el pasado conflicto,
murió; y pues que vós quedáis
heredero del peligro,
es bien lo quedéis del puesto.

CASIMIRO:

A vuestras plantas rendido...

CRISTERNA:

Alzad, levantad del suelo.

TURÍN:

Y yo, que ha más de mil siglos
que, oyendo hablar en discreto,
callando me estoy martirio
que no alcanzó Diocleciano,
puesto que, a haberle sabido,
condenara a pasar antes
a conceptos que a cuchillos,
¿no mereceré, señora,
también por rocín venido,
ser vivandero siquiera?
 

CASIMIRO:

Quita, necio.

TURÍN:

Sabio, quito.

CRISTERNA:

Dejadle. ¿Quién sois?

CASIMIRO:

Un loco,
ignorante criado mío.

TURÍN:

Niego el supuesto, que yo
soy el amo, el silogismo
pruebo. Yo sirvo de suerte
que no sirve lo que sirvo;
él sirve, sirviendo cuando
como, y bebo, calzo y visto;
luego el servido soy yo,
puesto que él no es el servido,
y aunque él sea el servidor,
estoy yo a vuestro servicio.

CRISTERNA:

Buen humor tenéis.

TURÍN:

No gasto
ni récipes, ni aforismos.
 

CASIMIRO:

Ya basta, loco. Y volviendo
a ponerme agradecido
a vuestros pies...

CRISTERNA:

No, no más,
que esto no es más que principio;
y si una interpresa, que hoy
os he de fïar consigo,
ya que al disponerla habéis
a tan buen tiempo venido,
habéis de ver... Pero esto
el efecto ha de decirlo.
(Yéndose.)
Esperadme aquí, entre tanto
que a consultar los designios,
como en fin mi general,
voy della con Federico.

(Al entrarse, sale FEDERICO.)
FEDERICO:

¡Una y mil veces dichoso
quien a tan buen tiempo vino,
que oyó su nombre en tus labios!

CRISTERNA:

Accidentes sucedidos
acaso, ni dichas son,
ni desdichas.
 

FEDERICO:

Hayan sido
lo que fueren, por lo menos
cuando el nombre no sea indicio
de memoria, a mí me basta
el que no lo sea de olvido.

CRISTERNA:

Eso es exceder los fueros
de aquel hidalgo motivo
de servir sin esperanza.

FEDERICO:

¿Yo con qué esperanza sirvo?

CRISTERNA:

No responderos a eso
sea haberos respondido.
El acaso de nombraros,
fue decir que iba a advertiros
de dos grandes novedades
de que un confidente mío,
vasallo que en Rusia tengo,
me da en esta carta aviso.

CASIMIRO:

Esto me importa, Turín,
que oiga.

TURÍN:

Pues, ¿hay más de oírlo?
 

CRISTERNA:

Pero para hablar en ellas,
asegurar solicito
que Sigismundo (que en fe
de la guardia le permito
de esa torre de palacio,
que es de su prisión retiro,
salir a aquestos jardines),
no nos oiga, y imagino
que desde que estoy yo en ellos,
entre sus redes le he visto.
Y así, como acaso, quiero,
dando breve vuelta al sitio,
asegurarme de que
no esté donde pueda oírnos.
Esperad los dos, que importa
que esté su efecto escondido
de Sigismundo.

(Al entrarse, por la otra puerta sale SIGISMUNDO.)
SIGISMUNDO:

¡Infeliz
quien a tan mal tiempo vino,
que oyó en tus labios su nombre!

CRISTERNA:

Eso otro al contrario dijo.
 

SIGISMUNDO:

Bien pueden tener razón
dos, no diciendo lo mismo.

CRISTERNA:

¿Cómo?

SIGISMUNDO:

Como lo que es
en el dichoso cariño,
es ceño en el desdichado;
y así, bien puede haber sido
dicha en otro, en mí desdicha,
que con afectos distintos,
habléis dél como parcial
y de mí como enemigo.
Mas ya que lo soy, señora,
dar a entender solicito
que lo soy bien, como debo
serlo yo. Un criado mío,
que preciado de leal,
menospreciando el peligro,
en traje de jardinero
osó entrar aquí, me ha dicho
dos novedades que os tocan,
y habiéndolas yo sabido
 

SIGISMUNDO:

 ([Aparte.]
Hagamos del ladrón fiel,
pues saberlo ella es preciso,
día más a menos), fuera
ignorarlas vós delito;
mayormente, cuando dellas
puede ser que el hado impío
desarrugue el ceño y saque
de un estrago dos alivios.
Una es que no se sabe,
señora, de Casimiro,
y se cree que, perturbado
de una melancolía el juicio,
furioso se arrojó al Tanais,
pues cerrado y escondido
en una galería, nadie
salir, señora, le ha visto.
Otra es que Auristela viene
en su ausencia, con motivos
de ponerme en libertad,
cuyo ejército, vecino
ya a vuestra raya, esperando
las diversiones del mío
está.
 

CRISTERNA:

¿Sabéis más?

SIGISMUNDO:

¿Qué más?

CRISTERNA:

Más que hay que saber. Lo mismo
iba a decir yo a los dos,
que habéis vós a los tres dicho.

CASIMIRO:

¿En fin, por muerto y por loco
me tienen?

TURÍN:

Pues no han mentido
más que la mitad del precio,
que en la otra, verdad han dicho.
 

SIGISMUNDO:

([Aparte.]
¿Aquí estaba este soldado?
Con tanto rencor le miro
como causa de mis penas,
que haré, si lo finjo, mucho.)
Que lo supieseis, señora,
quitar no puede a mi aviso
lo noble de la noticia,
y más si della consigo,
que pues Casimiro fue
quien tan gran pesar os hizo,
y él falta, no hay contra quién
vuelva la guerra al principio.
Auristela y yo, no solo
prisioneros, mas cautivos
seremos vuestros, si dando
el sentimiento al olvido,
ve el norte que una paz...

