Pedro Carbonero
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

<poem>

Sale el REY ALMANZOR , SARRACINO , ALMORADÍ y RUSTÁN .
REY:
 Haced sacar mis banderas

empuñen lanzas y adargas, cubran en hileras largas, Darro y Genil, tus riberas.

 Dejad las zambras y galas

y el cortesano ornamento, dad tafetanes al viento, tocas, plumas y bengalas.

 El amor de los vasallos

se ve en las cosas de honor; respondan al atambor con relinchos los caballos.

 Júntense en Bibataubín

mis alcaides y escuadrones, bajen los blancos pendones del coronado Albaicín.

 Hable Marte y calle amor,

pues con la espada en la mano, ¿osa el cobarde cristiano atreverse a mi valor?

[RUSTÁN:
 Si se vieran en Granada

los abencerrajes francos, vieras mil turbantes blancos y mucha lanza empuñada

 cubrir la puerta de Elvira,

y que estuvieran temblando los cristianos de Fernando que ya tus murallas mira.

 Segura tu tierra estaba

antes desta fiera ley, bien se te emplea, buen Rey; buen Rey, bien se te empleaba.

 Creíste a la invidia vil

y que llegue es gran razón con el cristiano pendón a la margen de Genil.

 Y que se atreva su espada

hacerte infames ultrajes por matar los bencerrajes, que eran la flor de Granada.

SARRACINO:
 Calla, Rustán, no prosigas

con palabras descumpuestas, mejor andaban en fiestas que entre lanzas enemigas.

 Con galas afeminadas

llenos de olores y plumas, más vanos que las espumas de sus yeguas aleñadas.

 Haciendo a las damas locas

ademanes y visajes andaban los bencerrajes entre algodones y tocas.

ALMORADÍ:
 Dice verdad Sarracino;

alábalos de galanes pero no de capitanes, nombre de su infamia digno.

 Con cañas por los tejados

de Bibarrambla, ¿qué importa, siendo su lanza tan corta en los paveses dorados?

 Granada sabe el estrago,

por más fuerte que los muestres, que sufrió de los Maestres de Calatrava y Santiago

 por entregar sus banderas

a bencerrajes cobardes, diestros en hacer alardes, torpes en las armas fieras.

RUSTÁN:
 ¡A no estar aquí su Alteza...!

ALMORADÍ:

Pues, si él no estuviera aquí, ¿osaras tú hablar ansí contra toda la nobleza?

RUSTÁN:
 Buena estuviera Granada

a ser los nobles tan pocos, que de dos mozuelos locos la defendiera la espada.

REY:
 No se hable más, ¿qué es aquesto

en mi presencia?

RUSTÁN:

Señor, yo vuelvo por mi valor que la invidia ha descompuesto.

 Y con la voz popular,

que suele ser voz del cielo.

REY:

Conozco, Rustán, tu celo, pero no es tiempo de hablar.

(Sale un PAJE .)
PAJE:
 Un moro pide licencia,

mal herido. ¿Puede hablarte?

REY:

¿Herido? ¿Pues de qué parte?

PAJE:

Él lo dirá en tu presencia.

(Sale ALÍ , moro herido.)
ALÍ:
 Pues tanta dicha he tenido

que he llegado a ver tus puertas,

 escucha mis justas voces.

REY:

¿De dónde vienes ansí?

ALÍ:

Gran señor, yo soy Alí, sospecho que me conoces.

 Que al almoradí servía,

que Alá quiere disfamalle contigo y que no se calle su infamia en la muerte mía.

ALMORADÍ:
 ¡Perdido soy, Sarracino!

SARRACINO:

¿Qué haremos, Almoradí?

REY:

Cuenta lo que pasa, Alí, que su traición imagino.

 Toma esa puerta, Rustán.

[RUSTÁN:

La guarda está aquí, señor.

ALÍ:

¡Ha, generoso Almanzor, defensa del Alcorán!

 ¡Cuán mal oyes a los buenos,

cuánto fías de traidores estos, los aduladores de infamia y lisonja llenos!

 Una carta me mandaron

que diese aquel moro que era de Vélez de la Gomera, en quien tus manos la hallaron

 cuando en la Zambra aquel día

Sarracino te avisó, siendo él quien la escribió aunque la letra fingía.

 Por esto has dado la muerte

al linaje más famoso, más noble y más valeroso, más leal, gallardo y fuerte

 que de África vino a España

y por esta causa a mí, como secretario fui de aquella cobarde hazaña,

 aunque ignorando su intento,

hoy al campo me sacaron y entre los dos me dejaron casi en el último aliento.

 Pero defendió mi vida

el cielo para que el daño reparase del engaño de la inocencia perdida.

 Clama su sangre y te pide

venganza y la mía también.

SARRACINO:

Bien finge el traidor.

ALMORADÍ:

Muy bien.

SARRACINO:

Qué bien las palabras mide.

