Adolfo Berro, por un oriental
ADOLFO BERRO
Cuando se nos anunció la muerte de este
poeta, nos pareció que se nos arrebataba una
parte de nuestro porvenir.
Muy amargos son los dias en que vivimos y á muy amargas pruebas nos sujeta la Providencia. Condenados al espectáculo de estas luchas impias en que la barbarie, desbordándose del desierto, ha conquistado en su pujanza ciudades que le sirvan de trono y hordas frenéticas que hacen vacilar sus altares, estrellándose en unas partes con el positivismo que todo lo reduce á aritmética, y sofoca con sus helados raudales el fuego de los mas sagrados sentimientos y de las mas santas inspiraciones; y tocando en otros con esa insana é infecunda anarquia de ideas que nada crea, que nada sanciona y que se revuelve vacilante entre ruinas, —si escapamos por fortuna de los brazos de la duda, y nos recojemos á buscar un momento de solaz, á la sombra de nuestras banderas, tan reciamente combatidas por la tempestad; en el lugar de un hermano casi siempre encontramos una
tumba, donde dejamos un vaso lleno de esperanza
y de vida la muerte nos arroja un esqueleto, como si, con los huesos de los buenos, quisiera escribirnos sobre el cenotafio de los mártires, una
horrible profecia!....
Si ella hubiera de realizarse, felices los que mueren! —Las carcajadas de los verdugos y los ayes de las víctimas no penetran la loza de los sepulcros.
Pero si como lo creemos la causa de la humanidad es invencible; si la barbarie y la tirania pueden batallar, pero no vencer; si el sol de nuestros estandartes, casi eclipsado en estos dias de vértigo y de espiacion, ha de volver á lucir tan esplendente como en los dias homéricos de nuestros padres, cuan triste es nacer en medio de las tinieblas; desear la luz y no verla un solo instante; idolatrar la libertad y sentir el ruido de las cadenas; buscar las aras de la concordia y de la fraternidad y verlas en el polvo, y oir por todas partes el horrible clarin de la discordia que toca á degüello á las puertas de nuestro hogar: tener un alma de poeta, un corazon rebozando en amor de la humanidad y al preludiar la lira para llorar con los aflijidos, y consolar á los que caen, sentir que la muerte nos la arrebata, y desfallecida doblar la frente en el seno de la tumba, sin haber visto realizarse una sola de nuestras esperanzas, ni cumplirse uno solo de nuestros votos! Cuando se estingue asi una inteligencia superior, se mezcla á nuestros tristísimos dolores los que debe haber sufrido el pobre moribundo. Lloramos por él con el llanto que derramamos por la patria, y por mas que adoramos los altos decretos del que todo lo dispone, cuando vemos que se nos arrebatan tantas esperanzas aun en flor; cuando muere uno de estos hombres puros, que ni siquiera ha salpicado el lodo de los partidos, y que se anunciaban como apóstoles de mejores dias y de glorias mas tranquilas que las que nosotros alcanzamos, nos parece, según la espresion del célebre lírico de nuestros dias, que se nos arrebata una parte de nuestro porvenir; y entonces solo lanzamos un grito de desesperación.
Y no es mas que este grito desesperado lo que podemos ofrecer, en este momento, sobre la tumba que acaba de abrirse para recibir á nuestro amigo Adolfo Berro.
Joven poeta de veinte y tres años, miembro distinguidísimo de esa porción de la juventud nacional que honra nuestros estudios de derecho; hombre de corazon noble y de inteligencia elevada; de carácter suave y lleno de virtudes y talentos que realzaba con una modestia tan apreciable como poco comun, era Adolfo Berro una de las mas bellas y fundadas esperanzas de la República— Su patria, su familia, sus amigos, nunca lo llorarán bastante.
El sincero dolor que nos ha dominado, al saber su pérdida, y que apenas nos deja coordinar nuestras ideas, nos hace dejar para otro dia el rendirle un homenaje mas digno de su memoria.
- Setiembre 29 de 1841.
(Tomado en la Biblioteca Nacional, del número 841 de El Nacional — 30 de Setiembre de 1841.)