A la luna (Zorrilla)

​A la luna​ de José Zorrilla
del tomo octavo de las Poesías.

Bendita mil veces la luz desmayada
Que avaro te presta magnífico el sol;
Bendita mil veces ¡oh luna callada!
Tu luz, que no enturbia dudoso arrebol.

En buen hora vengas, viajera nocturna,
Que el mundo en silencio visitando vas,
Esposa que viene constante a la urna
Que guarda los restos del bien que amó más.

En buen hora vengas, amante Lucina,
En pos de tu bello dormido Endimión,
Celosa asomando la faz argentina
Por ese estrellado y azul pabellón.

¡Oh! Miente quien dice que velas traidora
Cubriendo del crimen el réprobo afán,
Que aguardan inquietos tu luz bienhechora
Los que al sol fraguando delitos están.

No, no eres ¡oh, luna! la lámpara opaca
Que trémula vierte siniestra su luz
En bóveda impura do nunca se aplaca
El alma a quien prensa su losa y su cruz.

No, no eres la tea que alumbra maldita
Las manchas de sangre de regio panteón,
A cuyos reflejos soñando se agita,
Aun de ella sedienta, rabiosa visión.

No, no eres la hoguera del gran cementerio
Que guarda el del mando secreto final,
Que en esa morada de sangre y misterio
Sus ráfagas tiende la luz infernal.

No vienen contigo las voces medrosas
Que hierven y turban la sombra doquier,
No vienen contigo las nieblas odiosas
Que doblan el ruido y nos roban el ver.

No vienen contigo los vagos ensueños
Que acosan y hieren el ruin corazón,
Las torvas fantasmas de tétricos ceños
Que cruzan los aires en pos del turbión.

Tú vienes tranquila, fugaz, solitaria,
Cual blanca creencia de casta niñez,
Cual ángel que espía la triste plegaria
Que eleva al empíreo llorosa viudez.

Tú cruzas el limpio y azul firmamento,
Fanal de consuelo, de paz y de amor,
En alas de suave balsámico viento
Que arruga las aguas y mece la flor.

Y vienen contigo los sueños de plata,
Las lindas quimeras de antiguo placer,
Las sombras queridas que alegre retrata
La mente, olvidada del duelo de ayer.

Y vienen contigo las mágicas citas,
Los besos que expiran del labio al salir,
Las bellas historias de efímeras cuitas
Dichas a una reja que temen abrir.

Y vienen contigo los himnos errantes,
La seña embozada con una canción
Que, atrae a los ojos osados y amantes
Un rostro que aguarda la seña a un balcón.

Y vienen contigo las dulces memorias,
La audaz esperanza, la gloria inmortal,
Fantásticas luces que van ilusorias
Al soplo expirando de ráfaga real.

¡Ah, todo es consuelo, regalo y ventura,
Fanal misterioso delante de ti!
Suspiran las fuentes, el río murmura,
Aquí te gorjean, te arrullan allí.

Los juncos se mecen, los árboles suenan,
El bosque se puebla de sombras de paz,
Y el aire sonidos dulcísimos llenan
Que lleva invisible la brisa fugaz.

¡Luna! Cuántas veces tu luz ha alumbrado
Mi larga vigilia, mi breve ilusión;
¡Luna! Cuántas veces con ella ha sonado,
Perdida en el viento mi triste canción.

Y aún cuantas veces allá todavía
En playas remotas tal vez sonará.
Entonces ¡oh luna! la cítara mía
¿Qué oído en sus ayes o risas tendrá?

Tal vez entre el recio menudo ramaje
Que ciñe del ancho desierto el lindal,
Responda a mis voces un ave salvaje
Huyendo a lo largo del seco arenal.

Tal vez a la orilla del mar tempestuoso
Tu pálida imagen por él seguiré;
Tal vez con las ondas del mar proceloso
Mis lágrimas turbias mezclarse veré.

Y acaso mis ojos, del agua que broten
Por entre el ardiente confuso cristal,
Verán, sin que nunca sus fuentes se agoten,
Huir por los cielos tu errante fanal.

¡Luna! Si esa noche de angustia llegara,
Si huyera esquivando mi pueblo español,
¡Luna, más valiera que el sol te prestara
Un rayo que apague mi gloria y mi sol!

Mas no, clara y celeste peregrina,
Luz de los bosques, de los tristes luz,
A cuyos rayos el amor camina
E invoca al justo que murió en la cruz.

No, blanca reina de la turbia noche,
Amiga del cantar del trovador,
Tú que refrescas el modesto broche
Que a tu luz pliega la silvestre flor;

Tú me darás magníficos cantares,
Grandes como tu Dios y como tú,
Como esos que, del cielo luminares,
Orlan los pabellones de tisú.

Tú inspirarás a mi sonante lira
El fuego del profeta que lloró
El peligro de Pérgamo y Thyatira,
La rebelde impiedad de Jericó.

Tibia, modesta, fugitiva luna,
Cuya rápida y trémula ilusión
Pinta el mar y el arroyo y la laguna
En vistosa y flotante aparición;

De cuya imagen en redor tranquila,
Allá en bosques de conchas y coral,
De errantes peces multitud se apila
Que te besan tu imagen de cristal;

Tú, a quien un ángel invisible guía
Y millares de estrellas van en pos,
Tú me darás palabras de armonía
Con que cantar la gloria de tu Dios.

Lejos de mí los velos de esa Diana
Que del bosque en la obscura soledad,
En brazos de un mortal busca profana
Misterios de placer y liviandad.

Lejos de mí los cánticos impuros
De ese bello y perdido cazador
Que los valles audaz cerró seguros
Con barreras de fábulas de amor..

Yo te adoro, magnífica lumbrera,
Tan sólo por tu tibia brillantez,
Y no veo en tu espléndida carrera
Más que la mano del eterno Juez.

Surca ¡oh Luna! esos techos de topacio
Que él te señala por camino a ti,
Mientras que preso en reducido espacio,
Su voz espero cuando venga a mí.

A mí, que ingrato y prófugo poeta,
Creo en el Dios a cuyo soplo fue
Cuanto en la tierra y en la mar vegeta,
Cuanto no he visto ni jamás veré.

¡Ah! Cuando el mundo en su erial desierto
Me dé un lecho de tierra en que dormir,
Y vayan, presa del destino incierto,
Conmigo mis cantares a morir,

¡Oh Luna! si en mi túmulo no brilla
De humana gloria la extinguida luz,
Cuelga al menos tu lámpara amarilla
Sobre su rota y olvidada cruz.