A fuerza de arrastrarse: 23


Escena IV

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PLÁCIDO, BLANCA Y JAVIER. Pausa. Se miran unos a otros.



JAVIER.-Como dicen todos que estás en peligro de muerte, venimos a despedirte.

PLÁCIDO.-¿También tú? Blanca te ha convencido, según parece.

JAVIER.-Pensé que los tres íbamos a una. Que en esta lucha prosaica, vulgar, rastrera, pero en el fondo trágica, todos teníamos la obligación y el compromiso de ayudarnos.

BLANCA.-¿Trágica?... Asainetada, diría yo.

PLÁCIDO.-Os dije al salir de nuestro pueblo que venía «resuelto a subir», bien a bien o mal a mal. Por la fuerza o por la astucia. ¿No queréis acompañarme? Cada cual por su camino.

JAVIER.-Francamente, el tuyo me repugna.

BLANCA.-Ni él ni yo servimos para histriones.

PLÁCIDO.-Esa ventaja os llevo: tengo un talento más.

BLANCA.-¿Y te sientes orgulloso?

PLÁCIDO.-Hoy, no; cuando venza, sí; me sentiré orgulloso.

BLANCA.-Y dime: ¿qué tendría que hacer un hombre para que tú te sintieras con el derecho de despreciarle?

PLÁCIDO.-Ser más torpe que yo.

BLANCA.-¿Y nada más?

PLÁCIDO.-Nada más.

JAVIER.-¿Y no crees tú que si los demás estuvieran en el secreto, como Blanca y yo, tendrían derecho para arrojarte al rostro el nombre de farsante?

PLÁCIDO.-¡Qué cándidos sois! ¿Creéis que soy el único ejemplar de mi clase en la comedia humana? ¿Imagináis que no se representan en el mundo miles y miles de farsas más repugnantes, más infames, más grotescas que esta farsa que yo represento?¡Quizá menos artificiosas, porque eso ha dependido de las circunstancias; pero en el fondo, de la misma familia que la mía: farsa y farsa! ¿Cuántos hombres mienten, cuántos hombres fingen, cuántos adulan, cuántos se arrastran? ¡Contadlos si podéis! ¡Lo que hay es que vosotros veis el artificio por dentro y en el mundo se ve por fuera y parece natural! ¡Ah! Si en el teatro social viviéramos todos entre bastidores, ¡cómo nos despreciaríamos los unos a los otros!

BLANCA.-¡No todos los hombres son como tú!

PLÁCIDO.-Es cierto; muchos son más torpes, cometen acciones parecidas a las mías, pero no ajustadas a un plan. Yo, como no soy torpe, y tengo energías, y sé adónde voy, y no vacilo, ¡estudio y preparo mi papel! Ellos, ¡los pobres diablos!, improvisan a diario, y a veces se equivocan y los conocen, y entonces los silban. ¡Ah! Las equivocaciones ni en el escenario ni en el mundo se toleran.

BLANCA.-Pues aunque unos sean listos y otros torpes, yo te repito, Plácido, que no todos son como tú, porque entonces habría que huir de la sociedad.

PLÁCIDO.-Lo confieso, puesto que entre la muchedumbre de los seres humanos estáis vosotros, que no sois como yo. Tú, Blanca, eres un ser excepcional. (Con respeto y tristeza.) Pero la generalidad de los humanos no puede ser perfecta.

BLANCA.-¡Pero todos pueden ser honrados!

PLÁCIDO.-Sí; la honradez es la mercancía más barata: está al alcance de cualquier imbécil.

BLANCA.-¿Y esa adulación constante, rastrera, que te está manchando, Plácido?

PLÁCIDO.-¡La adulación es el arma más poderosa y el arma más universal! Adula el que requiere de amores a la mujer a quien no ama, y aunque la ame; adula el que va a pedir un favor, y la Humanidad se pasa la vida pidiendo favores; adula el humilde al poderoso y el cortesano al monarca; y los emperadores adulan a sus pueblos; y los generales a sus soldados para que se dejen matar; ¡y cuántos que alardean de piadosos adulan, impíos, a su Dios para que les conceda un rinconcito del cielo! ¡Ay! ¡Si Dios no tuviera cielos que repartir, cuántos beatos menos habría!

BLANCA.-¡Eso, no; no calumnies el alma humana; emborrona la tuya, no las demás!

PLÁCIDO.-Me hacéis perder fuerzas con vuestras impertinencias morales...

BLANCA.-(Con cariño.) ¡Olvida tus ambiciones, que no son buenas, Plácido!

PLÁCIDO.-¡No exageremos! Mis mentiras y adulaciones, ¿qué daño causan? Decidme, si podéis, ¿a quién hago daño?

BLANCA.-A ti.

PLÁCIDO.-¿Cómo, si voy subiendo?

BLANCA.-Degradándote.

PLÁCIDO.-No lo veo tan claro.

BLANCA.-Esa es tu perdición, que no lo ves claro.

JAVIER.-¿De modo que no logramos convencerte?

PLÁCIDO.-No.

JAVIER.-¿Y seguirás tu camino?

PLÁCIDO.-Seguiré.

BLANCA.-¿Nada somos para ti, nada, Plácido?

PLÁCIDO.-¡Unos benditos de Dios! Pero atended. Para toda esa gente, yo soy el bueno, el simpático, el honrado, el leal. Y vosotros, ¿sabéis lo que sois vosotros? ¡Los envidiosos, los traidores, los egoístas! Hace poco me lo decía el marqués con profunda indignación. Esa es la justicia del mundo, y ahora, ¡sacrificaos por esa gente! Aunque no sea más que por vengaros, he de escarnecerlos.

BLANCA.-¿Nada somos para ti, nada, Plácido?

PLÁCIDO.-¡Qué queréis..., hay algo superior a la voluntad!

BLANCA.-Sí; hay algo..., y ésa era mi última esperanza; pero ya no la tengo.

PLÁCIDO.-¿Y qué era?

BLANCA.-Si tú no lo sabes, yo no lo digo.

PLÁCIDO.-Calla..., creo que viene alguien.

BLANCA.-No temas; no iba a decir nada.