A María (del Campo)
«Con el sudor de tu rostro comerás el pan.»
El alma de tu madre cariñosa,
De sus carnales lazos desprendida,
Se elevó á la rejion desconocida
En que mora el Eterno.
Bañadas tus mejillas por el llanto,
Faz á faz con el mundo te encontraste,
Tú, que siempre al calor te cobijaste
Del regazo materno.
La faz torva del mundo no te aterra:
La virtud hace al corazon valiente,
Y tú tienes la fuerza suficiente
Que las virtudes dan.
En tu horfandad y tu pobreza dices:—
—¡Mientras la mano de mi Dios me asista,
Yo ganaré la tela que me vista,
Yo ganaré mi pan!
¡Oh! bendice á ese Dios, pobre María,
Que dirije tu noble pensamiento:
El es quien tan honrado sentimiento
Pone en tu corazon,
Desde el sólio de nubes en que sienta
Ese Dios mismo su eternal grandeza,
Hará, niña, que baje á tu cabeza.
Su gracia y bendicion.
¿De qué sirve esa inquieta mariposa
Que al sol ostenta sus variadas galas
Y que el polvo dorado de sus alas
Coqueta hace brillar?
Sé tú en el mundo, mi querida amiga,
No esa inútil, pintada mariposa,
Sinó la abeja noble y laboriosa
Que sabe trabajar.
La palabra de Dios es el trabajo,
Y cuando empleó su voluntad sagrada
En levantar los mundos de la nada,
El trabajó tambien.
De ese Dios el trabajo es un decreto
Que en esta frase bíblica se encierra:—
—Cultivarás con tu sudor la tierra;
Adan, deja el Eden.
Tambien soy pobre y al trabajo pido
EI pedazo de pan de cada dia;
Y en medio del trabajo alzo, María,
Alegre mi cancion.
Trabaja tú tambien:—deja, mi amiga,
A la borrasca mundanal que ruja,
Y al compás de esa máquina y su aguja,
Cante tu corazon.