XVIII

Mediano rato empleó el clérigo en dar fuego al cigarrito, en chuparlo, en soplar la ceniza... Después, sin mirar a su amigo, empezó a exponer ampliamente su pensamiento con estas palabras:

«La verdad más grande que se ha dicho en el mundo es esta: Nihil novum sub sole. Nada hay nuevo debajo del sol. Por donde se expresa que ninguna aberración humana deja de tener su precedente. El hombre es siempre el mismo y no hay más pecados hoy que ayer. La perversidad tiene poca inventiva, hijo, y si tuviéramos a mano el libro de entradas del Infierno, nos aburriríamos de leerlo; tan monótono es. Quien como yo ha estado barajando por tantos años conciencias de criminales y extraviados no se asusta de nada. Y dicho esto, vamos al remedio.

»Dos males veo en ti: el pecado enorme y la enfermedad del ánimo que has contraído por él. El uno daña la conciencia, el otro la salud. A entrambos hay que atacar con medicina fuerte y sencilla. Sí, Perico, sí (voz alta y robusta) es indispensable cortar por lo sano, buscar el daño en su raíz, y ¡zas!... echarlo fuera. Si no, estás perdido. ¿Que esto te dará un gran dolor?... (voz aflautada y blanda). Pues no hay más remedio que sufrirlo. Luego vendrán los días a cicatrizarte, los días, sí, que pasarán uno tras otro sus dedos suaves y amorosos, y cada uno te quitará un poco de dolor, hasta que se te cierre la herida. Si tienes miedo y en vez de cortar por lo sano quieres curarte con cataplasmas, el mal te vencerá, llegarás a convertirte en una bestia, y serás el escándalo de la sociedad y de nuestra clase.

»Porque mira tú (voz insinuante), esas cosas, si bien se las mira, son niñerías para el que tenga un poco de fuerza de voluntad y aprenda a dominarse. Sucumbir a una borrasca de esas es vergonzoso para cualquiera, y más aún para quien lleva encima siete varas de merino negro. Y no hay aquello de decir (voz alta y estrepitosa), llevándose las manos a la cabeza: '¡Dios mío, qué desgraciado soy! ¡Cómo erré la vocación!...'. Pues haberlo pensado antes, porque harto se sabe (voz muy familiar) que en este nuestro estado no hay que pensar en boberías. ¡A dónde iríamos a parar si el Sacramento se pudiera romper cuando se le antoja a un boquirrubio, y volver al mundo y dale con hoy digo misa y mañana me caso!... Nada, nada; al que le toca la china se tiene que aguantar. Es lo mismo que cuando se pone a clamar al cielo uno que se ha casado mal: 'Pues amigo, qué quiere usted... hubiéralo pensado antes...'. ¿Y los que después de elegir una profesión encuentran que no les va bien en ella? El mundo está lleno de equivocaciones. Pues si acertáramos siempre, seríamos ángeles. Lo que yo digo; al que le toca la china (voz sumamente pedestre y familiar), no tiene más remedio que rascarse y aguantar. Con que amigo, fastidiarse, resignarse, y volverse a fastidiar y a resignar».

Dijo esto enfáticamente, acompañando el gesto a la palabra. Después, inspirándose con otro par de chupadas, prosiguió su sermón:

