Escena XI editar

Los dichos. ABEN HUMEYA, ABEN JUHAR y otros MORISCOS de su tribu.


VARIOS MORISCOS.- (A la entrada de la caverna.) ¡Ya está aquí!


MUCHOS MÁS.- ¡Ya está!


ALFAQUÍ.- ¡Ven en buen hora, descendiente de cien reyes, ven!



(Muestras generales de entusiasmo.)


ABEN HUMEYA.- ¡Venerable Alfaquí, amigos míos, hermanos: con sólo hallarme en medio de vosotros, me parece que ya respiro el aura de la libertad! ¡Cuánto se ha hecho desear este feliz momento! ¡Nunca han visto mis ojos a uno de nuestros tiranos, sin desearle la muerte; nunca he puesto el pie en el templo de los infieles, sin señalarlos en mi corazón como las primeras víctimas que allí debieran inmolarse!


ALFAQUÍ.- El mismo celo muestra que desplegaron sus mayores... ¡Con él renacerán!


ABEN HUMEYA.- Yo os veía a todos animados de los mismos sentimientos; sabía vuestros deseos; pero era menester aguardar el momento oportuno, y que el golpe precediese al amago... Tan feliz momento es llegado ya.


EL DALAY Y OTROS.- ¡Sí!


GRAN NÚMERO DE MORISCOS.- ¡Sí!


ABEN JUHAR.- Puesto que me conocéis, amigos míos, mal pudiera tener reparo en alzar la voz en medio de vosotros, cabalmente en ocasión tan crítica, como que de ella va a pender nuestra suerte... No creáis que el peso de los años haya helado la sangre en mis venas, ni que me haga mirar con indiferencia la servidumbre y la ignominia..., tan al contrario es, que por eso mismo estoy más impaciente de que acaben cuanto antes nuestras desdichas, para disfrutar al menos un solo día feliz... Mas, ¿a qué fin despertar a nuestros opresores, y que se apresten a la defensa, antes de que hayamos concertado todos los medios para darles el golpe mortal?...


ABEN ABÓ.- (Interrumpiéndole.) ¿Tenemos las armas en la mano, y aguardaremos como viles siervos?...


ABEN FARAX.- ¿Habremos de ver por más tiempo profanados nuestros hogares?...


DALAY.- ¿Insultadas nuestras esposas?


PARTAL.- ¿Esclavos nuestros hijos?


GRAN NÚMERO DE MORISCOS.- ¡No!


TODOS.- ¡No!


ABEN HUMEYA.- ¿Y qué medio más eficaz que nuestro mismo levantamiento, para apresurar la llegada de los socorros de África, y alzar a un millón de nuestros hermanos en todo el ámbito del reino?... Cuando vean a nuestra raza empeñada en una guerra a muerte, ¿permanecerán indecisos en un solo instante, o se negarán a tendernos una mano amiga?... Nosotros somos (¿el corazón leal no nos lo está anunciando?...), nosotros somos los que destina el cielo para dar a nuestros hermanos la señal y el ejemplo... Al abrigo de esta región fragosa, resguardada la espalda con el mar, y dando casi la mano a nuestros hermanos de África, nosotros sí que podemos provocar impunemente a nuestros contrarios, y empeñarlos en una larga lucha, sin que puedan prometerse buen éxito, ni provecho, ni gloria... Cuando tienen por todas partes émulos y enemigos, ¿podrán ver sin temor ni recelo cundir el incendio a sus propios hogares?... ¡No, no; temblarán a su vez por sus esposas, por sus hijos, así como nosotros hemos temblado por los nuestros; recejarán de espanto, al ver que ante sus pies vuelve a abrirse el abismo que ha tragado sus generaciones por el transcurso de ocho siglos!


ALFAQUÍ.- El cielo acaba de hablar por tu boca, descendiente de los Abderramanes... ¡Sin duda te ha escogido para ser el ministro de su venganza y el libertador de tu patria! Oíd, hijos míos, oíd: quizá sea ésta la postrera vez que escuchéis mis acentos; mi hora final está ya muy cercana; y no entreveo lo porvenir sino al pisar los límites de la eternidad.


PARTAL.- ¡Silencio, compañeros, silencio!


ALFAQUÍ.- No basta que rompáis vuestras cadenas; es preciso que levantéis otra vez el trono de Alhamar... Y, no lo habréis olvidado sin duda, el que destina el cielo para cimentarle de nuevo es un caudillo de sangre real y de la misma estirpe del Profeta...


PARTAL.- ¡No puede ser otro sino Aben Humeya!


MUCHOS MORISCOS.- ¡Él es!... ¡Él es!...


ABEN ABÓ.- ¡Aun no hemos desenvainado el acero, y ya buscamos a quien someternos!


ABEN FARAX.- No faltarán valientes que nos guíen a la pelea; ¿hemos menester más?


