El arenal de Sevilla/Acto III

El arenal de Sevilla
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen FAJARDO y CASTELLANOS .
FAJARDO:

  No ha tenido efeto nada
de cuanto se imaginó.

CASTELLANOS:

Justamente se llamó,
señor capitán, jornada.

FAJARDO:

  Tan lucida infantería
y tantos aventureros
bien mostrarán los aceros
a Francia y a Berbería.
  Los secretos de los reyes
algo a los del cielo imitan.

CASTELLANOS:

Dueños son de todo: quitan,
ponen y introducen leyes.

FAJARDO:

  Con todo, a mi parecer
se ha hecho una gran facción,
que siempre fui de opinión
que se ha de dar que temer.

CASTELLANOS:

  Es alta razón de estado
mostrar valor y defensa,
porque el enemigo piensa
que hay dineros y cuidado.
  Es el nervio de la guerra
el dinero, y esta obra
muestra que el dinero sobra.
Ya, en fin, estamos en tierra,
  y tierra de la mejor,
que el sol mira.

FAJARDO:

¡Oh, gran Sevilla,
que sola tu maravilla
de todas tiene el valor!
  Colosos, anfiteatros,
faros, piras, mauseolos
únicos al mundo y solos,
estatuas, templos, teatros...
  no se pueden alabar
de que tuvieron grandeza
en llegando a la belleza
deste famoso lugar.

CASTELLANOS:

  México y Venecia son
dos ciudades celebradas,
porque, sobre el mar fundadas
con notable perfeción,
  son ciudades y son naves;
pero en tierra nadie quite
lauro a Sevilla.

FAJARDO:

Compite
con las ciudades más graves.
  Dejemos la preeminencia,
la nobleza y esención
en el Reino de Aragón,
de Zaragoza y Valencia,
  que esas dos en su corona
de España lo pueden ser.

CASTELLANOS:

¿Qué hay de deseos de ver,
Fajardo, aquella persona?
  ¿Cuánto va que deseáis
que os lo pregunte?

FAJARDO:

No sé.
Con su primo la dejé.

CASTELLANOS:

Y con su primo la halláis.

FAJARDO:

  No sé yo si su firmeza
durará tanto en un ser,
que es Laura en obras mujer,
aunque es ángel en belleza.
  Como quiera, yo me siento
razonable de mi mal:
sembré amor en arenal,
vino agosto y cogí viento.
  El mar debió de lavarme
la mancha que me quedó,
o el fuego en ella cesó
de abrasar y de matarme.

CASTELLANOS:

  No hay duda. Si desatina
el alba desta dolencia,
récipe meses de ausencia,
que es la mejor medecina.
  Suele una purga de celos
revolver en vez de obrar,
y a veces suele imitar
en ser milagro a los cielos.
  Verémosla.

FAJARDO:

Con vergüenza,
estoy por decir que sí,
que amor, en viéndome aquí,
donde se acaba comienza.

(Sale ALBERTO con un capotillo
y su espada ceñida.)
ALBERTO:

  Quiero informarme. ¿Qué aguardo?
De lo que es razón excedes.

ALBERTO:

¿Quién es de vuesas mercedes...?

FAJARDO:

¿Cómo?

ALBERTO:

El capitán Fajardo.

FAJARDO:

[Aparte a CASTELLANOS .]
¿Qué será esta novedad?
Castellanos, ¿diré el nombre?

CASTELLANOS:

[Aparte a FAJARDO .]
¿Es este hombre más de un hombre?

FAJARDO:

 ([Aparte a CASTELLANOS .]
Ni esto es más de una ciudad,
  pero hay muchos dentro della.
Yo soy. ¿Qué es lo que mandáis?

ALBERTO:

Que aquesta carta leáis;
veréis lo que quiero en ella.

CASTELLANOS:

  Leelda, y no os alborote.

FAJARDO:

¡Armas no me dan cuidado!

