A la estatua de Cervantes
- I -
Esa es su sombra…; el alma, avergonzada
Para más no volver, huyóse al cielo:
Solitaria, sombría, abandonada,
Esa fantasma se encontró en el suelo.
Si es pedestal o túmulo, se ignora;
Mas sin duda temieron que, indignado,
De la piedra en que está salte a deshora,
Según se ve de hierros circundado.
No bajará, que es noble y caballero,
Y lidió por su patria el buen poeta;
Acaso no encontrara un compañero
Al pie del pedestal que le sujeta.
Tal vez no hallara un digno castellano
Libre y valiente a quien llamar amigo,
A quien tender la cercenada mano,
A quien llevar en pos al enemigo.
Por eso eleva la tostada frente
Al firmamento azal noble y tranquila,
Y no mira por eso transparente
Apagada a la luz la ancha pupila.
Cervantes le llamaron otros días,
Yerta figura con ajeno nombre,
Como su original arrastra impías
-Horas de duelo en la mansión del hombro.
Ayer cruzaba libre e ignorado
La turba ociosa y soldadesca inquieta
Dentro de su armadura de soldado,
O envuelto en sus harapos de poeta.
Hoy en la inmoble colosal figura
Derramada la lluvia se destrenza,
Y está sombrío en pie sobre la altura,
Como sacan un reo a la vergüenza.
El pueblo ve a sus pies, negro milano
Que a la boca asomó de un hormiguero,
Y quiere el ojo comprender en vano
Cómo allí se cobija un pueblo entero.
Y siente la carroza del magnate
Rodar, y se estremece a su carrera,
Y soldados que marchan al combate
Que equipados de farsa los creyera.
Y abajo, entre los árboles perdidos,
Como sueños pasar contempla inquietas
Las sombras de políticos caídos,
Las parodias de sabios y poetas.
Y una lágrima acaso en su mejilla
Alumbra el sol bajando al Occidente,
Al contemplar su revocada villa
Sin porvenir, alegre o indolente.
Hubo un Cervantes cuando aquél vivía,
Cuando en vez de esos hierros era un hombre;
Llamáronle poeta, y poseía
Una espada y un libro con su nombre.
Su espíritu brotó con la tormenta
Y le escondió en su seno el torbellino,
El sepulcro su mano abrió violenta,
Y hoy resuena su cántico divino.
¿Por qué no le dejaron con su sueño
En el sepulcro donde en paz dormía?
¿A qué traerle con tenaz empeño
A sufrir otra vez la luz del día?
¿A qué su sombra de la tumba-alzaron
Estúpidos los hombres o altaneros?
Para ahuyentar los siglos que pasaron,
Y escarnecer los siglos venideros.
Hombre de hierro que velas
El sueño del mundo impío,
Que ves con gesto sombrío
Crímenes que no revelas;
Cuya negra frente calva
Sufre en paz el sol que arde,
La roja luz de la tarde,
La amarilla luz del alba;
¿Qué piensas del mundo, di?
Tú que le dejaste ya,
Cuya voz no se alzará,
Cuya sombra quedó aquí.
¿Qué piensas de ese magnate
Que ha perdido el sol de un día
Embriagado en una orgía
Mientras su nación combate?
¿Qué piensas tú de esos reyes
Que arrastra un frenado bruto
Entre vírgenes de luto
Huérfanas hoy por sus leyes?
¿Qué piensas, genio inmortal,
De ese pueblo soberano
Que abre paso a su tirano
Sin levantar un puñal?
Dime, coloso de hierro,
A quien condena la suerte
A sufrir desde la muerte
En tu patria tu destierro,
¿No es cierto que allá en su afán
Espera tu desconsuelo
Que te arrastre por el suelo
Un revoltoso huracán?
- II -
Tu nombre tiene el pedestal escrito
¡En extranjero idioma por fortuna!
Tal vez será tu nombre un sambenito
Que vierta infamia en tu española cuna.
¡Hora te trajo a luz desventurada!
¿Español eres?… Lo tendrán a mengua,
Cuando a tu espalda yace arrinconada
Tu cifra en signos de tu propia lengua.
¡Serás acaso un busto aparecido
Entre las ruinas de la antigua Roma,
Recuerdo que los tiempos han roído,
Que algún rico libró de la carcoma!
Maldita es tu misión sobre la tierra;
Los que mueren, sus males acabaron,
Todos sus restos su sepulcro encierra…
Los tuyos del sepulcro los robaron.
Helo allí que se levanta
Como fantasma furioso,
Que magulla con su planta
Los que a su morada santa
Van a turbar su reposo.
Porque su nombre y su gloria
Sólo al tiempo las vendió,
Para dejar su memoria
Grabada en oro en la historia,
Que escrita en el fango, no.
Que por eso en su amargura
Abortó un libro coloso,
Que a su renombre asegura
En las edades reposo.
Cuando los siglos le lean
Hará que los siglos vean
En su cubierta roída,
En caracteres gigantes
Dos genios con una vida,
Un Quijote y un Cervantes.
Y si entre la espesa bruma
De esta edad que bulle inquieta,
De hediondo mar alba espuma,
El genio de otro poeta
Despliega su blanca pluma;
Si algún bardo colosal
Levanta entro la tormenta
Su cántico celestial,
De una centuria sangrienta
Salmodiando el funeral;
Cuando el tiempo, hombre sombrío,
El orbe rompa a pedazos,
Que sostenido en tus brazos
Huya su cuchillo impío;
Y en el día de furor,
Cuando al eco atronador
De la funeral trompeta
Se junte el mando en un valle,
Mándale al mundo qué calle,
Y dile que era un poeta.
Referencias
editar- ↑ Miguel de Cervantes Saavedra (1547 - 1616)