A fuerza de arrastrarse: 08
Acto primero
editarSalón muy lujoso. Puertas laterales y puertas al fondo. Es de día.
Escena primera
editarDON CIPRIANO (Marqués de Retamosa del Valle) y JOSEFINA (su hija). JOSEFINA es como se la ha descrito en el prólogo; el Marqués tiene aires de gran personaje; vanidoso y vacío; su edad, unos cuarenta y cinco o cincuenta años. El Marqués aparece sentado; está preocupado e inquieto. Su hija, en pie, muy nerviosa y como un gato.
JOSEFINA.-¿Qué tienes, papá? Estás inquieto; no me atiendes.
MARQUÉS.-Hija, tengo muchas cosas en qué pensar y muy serias: la política, el periódico..., disgustos y cavilaciones.
JOSEFINA.-Para un hombre superior como tú, ¿qué es todo eso?
MARQUÉS.-Bueno, se puede ser superior y tomar muy a pecho cosas inferiores.
JOSEFINA.-¿Y no puedes atender a tu hija ni un momento?
MARQUÉS.-Vamos, di lo que quieras; ya te oigo.
JOSEFINA.-Que yo también tengo disgustos; que yo no puedo vivir así; que, como tú sabes, estoy muy delicada, que sufro mucho de los nervios y que entre todos me van a matar... Luego, mucho afligirse: «¡Pobre Josefina! ¡Pobre Josefina!...» ¡Pero Josefina ya se murió!
MARQUÉS.-Antes moriré yo.
JOSEFINA.-Eso sería lo regular... Es decir, lo sentiría mucho... Pero ya verás como no sucede.
MARQUÉS.-Vamos a ver qué te pasa; dilo de una vez.
JOSEFINA.-¡Que Blanca tiene un carácter imposible! ¡Que se goza en hacerme daño! ¡Que es una ingrata!
MARQUÉS.-Tú tienes la culpa. Tú te empeñaste en que los protegiese a ella y a su hermano, en que ella se quedase a vivir contigo. Él parece un buen chico: dócil, agradecido y respetuoso... Blanca..., no sé. Guapa, es muy guapa, no cabe duda.
JOSEFINA.-¡Eso es! Porque es guapa, o porque os figuráis que es guapa, ella ha de ser aquí la reina y yo la esclava.
MARQUÉS.-¡Pero Josefina!
JOSEFINA.-Y yo no sé qué hermosura encontráis en Blanca. A mí me parece muy basta y muy ordinaria.
MARQUÉS.-¡Y qué! ¿Qué es lo que hace?
JOSEFINA.-Contrariarme en todo. No servirme en nada. Basta que le mande una cosa para que no la haga y para que tome aires de princesa agraviada. ¿Pues qué se ha figurado que es en esta casa?
MARQUÉS.-Mal hecho.
JOSEFINA.-Ya lo creo. Mira, papaíto, es un picotear constante. Estoy dándole un encargo a Plácido, ese escribiente que has tomado hace poco...
MARQUÉS.-Por recomendación de Blanca y de su hermano y por empeño tuyo.
JOSEFINA.-¿Mío?
MARQUÉS.-Sí; te lo presentó Javier y quedaste encantada.
JOSEFINA.-Porque es muy fino; ya se conoce que ha recibido una gran educación. ¡Y muy obsequioso, y muy servicial, y muy simpático!
MARQUÉS.-Es verdad; el mejor de todos ellos, el más agradecido y el que sabe el puesto que debe ocupar.
JOSEFINA.-Bueno; pero si de Plácido no me quejo. Me quejo de Blanca. Decía que estoy dándole un encargo a Plácido, y llega Blanca, siempre llega a punto, y para contrariarme le echa con cualquier pretexto; que le llamas tú o que hace falta... En fin, cualquier mentira.
MARQUÉS.-Eso no me parece que tiene importancia. ¿Quieres concluir, hija? Que yo también tengo mis ocupaciones.
JOSEFINA.-¿Ves tú Tomás? El criado de confianza de la casa, que casi no es criado, es el que más me mima...; me mimó desde que tenía doce años. Pues desde que vino Blanca, me atiende menos; y eso que ella le trata con un despego...; es muy orgullosa.
MARQUÉS.-(Con impaciencia.) ¿Hay más?
JOSEFINA.-Tú mismo, mi padre, el que debía protegerme, siempre le das la razón a esa mujer.
MARQUÉS.-(Cada vez más impaciente.) Pero ¿cuándo?
JOSEFINA.-Ayer mismo. Yo escogí una tela para mi vestido de baile, Blanca me escogió otra, y tú, tú, ¡mi padre!, le diste a ella la razón. Todo para humillarme. Te lo digo muy seriamente. Que se quede aquí Blanca y mándame a un convento. O que me lleve Tomás a Retamosa. Blanca, en tu palacio; tu hija, en la aldea.
MARQUÉS.-¿Quieres dejarme en paz?
JOSEFINA.-¡Qué desdichada soy!
MARQUÉS.-(Colérico.) ¿Qué quieres que haga? ¿Que eche a Blanca? Ahora mismo.
JOSEFINA.-¡Eso, no! ¡De ningún modo! Sin ella me aburriría mortalmente.
MARQUÉS.-¿Pues qué?
JOSEFINA.-Que la llames y delante de mí la riñas.
MARQUÉS.-¿Y me dejarás tranquilo?
JOSEFINA.-Sí; pero has de reñirla fuerte, ¡hasta que llore!
MARQUÉS.-Ahora, verás. (Toca un timbre y aparece un CRIADO.) Que venga al momento la señorita Blanca. (Sale el CRIADO.)
JOSEFINA.-¡Buen principio! ¡La señorita Blanca! Señorita... La llamas como pudieras llamarme a mí.
MARQUÉS.-(Fuera de sí.) ¿Qué quieres? ¿Que mande a los criados que la traigan arrastrando?
JOSEFINA.-Con decir: «Que venga Blanca», era bastante. Cada cual en su sitio.
MARQUÉS.-Si cada cual estuviera en su sitio, estarías en tu cuarto y me dejarías en paz. ¡Como si no tuviera yo en qué pensar! ¡Que criatura más insoportable!
JOSEFINA.-¡Ay Dios mío!... ¡Dios, mío, cómo me tratas! ¡Y por ella..., por ella! (Rompe a llorar con rabieta de niña mal educada.)