CRISTERNA:

Basta,
no prosigáis, que al oíros
darme aquí las nuevas vós,
proponiéndome el designio
de la paz, me da a entender
que todo esto es artificio.
Creído tuve que podía
ser verdad el precipicio
de Casimiro; pero agora
que en vós la noticia miro
y el pretexto, me persuado
a que todo sea fingido.
 

SIGISMUNDO:

¿Fingido no parecer
hombre como Casimiro,
ni saber nadie de él?

CRISTERNA:

Sí,
que el temor le habrá escondido
al ver que contra él no hay
príncipe que, conmovido
al interés de mi mano,
o al blasón de su homicidio,
no me solicite asumpto
de su militar auxilio.
Federico, ya lo veis,
pues que mis armas le fío,
a tiempo que Hungría me escribe
que viene ya en favor mío;
el de Bulgaria y Polonia
también me avisan lo mismo,
de suerte, que al ver que tantos
poderosos enemigos
le han de buscar, el temor
sin duda esconder le hizo,
por ver si en este intermedio
doy a la platica oídos
de la paz.
 

FEDERICO:

Y eso lo afirma
ver que nadie dé por fijo
su despeño, que es dejar
la puerta abierta al arbitrio,
para que pueda después
que se hayan desvanecido,
hecha la paz, los socorros,
vivo parecer, al viso
de otra disculpa.

CASIMIRO:

¡Que oiga
esto yo!

TURÍN:

¿Hay más de no oírlo?

CASIMIRO:

¿Cómo?

TURÍN:

Hazte sordo.
 

SIGISMUNDO:

Que haga
Cristerna, príncipe, el juicio
que quisiere, es dama y puede;
mas que vós le hagáis, no es digno
de vuestro valor; que pechos
tan generosos y altivos
creen desdichas, no ruindades,
y en ellas el fuego activo
de lo rencoroso, apagan
llantos de lo compasivo;
fuera de que es argumento
contra el propio interés mío;
creer, que mi enemigo hiciera
lo que no hiciera yo mismo.

FEDERICO:

Ya sé que el tener yo honor
es tenerlo mi enemigo;
pero cuando el caso sea
tan no nunca acontecido,
puede arbitrar la sospecha.

SIGISMUNDO:

No puede, y así os suplico
que advirtáis que prisionero
soy, y que aunque sea mi primo
amigo y cuñado, no
tengo acción para pediros
de otra suerte, que miréis
como habláis de Casimiro.
 

FEDERICO:

De cualquier suerte que yo
hable...

CRISTERNA:

Basta, Federico;
basta, Sigismundo. Ved
que estoy yo aquí.

CASIMIRO:

¿Quién, divinos
cielos, creerá que yo esté
de todo esto por testigo?

TURÍN:

Yo lo creeré, pues que creo
que anda un cuñado tan fino,

FEDERICO:

Señora, yo...

SIGISMUNDO:

Yo, señora...

CRISTERNA:

Bien está, príncipes; idos,
idos vós también, y ved,
segunda vez lo repito,
que estoy de por medio yo.
 

FEDERICO:

Obligaros solicito.

SIGISMUNDO:

Obedeceros deseo.

FEDERICO:

Denme los cielos camino
para que yo mantener
pueda lo que hubiere dicho.

(Vase.)
SIGISMUNDO:

Por no ver a este soldado,
más gustoso me retiro,
que sentido de no haber
vuelto más por Casimiro.

(Vase.)
CRISTERNA:

¡Soldado!

CASIMIRO:

¿Qué me mandáis?

CRISTERNA:

Retiraos vós.
 

TURÍN:

¿Secretico?
¡Quiera Dios que hablar se vuelvan
de secretos y no entendidos;
ya que anda el diablo suelto,
que no ande el amor listo!

(Vase.)
CRISTERNA:

Ya sabéis que a una interpresa
os cité.

CASIMIRO:

Y sé que no vivo,
hasta saberla.

CRISTERNA:

También
sabéis que con Federico
iba a consultarla.

CASIMIRO:

Sí.

CRISTERNA:

Pues sabed que, interrompido
aquel intento con esta
desazón que aquí habéis visto,
ya consultarla no quiero
con nadie, sino conmigo.
 

CASIMIRO:

Y hacéis bien. ¿Qué más consejo,
señora, que el vuestro mismo?

CRISTERNA:

Pues oíd. Pero primero
que me resuelva a decirlo,
me habéis de hacer juramento
del secreto.

CASIMIRO:

A los divinos
cielos, la rodilla en tierra,
una mano sobre el limpio
acero, en las vuestras otra,
lo otorgo, juro y confirmo.

CRISTERNA:

¿Ceremonias de homenaje
sabéis?

CASIMIRO:

Tal vez he leído
que esta es su forma.

(Tómale la mano.)
CRISTERNA:

Pues yo
con toda ella le recibo.
 

CASIMIRO:

Por lo menos ya esta dicha
no has de quitarme, hado impío,
y como el tacto me dejes,
te doy los demás sentidos.

CRISTERNA:

¿Y confirmáis, otorgáis
y juráis?

CASIMIRO:

Sí.

CRISTERNA:

¿Sin oírlo?

CASIMIRO:

Pues, ¿qué hace en adelantarlo
quien sabe que ha de cumplirlo?

CASIMIRO:

¿Que en la demanda desta
facción, que de vós confío,
perderéis la vida antes
que el efecto?

CASIMIRO:

Así lo afirmo.
 

CRISTERNA:

Pues con los soldados, que
yo os entregaré escogidos,
iréis a la raya, en cuyos
marañados laberintos,
emboscado esperaréis
hasta que en ella os dé aviso
tremolada blanca seña;
y habiéndoos cercado, y visto
con quien la haga, tomaréis,
cautamente prevenido,
seña, contraseña y nombre,
con que en el trémulo abrigo
de la noche llegaréis,
bien informado del sitio,
a la tienda de Auristela,
donde osado y atrevido
la prendáis o matéis. Este
el orden es, advertid
que queda a mi cuenta el premio,
y va a la vuestra el peligro.
 (Vase.)
 