ABEN ABÓ.- Cuando hayamos borrado, a fuerza de honrosos combates, las señales de nuestros hierros; cuando seamos dueños de algunos palmos de tierra en que zanjar a lo menos nuestros sepulcros; cuando podamos siquiera decir que tenemos patria, los que logren sobrevivir a tan larga contienda, podrán a su salvo elegir rey..., y aun entonces no debiera ser la corona ciego don del acaso, sino premio del triunfo.


ABEN HUMEYA.- Por mi parte, Aben Abó, ni aun aspiro a ese premio; y puedo de buen grado cederle a otros... Los Aben Humeyas tienen su puesto seguro; siempre son los primeros en las batallas.


ABEN ABÓ.- Y nunca los Zegríes han sido los segundos.


ALFAQUÍ.- Templad, hijos, templad ese ardor belicoso que centellea en vuestros ojos e inflama vuestras palabras... ¡Reservadle contra nuestros contrarios! Cuando tenemos en nuestra mano la libertad o la esclavitud de nuestros hijos, la suerte de la patria, la exaltación o el vilipendio de la religión de nuestros padres, ¿pudiéramos, sin cometer el mayor crimen, escuchar la voz de las pasiones?... ¡Ah! no se trata por cierto de dar en el palacio de la Alhambra la corona de oro y pedrería que el indigno Boabdil no supo conservar sobre sus sienes; en medio de estos precipicios, amenazados por nuestros contrarios, casi en el borde del sepulcro, sólo una espada podemos dar al que elijamos hoy por nuestro supremo caudillo; no se verá a mayor altura que los demás, sino para estar más próximo al rayo.


PARTAL.- Hablad, intérprete del Profeta; prontos estamos a obedeceros.


ALGUNOS CAUDILLOS.- ¡Todos lo estamos, todos!


ALFAQUÍ.- El cielo ha hablado ya por sus pronósticos y portentos; pero aun va a manifestaros su voluntad con un signo glorioso.



(Encamínase, arrebatado de entusiasmo, hacia lo hondo de la gruta. La turba de MORISCOS, que le habrá dejado libre paso, manifiesta sorpresa y admiración en tanto que aguarda su vuelta.)


DALAY.- ¿A dónde va el venerable Alfaquí?...


XENIZ.- El fuego de la inspiración relumbraba en su frente...


PARTAL.- ¡Aguardemos, compañeros, aguardemos con silencio religioso a que nos dicte las órdenes del cielo!


ALFAQUÍ.- (Despliega a la salida de la gruta un estandarte viejo de seda carmesí, galoneado de oro y sembrado el campo de medias lunas de plata.) ¡Mirad, nietos de Muza y de Tarif; mirad!...


ABEN JUHAR.- ¡Es el estandarte del reino!


DALAY.- ¡La enseña de Alhamar!


XENIZ.- ¡Segura es la victoria!


MUCHOS MORISCOS.- ¡Ya nos salvamos!


ALFAQUÍ.- El cielo nos le ha conservado a fuerza de prodigios, cual prenda de su protección... ¡y en él está cifrada la suerte del imperio!


PARTAL.- Extended cuanto antes, extended en medio de nosotros el estandarte real de nuestros padres... A su sombra sagrada vamos a proclamar nuestro monarca... ¡Viva el ilustre nieto de los reyes de Córdoba y Granada!


TODOS LOS MORISCOS.- (Excepto ABEN ABÓ, ABEN FARAX y los de su bando, que formarán un grupo a un lado del teatro.) ¡Viva Aben Humeya!


ABEN HUMEYA.- Por favor, amigos, por favor siquiera, oídme unos instantes... Yo no tengo más que una diestra, un corazón de que disponer, y ha largo tiempo que son de mi patria; ¿qué más pudiera ofrecerle?... Pero si sólo se necesitan diestra y corazón para pelear, para reinar no bastan...


XENIZ.- (Interrumpiéndole). Ante los ojos tiene el ejemplar de sus mayores...


DALAY.- Será cual ellos nuestro libertador...


PARTAL.- Hasta su nombre será un símbolo de unión para estos pueblos, un presagio del triunfo...



(ABEN HUMEYA se muestra confuso, y parece que intenta, con su gesto y ademán, calmar el entusiasmo, de la muchedumbre.)


ALFAQUÍ.- Basta ya, amado del Profeta; basta de indecisión... Cuando el cielo dicta sus órdenes, al hombre no le toca sino cerrar los ojos y obedecer.


ABEN HUMEYA.- (Arrodillándose ante el ALFAQUÍ). Lleno de confianza me someto a su voluntad suprema... y aguardo saber de vuestro labio sus sagrados decretos.


ALFAQUÍ.- (Con tono pausado y grave.) El Dios de Ismael no te ha reservado en estos días de prueba un trono de delicias..., antes bien va a depositar en tus manos la suerte de un pueblo desventurado, cautivo, reducido a forcejear entre los brazos de la muerte... Sírvele de apoyo en la tierra... El Eterno vela en su guarda... y también es juez de los reyes.