REY:
 ¿Pues qué es aquesto, villanos?

ALMORADÍ:

El Rey le va dando orejas.

SARRACINO:

Invidiosos cortesanos del favor de algunas rejas

 habrán hecho esta invención.


REY:

¡Que maldad tan conocida vendiera este hombre la vida para hacer esta traición!

 ¡Ha, infames, que habéis causado

el mayor mal que ha cabido jamás en hombre ofendido ni en señor mal informado!

 El corazón me decía

la verdad algunas veces, que da el cielo a los jueces, tal vez, don de profecía.

 ¡Oh, perros, cuyos linajes

con invidia y vil concierto mi honor y hacienda habéis muerto matando a los bencerrajes!

 Si a un rey infamia no fuera

manchar la espada en traidores tan viles y aduladores, yo propio la muerte os diera.

ALMORADÍ:

¡Señor!

REY:
 ¿Pues osas hablar?

¡Lleva, Rustán, estos perros y hazlos en puntas de hierros públicamente empalar!

SARRACINO:

¿Pues no escuchas?

RUSTÁN:
 ¡No, villanos!

¡Ha, buen Rey, que llegó el día en que vieses la porfía y invidia destos tiranos!

 Ya no hay con qué el yerro dores

si no es con castigos tales, pues no oíste a los leales, no escuches a los traidores.

REY:
 Llevad a curar a Alí

y a esotros daldes la muerte.

SARRACINO:

¡Rey, escucha!

ALMORADÍ:

¡Rey, advierte!

REY:

¡Llevaldos luego de aquí!

RUSTÁN:
 ¡Caminad, infame gente!
(Llévalos RUSTÁN .)
REY:

A la torre voy a ver la Reina, que quiero hacer nueva corona a su frente;

 de perlas y de esmeraldas

con esmaltes y colores más que tiene hermosas flores Generalife en sus faldas.

 ¿Que como a persona baja

la tratase yo aquel día? ¡Ay, Alindaraja mía! ¡Ay, mi linda Alindaraja!

(Vase el REY y sale PEDRO CARBONERO , con ballesta y montera.)
PEDRO:
 Grande cantidad de moros

siento atravesar la sierra, más que con señal de guerra con riquezas y tesoros.

 ¡Oh!, grande desdicha mía,

Hamete y Tadeo al fin me faltan, que con Arbín fueron, al nacer el día,

 a ver la hermosa Fidaura.

¿Qué haré, cielo y campo verde, que la ocasión que se pierde, tarde o nunca se restaura?

 Han ido por la comida

Matías, Simón y Andrés. A Córdoba fueron tres con la presa ayer traída;

 cuatro están en los atajos;

no hay remedio de hacer señas, ya suenan entre las peñas los ecos roncos y bajos.

 Pero pues donde no puede

valerme la espada, intento la industria, un gran pensamiento que si tan bien me sucede

 me ha venido a la memoria;

en esta cabaña están vestidos y armas que harán más segura la vitoria.

PEDRO:
 Quiero en las más altas ramas

poner aquestas monteras, las armas en las primeras, sobre estas verdes retamas. (Saca de la cabaña armas, arcabuces y monteras, y valos poniendo en lo alto del tablado, de manera que parezcan personas vivas.)

 No están los venablos mal;

cuerpos fingen las cortezas, estas parecen cabezas, ¿quién ha visto escuadra tal?

 Ea, señores soldados

sin sueldo, guárdenme bien las espaldas, siempre estén con los venablos calados.

 Abran los ojos alerta,

que intento un hecho notable, y óiganme, ninguno hable ni del orden se divierta,

 que le colgaré de un roble.

Si así los soldados fueran, qué pocas quejas que dieran; arma, alerta, gente noble.

 Plática les quiero hacer

y animarlos a guardarme, ¿mas de qué sirve cansarme?, que no será menester.

(Salen ARFEGO, ZULEMA , y otros moros.)
ZULEMA:
 Serán las mejores fiestas

que se hayan hecho en Granada.

ARFEGO:

Está la ciudad vengada.

PEDRO:

¡Hola, a punto las ballestas!

ARFEGO:
 ¿Por qué de solo saber

que murieron por traición, alegre de su opinión, muestra contento y placer?

ZULEMA:
 Deseo, Arfego, llegar

por ver castigar alguno.

PEDRO:

No se descuide ninguno.

ARFEGO:

Gente siento.

PEDRO:

En su lugar

 esté todo hombre escondido,

sin salir de la arboleda, la espada y ballesta queda y tenga atento el oído.

ARFEGO:

¿Qué es esto?

ZULEMA:
 Cristanos son.
(Hace que habla con ellos.)
PEDRO:

¿De qué sirve disparar? Yo no pretendo matar. Tened la jara, Simón;

 no salgáis por vida mía,

Andrés, yo solo he de ser quien ha de reconocer.