CASIMIRO:

Oíd, esperad, ved. Fortuna,
¿quién en el mundo se ha visto
en tan nuevo, tan estraño,
tan raro, tan exquisito
empeño de amor y honor,
sangre y patria? Mas ¿qué admiro?
Mas ¿qué dudo? Mas ¿qué estraño?
¿Qué discurro? ¿Qué imagino?
Si sangre, patria y honor,
en este confuso abismo,
donde amor todo es portentos,
mi vida toda prodigios,
no pesan, no montan tanto
como haber Cristerna dicho
que está a su cuenta el premiarlo,
y va a mi cuenta el cumplirlo.
 

(Cajas y trompetas, soldados, ARNESTO y AURISTELA.)
AURISTELA:

En esta inculta raya,
falda del Merque y del Danubio playa,
cuyo inmenso raudal y cuya cumbre,
del mar las olas y del sol la lumbre,
uno iguala, otro mide,
y a Suevia y Rusia en términos divide,
alto haga nuestra gente,
ya que el sol a los campos de occidente,
huyendo baja de la noche fría
en el postrer crepúsculo del día,
que apenas el aurora
veréis que las más altas cimas dora,
cuando mi orgullo ciego,
talando a sangre y fuego
entre, desde la encina hasta la caña,
el próvido verdor de la campaña,
sin perdonar el bélico tributo,
ni hoja, ni mies, ni vid, ni flor, ni fruto.

ARNESTO:

Ya la gente alojada
por su maleza está y tu tienda armada;
entra, señora, a descansar en ella.
 

AURISTELA:

Mi quietud solo estriba en no tenella.
El día que, mentidos mis desvelos,
me di por satisfecha de los celos
de Sigismundo, al ver cuán manifiesta
satisfación la libertad le cuesta;
y el día también que trágico mi hermano,
ya de infelice, o ya de cortesano,
no parece; ¡infelice
si el despeño es verdad que el vulgo dice!
Cortesano, si es que retirado,
por vivir de Cristerna enamorado,
verse escusa con ella
en campal lid, dejándole a mi estrella
las armas, porque a fin de empresas tales,
de mujer a mujer lidien iguales.
Y pues, sea verdad o no lo sea
su despeño o su amor, es bien que vea
Cristerna, si blasona
de que ella Palas es, que soy Belona,
no ha de saber que se rindió mi pecho
al ocio blando del mullido lecho.
(Sacan luces, siéntase, y vanse todos.)
Poned ahí unas luces y un asiento,
que este le basta a mi cansado aliento,
cuando porfiado el sueño
se quiera hacer de mis sentidos dueño.
Salíos todos afuera.
¡Oh vaga obscuridad, corre ligera,
que la hora no ve la saña mía
de que me vuelvas a traer el día!
 

(Canta dentro un SOLDADO.)
SOLDADO:

Prisionero Sigismundo
en Suevia está; mas ¿quién
pudo blasonar de amante,
que prisionero no esté?

AURISTELA:

Hola.

(Sale.)
ARNESTO:

Señora...

AURISTELA:

Quién canta
mirad.

ARNESTO:

El soldado ha sido
de posta, que persuadido
a que sus males espanta,
si el adagio no mintió,
con ese alivio pequeño
espanta cansancio y sueño.
¿Direle que calle?

AURISTELA:

No,
que lo que estrañé es que cante
tan a propósito ahora.
 

ARNESTO:

¿A qué novedad, señora,
no hacen versos al instante
ociosos ingenios? Y es
harto que en la ardiente esfera
de aquesa encendida hoguera,
adonde reparar ves
iras del yelo y la escarcha,
no sean las voces más,
con que divertir verás
las fatigas de la marcha.

(Vase.)
AURISTELA:

Id, y no le digáis nada;
que no le quiero quitar
ese alivio a su pesar,
ni aun al mío, si llevada
del contento de su voz,
clarín su contento fuera
que mi espíritu encendiera,
acordándole veloz,
que en Suevia Sigismundo
prisionero está.
 

(Músicos y ella.)
[VOCES]:

Mas ¿quién
pudo blasonar de amante,
que prisionero no esté?

SOLDADO:

Bien que atendiendo a la causa
a quien debe el padecer,
dulcemente se consuela,
diciendo una y otra vez:

(Toda la música.)
[VOCES]:

Prisionero me tiene
por un buen querer.

SOLDADO:

Y responden todos, envidiosos dél:
«Si el querer es delito...»

(Músicos todos.)
[VOCES]:

... préndanme también.

AURISTELA:

Y aun yo con todos, ¡ay triste!,
estoy para responder
a las fantasmas del sueño,
que ya en mi triunfar se ve.
 

(Músicos y ella.)
[VOCES]:

Si el querer es delito,
préndanme también.

(Salen CASIMIRO, con una banda en el rostro, soldados y ROBERTO.)
ROBERTO:

Aunque de mí recatado,
descubrirte no has querido
el rostro, el haber venido
de quien vienes enviado,
basta para que pretenda
cumplir lo que prometí.
Llega conmigo, que aquí
es de Auristela la tienda.

CASIMIRO:

El no descubrirme ha sido
temer, si el rostro me viera
quizá alguno, que pudiera
ser por él muy conocido,
porque en campaña me vi
muchas veces cara a cara
con tu gente.
 

ROBERTO:

Pues repara,
ya que llegaste hasta aquí,
falseando a las centinelas,
de nombre y seña las guardas.
Ya el campo en quietud, ¿qué aguardas?
Durmiendo está, ¿qué recelas?

CASIMIRO:

Bien, guerra, ladrón atroz
del siglo, tu horror te muestra,
pues hiciste llave maestra
de todo un reino una voz,
sujeta a una vil cautela.
¿A quién, cielos, no da espanto
el mirar que duerman tanto,
solo en fee de que uno vela?

ROBERTO:

¿Qué esperas? Llega conmigo,
pues que durmiendo está allí.

(Vanse los soldados.)
CASIMIRO:

Retiraos, y solo a mí
me dejad; que si consigo
mi intento, yo os llamaré
a su tiempo.
 

ROBERTO:

¿Pues qué intento
puedes dudar, cuando atento
a la ocasión que se ve,
tienes a Auristela bella
en tus manos? ¿Qué orden, pues,
dime, traes?