CASTELLANOS:

Pues parece que está armado
debajo de aquel capote;
  mas que venga un escuadrón.

(Ábrala.)
FAJARDO:

Paces la firma confirma.

CASTELLANOS:

¡Por Dios!

FAJARDO:

Sí.

CASTELLANOS:

¿Cúya es la firma?

FAJARDO:

De Fabricio de León.

CASTELLANOS:

  ¿Dónde está?

FAJARDO:

En Medina es fecha.

CASTELLANOS:

Cansose de pretender.

FAJARDO:

Oíd, que empiezo a leer.

CASTELLANOS:

Sin favor poco aprovecha.

(Lea.)
FAJARDO:

«A los grandes amigos se han de pedir grandes amistades.
El que os dará esta es un caballero a quien tengo las
obligaciones que a vós, que no hay mayor encarecimiento.
Tiene en Sevilla un enemigo que le ha agraviado;
va a lo que podéis entender. Haced cuenta que soy yo mismo.
De Medina, el capitán Fabricio de León»

  Vuestra merced sea venido
en buen hora a esta ciudad,
que con toda voluntad
en esto será servido.
  Y en lo demás que se ofrezca,
lléguese más. ¿Cómo está
Fabricio?

ALBERTO:

Cansado ya
de sentir que no merezca
  lo que otros muchos que ayer
comenzaron a servir.
Y en que no pudo venir
conmigo se echa de ver.

FAJARDO:

  ¿Cómo ha sido este suceso?

ALBERTO:

Reñí en el campo y hiriome
un hombre.

FAJARDO:

¿Quién hay que tome
por agravio solo eso?
  ¿Hubo armas aventajadas?
¿Hubo algún hombre escondido?
¿Fue, por dicha, antes herido
que sacasen las espadas?
  Que con ellas, aunque hubiese
palabras muy afrentosas,
no importa.

ALBERTO:

Hubo muchas cosas
de que es razón que me pese.

FAJARDO:

  ¿Cómo?

ALBERTO:

Que herido caí,
y entonces a mí llegó.

FAJARDO:

Apostaré que os tomó
prenda alguna.

ALBERTO:

Señor, sí.

CASTELLANOS:

  ¿Era en batalla campal,
y vós, acaso, francés?
No es eso agravio.

ALBERTO:

Sí es.

CASTELLANOS:

Si vós le tenéis por tal,
  vós os habéis agraviado,
porque, donde no se halló
agravio, ese lo quedó
que piensa que está agraviado.

ALBERTO:

  Oíd por lo que lo digo.

FAJARDO:

¿Cómo fue?

ALBERTO:

La quistión fue
porque un retrato mostré
de una dama a un cierto amigo
  habiendo palabra dado
de no la hablar, y sabía
este hombre que yo tenía
este retrato guardado
  en el pecho; este me abrió,
y habiendo tenido en nada
que le abriese con la espada,
con la mano me pesó.

FAJARDO:

  ¿Llevósele?

ALBERTO:

Sí.

FAJARDO:

No estáis
agraviado, que riñendo
no hay agravio, y más siguiendo
la causa que me contáis.
  Sean espadas o sean manos,
esto alcanzo yo a entender,
debajo del parecer
del capitán Castellanos,
  a que me remito en todo.

CASTELLANOS:

Vós lo habéis tan bien tratado
que el duelo más acertado
no lo escribe de otro modo.
  Ni hay agravio ni hay aleve,
y lo firmaré.

FAJARDO:

Señor,
si algún amigo traidor
a que os inquietéis os mueve
  (de muchos que revolver
el agua clara es su oficio,
dejando aparte a Fabricio,
que esto no pudo saber),
  una cédula firmada
de cinco o seis capitanes
os daré (los más guzmanes
que vio Flandes con la espada,
  y aun del gran don Bernardino
de Avellaneda, por quien
tiembla el mar Indio y también
teme el inglés su camino,
  pues agora está en Sevilla)
de que no estáis agraviado.
Solo hay, pues sois tan honrado,
que a este arenal, a esta orilla,
  os sacaremos ese hombre
para que quedéis mejor,
y hablalde.

