Escena IX

editar

LARA, MULEY CARIME, un ESCUDERO.


Este último traerá en la mano derecha una pica con una bandereta blanca, y en la izquierda un escudo muy rico.


MULEY CARIME.- En este sitio debéis aguardar, noble Lara... Ya he dado aviso de vuestra llegada, y dudo mucho que os consientan entrar en el castillo.


LARA.- Más bien debo agradecérselo que darme por ofendido... ¡Así me ahorrarán el ver a mis hermanos asesinados!... ¿Pero puedo hablaros ingenuamente, como un caballero honrado a su antiguo amigo?... Yo sabía las noticias que había recibido Mondéjar, anunciando inminente el peligro; ahora mismo, estoy viendo con mis ojos estas ruinas, estos desastres... y, sin embargo, todo cuanto percibo no me parece aún sino un sueño pesado... ¡Trabajo me cuesta darle crédito!


MULEY CARIME.- Y no obstante es la realidad.


LARA.- Vos mismo, que habéis sido hasta ahora el padre de estos pueblos, y su intercesor para con Mondéjar, ¿cómo habéis podido también burlar su confianza, y dejaros arrastrar de una locura que tiene que costar tantas lágrimas?...


MULEY CARIME.- No es tiempo de inculpaciones ni de excusas... ¿De qué servirían ya?... Por mi parte, no he perdonado medio (Dios lo sabe) para librar a estos pueblos de tan graves desdichas...; cuando recaigan sobre mí, las arrostraré con buen ánimo.


LARA.- No basta morir con denuedo para cumplir con los deberes que nos impone la patria, cuando se la ve al borde del abismo...


MULEY CARIME.- Debe uno compartir su suerte...


LARA.- Antes bien salvarla.


MULEY CARIME.- ¡Salvarla!... Se conoce, noble Lara, que estáis acostumbrado al tumulto de las armas y al horror de una lid campal; mas no tenéis idea de un espectáculo aun más espantoso y terrible... ¡el levantamiento de un pueblo!


LARA.- No ignoro cuán difícil sea lograr que se oiga la voz de la razón, cuando arden todos los pechos en sed de venganza; pero tampoco ignoro la condición del pueblo, tan feroz en el primer ímpetu, como inconstante en sus empresas y cobarde en la adversidad. Fácil cosa es pelear con bizarría, cuando no se aventura sino la propia vida cara a cara del enemigo; pero cuando se ve uno rodeado de poblaciones enteras, sin abrigo ni amparo, extenuadas de cansancio y de hambre; cuando no se ven por todas partes sino mujeres y niños demandando socorro a gritos, y amenazados de quedar esclavos... ¡Consultad vuestro corazón; una hija tenéis!...


MULEY CARIME.- Sí...


LARA.- (Interrumpiéndole). ¿Y estáis seguro de tenerla mañana?


MULEY CARIME.- (Después de una breve pausa.) No sois padre, Lara; de cierto no lo sois... ¡No me hubierais hecho entonces esa cruel pregunta!


LARA.- No ha sido mi ánimo lastimaros con mis expresiones; antes bien han sido dictadas por la amistad más sincera, por el más vivo interés... ¡Ni cómo pudiera yo disfrazaros la verdad en tan terrible trance! Un día, una hora, un instante quizá va a decidir de la suerte de estos pueblos; si no rinden las armas al punto que se les intime, su ruina es cierta, inevitable; ¡salvadlos de su destrucción!... Mondéjar contaba con vuestra prudencia, con el influjo de vuestra familia, hasta con ese mismo don Fernando de Válor, que acaba de ponerse al frente de los sublevados...


MULEY CARIME.- Se ha visto, sin saber cómo, seducido por amigos pérfidos, arrastrado por la muchedumbre...


LARA.- Mas, ¿son ellos por ventura los que podrán salvarle?...


MULEY CARIME.- (Con tono abatido.) Sólo Dios...


LARA.- Y vos también.


MULEY CARIME.- ¡Yo!


LARA.- Vos mismo.


MULEY CARIME.- No acierto a comprenderos... (Óyese ruido a lo lejos.)


LARA.- Y no es ésta ocasión ni lugar de explicarme más claro...; pero no pierdo la esperanza de hablaros otros cortos momentos antes de partir... ¡Tal vez tendremos la dicha de impedir muchos males!...


(Llegan por todas partes los moriscos; ABEN ABÓ y ABEN FARAX salen del portal, sin ser vistos de LARA ni de MULEY CARIME. Óyese, hacia el lado del castillo, el son de atabalejos y de otros instrumentos morunos; y poco después se presenta ABEN HUMEYA, acompañado de varios caudillos y seguido de la muchedumbre. Todos los moriscos salen armados con arcabuces, ballestas, hondas, etc. Algunos sacan también en la mano estandartes rojos. Colócanse por el recinto de la plaza, en las gradas de la iglesia, en las calles del fondo, de suerte que el conjunto forme un vistoso cuadro.)