CASIMIRO:

El orden es
de matalla, o de prendella,
y pues me dan a escoger,
todo lo he de ejecutar,
que prender tengo y matar.

ROBERTO:

¿Eso cómo puede ser?
Matar y prender ¿no es
contrario?

CASIMIRO:

No.

ROBERTO:

¿Cómo así?

CASIMIRO:

Traidor, matándote a ti
y prendiendo a ella después.
 

(Dale con una daga, cae dentro; quítase la banda y se la echa a AURISTELA al rostro.)
ROBERTO:

¡Muerto soy!

CASIMIRO:

Nadie se espante,
que en tan nunca visto empeño
mate a un traidor como dueño,
prenda un alma como amante.
Date, Auristela, a prisión.

AURISTELA:

¡Ay de mí!

(Salen los soldados, y llévanla vendada, y sale ARNESTO.)
CASIMIRO:

Llegad, y vamos
donde la escolta dejamos.

AURISTELA:

¡Traición!

TODOS:

¡Al monte!

AURISTELA:

¡Traición!
 

ARNESTO:

¡Ha de la guarda! Entre el ruido
la voz de Auristela oí.
Acudid; mas ¡ay de mí!,
que en un cadáver herido
tropecé, a tiempo que ella
de aquí falta. ¡Qué recelos!
¡Auristela!

AURISTELA:

(Lejos.)
¡Piedad, cielos!

ARNESTO:

Su voz, ¡ay de mí!, es aquella
que ya en ecos desmayados,
dentro se oye de la sierra.
¡Traición, traición!

(La caja, y sale ARNESTO.)
TODOS:

¡Arma, guerra!

AURISTELA:

(Lejos.)
¡Ay de mí, infeliz!
 

(Vuelven a salir con ella desmayada, y pónenla en el suelo.)
CASIMIRO:

(Dentro.)
¡Soldados!,
pues ya vencida la raya,
no tenemos que temer
que la puedan socorrer,
y ella el aliento desmaya,
tanto, que casi sin vida
ha quedado; aquí podemos
repararla, pues tenemos
por nuestra esta entretejida
estancia del monte, en quien
defendernos, cuando fuera
posible que la siguiera
su ejército; y así es bien,
que las dos tropas montadas
estén, en tanto, ¡ay de mí!,
que vuelve o no vuelve en sí,
porque sus luces cobradas
con las del sol, a quien vemos
que ya comienza a lucir,
pueda en un caballo ir.
 

SOLDADO:

En todo te obedecemos.

(Descúbrela el rostro.)
CASIMIRO:

Beldad que postrada estás,
recibe en descuento hoy
de la pena que te doy
la lástima que me das.
Y si el sueño que era dueño
tuyo, fue al desmayo ensayo,
no represente el desmayo
más de lo que escribe el sueño.
Despierta, pues, y...

AURISTELA:

¡Ay de mí!

CASIMIRO:

Alma, albricias.

AURISTELA:

¿Qué oigo y miro?
¿Sueño o velo a Casimiro?
Cielos, ¿no es este?

CASIMIRO:

No y sí.
 

AURISTELA:

¿No y sí? ¿Cómo puede ser
que seas y que no seas,
si no es que en sombras me veas,
obligándome a creer
que es verdad que despeñado
moriste? Y pues dices que eres
y no eres, ¿qué me quieres,
y para qué me has sacado
de mi tienda a esta montaña,
haciendo al sueño testigo
de que era el campo enemigo
el que me prendía?

CASIMIRO:

La estraña
duda, ¡ay Auristela bella!,
de ser y no ser no estriba
en que muera o en que viva,
sino en que quiera mi estrella
que viva y muera, no siendo
y siendo yo.

AURISTELA:

El cómo ignoro.
 

CASIMIRO:

Siendo yo, pues que te adoro,
no siendo yo, pues te ofendo,
con que en tu suerte y la mía
causa hay que uno y otro afirme.

AURISTELA:

Eso es querer persuadirme
a que sueño todavía.
Y pues ves la mortal lucha
de hallarme aquí en tu poder,
morir, vivir, ser, no ser,
sepa yo qué es esto.

CASIMIRO:

Escucha:
Un desordenado amor
me lleva, arrastra y destierra...

(Dentro.)
[SOLDADO] .1º:

¡Al monte!

[SOLDADO] .2º:

¡Al valle!

[SOLDADO] .3º:

¡A la sierra!
 

(Sale un SOLDADO.)
SOLDADO:

Acude presto, señor,
que la gente de Auristela
el campo corriendo viene;
y pues ya su acuerdo tiene,
ponla en un caballo y vuela,
no se pierda lo adquirido
con volver a aventurallo.

(Vase.)
CASIMIRO:

Dices bien, llega un caballo.
Ven conmigo.

AURISTELA:

Si has oído
que es nuestra gente, ¿de quién
huyes?

CASIMIRO:

De ella.

AURISTELA:

¿De ella?
 

CASIMIRO:

Sí.
Pues que no puedo de mí.
Conmigo, Auristela, ven
donde veas que gobierna
mi acción superior poder.

AURISTELA:

¿A qué he de ir yo huyendo?

CASIMIRO:

A ser
prisionera de Cristerna.

AURISTELA:

¿Qué dices?

CASIMIRO:

Que en este empeño
mi honor está.

AURISTELA:

Ahora creí
que fue cierto el frenesí,
ya que no lo fue el despeño:
¿De Cristerna prisionera
yo por ti?

CASIMIRO:

No digas más,
que presto vengar podrás
ese error.
 

AURISTELA:

¿De qué manera?

CASIMIRO:

Solo con decir quién soy,
pues en el instante que
lo sepa ella, moriré
a sus iras, con que hoy,
tras la ofensa que te alcanza,
que va la venganza piensa;
pues te hago apenas la ofensa,
cuando te doy la venganza.
Ven, dirás quién soy, y así
matarme al punto verás,
y, vengada, quedarás
duquesa de Rusia.

(Sale SOLDADO.)
[SOLDADO]:

Aquí
está ya el caballo.