ABEN HUMEYA.- Yo juro, ¡oh sagrado Pontífice!, a la faz del cielo y de la tierra, regir estos pueblos en paz y justicia, y derramar mi sangre en su defensa... ¡Ojalá que suban mis palabras al trono del Altísimo, y que el Dios de Ismael las acoja propicio!


ALFAQUÍ.- Escritas están ya, por su diestra omnipotente, en el libro de tu destino... Al fin de los siglos, cuando haya desaparecido el mundo, las hallarás ante tus ojos.


(Levántase ABEN HUMEYA; y después de un instante de pausa, prosigue el ALFAQUÍ en estos términos:)


A confiarte voy, en el nombre del Todopoderoso, este sacro estandarte, que ha servido para la coronación de veinte reyes, desde Alhamar hasta Muley Hazen... Nunca se ha visto humillado ante la cruz del infiel; y todavía ha de ondear en la gran mezquita de Granada.


(ABEN HUMEYA empuña el estandarte.)


Hijos míos, ved aquí vuestro rey... Que el jefe más antiguo de estas tribus le reconozca por tal, a nombre de todos.


ABEN JUHAR.- Por nuestro rey te reconocemos, ilustre nieto de los Abderramanes... (Inclínase contra el suelo, y besa la tierra en el mismo paraje en que tenía ABEN HUMEYA su pie derecho.)


CASI TODOS LOS MORISCOS.- ¡Viva Aben Humeya!


ALFAQUÍ.- Musulmanes, el curso de la luna señalaba hoy el día santo, consagrado por la ley a las abluciones y a la oración, y aun no habéis satisfecho deuda tan sagrada... Pero hallándoos ahora lejos de la vista de nuestros opresores, vuestros acentos se elevarán más puros al cielo en el silencio augusto de la noche, y los primeros instantes de vuestra libertad serán ofrecidos en holocausto a su divino Autor.



(Vuélvense todos hacia el Oriente; y así que empieza la música entonan el siguiente:)


CANTO MUSULMÁN


ALFAQUÍ
¡Al Eterno ensalzad, musulmanes!




TODO EL CORO
¡No hay más Dios sino el Dios de Ismael!




PRIMERA PARTE DEL CORO
«Dios me envía», clamaba el Profeta;
«y su labio ha dictado esta Ley.»




SEGUNDA PARTE DEL CORO
A su acento los ídolos caen,
sumergidos en sangre se ven.




PRIMERA PARTE DEL CORO
El Profeta gritó a las naciones:
«¡Dios lo manda; morid o creed!»




SEGUNDA PARTE DEL CORO
Y su diestra extermina al rebelde,
y la tierra se postra a sus pies.




ALFAQUÍ
¡Al Eterno ensalzad, musulmanes!




TODO EL CORO
¡No hay más Dios sino el Dios de Ismael!




PRIMERA PARTE DEL CORO
¡Dios es grande, y abarca el espacio;
Dios es fuerte, su rayo temed!




SEGUNDA PARTE DEL CORO
¡Dios es Dios!...



(Suena a lo lejos el toque de una campana; cesa de pronto el canto, y los moriscos se muestran pasmados y suspensos.)


ALFAQUÍ.- ¿No escucháis?... ¿No escucháis?... ¡Hijos de Ismael, los infieles os llaman para ir a idolatrar en su templo!


ABEN HUMEYA.- No; ¡es la hora de la venganza y la voz de la muerte!


TODOS LOS MORISCOS.- ¡La muerte!


ALGUNAS VOCES.- (Desde lo hondo de la cueva.) ¡La muerte!...



(Sacan todos el sable; algunos vuelven a tomar las hachas y teas encendidas.)


ABEN HUMEYA.- Corramos, amigos, corramos sin tardanza...; penetremos en la villa por mil puntos a un tiempo; entremos a hierro y fuego sus templos y moradas... ¡En el seno de sus esposas, al pie de sus altares, en el asilo de nuestras casas, por todas partes hallan la segur de la muerte!


TODOS LOS MORISCOS.- ¡La muerte!


ABEN HUMEYA.- ¡Ni perdón ni piedad; tenemos que vengar en breves instantes medio siglo de esclavitud! (Abalánzase en medio de la turba con el estandarte desplegado.) ¡A las armas, musulmanes!


TODOS LOS MORISCOS.- ¡A las armas!



(Salen de tropel, blandiendo los aceros y sacudiendo las antorchas; el ALFAQUÍ los acompaña hasta el pie de la subida, exhortándolos con la voz y el gesto.)


ALFAQUÍ.- ¡Hijos de Ismael, herid y matad! ¡El Dios de Mahoma os está mirando, y el ángel exterminador va delante!


TODOS.- ¡A las armas!



FIN DEL ACTO PRIMERO