ZULEMA:

Que no disparen porfía,

 ¿podrémonos defender?

ARFEGO:

No, que nos han de matar.

ZULEMA:

Siempre temí el encinar.

PEDRO:

¿Quién va?

ARFEGO:

Ya lo puede ver.

PEDRO:
 Ya os digo, que nadie tire.

Tadeo, Felipe, Juan, mirad que soy capitán, si es justo que eso se mire. ¿Quién va?

ZULEMA:
 Manda a los cristiano

que no tiren.

PEDRO:

No hayan miedo, que soy quien mandarlos puedo; todo hombre tenga las manos.

ARFEGO:
 Moros somos, ya lo ves.

Las manos volved atrás, que con ataros no más pagaréis cierto interés

 y pasaréis norabuena.

ZULEMA:

¿Qué haremos?

ARFEGO:

Callar la boca.

ZULEMA:

Si es que nuestra gente es poca y está la montaña llena.

 ¿No veis sombreros cristianos,

no veis armas?

ARFEGO:

¡Por Alá que rabio!

PEDRO:

¿No acaban ya de volver atrás las manos?

ZULEMA:
 Veslas aquí, ten mancilla.
(Átalos.)
PEDRO:

¿Sabes quién soy?

ARFEGO:

Eso espero.

PEDRO:

Yo soy Pedro Carbonero y esta gente mi cuadrilla.

 Váyanse dejando atar;

ya digo que no tiréis, si tiráredes no untéis con yerba el hierro al tirar.

ZULEMA:
 Brava cosa, ¿que este es Pedro?

ARFEGO:

Caro cuesta el regocijo.

PEDRO:

Soy Pedro, por quien se dijo: «Pedro, con vós poco medro.»

ZULEMA:
 Para dar aquella gente

honrada qué sustentáis...

PEDRO:

No tiréis, que si tiráis me enojaré bravamente.

ZULEMA:
 Os daremos cien ducados;

libres nos dejad partir.

PEDRO:

Por aquesa senda han de ir, ya que están todos atados.

 Y no traten de concierto,

que han de ser todos vendidos, cien ducados, ¡mal nacidos! Vayan subiendo ese puerto.

 La gente que ven ahí

me los tiene cada día de costa, que es compañía muy costosa para mí. Caminen.

ZULEMA:
 ¡Ay, desdichados!

PEDRO:

Caminen de dos en dos; muy bien lo han hecho, por Dios, vénganse a comer, soldados.

(Vanse. Salen CERBÍN , HAMETE , TADEO .)
HAMETE:
 Ya no tener que esconder,

no haber en toda Granada contra vós lanza ni espada, todo ser festa e placer.

 Todo el poblo decer vevan,

a ona voz los Zencerrajes, e ahorcamos los lenajes a quien el traición se prevan.

 Empalado estar, sonior,

Sarracino; Almoradí, quemado en fogo.

TADEO:

¿Que así te favoreciese amor?

 ¿Que cuando entrar pretendías

en la Alhambra de secreto, donde tu vida en efeto a tal peligro ponías,

 que era imposible salir,

halles aquesta mudanza?

CERBÍN:

¡Oh, cuánto a su tiempo alcanza un determinado huir!

 Si en Granada me estuviera

en mi inociencia fiado, ya me hubiera degollado del Rey la inclemencia fiera.

HAMETE:
 Sí, sí ya estar vosanse

sentado en el chiminea de Mahoma.

CERBÍN:

Ahora vea el Rey qué linaje fue

 el que quiso destruir,

y por traidor desleal sembrar sus casas de sal: cuanto se ve con beber.

HAMETE:
 Es tanto por veda mea,

que sea Hamete morer luego, no ver más que ver un cego, aunque estar al mediodea, merar que digo.

CERBÍN:
 Estoy
 dudoso de publicarme.

TADEO:

¿Por qué?

CERBÍN:

¿Podré aventurarme?

TADEO:

Seguramente.

CERBÍN:
 ¿Qué gente

es esta con una caja?

TADEO:

Todo del Alhambra baja.

HAMETE:

Escochar poco parente, que ser on bando.

TADEO:
 Cerbín,

no huyas, no te receles.

(Sale RUSTÁN , con gente y tambor de guerra, delante el cual echa el bando siguiente.)
[RUSTÁN:

Bajarás por los Gomeles a entrar en el Zacatín. (Tambor.) «Sea notorio a todos los caballeros bencerrajes huidos o escondidos en Granada o fuera della, cómo por haberse declarado su lealtad, el Rey les da licencia que vuelvan libremente a sus casas, con seguridad de la palabra real para sus vidas y haciendas.»

[RUSTÁN:
 ¿Camina a la plaza nueva?

TADEO:

¿Ya qué tienes que dudar?

HAMETE:

¿Qué te parecer?, que estar sospenso.

CERBÍN:

El placer me eleva.

 Hablar quiero al Rey, Tadeo,

besar quiero al Rey la mano.