CASIMIRO:

Ea, ven.

AURISTELA:

Antes...
 

CASIMIRO:

No hagas resistencia,
o volverá la violencia
a su primer acción.

AURISTELA:

Ten
la mano, que si dormida
me dejé atrever a mí,
en mi acuerdo no. De aquí
vamos, pues.

CASIMIRO:

¡Ay de mi vida!

AURISTELA:

¿Por qué?

CASIMIRO:

Porque veo que vas
más consolada, y es...

AURISTELA:

¿Qué?

CASIMIRO:

Que a vengarte vas.
 

AURISTELA:

No sé
lo que haré, allá lo verás.

(Vase.)
CASIMIRO:

Y aquí, porque ¿qué esperanza
habrá en mujer ofendida,
que está en que calle mi vida
y en que hable su venganza?

(Salen CRISTERNA y LESBIA.)
LESBIA:

¿Tan de mañana, señora,
en el jardín?

CRISTERNA:

Un cuidado
pocas veces, Lesbia, supo
guardar el sueño al descanso.
A aquel soldado estranjero
envié a una facción, fiando
dél y della dos efectos,
bien considerables ambos:
Uno, porque en él estriba
la quietud de mis estados,
si le consigo; y otro,
porque si por él le alcanzo,
desempeño el homenaje
de dar a nadie la mano.
 

LESBIA:

¿Cómo?

CRISTERNA:

Como siendo él
quien logre el triunfo más alto
hoy en mi servicio, quedo
libre; que siendo un soldado
de fortuna, a quien le deba
en el primero fracaso
libertad, vitoria y vida,
y después honor y aplauso,
claro está que con mercedes
a menos costa le pago,
que si fuera un igual mío
a quien le debiera tanto.

LESBIA:

¿Y no puede ser, señora,
según lo que me has contado,
que quien habla tan atento,
que quien lidia tan bizarro,
sea más de lo que dice?
 

CRISTERNA:

Al alma me estás hablando,
que si a su valor atiendo,
que si en su ingenio reparo,
entro en la misma sospecha,
y pues es aquel criado
(que en fe de hombre de placer,
debe de haberse tomado
licencia de entrar aquí)
suyo, háblale como acaso,
quizá entre los dos podría
ser, que averigüemos algo.

(Sale TURÍN.)
TURÍN:

Aquí le perdí, y aquí
le tengo de hallar.

LESBIA:

Hidalgo,
¿cómo con tanta osadía
hasta aquí os entráis?
 

TURÍN:

Andando,
dijera, si ya no fuera
vieja frieldad deste paso.
Un amo busco, que Dios
me dio, si da Dios los amos,
que desde que aquí ayer tarde
le dejé con vós hablando,
y salió de aquí a montar
en cólera, y a caballo,
(porque de unas compañías
iba al principio por cabo)
no ha vuelto; y así, señora,
le vengo a buscar. Si acaso
sabéis vós dél, no perdáis
las albricias del hallazgo,
u os le pedirán por hurto.

LESBIA:

Bastante desembarazo
tiene el hombre.

CRISTERNA:

No tan solo
sé dél yo para informaros,
mas vós me habéis de informar
dél a mí.
 

TURÍN:

¿Yo? ¿Cómo o cuándo?

CRISTERNA:

Fiando de mi secreto,
su patria, nombre y estado.

TURÍN:

Si esta fuera comedia,
¡cuál estuviera ahora el patio
tamañito de pensar
que había de cantar de plano!
¡Pues vive Dios, que he de ser
excepción de los lacayos!

CRISTERNA:

¿No respondéis?
 

TURÍN:

Yo, señora,
ha que sigo algunos años
vuestro ejército, de que
hallaréis testigos hartos.
Viendo, pues, que un mochiller
lo pasa con gran trabajo,
me apliqué a servir a este
don soldado, de soldado,
de quien no sé más que vós,
y aun pienso que no sé tanto.
Solo lo que añadir puedo,
si la malicia adelanto,
(no se pierda todo, ya
que se pierda el hablar claro)
es que debe de ser más
que dice; y esto lo saco,
no tanto de ricas joyas,
que tal vez le he visto, cuanto
porque es la que más estima
de una madama el retrato,
con quien a solas suspira
y llora; y esto del llanto,
con su «¡ay de mí!», no es, señora,
filigrana de hombre bajo.
 

(Sale SIGISMUNDO.)
CRISTERNA:

¿Joyas y retrato? Pero
Sigismundo viene, al paso
le di que estoy yo aquí.

LESBIA:

(Turbada.)
Si él
te ve, él se irá.

CRISTERNA:

Haz lo que mando.

LESBIA:

Desde que está aquí he tenido
de que no me vea cuidado;
mas ya no es posible, ¡cielos!
¿Qué hará al verme? Entre estos cuadros
Cristerna está. Vuestra alteza
no pase de aquí.

SIGISMUNDO:

Admirado
al verte, fiera enemiga,
primer causa de mis daños,
ausencia, prisión y muerte,
no sé cómo.
 

LESBIA:

Habla más bajo,
que en sabiendo que he venido,
a pesar de tus agravios
a darte la libertad,
 (Aparte.)
(desta manera le engaño,
por obligarle a que no
descubra mi error pasado)
me estarás agradecido,
porque sé dónde está el paso
de una mina desa torre,
como quien desde sus años
primeros se crio aquí; pero
esto es para más espacio.
Vuélvete agora.

SIGISMUNDO:

¿Qué fuera
que dispusieran los hados
mi antídoto en mi veneno?
Yo volveré a hablarte cuando
estés más sola.

(Vase.)
LESBIA:

Y yo, cielos,
ya que esto sucedió acaso,
pues con méritos no puedo,
le he de obligar con engaños.
 

CRISTERNA:

Y en fin, ¿es tan bella?

TURÍN:

Un día
que él estaba embelesado,
llegué queditito y vi
el más pernicioso trasto
que vio amor en su armería,
entre las flechas y rayos
de su munición.

CRISTERNA:

Pues bien,
¿qué se me da a mí? ¡Qué enfado
tan necio y impertinente!

