Aún otra amarga gota en el mar sin orillas
Aún otra amarga gota en el mar sin orillas,
Donde lo grande pasa de prisa y lo pequeño
Desaparece o se hunde, como piedra arrojada
De las aguas profundas del estancado légamo.
Vicio, pasión, o acaso enfermedad del alma,
Débil a caer vuelve siempre en la tentación.
Y escribe como escriben las olas en la arena,
El viento en la laguna y en la neblina el sol.
Mas nunca nos asombra que trine o cante el ave,
Ni que eterna repita sus murmullos el agua;
Canta, pues, ¡oh poeta!, canta, que no eres menos
Que el ave y el arroyo que en ondas se desata.
En incesante encarnizada lucha,
En pugilato eterno,
Unos tras otros al palenque vienen
Para luchar, seguidos del estruendo
De los aplausos prodigados siempre
De un modo igual a todos.
Todos genios
Sublimes e inmortales se proclaman
Sin rubor; mas bien presto
Al ruido de la efímera victoria
Se sucede el silencio
Sepulcral del olvido, y juntos todos,
Los grandes, los medianos, los pequeños,
Cual en tumba común, perdidos quedan
Sin que nadie se acuerde que existieron.
Glorias hay que deslumbran, cual deslumbra
El vivo resplandor de los relámpagos,
Y que como él se apagan en la sombra,
Sin dejar de su luz huella ni rastro.
Yo prefiero de ese brillo de un instante
La triste soledad donde batallo,
Y adonde nunca a perturbar mi espíritu
Llega el vano rumor de los aplausos.
¡Oh gloria!, deidad vana cual todas las deidades,
Que en el orgullo humano tienen altar y asiento,
Jamás te rendí culto, jamás mi frente altiva
Se inclinó de tu trono ante el dosel soberbio.
En el dintel obscuro de mi pobre morada.
No espero que detengas el breve alado pie;
Porque jamás mi alma te persiguió en sus sueños,
Ni de tu amor voluble quiso gustar la miel.
¡Cuántos te han alcanzado que no te merecían!
Y ¡cuántos cuyo nombre debiste hacer eterno,
En brazos del olvido más triste y más profundo
Perdidos para siempre duermen el postrer sueño!