TADEO:

Ya que tu negocio es llano y en Granada en paz te veo,

 a mí y Hamete nos da

licencia para volver donde Pedro quedó ayer, pues sabes cuán solo está.

 Y mira si mandas algo.


CERBÍN:

Dile a Pedro Carbonero cuánto estimo, precio y quiero la amistad de tal hidalgo.

 Y que por toda la vida

le quedo en obligación y que haré con afición cuanto en Granada me pida.

 En esta caja saqué

anoche de mi posada ciertas joyas, todo es nada, pero es señal de mi fe.

 Llévaselas y dirás

que perdone a un desterrado, que la humildad del estado no puede ofrecerle más.

TADEO:
 Yo en su nombre, bencerraje,

beso las manos mil veces por la merced que le ofreces, respondiendo a tu linaje,

 que fue ejemplo de grandeza

y de liberalidad.

CERBÍN:

Conoceré su amistad, su valor y su nobleza.

 Lo que tuviere de vida,

Alá os guarde.

HAMETE:

A Dios quedad.

(Vanse.)
TADEO:

A bien servir, bien medrar. ¡Qué sangre tan bien nacida!

HAMETE:
 ¡Oh, corpo de mi Cerbín,

estar parente a Mahoma!

TADEO:

Hamete, el camino toma; Pedro es nuestro centro y fin.

HAMETE:
 No enseñarme lo que va

en la caja a bona fe.

TADEO:

Allá te lo enseñaré y tendrás tu parte allá.

HAMETE:
 Muchas veces ir al fuente,

joro a Dios haber temido alguna que estar dormido dejar el asa o el fronte.

(Vanse y salen el REY y RUSTÁN .)
[RUSTÁN:
 No te puedo decir el alegría,

gran señor, que mostraban en Granada cuando el pregón la libertad decía de aquella noble sangre disfamada. Tu vida, pienso, que por este día será por tantos siglos dilatada respeto de las muchas bendiciones, que alcances a dos mil generaciones.

REY:
 Amaban con razón este linaje

y dícenme que dél algunos quedan, y temiendo la muerte o el ultraje, no hay nieve de las sierras que no excedan. ¿Adónde huyó Cerbín, abencerraje?

RUSTÁN:

¿Cómo es posible que saberlo puedan las guardas? Porque es fama que en Granada oculto vive.

REY:

Es muy gallarda espada.

 Perder un capitán me pesaría

de tanto nombre.

(Sale un PAJE .)
PAJE:

Aquí pide licencia para hablarte Cerbín.

REY:

¡Alegre día! Di que venga Cerbín a mi presencia.

(Sale CERBÍN solo.)
CERBÍN:

Rey Almanzor, pues la inocencia mía y de toda mi estirpe y ascendencia tan clara has visto como el sol es claro, Cerbín vuelve a las alas de tu amparo.

 Vesme, señor, aquí, que si el primero

era en servirte, en acudir lo he sido a recebir tu gracia.

REY:

Hoy, Cerbín, quiero que seas en tu honor restituido; confírmote por noble caballero, leal, honrado, noble y bien nacido, y en fe de aqueste amor pide mercedes.

CERBÍN:

Tú me perdiste y restaurarme puedes,

 y si el poder que pierde se restaura

la merced que te pido solamente es que me des mi esposa.

REY:

¿Quién?

CERBÍN:

Fidaura.

REY:

Con cuatro villas que esa espada aumente.

CERBÍN:

Es mi primero movimiento y ahora es la vida que vivo.

REY:

Hoy en la frente de la Reina pondré coronas nuevas; la gozarás porque este amor me debas.

CERBÍN:

Beso tus pies reales.

(Sale ZULEMA .)
ZULEMA:
 Sin aliento

vengo, señor, desde la sierra Elvira.

REY:

¿Viene el cristiano?

ZULEMA:

Está, señor, atento, que aunque es cristiano, a más el blanco tira. Escucha un andaluz atrevimiento y el gran valor de solo un hombre mira. No es Fernando el que piensas que a tu tierra pone las armas y amenaza guerra.

REY:

¿Pues quién?

ZULEMA:
 Un hombre humilde, solo un hombre,

tan humilde que Pedro Carbonero tiene por nombre; mas errado el nombre, que debiera llamarse Pedro acero, este con tal valor que al mundo asombre con pequeño escuadrón valiente y fiero sale al camino al paso de tus moros y les roba sus vidas y tesoros.

 Todos los robos que en Granada había

de cautivos de moros jornaleros, de que se lamentaban cada día, ansí de la ciudad como estranjeros, aqueste Carbonero los hacía, solamente con doce carboneros ataje este carbón agua de espada, que si se enciende abrasará a Granada.

 Ocho moros ató donde yo iba

una tarde, señor, mas quiso el cielo que me escapase de su furia altiva, que es rayo ardiente del morisco suelo, mira los moros que de vida priva en invierno, en verano, al sol, al yelo, salteando, matando y cautivando, o para que le prendan echa un bando.