TURÍN:

Ni a mí.

CRISTERNA:

Id a ver si ha llegado
(El clarín.)
vuestro amo, que ese clarín
y estas tropas de a caballo
quizá son suyas.
 

(Sale CASIMIRO.)
CASIMIRO:

No vayas;
yo responderé, besando
antes la tierra que pisas,
después, señora, tu mano,
si estas albricias merece
quien llegó, vio y venció, dando
feliz fin a la interpresa,
pues prisionera te traigo
a Auristela.

TURÍN:

Hasta aquí loco
estaba; ya está borracho.
¿A su hermana prisionera?

LESBIA:

Solo esto me había faltado.
¡Auristela aquí, Fortuna!

CRISTERNA:

Levantad, maese de campo,
y aunque debo agradeceros
dicha en que intereso tanto,
por lo menos de una queja
que tengo de vós, libraros
no podréis.
 

TURÍN:

¡Que fuera, cielos,
que diera lumbre el retrato!

CASIMIRO:

¿Queja de mí?

CRISTERNA:

Sí, de vós.

CASIMIRO:

¿Qué es?

CRISTERNA:

Que no hiciésedes alto,
y enviásedes aviso
antes de entrar en palacio,
para que saliera yo
con mis festivos aplausos
a recibir, como debo,
tal huéspeda. Mas los brazos
suplan la falta.

CASIMIRO:

El deseo...

CRISTERNA:

No tratéis de disculparos.
Vós seáis muy bien venida.
 

CASIMIRO:

Llega, Auristela, y el llanto
deja, pues ves que mi muerte
o mi vida está en tus labios.

CRISTERNA:

Donde, aunque seáis prisionera,
seáis tan dueño de mi estado,
como de mi vida dueño.
([Aparte.]
¿Cómo desta suerte hablo
a sangre de mi enemigo?)
Mas una cosa es mi agravio
y otra mi vanidad.

AURISTELA:

¡Cielos,
que sea esto fuerza! La mano,
como a prisionera, solo
me dad.

(Abrázala.)
CRISTERNA:

¿Qué hacéis? Levantaos
y pensad que en mí tenéis
 ([Aparte.]
el pecho me está temblando
de cólera), no prisión,
sino albergue.
[Aparte.]
En el contacto
que comunica a mi pecho
la vil sangre de su hermano.)
 

AURISTELA:

De todos cuantos favores
recibir de vós aguardo,
solo uno lograr espero.

CRISTERNA:

¿Qué es?

AURISTELA:

Que la queja dejando,
pues yo doy por recibida
la pompa de reales faustos,
sepáis que es quien prisionera
me trae a mí...

CASIMIRO:

¡Estoy temblando!

AURISTELA:

Merecedor de más honores
que hacerle maese de campo,
porque es...

TURÍN:

Ahora caer se deja
a plomo.

CRISTERNA:

¿Quién?
 

AURISTELA:

Quien me ha dado
más crédito con vencerme,
a costa de riesgo tanto,
que si fuera él el vencido;
porque, ¿quién tan temerario
osara entrar en mi tienda?
¿Quién sacarme della en brazos?
¿Quién, a vista de mi gente,
sin acelerar el paso,
retirarse tan en sí,
que a reparar mi desmayo
hiciese alto en la espesura?
Y así, en empeño me hallo,
porque vean que es su premio
el crédito de mi llanto,
de que le honréis por mí misma,
aun más que por vós...

CRISTERNA:

Bien claro
argumento es del valor
saber honrar al contrario.
General, en vuestro nombre,
de la caballería le hago.

CASIMIRO:

Tu mano beso, y la tuya
por tanto honor.
 

AURISTELA:

¡Ha, tirano!
¿Creíste que había yo de ser
tan vil como tú?

CRISTERNA:

A mi cuarto
venid, donde reparéis,
señora, susto y cansancio.

AURISTELA:

Con la merced que habéis hecho
a tan valiente soldado,
he descansado de todas
mis fortunas.

CRISTERNA:

¡Qué afectados
estremos!

TURÍN:

Entren a ver
callar una dama, a cuarto.
Señor, ¿qué aventura es esta,
que la toco y no la alcanzo?
 

CASIMIRO:

Ni yo, porque no sé cómo,
Turín, pueda haberse hallado,
ni una mujer tan prudente,
ni un hombre tan desdichado,
que ella se alce con el nombre
de constante, y él de vario.

(Vase.)
LESBIA:

¿Quién creyera que Auristela
viniera por tan estraños
lances, donde Sigismundo
y yo?

(Sale SIGISMUNDO.)
SIGISMUNDO:

Oculto y retirado,
sin saber qué novedad
tocó ese clarín, he estado
solo atento, Lesbia hermosa
([Aparte.]
¿Qué he de hacer? Alma, finjamos,
por ver si lo que por ella
pierdo, por ella lo gano,
y huyendo de aquí pudiese
en la falta de su hermano
ir a asistir a Auristela,
a quien ausente idolatro),
solo atento, otra vez digo,
a hablarte, y pues has quedado
sola, dime cómo puede
hallar mi libertad paso.
 

LESBIA:

¿Qué he de hacer, ya hecho el empeño,
sino seguirle, callando
el que está Auristela aquí?
Que no es bien que el mal que paso
le dé ese gusto, si es gusto,
ni pena, si es pena.

(Sale AURISTELA.)
AURISTELA:

En tanto
que Cristerna, a quien vinieron
a llamar para un despacho,
vuelve , a mis solas, entre estos
mal entretejidos ramos
donde dijo que la espere,
veré si puedo algún rato
suspirar conmigo. Flores,
deste verde cielo astros,
decidme... ¿Mas Sigismundo
no es aquel que está allí hablando
con una dama? ¿Esto más,
Fortuna?
 

LESBIA:

Digo que andando
un día por esa torre,
siendo della castellano
mi padre, allá en mis niñeces,
vi entre las ruinas del cuarto
último della una quiebra,
y supe...

AURISTELA:

Ireme acercando
por ver si entender pudiese,
oyendo a cautela, algo.
Si es plática de amor...

