A fuerza de arrastrarse: 27
Escena VIII
editarJOSEFINA Y PLÁCIDO.
JOSEFINA.-En fin, ya nos dejó solos, que es lo que yo quería.
PLÁCIDO.-¿Deseaba usted decirme algo?
JOSEFINA.-¿Es que yo no me intereso por usted?
PLÁCIDO.-¿De veras? ¿Lo dice usted por bondad o porque lo siente?
JOSEFINA.-¿Se figura usted que yo soy como Blanca?
PLÁCIDO.-Eso sí que no me lo figuro.
JOSEFINA.-Todos sabemos que va usted a tener un duelo muy grave; y ella, indiferente..., y yo...
PLÁCIDO.-¿Y usted...?
JOSEFINA.-Yo, por lo regular, duermo nueve horas; pues anoche no dormí más que ocho..., y soñé con el duelo.
PLÁCIDO.-¿Usted se desvela por mí? Pero ¿es posible? ¡Sería demasiada dicha!... Siente usted la necesidad de protegerme... Velando un ángel como usted por mí, no temo nada... (Acercándose y fingiendo apasionamiento.) Josefina es mi ángel tutelar!
JOSEFINA.-Esas cosas que usted dice son las que a mí me gustan.
PLÁCIDO.-Voy a sonrojarme.
JOSEFINA.-¡Sonrójese usted! El color encendido sienta bien.
PLÁCIDO.-Voy a sonrojarme más, sólo por darle gusto a usted.
JOSEFINA.-No...; está usted bien así. Está usted a punto, y me va usted a decir la verdad.
PLÁCIDO.-¡No sé mentir!
JOSEFINA.-¿A quién prefiere usted: a Blanca o a mí?
PLÁCIDO.-Mire usted que la contestación a esa pregunta es peligrosa; porque voy a decir a usted... lo que no debo decir..., ¡lo que debiera quedar para siempre abrumado por lágrimas en lo más profundo de mi corazón!
JOSEFINA.-Pues lo diré de otro modo..., y conste que estamos de broma... ¿Con quién preferiría usted casarse: con Blanca o conmigo?
PLÁCIDO.-Es una broma, pero una broma cruel.
JOSEFINA.-Conteste usted, conteste usted... Dicen que soy caprichosa, pero quiero que conteste usted..., ¡lo quiero, lo quiero!
PLÁCIDO.-¡Pero si usted no querrá nunca ser mía!... ¿Qué soy yo?
JOSEFINA.-¡Qué terco!... Usted es un hombre de talento, lo dicen todos. ¡Cómo le aplaudían a usted en el teatro! ¡Usted escribe muy bien!... Digo, el artículo en defensa de papá. ¡Y es usted valiente..., ya lo creo..., y fuerte! ¡A mí, tan poca cosa como soy, me enamora un hombre de bríos!... (Riendo y provocativa.) ¡Y, además, con la protección de papá y de don Romualdo, y de todos, será usted famoso, y será usted diputado, y culpa de usted será si no llega a ministro! ¡Pues con un ministro no tendría nada de particular que yo me casase! Me parece..., ¡no sé si será usted de la misma opinión!
PLÁCIDO.-Presentarme esas visiones divinas de felicidad para desvanecerlas con un soplo..., no es tener compasión de mí, Josefina... ¡Mi única esperanza es morir en ese duelo!...
JOSEFINA.-No se ponga usted triste, que voy a ponerme triste yo también y va a darme el ataque de nervios.
PLÁCIDO.-¡Eso, no!... ¡Que no le dé a usted!
JOSEFINA.-Lo que usted quiere es no contestar a mi pregunta, a la que antes le hice. ¡Pues ha de contestar, ha de contestar o reñimos para siempre!
PLÁCIDO.-¡Reñir con usted, no! ¡Es usted mi esperanza!..., ¡es usted mi ambición!..., ¡es usted mi presa!... (Lo dice con verdad, con pasión, brutalmente, apretándole un brazo.)
JOSEFINA.-¡Ay..., que me hace usted daño! ¡Qué fuerza tiene este hombre... y cómo le brillan los ojos! (Riendo más y más.)