«Aquí estamos dos amigos uno frente a otro. Hablemos de hombre a hombre primero. Hay cosas que parecen dificilillas y peliagudas cuando no se las mira de cerca, hay sacrificios que parecen imposibles cuando no se prueba a hacerlos. Pero cuando una voluntad resuelta apechuga con ellos se ve que no son un arco de iglesia. Amigo (voz terrible), batallas más bravas y espantosas que las que te aconsejo han ganado otros. ¿Y cómo? Con paciencia, nada más que con paciencia. Esta virtud se cultiva, como todas, con auxilio de la fe y de la razón. Y tú puedes volver sobre ti mismo y decir: 'Pues hombre, yo estoy faltando, pero faltando gravemente. Yo tengo que mirar por mi decoro, por mi salud, por mi salvación; yo no soy un chiquillo'. Créeme, una vez que hagas propósito de vencerte, llamando en tu auxilio a Dios y ayudándote de tu entendimiento, empezarás a sentir fuerzas para la gran obra y esas fuerzas crecerán como la espuma. En eso, como en lo contrario, hijito, todo es empezar. Luego que digas 'esto se acabó' (voz formidable), si lo dices con propósito valiente, verás cómo cada día te nace en el alma una nueva ligadura con que atarte, y vas poco a poco sujetando las innúmeras extremidades de la bestia que te patalea en las entrañas. Y no te digo que te des disciplinazos ni que te abras las carnes, no. Esto es bobería. Confíate a la fe, a la voluntad y al tiempo.

»¡Ah!, ¡el tiempo! (voz patética.) ¡No sabes bien los milagros que hace este caballerito! Y con los que coge talludos como tú, hace mejores y más radicales curas. Porque no vengas echándotelas de pollo (voz festiva...) No tienes canas; pero el día menos pensado te llenas de ellas, y vendrá este achaque, luego el otro; hoy se cae un diente, mañana la mitad del pelo; que hoy el reuma, que mañana el estómago... Y estas, amiguito, son las farmacias que usa el gran médico. Las enfermedades del cuerpo son las medicinas de los males de la mocedad en el espíritu. Te lo dice quien ha visto mucho mundo y chubascos más grandes que el tuyo y trapisondas más horrorosas. Resumiendo mi consejo, amigo Perico, oye mi receta: Primero cortar por lo sano, sacrificio completo, extirpación de la maleza en su origen; después horas, días, meses, el agua tibia del tiempo, amigo querido. Cuando pasen algunos años, todo habrá terminado, y te encontrarás con que ha caído sobre tu cabeza la bendición de Dios, esta lluvia blanca, esta nevada que todo lo tapa, emblema del olvido y de la paz».

Polo, sin decir cosa alguna, extendió sus miradas por la venerable cabeza de Nones, blanquísima y pura como el vellón del cordero de la Pascua.

«Y ya que hemos hablado de hombre a hombre -prosiguió el cura en tono más severo-, voy a despacharme a mi gusto como sacerdote. Pero antes de entrar en ello, hazme el favor de decir a esa tarasca de Celedonia que traiga una copita de vino: eso es, si la tienes, que si no, venga de agua para refrescar las predicaderas».

Traído el vino, D. Juan Manuel se fortificó con él los espíritus para seguir su plática:

«El papel ignominioso que haces ante el mundo, pues los curas te despreciarán por perdido, y los perdidos por cura; el atentado contra tu salud y los demás perjuicios temporales son bobería en comparación de la ofensa que haces a Dios, a quien has querido engañar como a un chino... permite este modo vulgar de expresarme. Estás en pecado mortal, y si ahora te murieras, te irías al Infierno tan derechito como ha entrado en mi estomago este vino que acabo de beber. En eso sí que no hay escape, hijo; en eso sí que no hay tus-tus; en eso sí que no hay quita y pon. Es solución redonda, terminante, brutal. Demasiado lo comprendes. Pues bien, desgraciado Periquillo (voz afectuosa.); hablándote como amigo, como sacerdote, como ex-cazador, como extremeño, como lo que gustes, te pregunto: '¿Quieres salvarte de la deshonra, de la muerte y de las llamas eternas?'».

-Sí.

-¿Respondes con sinceridad?

-Sí.

-Pues si quieres curarte y salvarte, lo primero que tienes que hacer es ponerte a mi disposición, abdicar tu voluntad en la mía y hacer puntualmente todo lo que yo te mande.

-Estoy conforme.