SIGISMUNDO:

¿Qué
te suspende?

LESBIA:

Hacia allí pasos
sentí, y las ramas se mueven.
Veré quién es. ¡Triste hado!
Auristela es.

AURISTELA:

¡Hado injusto!
¿No es Lesbia?
 

LESBIA:

Muda he quedado,
y así, huyendo della, solo
habré de hablarla callando.

(Vase.)
SIGISMUNDO:

Oye, aguarda, Lesbia: ¡No
el gusto con que escuchando
te estoy dilates! ¿De quién
huyes?

(Al ir tras ella, sale AURISTELA.)
AURISTELA:

De mí.

SIGISMUNDO:

Cielos santos,
¿es ilusión del deseo?

AURISTELA:

¿Cuándo fue ilusión el daño?

SIGISMUNDO:

La duda una viva estatua
me deja de bronce y mármol.
 

AURISTELA:

De fuego y nieve a mí, no
la duda, sino el agravio.

SIGISMUNDO:

¿Tú, Auristela, aquí? ¿Pues cómo
o cuándo veniste?

AURISTELA:

Ingrato,
como vengo a ver mi ofensa,
no hay que averiguarme el cuándo.
En fin, con Lesbia te encuentro
diciendo, donde escucharlo
pude, ¡ha cruel!, que prosiga
el gusto con que, ¡ha tirano!,
la estabas oyendo; bien
me pagas, sí, lo que paso
por ti, pues por ti he venido
a dar prisionera, en manos
de mi enemiga.

SIGISMUNDO:

Bien dicen
que fuera el dolor amago,
si supiera venir solo.
¿Tú prisionera?
 

AURISTELA:

No caso
hagas de mi menor pena,
cuando con Lesbia te hallo.

SIGISMUNDO:

Así enmendara yo esotra,
como esa enmendar aguardo.
A Lesbia hallé aquí y... Mas, cielos,
Cristerna viene.

AURISTELA:

No hablando
te vea conmigo.

SIGISMUNDO:

Bien dices,
yo buscaré más espacio
ocasión en que conozcas
que te adoro y no te agravio.

(Vase.)
AURISTELA:

Mucho harás en persuadir
a un corazón desdichado,
que cuando su mal no viera,
creyera a su sobresalto.
 

(Salen CASIMIRO y TURÍN.)
CASIMIRO:

Viéndote sola, no pierda
(pues tuerce Cristerna el paso,
viniendo hacia aquí, a otra parte)
la ocasión en que, postrado
a tus pies una y mil veces,
ponga en su estampa mis labios.

TURÍN:

Y yo haga de sus tres puntos
para mi rostro tres clavos,
con que andan frente y mejillas
como tres con un zapato.

(Vuelve SIGISMUNDO.)
AURISTELA:

No tienes que agradecerme
tú lo que yo por mí hago.

SIGISMUNDO:

Hacia otra parte volvió
Cristerna, quizá buscando
a Auristela, y yo, por ver
si logro otro breve espacio,
vuelvo otra vez. Mas con ella
hablando está aquel soldado
que, en fin, como aborrecido,
en cualquier parte le hallo.
Esperaré a que se vaya.
 

(Escóndese a una parte, y sale por la otra CRISTERNA.)
CRISTERNA:

Hacia aquí dicen que ha rato
que me espera divertida
Auristela. Mas hablando
está el soldado con ella.

SIGISMUNDO:

¿Qué será secreto tanto?

CRISTERNA:

¿Qué su platica será?

SIGISMUNDO:

Oigamos, alma.

CRISTERNA:

Alma, oigamos.

CASIMIRO:

Aunque obres tú por ti misma,
siendo yo el interesado,
¿no seré el agradecido?

AURISTELA:

No, villano, traidor, no, falso,
porque aun agradecimiento
no quiero de tan villano
término, como conmigo
tiene tu alevoso trato;
pues por servir a Cristerna,
a mí me ofendes, faltando
a tantas obligaciones.
 

CRISTERNA:

¿Qué es lo que oigo?

SIGISMUNDO:

¡Cielos santos!
¿Esto no es pedirle celos?

AURISTELA:

Y si en esta parte callo
quién eres, es por vengarme
con estilo más hidalgo
del que un ingrato merece;
que no hay castigo a un ingrato
como hacerle un beneficio,
cuando le espera un agravio.

SIGISMUNDO:

¿Que calla quien es? Aquí
secreto hay que yo no alcanzo.

CRISTERNA:

¿Que calla quien es? Sin duda
que es verdad lo que el criado
dijo y yo temí. ¿Qué fuera
ser de Auristela el retrato,
y qué fuera que a sentirlo
llegara el imaginarlo?
 

CASIMIRO:

Por más que te enoje ver
cuánto yo a esa deuda falto,
aun el día que te ofendo,
has de ver lo que te amo.

CRISTERNA:

¿Que más claro ha de decirlo?

SIGISMUNDO:

¿Cómo he de oírlo más claro?

AURISTELA:

¿En qué?

CASIMIRO:

En mi agradecimiento,
pues señora de mi estado,
alma y vida...

AURISTELA:

Calla, calla,
y si has de mostrarle en algo,
sea...

CASIMIRO:

¿En qué?

AURISTELA:

En que con mi queja
me dejes. Vete, tirano,
de mi vista, o yo me iré
de la tuya.
 

CASIMIRO:

Si te agrado
en eso, adiós.

AURISTELA:

Adiós.

SIGISMUNDO:

Ten
la planta.

(Al entrarse cada uno por su puerta, topa AURISTELA con SIGISMUNDO, y CASIMIRO con CRISTERNA.)
CRISTERNA:

Suspende el paso.

AURISTELA:

¿Quién aquí me estaba oyendo?

CASIMIRO:

¿Quién me estaba aquí escuchando?

SIGISMUNDO:

Quien ya sabe tus traiciones,
pues sabe que ese soldado
es sujeto que merece,
hallándole disfrazado,
que celos le pidas.
 

CRISTERNA:

Quien...
([Aparte.]
Disimule mi recato.)
... ha oído que un cargo os hace,
quien antes os dio otro cargo.