ALBERTO:

Digo, señor,
que eso quiero.

CASTELLANOS:

Diga el nombre,
  que se me ha puesto en la frente
que en cierta persona tope.

ALBERTO:

Llámase este hombre don Lope.

CASTELLANOS:

¡Válete Dios por pariente!

ALBERTO:

  ¿Es vuestro pariente, por dicha?

FAJARDO:

Por mi desdicha lo ha sido.

ALBERTO:

¿Cómo? Que lo habré tenido
por azar de mi desdicha.

FAJARDO:

  No os alteréis; mas sabed
que es el mayor enemigo
que tengo.

ALBERTO:

Dios me es testigo
que me habéis hecho merced
  en desengañarme aprisa.

FAJARDO:

Yo sé todo vuestro cuento
desde el primer fundamento,
porque estas arenas pisa
  la causa desa quistión,
que a los dos nos la ha contado...

ALBERTO:

¿Lucinda?

FAJARDO:

Sí, que ha llegado
siguiendo su pretensión
  a esta ciudad disfrazada.

ALBERTO:

Tendrala don Lope.

FAJARDO:

Creo
que ya para su deseo
es esa historia pasada.
  Goza don Lope una dama
que es la flor desta ciudad,
y me cuesta voluntad.

ALBERTO:

¿El nombre...?

FAJARDO:

Laura se llama.

ALBERTO:

  Según eso, bien podré
ver a Lucinda.

FAJARDO:

Decid
que desde Valladolid
ese vuestro intento fue,
  y no tratéis de pendencia.

ALBERTO:

¡Muero por ella, por Dios!

FAJARDO:

Buenos venimos los dos
tras tantos meses de ausencia.
  Ahora bien, venid conmigo.

ALBERTO:

¡Ay, Lucinda! ¡Que tú eres
mi agravio! Espera si quieres,
que vengo a reñir contigo.

(Váyanse, y salgan DON LOPE y LUCINDA .)
DON LOPE:

  Déjame de importunar,
porque no te puedo ver.

LUCINDA:

¡Que esto escuche una mujer...!

DON LOPE:

Como eso habrás de escuchar.

LUCINDA:

  ¿Piensas que te tengo amor
porque aquí me ves venir?

DON LOPE:

Pienso que sabrás fingir,
porque lo sabéis mejor;
  pero si amor no me tienes,
mucho de tu honor desdoras.
¿Qué me buscas? ¿Qué me lloras?
¿Qué te cansas? ¿A qué vienes?
  Meses ha que estás aquí
con estos hábitos locos
y a ti te parecen pocos,
mil siglos son para mí.
  ¿A qué vienes a esta casa?
¿Qué te debo yo? ¿Qué quieres?
¡Demonios sois las mujeres!
Solo el desprecio os abrasa.
  Mira que das ocasión
a que Laura, a quien adoro,
piense que soy el tesoro
que busca tu amor ladrón.
  No me inquietes ni consumas
esa belleza, Lucinda;
no hay cosa que más se rinda
al viento que polvo y plumas
  y hermosura de mujer;
empléala en quien te adora,
porque yo, Lucinda, agora
ya tengo quien lo ha de ser.
  Mira que el Sol, aunque tema
que eres dama cortesana,
como te mira gitana,
la tez del rostro te quema.
  Tiempo fue que, resistiendo
tu sol, al otro se viera
más fuerza y fuego en su esfera,
quedando el del cielo ardiendo.
  Mas ya que tú misma has dado
en andar aquí sin dueño,
vence el Sol al sol pequeño
que vi en tu rostro cifrado
  y dame lástima el verte.
Di a Florelo que te adorne
de tu traje y que te torne
a Medina de otra suerte,
  que yo me quiero casar,
y escusarás esta pena.