REY:
 ¿Hay desvergüenza igual junto a Granada?

¡Un hombre solo, autor de tanta afrenta! A buen tiempo llegó, Cerbín, tu espada; tú solo, por mi honor, la impresa intenta, suspende el gusto a tu Fidaura amada a mi servicio tu persona atenta, que en volviendo con este muerto o preso la gozarás, contándome el suceso.

 Denle trecientos hombres, los más bravos

que hay en Granada y parte, Cerbín, luego, que quiero que me traiga esos esclavos y que a sus acogidas ponga fuego y ordenarás también, Rustán, dos cabos para esa gente.

RUSTÁN:

Abenadín y Arfego irán con él.

REY:

Cerbín, Alá te guarde, haz por salir aquesta misma tarde.

(Vanse y queda CERBÍN solo.)
CERBÍN:
 ¿Hay desdicha como esta? ¡Ay, Pedro amado!

¿Cómo podré llevar tan vil oficio contra un hombre que vida y ser me ha dado, ni ser ingrato a tanto beneficio? Pues escusarme desto es escusado, siendo importante a su real servicio y estando en su poder mi amada esposa, temo su muerte o su prisión forzosa.

 Es lo primero que Almanzor me manda

y mi esposa por ello me promete; pues remedio ha de haber, amor ablanda, por más que en medio la razón se mete, si fuera solo o todos de mi banda, ¿mas qué he de hacer si Arsego le acomete o quiere Abenadín que le matemos, o a trecientos soldados detendremos?

 Pero escribirle quiero que se huya

y no hallándole allí, disculpa es llana y no habrá quien a engaño lo atribuya ni a que yo tengo inclinación cristiana.

(Sale FIDAURA al balcón.)
FIDAURA:

Mi querido Cerbín, ¿es la voz tuya?

CERBÍN:

La que escucho, a lo menos, no es humana, angélica parece su armonía.

FIDAURA:

¿Que amaneció de mi remedio el día?

CERBÍN:
 ¡Que te gozan mis ojos, prenda amada!

FIDAURA:

¡Que en el Alhambra ya te ven mis ojos!

CERBÍN:

¡Que llegó la ocasión tan deseada!

FIDAURA:

¡Que ya ha llegado el fin de mis enojos!

CERBÍN:

Ya la muerte, señora, tengo en nada.

FIDAURA:

La muerte triunfa ya de mis despojos.

CERBÍN:

¿Cómo has estado, hermosa prenda mía?

FIDAURA:

Como la noche hasta que llega el día.

CERBÍN:
 El Rey te me promete por esposa.

FIDAURA:

El Rey sabe mi amor, tú mi deseo.

CERBÍN:

Pero voy a una guerra que es forzosa.

FIDAURA:

De mi desdicha, mi Cerbín, lo creo.

CERBÍN:

No pienso que será dificultosa.

FIDAURA:

¿Qué mayor mal, si un hora no te veo? Entra por el jardín y hablemos cerca.

CERBÍN:

Dichosos males cuando el bien se acerca.

(Vanse y sale PEDRO CARBONERO con ROSELA .)
PEDRO:
 Cansado, Rosela, estoy.

ROSELA:

¿Del camino o desta vida?

PEDRO:

Algo tiene de pérdida si en tantos peligros doy.

ROSELA:
 Deseo que te recojas

por tu descanso, mi bien, que no porque a mí me den estas montañas congojas.

 Que en la Libia más ardiente,

en la Arabia más disierta, adonde la Fénix muerta vuelve a alegrar el Oriente,

 viviera alegre contigo.


PEDRO:

Descansar pretendo ya, si es que de mi trato está advertido el enemigo.

 Hablaré a mis compañeros,

que no haré sin su licencia destas montañas ausencia.

ROSELA:

Son tan robustos y fieros,

 y tan cudiciosos de honra,

que de hacienda iba a decir, que no te podrás partir dellos sin mucha deshonra.

 Todo lo que es ir atrás

de lo que tienes jurado es entre ellos reputado a cobardía no más.

 Pues que no pretendas fin

también es cosa cansada.

PEDRO:

Envïome de Granada preciosas joyas Cerbín

 con las cuales y el dinero

que de esclavos he sacado de moros que he cautivado, retirarme a Cabra quiero,

 a Córdoba o a Montilla,

y descansar desta guerra.

ROSELA:

Si tú te vas de la sierra lo proprio hará tu cuadrilla.

 Descansa, luz de mis ojos,

duerme una noche en tu cama, que son, ganada la fama, inútiles los enojos.

 Hasta ganalla, es razón

que el hombre anhele y suspire, y que después se retire es de sabios opinión.

 La mar paga al que navega

por ella tarde o temprano el atrevimiento vano con que las velas desplega.