AURISTELA:

Para que yo no hable en Lesbia,
buena ocasión te has hallado.

CASIMIRO:

Allí noble, aquí quejosa.
Satisfacer quiso a entrambos.

SIGISMUNDO:

¿Qué ocasión, si...?
Mas, Cristerna...

CRISTERNA:

¿Sigismundo?

SIGISMUNDO:

Calle el labio.

CRISTERNA:

Sufra el alma.

CASIMIRO:

¡Qué temor!
 

AURISTELA:

¡Qué ansia!

CRISTERNA:

¡Qué pena!

SIGISMUNDO:

¡Qué agravio!

TURÍN:

¡Buenas cuatro caras para
una máscara de a cuatro!

CRISTERNA:

Por lo menos, Sigismundo,
no diréis que bien no os trato
en la prisión, pues a ella
tan buena visita os traigo.

SIGISMUNDO:

Sí, señora, mas no sé
si con afectos contrarios
perdonaré el proprio gusto
a costa del proprio daño.
[Aparte.]
Corazón, disimulemos.

CRISTERNA:

Ignorado mal suframos.
 

CASIMIRO:

No desconfiemos, penas.

AURISTELA:

Esperemos, desengaños.

TURÍN:

[Aparte.]
Viendo hablar a cada uno
entre sí, yo también hablo
entre mí. ¿Pero qué es esto?

(Caja.)
CRISTERNA:

¿Quién sin orden toca a bando
a esas puertas?

(Sale FEDERICO, y con él un paje armado con una rodela, y en ella un cartel, y el otro en la mano.)
FEDERICO:

Quien habiendo
en presencia tuya hablado
en la lástima o cautela
de Casimiro, ha pensado
modo con que de una vez
de aquesta duda salgamos...

TURÍN:

[Aparte.]
Miren con lo que ahora estotro
se viene, para enmendarlo.
 

FEDERICO:

Y es que, en fe de la venganza,
en ese cartel le llamo
a público desafío.
Si es verdad que despeñado
murió, ¿qué hay perdido? Y si es
verdad que está retirado,
es fuerza, siendo quien es,
que salga en sabiendo el bando,
pues no ha de querer, si vive,
quedar inhabilitado
de parecer nunca, viendo
que yo, para averiguarlo,
le mato en el honor, mientras
en la vida no le mato.
Y porque en tu corte tú
seguro has de hacerle el campo,
sitio que yo para que
juzguéis el duelo, señalo,
vengo a tomar tu licencia
para fijarle. Veamos
de una vez si es de infelice
u de cobarde el recato
de no parecer, y si
yo sustento lo que hablo,
a cuyo efecto, porque
señalado sitio y plazo
(que las armas dél le tocan)
no pueda nunca ignorarlo,
te suplico que en tu corte
y en su corte publicarlo
mandes, para cuya instancia,
como árbitro soberano,
que has de ser del desafío,
pongo el cartel en tus manos,
dejando su original
a las puertas de palacio.
 

(Tocan y vanse, dejándola un papel.)
CASIMIRO:

¡Cielos!, ¿qué oigo?

TURÍN:

Viendo estoy
en el color de mi amo,
que burlado se ha de hallar
este, si envida de falso.

(Vase.)
AURISTELA:

Yo me huelgo, pues si vive,
verá qué ha de hacer mi hermano,
(Aparte.)
y llegará a Sigismundo
sin darle yo el desengaño.

(Vase.)
SIGISMUNDO:

Yo lo estimo, pues pondrá,
si vive, su honor en salvo,
y yo, lo que debo hacer
de mis celos, veré en tanto.

(Vase.)

 

CRISTERNA:

Ya veis que siendo el que reta
Federico, y el retado
Casimiro, yo no puedo
impedirlo, ni escusarlo;
pues no se niega en buen duelo
al noble que pide el campo.

CASIMIRO:

Sí señora.

CRISTERNA:

Pues de vós
fío este cartel, fijadlo.
(Aparte.)
(Aquesto es disimular
que hice, en lo que oí, reparo.)
Rusia le ha de ver también
a puertas de su palacio.

CASIMIRO:

(Aparte.)
Nada entiendo, pues que vuelve
a fiarme empeño tanto.

CRISTERNA:

A cuyo efecto, porque
os asista aquel vasallo
de la interpresa, os daré
cartas para él.
 

CASIMIRO:

Es escusado;
que no me está bien llevarlas,
pues solo para esto basto.
Yo me prefiero a ponerle,
y veréis que presto traigo
respuesta, firme o no firme
Casimiro.

CRISTERNA:

Yo la aguardo
con esperanzas de que
este último desengaño
nos dirá si vive o muere
traidor que aborrezco tanto.

CASIMIRO:

Desdichado él, mas dichoso
quien en servir empleado,
mereció que pongáis siempre
los empeños a su cargo.

CRISTERNA:

Pagar un riesgo con otro
es el premio del soldado.

CASIMIRO:

Pues id previniendo riesgos,
que aún quedan que pagar hartos.
 

CRISTERNA:

¿Cómo?

CASIMIRO:

No puedo decirlo,
mas baste.

CRISTERNA:

Ni yo escucharlo.
Id con Dios.

CASIMIRO:

Quedad con Dios.

CRISTERNA:

Vil recelo.

CASIMIRO:

Amor tirano.

CRISTERNA:

Considera que eres mío.

CASIMIRO:

Advierte que ya has llegado
a ver la cara al honor.

CRISTERNA:

Y que yo más que yo valgo.
 

CASIMIRO:

Y que él ha de ser primero.

CRISTERNA:

Y así, en tanto...

CASIMIRO:

Y así, en tanto...

CRISTERNA:

... que explica este dolor...

CASIMIRO:

... que declara este pasmo...

CRISTERNA:

... esta ansia...

CASIMIRO:

... esta duda...

CRISTERNA:

... este
miedo...

CASIMIRO:

... este asombro...

CRISTERNA:

... este encanto...

CASIMIRO:

Aprisa, aprisa, desdichas.

CRISTERNA:

A espacio, penas, a espacio.