PLÁCIDO.-(Separándose.) ¡Perdón, Josefina!
JOSEFINA.-No; si no me enfado; si aún podría resistir más.
PLÁCIDO.-No supe lo que hice.
JOSEFINA.-Mejor. Es como salen mejor las cosas: cuando no se piensa en ellas. ¿De modo que yo sería la preferida?
PLÁCIDO.-Sí.
JOSEFINA.-(Riendo.) ¡Pobre Blanca!
PLÁCIDO.-¡Pobre Blanca!
JOSEFINA.-No le tenga usted lástima. Ella no se parece a nosotros.
PLÁCIDO.-No se parece.
JOSEFINA.-Ella será feliz de otro modo... Allá en el pueblo... vivirá a su gusto. Si se casase usted con Blanca y se fueran ustedes a Retamosa del Valle..., ¡qué vida..., qué aburrimiento! Yo he pasado en el pueblo una temporada, y creí morirme. Irían ustedes los días de fiesta a alguna de aquellas romerías tan ordinarias... ¿no las recuerda usted, Plácido? ¡Qué mozas y qué mozos, y qué amoríos!
PLÁCIDO.-¡Si las recuerdo!...
JOSEFINA.-Se pone usted triste..., lo comprendo.
PLÁCIDO.-¡Si las recuerdo!...
JOSEFINA.-Pues olvídelas. En cambio, si eso que suponíamos antes... se realizase... Vamos, si nos casáramos..., iríamos a París, a Londres, a Berlín... ¡Qué palacios..., qué trenes..., qué fiestas!... ¡Cómo me envidiarían las mujeres! Ir del brazo de usted, de un hombre de talento y de fama, que ha sido ministro y que es muy rico, debe de dar mucha envidia. ¡Dirán que soy muy mala, pero dar mucha envidia me calma los nervios lo que usted puede figurarse!
PLÁCIDO.-¡Pero eso es un sueño!
JOSEFINA.-¿Quién sabe?... Acaso de usted depende que no lo sea.
PLÁCIDO.-¿Qué he de hacer? Estoy dispuesto a todo.
JOSEFINA.-En primer lugar, no dejarse matar por ese matón.
PLÁCIDO.-¿Por Claudio? (Riendo.) Eso corre de mi cuenta. ¡Claudio no me mata!... ¡Le digo a usted, Josefina, que no me mata!
JOSEFINA.-¡Es usted un valiente!... Eso me gusta. ¡Está usted tan sereno como si se preparase para ir al teatro!
PLÁCIDO.-Lo mismo. Si pudiera usted poner la mano sobre mi corazón, se convencería usted de que late tranquila y reposadamente.
JOSEFINA.-(Con malicia.) ¿Conque su corazón de usted está tranquilo? ¿Aun después de haber estado hablando conmigo tanto tiempo?
PLÁCIDO.-¡Cómo juega usted conmigo! ¡Sea usted compasiva: me declaro vencido!
JOSEFINA.-No sé..., no sé...
PLÁCIDO.-Tiéndame usted su mano misericordiosa.
JOSEFINA.-(Empezando a tender la mano.) ¿Y si se queda usted con ella?
PLÁCIDO.-Corra usted ese riesgo por mí. ¿O es usted más cobarde que yo?
JOSEFINA.-¿Cobarde?... ¡No!... (Le da la mano; él se apodera de ella con fingida pasión y la besa.) Eso no es valentía, sino atrevimiento.
PLÁCIDO.-¡Es locura, es delirio!... ¡Josefina!... (Se ve venir lentamente a TOMÁS.)
JOSEFINA.-¡Tomás!... (Soltando la mano.) ¡Qué rabia!..., ¡qué pesado!..., ¡qué inoportuno!
PLÁCIDO.-¡Si no fuera porque usted le quiere mucho..., ya le trataría como se merece!
JOSEFINA.-Trátele usted como quiera. ¡Es inaguantable!
PLÁCIDO.-¿Usted me autoriza?
JOSEFINA.-Plenamente; ya no le puedo sufrir.
PLÁCIDO.-Ahora verá usted. (Aparte.) ¡Gracias a Dios! ¡Empieza mi desquite!