LUCINDA:

No tiene granos de arena
la Libia, peces el mar,
  aves el aire ni estrellas
el cielo que a tus maldades
igualen.

DON LOPE:

¿Tales verdades
te cansan?

LUCINDA:

Matas con ellas.
  ¿Esto me has dicho? ¿Esto vengo
a tener en galardón
de mi profunda pasión
y los trabajos que tengo?
  ¿Esto merece venir
por ti en este humilde traje,
a pesar de mi linaje,
que no lo pudo impedir?
  ¡Sufrir que estés con tu dama
sin decille mi deseo
los meses que ha que te veo
en la mesa y en la cama!
  ¡Oh, grande fuerza de honor!
Créeme que amor no ha sido,
que, pagadocon olvido,
nunca es verdadero amor.
  Honor es el cierto nombre,
que es donde más se echa el resto,
cuando una mujer ha puesto
su esperanza en solo un hombre.
  El tenerla solo en ti
me ha dado este sufrimiento,
pensando que mi tormento
te hiciera doler de mí.
  Verte al principio con Laura
celos me dio, y me abrasé;
pero ese veneno fue
el que mi vida restaura.
  Ya no hay rastro en mí de amor.
El honor fue el que quería
que venciese mi porfía,
que es siempre necio el honor;
  porque el querer remedialle
resulta en mayor deshonra,
que las voces de la honra
no se han de dar en la calle.
  Por ellas, don Lope, anduve;
limosna pedí por ellas,
porque pensé hallar en ellas
prendas que en mi casa tuve.
  Mira mi honor a qué viene,
y si es justo remedialle,
que buscase yo en la calle
lo que Laura en casa tiene.
  Todo esto, que te obligara
si piedra no hubieras sido,
es con lo que te he ofendido.
Vuelve a mirarme, repara.
  Yo soy, yo me vi algún día
libre, y como estoy te vi.

DON LOPE:

Si como me pintas fui,
ya no soy el que solía.
  Todo en mudanzas consiste,
no te cause maravilla,
que yo me mudé en Sevilla
del que en Medina me viste.

(Váyase.)
LUCINDA:

  Baste, en fin, porque, sin duda,
te vencieran mis razones.
Romped el freno pasiones,
desatad la lengua muda,
  decid a voces feroces
mi desventura inmortal,
que, quien tiene un grande mal,
bien puede dar grandes voces.
  ¡Oh, puertas! ¡Oh, casa, infierno
donde no puedo sacar,
con cantar ni con llorar,
aquel mi tirano eterno!
  ¿Qué haré, que estoy como loca?
La paciencia vuelva en furia
la venganza de la injuria,
que hasta las piedras provoca.
  ¡Oh, si viniera Florelo
y el intento ejecutara
que tengo!

(Sale FLORELO con una vara de alguacil.)
FLORELO:

¡Señora!

LUCINDA:

Para,
Florelo, para; que el cielo,
  por milagro, te ha traído.
¿Es esa la vara?

FLORELO:

Sí.
Hoy la compré y hasta aquí
con poco miedo he venido,
  porque hay tantas en Sevilla
de guardas, de comisiones,
que a distintas ocasiones
suelen venir de Castilla,
  que un año puedo traella
sin que se sepa quién soy.

LUCINDA:

Pues determinada estoy
a lo que has de hacer con ella.
  Yo me entro en casa; tú llama
como concertado está.

FLORELO:

Entra.

LUCINDA:

Adiós.

FLORELO:

¿Quién está acá?

(Dentro.)
URBANA:

¿Quién llama?

FLORELO:

[Aparte.]
Invención de fama.
  Diga, reina, a su señora
que un alguacil está aquí.

(Salen LAURA y URBANA .)
LAURA:

¿Alguacil?

URBANA:

Señora, sí.

LAURA:

¿Qué quiere en mi casa agora?