-Bueno. Pues vas a empezar por salir de Madrid. Mi sobrino político, el marido de Felisa, la mayor de mis sobrinas, ha comprado una gran dehesa en la provincia de Toledo, entre el Castañar y Menasalvas. Allí está él; quiere que yo vaya, pero mis huesos no están ya para traqueteos. Tú eres el que vas a empaquetarte para allá, antes hoy que mañana. Te mando, como primer remedio, al yermo; ¡pero qué yermo delicioso! Hay sembradura, ganado, un poco de viña, y para que nada falte, hay también un monte que ahora están descuajando en parte. Tú les ayudarás, porque el manejo del hacha es la mejor receta contra melindres que se podría inventar. En esa finca, en ese paraíso te estarás hasta que yo te mande. Y cuidadito con las escapadas (voz familiar y expresiva; admonición con el dedo índice); cuidadito con las epístolas. Debes hacer cuenta de que la tal persona no existe, de que se la ha llevado Dios... Y no te mando que estés allí mano sobre mano mirando a las estrellas, que holganza y pecado son dos palabras que expresan una misma idea. Harás toda la penitencia que puedas, y fíjate bien en el plan de mortificaciones que te impongo: levantarte muy temprano, y cazar todo lo que encuentres andar de Ceca en Meca por llanos, breñas y matorrales; comer cuanto puedas, mientras más magras mejor; beber buen vino de Yepes; ayudar a Suárez en sus tareas; tomar el arado cuando sea menester o bien la azada y el hacha; llevar el ganado al monte y cargar un haz o leña si es preciso; en fin, trabajar, alimentarte, fortalecer ese corpachón desmedrado. Quiero que empieces por ponerte en estado salvaje; y si sigues mi plan, serás tal que al poco tiempo de estar allí, si te varean, soltarás bellotas... Desde que logres esta felicidad, serás otro hombre, y si no se te quitan todas esas murrias del espíritu, me dejo cortar la mano. Cuando pase cierto tiempo, iré a verte o me escribirás diciéndome cómo te encuentras. Te someteré a un examen, y si estás bien limpio de calentura, se te devolverán las licencias, y con ellas... (voz muy cariñosa). Aquí viene la segunda parte de mi plan curativo. Atención. Mientras tú estás allá... civilizándote, yo en Madrid me ocupo de ti, y te consigo por mediación de D. Ramón Pez, mi amigo, un curato de Filipinas...

D. Pedro hizo un movimiento de sorpresa, de sobresalto.

«Qué... ¿te encabritas? Es que no confío yo en tu salvación completa si no ponemos mucha tierra y mucha agua de por medio. Patillas es listo, y podría suceder que mi convaleciente... Las recaídas son siempre mortales, hijo. Última palabra. Si no aceptas mi plan completo, te abandono a tu desgraciada suerte. ¿Qué tienes que decir? ¿Vacilas?».

En efecto, el enfermo vacilaba, dejando ver la irresolución en su semblante. Levantose entonces bruscamente D. Juan Manuel, cruzó el manteo, tomó con aire decidido la canaleja, y poniéndosela de golpe como un militar se pone el sombrero de tres picos, dijo así:

«Ea... bastante hemos hablado. Quédate con todos los demonios, y no cuentes conmigo para nada».

Alzando la voz, que de afectuosa se trocó en severa, sacudió por un brazo a Polo diciéndole:

«De mí no se ríe nadie... ¡ya sabes que tengo malas pulgas, y si me apuras, todavía soy hombre para cogerte por un brazo y hacerte cumplir, que quieras que no, con tu obligación, badulaque, mal hombre, clérigo danzante!».

Tembló este al oír tan airadas palabras, y retuvo a su amigo, agarrándole por el manteo. De esta manera le quería indicar que se sentara para seguir hablando. Así lo hizo el célebre Nones, y tales cosas humildes y compungidas le dijo el penitente, que el anciano se aplacó y ambos celebraron su concordia con otro cigarrito.

Al día siguiente D. Pedro se fue al Castañar.