 El juego al que dél se agrada

al fin le viene a dejar más en cueros que la mar, pues es nada cuanto nada.

 El amor de la mujer

es negocio sin reparo, que placer siendo tan caro más es pesar que placer.

 Y ansí la guerra, aunque es bella,

por la fama del obrar es juego, mujer y mar, que los más acabanen ella.

PEDRO:
 Tu consejo, prenda mía,

recibo, como de quien solo procura mi bien y mi honrada compañía.

 Dame que yo los sosiegue

que verás que me sosiego, y porque en mujer o juego, o en alta mar no me anegue,

 serás entonces mi esposa,

que ya me ha escrito tu hermano, porque en un centro tan vano nunca el corazón reposa.

 Yo también le he respondido

que ya tu marido soy y que muy de paso estoy a cumplir lo prometido.

 Dice que me dará casa

con algunas heredades; haremos las amistades, que el enojo al fin se pasa

 adonde hay satisfación.

ROSELA:

Quiero arrojarme a tus pies, que este término al fin es hijo de tu condición.

 Viviré mientras viviere

a esa palabra obligada.

PEDRO:

Yo a tu amor, Rosela amada, lo que de vida tuviere.

(Entran TADEO , HAMETE , MATÍAS , SIMÓN y ANDRÉS .)
TADEO:
 Albricias pudieras darme

si lo que traigo supieras.

PEDRO:

En otra ocasión pudieras con menos contento hallarme. ¿De qué son?

TADEO:
 De aquesta carta.

PEDRO:

¿De una carta? ¿Es de Cerbín?

HAMETE:

Ya estar en Bibataubín, que del mora no se aparta.

 Leer esta vonsace,

que decir que es de Herrando, rey de Castelia.

PEDRO:

¿Pues cuándo a sus oídos llegué?

 ¿Cuándo mi humildad, Tadeo,

tocó en su pecho real?

MATÍAS:

Tu fama, Pedro inmortal, solicitó su deseo.

 De las Torres de Cañete

te la acaba de enviar don Alonso de Aguilar.

PEDRO:

Pues bien será que la acepte

 puniéndola en la cabeza.

SIMÓN:

Lee, sepamos lo que es.

HAMETE:

No te la mandar después quetar.

ANDRÉS:

No fuera grandeza.

(Lee la carta.)
PEDRO:

«Yo he sabido, Pedro Carbonero, que el rey de Granada ha tenido noticia de que le robas su tierra y cautivas sus moros. Tiene deseo de vengarse de ti y sabiendo yo tu mucho peligro te pido que, porque yo junto en Andújar mis adalides y almogávares para correr la campiña de Córdoba y la Vega de Granada, te vengas con tus soldados a la Corte, que fuera de que a todos les daré honras y plazas, a ti te haré capitán y tendré cerca de mi persona para hacerte la merced que merece un hombre de tu ánimo y fuerzas, Dios te guarde. El Rey.»

 ¿Hay semejante ventura?

TADEO:

¿Que merezca tu valor carta del Rey?

PEDRO:

¿Quién mejor, Tadeo, si el Rey procura entrar la Vega?

MATÍAS:
 Ninguno;

alto a la torre, soldados.

SIMÓN:

Trabajos bien empleados; calor y yelo importuno

 que al soldado y al caudillo

premia.

PEDRO:

Que partamos quiero.

HAMETE:

Señor Pedro Carbonero.

PEDRO:

¿Qué me quieres, Hametillo?

HAMETE:
 ¿Cómo estar los dos de conta?

PEDRO:

¿Pues qué?, ¿ya te quieres ir?

HAMETE:

El que hacemox vox decir, xi estar xolo tanto monta.

PEDRO:
 Tórnate, Hamete, cristiano

y vete a servir al Rey; mira que es bárbara ley la del cobarde africano.

 Adora la ley de Cristo,

sigue su Evangelio, Hamete, que es la que el cielo promete.

HAMETE:

Al verdad habemos visto.

 Y estar bona, porque al fin

comer jamón, beber veno.

PEDRO:

Yo te prometo un padrino.

HAMETE:

¡Oh!, ¿qué decemos baicín?

 Que tener alia mojer

e hejos.

PEDRO:

Acá tendrás todo eso mejor.

HAMETE:

No max, crestiano querer volver;

 escrebimos ley que tome

Axa y que si no tomar, que el diablo haber de lievar al ferno que estar Mahoma.

PEDRO:
 Mis brazos te doy por eso

y todos como a cristiano.

(Entra JUAN solo.)
JUAN:

Un moro andaba en el llano por ese olivar espeso

 que una carta te traía

de Cerbín; fuila a pedir, hubo miedo y dio en huir.

TADEO:

¡Válgame Dios! ¿Qué sería?

PEDRO:
 Nuevas de su casamiento;

ella es de poca importancia si ha de haber tanta distancia del suyo a mi alojamiento.