FLORELO:

  Serviros, no os alteréis.
Esta es una provisión
real; yo, a su comisión
he venido, como veis.
  Pensé pasar hasta el puerto,
y dícenme que está aquí
lo que busco.

LAURA:

¿Cómo ansí?

FLORELO:

Cierto ladrón encubierto.

LAURA:

  ¿Ladrón en mi casa?

FLORELO:

Creo
que vós estáis descuidada
y por ventura engañada.

LAURA:

Saber el ladrón deseo.

FLORELO:

  Que si yo culpada os viera,
bien veis que trajera gente,
y cuanto hallara presente
dentro en la cárcel pusiera.
  Es el ladrón un don Lope
que tenéis en vuestra casa.

LAURA:

¿Cómo ladrón?

FLORELO:

Esto pasa,
y quiera Dios que le tope,
  que él volverá a las galeras
de donde se fue.

LAURA:

¿Qué es esto?

FLORELO:

Esta provisión dice esto;
mal conocéis sus quimeras.
  Hase hecho caballero
y es gitano conocido.

URBANA:

¿Gitano?

FLORELO:

Gitano ha sido.

LAURA:

¿Qué escucho?

URBANA:

¿Qué oigo?

LAURA:

¿Qué espero?

FLORELO:

  Trae una cruz que descubre
cuando quiere. Si aquí viene,
mirar muy bien os conviene
las uñas que el ladrón cubre,
  porque el día que se vaya
os ha de dejar en cueros.
A este, otros compañeros
hirieron en esa playa
  por un hurto que partían,
y él dicen que le ha escondido
en una casa, y que ha sido
esta algunos me decían,
  mas no lo quiero creer,
que esa cara, esas faciones,
no son de encubrir ladrones.
Voy a buscar su mujer,
  que dicen que agora vino,
aunque este desvergonzado
cuatro veces se ha casado.

LAURA:

De congoja desatino.
  Urbana, aún no puedo hablar.

URBANA:

Yo estoy temblando.

FLORELO:

Señora,
yo voy a buscar agora
esta mujer, que ha de estar,
  según me han dicho, en Triana.
Si algo deste hombre sabéis,
a la puerta me hallaréis
de la Lonja o a la Aduana.

(Váyase.)
LAURA:

  Desdichado fue aquel día
que fuimos al arenal.

URBANA:

¿Habrá desventura igual?

LAURA:

¿Hay pena como la mía?
  Desventurada, ¿qué haré?
¿Con este hombre me casaba?
¿Este amaba y regalaba?

URBANA:

No piensesen lo que fue;
  remedia lo por venir.

LAURA:

¿Está, por ventura, Urbana,
en casa aquella gitana?

URBANA:

Denantes la vi salir;
  no sé si por dicha ha vuelto.

LAURA:

Dale una voz.

URBANA:

¡Maldonada!

(Sale LUCINDA .)
LUCINDA:

Es la mujer enojada
lo mismo que el diablo suelto.
  Presto don Lope ha de ver
lo que ha hecho.

LAURA:

¡Perra infame!
Que es justo que así te llame
por ser de un ladrón mujer.
  Tú y el infame gitano
de tu marido habéis hecho
cueva mi casa y mi pecho
de ladrones.

LUCINDA:

Ten la mano,
  si la verdad has sabido;
que yo, una pobre mujer,
debo encubrir y querer
lo que quiere mi marido.
  Hartas veces le decía,
que tú me vías con él
en contienda tan crüel,
que tu amor no merecía
  que te hiciese tanto engaño.
Y por mí, que agora lo digo,
no está casado contigo,
que fuera mayor el daño.
  ¿Hale buscado justicia?
¿Es alguacil de galera?

LAURA:

Todo es verdad.

LUCINDA:

Considera
que no pequé de malicia.
  Mi marido me mandó
que callase lo que viese
de que esto contigo hiciese.
¡Dios sabe que me pesó!
  Y porque anoche quería
robarte con seis gitanos
ligeros de pies y manos
que andan en su compañía,
  reñimos, y en el portal
me puso toda esta cara
como veis.

