A fuerza de arrastrarse: 10


Escena III editar

MARQUÉS; después, DON ROMUALDO.


MARQUÉS.-Gracias a Dios que me dejan solo. Buen día me han dado entre todos. En seguida me quedo yo en esta casa solo con Josefina. ¡Como su madre..., que en paz descanse!

CRIADO.-Don Romualdo Pedrosa.

MARQUÉS.-Que pase, que pase. (El CRIADO sale.) Ese me alegro que venga; es buen amigo y de buen consejo. (Entra DON ROMUALDO.) Querido Romualdo. ¡Cuánto tiempo por esos mundos de Dios!

DON ROMUALDO.-Querido marqués... Te encuentro nervioso.

MARQUÉS.-Me encuentras loco. Yo sostengo siempre en mis discursos que la religión, la propiedad y la familia son los tres fundamentos de la sociedad... De la religión no hablemos. La propiedad es cimiento muy sólido.

DON ROMUALDO.-Sobre todo la tuya.

MARQUÉS.-Pero respecto a la familia, ya es otra cosa. Yo no tengo más que una hija... y no puedo vivir. Hombre, ¿quieres casarte con ella?... Perdona, no recordaba que eres casado. Es lástima; le doy toda la legítima de su madre...

DON ROMUALDO.-Pues no le faltarán novios. ¿Y ése era el motivo?...

MARQUÉS.-No; el motivo principal del estado en que me encuentras es otro. Ya sabes cuál.

DON ROMUALDO.-Supongo que será el artículo que publicó contra ti el periódico El Batallador.

MARQUÉS.-Justamente. Ese asunto se complica y ha de darme muchos disgustos; ya me los da.

DON ROMUALDO.-El artículo era fuerte.

MARQUÉS.-¡Era horrible! ¡Era infame! A un hombre como yo no se le trata así. Dice que soy un farsante, un imbécil.

DON ROMUALDO.-¿Y tú crees que eso produce efecto en Madrid?

MARQUÉS.-Ya sé que no. Todo el mundo me conoce. Pero me ataca en mi honra, mancha el origen de mi fortuna, ¡como si fuera un crimen ser rico! Señor, si el que gana un duro es honrado, el que gana cincuenta mil duros debe ser cincuenta mil veces más honrado, o yo no sé aritmética.

DON ROMUALDO.-¡Indiscutible!

MARQUÉS.-Pero, es que no respetan ni mi hogar doméstico, ni mi familia.

DON ROMUALDO.-(Riendo.) Antes no lo respetabas mucho.

MARQUÉS.-Esos eran desahogos del hogar doméstico.

DON ROMUALDO.-¿Y qué vas a hacer?

MARQUÉS.-Yo creí desde el primer momento que la cuestión era muy grave. ¡Que ciertos insultos no se borran más que con sangre!

DON ROMUALDO.-(Dándole la mano.) ¡Muy bien! Eso creen todos tus amigos; el partido en masa.

MARQUÉS.-Y se lo dije al director del periódico. ¡Usted tiene que batirse! ¡Así, con energía! ¡Con mucha energía!

DON ROMUALDO.-¿Y qué te dijo?

MARQUÉS.-Que estaba dispuesto. Pero luego, los redactores y algunos de mis amigos, ¡buenos amigos!, argumentaron que el ataque no era al periódico, ni al director, ni a la redacción; que era un ataque directo y personal contra mí. Y que yo era el que debía provocar el lance.

DON ROMUALDO.-Ya. Y tú...

MARQUÉS.-Yo..., ya me conoces. Soy un hombre de corazón; sé afrontar los peligros..., pero no estoy solo en el mundo; ¿y mi familia?, ¿y mi hija?, ¿y la hija de mi alma? ¡Si sabe que voy a ese duelo se muere! ¡Y yo por nada en este mundo, ni por la honra, me resigno a ser parricida!

DON ROMUALDO.-Es verdad. Pero ¿cómo te explicas tú ese artículo?

MARQUÉS.-No sé. Si no conozco al autor, y eso que firma con todas sus letras: Claudio Maltraña. Dicen que es de Retamosa del Valle.

DON ROMUALDO.-Entonces son odios de localidad.

MARQUÉS.-Pero si yo no recuerdo haberle ofendido nunca.

DON ROMUALDO.-¿Y no hay más?

MARQUÉS.-Hay otra complicación gravísima. ¿No has leído mi periódico?

DON ROMUALDO.-Sabes que he estado fuera dos meses: hay que cuidar los distritos.

MARQUÉS.-Bueno, pues oye. Se recibió en el periódico un artículo anónimo, de uno de mis admiradores, sin duda alguna, contestando al artículo de El Batallador. ¡Un artículo admirable! ¡Qué estilo, qué energía, qué lógica y, sobre todo, qué manera tan noble de hacerme justicia! Claro..., se publicó. Y ahora resulta que ese señor don Claudio se da por ofendido, porque dice que en el artículo se le insulta: ¡la verdad es que se le pulveriza! Y la emprende conmigo, asegurando que yo soy el autor del artículo... Algo hay en él de mi estilo vigoroso y correcto, es cierto; pero no es mío, te aseguro que no es mío.

DON ROMUALDO.-Entonces...

MARQUÉS.-¡El otro no se da por satisfecho; que le diga el nombre del autor o que responda yo en el terreno! Nada, que todo el mundo se ha empeñado en que he de batirme. ¿Comprendes tú esto?

DON ROMUALDO.-¡Qué demonio! El caso para ti es muy apurado.

MARQUÉS.-¡Si es apurado!... Estoy esperando sus padrinos y tengo que nombrar los míos... ¿Cuento contigo?

DON ROMUALDO.-Como siempre.

MARQUÉS.-He avisado también a don Anselmo Ventosa, el primer crítico literario de mi periódico; diputado, hombre de mucha respetabilidad y de mucho aplomo.

DON ROMUALDO.-Buena elección.

MARQUÉS.-Pues a vosotros me encomiendo. ¡La honra sobre todo..., pero sin que la dignidad degenere en provocación..., ni el valor en temeridad. Soy un hombre serio, no soy matón de oficio. (Se ve que tiene mucho miedo.)

DON ROMUALDO.-¡Pierde cuidado! Sobre todo, tu honor; tú lo has dicho.

MARQUÉS.-Justo; pero sin exageraciones impropias de mi carácter.

DON ROMUALDO.-Te conozco bien.

MARQUÉS.-Espera..., alguien ha entrado en mi despacho. (Se va a la puerta.) Son ellos..., deben de ser ellos. (Vuelve y vacila; se apoya en una butaca.)

DON ROMUALDO.-(Acudiendo a él.) ¿Qué tienes?

MARQUÉS.-(Fingiendo fiereza.) Nada..., he tropezado...; el coraje que me domina..., y estoy un poco nervioso. A veces no puedo contenerme.