 Mañana me iré a la Corte,

lo que pude hice por él.

MATÍAS:

¿Qué puede ser un papel de un bárbaro que te importe?

 Demás que iré, si tu quieres

a seguille hasta Granada.

PEDRO:

No entiendo que importa nada. Déjale estar, no te alteres,

 tracemos nuestro camino.

TADEO:

Nuestro camino ha de ser mañana al amanecer, y supuesto que eres digno,

 Pedro, de mayor blasón

todos parabién te dan del nombre de Capitán.

PEDRO:

Cuantos me le dan lo son

 y yo soy soldado suyo.

Rosela, no te entristezcas, antes es bien que me ofrezcas parabién del bien que es tuyo

 Mira que yo no podré

irme a la Corte sin ti.

ROSELA:

De mi mal me entristecí y de tu bien me alegré

 Pero como tú me lleves

ninguno se alegra más. Hazlo, mi bien, cumplirás con lo mucho que me debes.

(Suena dentro gran ruido de moros y cajas de guerra, y dice ABENADÍN .)
ABENADÍN:
 Cerrad en torno el cerro no se escape

un hombre.

PEDRO:

¡Voz alarbe es esta!

SIMÓN:

¡Estraña novedad!

MATÍAS:

¡Notable caso!

TADEO:

La voz dijo cerrad aquese cerro, no se escape ninguno.

ANDRÉS:

¿Pues los moros osan decir estas palabras, Pedro?

PEDRO:

¡Válgame el cielo si nos han vendido!

(Dice dentro ARFEGO .)
ARFEGO:

¡A ellos, granadinos valerosos! ¡A ellos, que ya están muy bien cercados!

ANDRÉS:

¡Saca las armas, Pedro!, ¿qué lo dudas?

PEDRO:

¿Cuáles armas, Andrés, si es un ejército? ¿No ves trepar los moros a docenas por las peñas arriba como cabras?

TADEO:

La carta de Cerbín que no te dieron era sin duda aviso.

PEDRO:

¿Pues qué haremos?

MATÍAS:

Si es ejército, Pedro, dar las armas.

HAMETE:

¡Hola, Pedro!, ¿saber estox beliacos estar cristiano?

PEDRO:

No te pese, Hamete, que con tu propia sangre te bautizas y desde aquí te vas derecho al cielo.

HAMETE:

¡Ah, Pedro, Pedro, cómo yo tomara cenar en el Alhambra aquesta noche!

PEDRO:

Hijos, soldados, ya llegó la hora, rendirnos no es razón, ni que el Rey sepa que atados nos llevaron a Granada. Escóndete, Rosela, entre esos mimbres y venid a morir los que sois hombres.

ROSELA:

Contigo moriré porque no quiero vivir sin ti.

(Dentro.)
[VOCES]:

¡Comiéncese el estrago!

(Cajas.)
PEDRO:

Virgen, valed a Pedro Carbonero, Santiago, doce Apóstoles, Santiago.

(Echan mano a las espadas todos y éntranse, y dentro forman batalla con los moros, y suben al monte heridos, y salen los moros ABENADÍN , ARFEGO y CERBÍN , con caja y bandera.)
PEDRO:
 Hoy veré vuestro valor.

ABENADÍN:

¿Que os resistís, miserables, doce a quinientos?

ARFEGO:

No hables, sino ejecuta el furor.

CERBÍN:
 Si fueran tantos a tantos,

¿quién llevara la vitoria?

ABENADÍN:

De tantas sangres y llantos aquí muestran la memoria peñas, árboles y cantos.

ARFEGO:
 ¿Que no se quieren rendir?

CERBÍN:

Aún no cesan de subir y en aquel cerro se ven.

ABENADÍN:

Pues allá iremos también si en alto quieren morir.

CERBÍN:
 No subáis, que si en lo llano

no hay herida de cristiano que no os cueste veinte vidas donde dobláis las heridas, doblará muertes su mano.

ABENADÍN:
 Cerbín, ¿estás en tu seso?

¿Hase de dejar por eso la vitoria?

CERBÍN:

¿Por qué no? ¿Qué es lo que el Rey os mandó?

ARFEGO:

Matalle o llevalle preso.

CERBÍN:
 Pues llevémosle en prisión.

ABENADÍN:

Llégale de paz a hablar.

CERBÍN:

Retírese el escuadrón. ¡Oh, cuánto deseo estorbar su forzosa perdición!)

 ¡Oye de paz, Pedro, un poco!

(Retíranse los moros.) (Asómase PEDRO CARBONERO , en lo alto del monte.) Cerbín soy.

PEDRO:

¡Cerbín infame, más en verte me provoco!

CERBÍN:

¿Eso es razón que me llame quien me conoce? ¿Estás loco?

PEDRO:
 Tú lo eres, moro ingrato,

pues habiéndote servido con tan verdadero trato, ¿cómo, traidor, me has vendido?

CERBÍN:

Antes tu muerte dilato

 y tu remedio procuro.

PEDRO:

¿Cómo, si sobre seguro vienes con armada gente contra un amigo inocente sin casa, defensa y muro?

 Eres bárbaro, en efeto,

mal haya aquel buen conceto que de bencerrajes tuve.

CERBÍN:

Esparce a tu sol la nube, Pedro, pues eres discreto,

 y juzga bien de mi honor.


PEDRO:

No debiera yo fïar de quien fue a su rey traidor.

CERBÍN:

Ni yo merezco llevar ese premio de mi amor.

 Yo te escribí que me había

dado el Rey aquesta gente, que huyeses por cualquier vía, que una vez del monte ausente pues te di de plazo un día.

 Yo hiciera mi diligencia

y me volviera a Granada. Si esperaste en contingencia de tu temeraria espada culpa tu poca prudencia.

 Y no me culpes a mí,

que a mi rey obedecí por cuya hazaña me ha dado mi esposa.

PEDRO:

Cerbín honrado, ya no me quejo de ti.

 Y estimo este desengaño

más que el vivir si pudiera, porque el recebir el daño del amigo más altera que la ofensa del estraño.

 Podrás mi muerte escusar

sin que pierda de mi honor.

HAMETE:

¡Ah, Cerbín! ¿No te acordar del carta que dar xenior?

CERBÍN:

Tú, Hamete, puedes bajar,

 que librar tu vida juro.

HAMETE:

No querer, que estar cristiano. Morir o beber procuro. Baptizar sangre mi mano, que andar al cielo seguro.

PEDRO:
 ¡Virgen sin mancilla,

hoy mueren y muero Pedro Carbonero con su cüadrilla!

 Hoy lleva la muerte

en agraz marchitos trece mancebitos todos de una suerte.

 Que dejando a Hamete

que os da su palabra cuatro son de Cabra y tres de Alcaudete.

 Quieren en Castilla

su fama dejar cuatro de Aguilar y uno de Montilla.

CERBÍN:
 Vuelve, Pedro, en ti

y vuélvete moro; tendrás un tesoro en el Rey y en mí.

 Curarás la herida,

gozarás tu amor, darate Almanzor regalada vida.

 Serás su vasallo

si a servirle pruebas. Darate armas nuevas, lucido caballo.

 Crecerá tu vida

como verde cedro; casarate, Pedro, con mora garrida.

PEDRO:
 No lo quiera Dios, Cerbín.

CERBÍN:

¡Mira que ya te acometen! Muerto o vivo te prometen Arfego y Albenadín.

PEDRO:
 Despidámonos los dos.

¡Morir quiero, morir quiero! ¡Oh, mundo!, no más con vós muera Pedro Carbonero y muera en la fe de Dios.

(Quítase de allí.)
(Torna otra vez dentro la batalla, y andan unos tras otros y suenan escopetas, y baja rodando por el monte PEDRO CARBONERO como con las ansias de la muerte.)
PEDRO:
 Quedé el postrero para ver la muerte

de todos mis famosos compañeros.

CERBÍN:

Un cuerpo viene aquí; que hombre tan fuerte envuelto en sangre el rostro y los aceros, ¿quién es?

PEDRO:

Quien a este tiempo llega a verte.

CERBÍN:

¿Es Pedro?

PEDRO:

Pedro soy.

CERBÍN:

¡Que vengo a veros, famosas manos que me distes vida, en el dolor de la fatal caída!

 ¡Ha, Pedro, sabe Dios, que he procurado

guardarte deste tránsito forzoso, mas fue precisa voluntad del hado!

PEDRO:

Rosela, aquí hace fin tu amado esposo. Virgen, yo muero; Cristo en cruz clavado, válgame ese costado poderoso. Custodio, defendedme.

(Muere.)
CERBÍN:

Pedro espira, besa la Cruz, ya parte, al cielo mira.

(Entran ABENADÍN y ARFEGO y moros.)
ABENADÍN:
 No mueven a piedad, a furia mueven;

¡doce hombres a quinientos!

ARFEGO:

Y han costado más de noventa.

ABENADÍN:

¡Ved lo que se atreven hombres de un capitán determinado!

CERBÍN:

Honras, Abenadín, y fama deben los tiempos justamente a tal soldado.

ARFEGO:

Hasta aquella mujer valió por siete.

ABENADÍN:

Cayó en su sangre bautizado Hamete.

CERBÍN:
 Aquí se labre, aunque es gente enemiga,

sepultura de piedra y letra bella impresa en blancos mármoles que diga que Pedro Carbonero yace en ella. Alzalde en hombros con piedad amiga, pues tanto al cielo obligaréis con ella, dando fin al suceso verdadero de los hechos de Pedro Carbonero.

(Toman el cuerpo en hombros los moros, y vanse por su orden.)


Fin de la famosa comedia de Pedro Carbonero