LAURA:

¡Oye y repara
si has visto maldad igual!

LUCINDA:

  Esta noche han de robarte,
que, como ve que ha venido
el alguacil, ha querido,
llorando por él, dejarte,
  que ya no le cumple estar
en Sevilla sola un hora.
Mira tú, hermosa señora,
en qué me puedes culpar.

LAURA:

  ¿Cómo un hombre semejante
es gitano?

LUCINDA:

¿Luego no?
Tan gitano como yo,
y se llama Bustamante.

URBANA:

  No hay que aguardar.

LAURA:

Entra luego.
Cierra esa puerta muy bien.
Pon con la loba también
la aldaba.

LUCINDA:

Emprendiose el fuego.

LAURA:

  Mañana busco una casa;
no se sepa que yo he sido
la que a un gitano ha querido.

(Váyase LAURA .)
LUCINDA:

Ved lo que en el mundo pasa.

URBANA:

  Di, Maldonada: ¿y Toledo?,
¿era gitano también?

LUCINDA:

Baila y voltea muy bien;
dos veces ha dicho el Credo
  y del cordel se ha librado.

URBANA:

¡Oh, bellaco! ¡Y me decía
que también se casaría
conmigo!

LUCINDA:

Es también casado.

URBANA:

  ¡Dios me libre! A cerrar voy.

(Váyase URBANA .)
LUCINDA:

Esto se ha hecho a mi gusto,
porque gusto del disgusto
que hoy a don Lope le doy.

(Salen DON LOPE y TOLEDO .)
DON LOPE:

  Aquí se está todavía.

LUCINDA:

¿Es don Lope?

DON LOPE:

¿Qué me quieres?

LUCINDA:

¡Ay, hombres! Sin las mujeres
de vosotros, ¿qué sería?
  Aquí han llegado seis hombres,
que pienso que son soldados,
todos a matarme armados.

TOLEDO:

¿A matarle?

DON LOPE:

No te asombres.

TOLEDO:

  ¿Cómo no, ¡pese a mi abuelo!,
si es el capitán Fajardo?

LUCINDA:

Así le llamó un gallardo
que hundía de bravo el suelo
  y traía dos pistolas.

TOLEDO:

¿Pistolas?

DON LOPE:

No hayas temor,
Toledo.

TOLEDO:

¿Quieres, señor,
morir dando cabriolas?
  Vamos luego de aquí.

LUCINDA:

Si entras, te han de matar.

DON LOPE:

Pues, ¿he de dejar de entrar?

TOLEDO:

Entra, y Dios me guarde a mí.

LUCINDA:

  Solo a mí me preguntaron
quién más con Laura vivía.

DON LOPE:

¿Dijiste que yo?

LUCINDA:

Quería,
que tus obras me animaron;
  y después dije que yo
y dos gitanos que hacían
barrenos y que vivían
de sus manos.

TOLEDO:

Bien fabló.

LUCINDA:

  Preguntáronme que dónde,
y dije que en el corral.

TOLEDO:

No anduvo Lucinda mal.

DON LOPE:

A su nobleza responde.

LUCINDA:

  Como os vistáis de gitanos,
podéis entrar y salir,
porque estos han de venir
con las armas en las manos
  y no os han de conocer;
que avisando a Laura yo,
abrirá Urbana.

DON LOPE:

Ella dio
en lo que habemos de hacer.
  Pero, ¿cómo por Sevilla
iré yo desa manera?

TOLEDO:

¿No andan otros?

DON LOPE:

No quisiera.

TOLEDO:

¿Es alguna aldea o villa,
  que han de mirar dos gitanos?

DON LOPE:

Ahora bien; vamos de aquí.

TOLEDO:

Sálvate y vuélveme a mí
sacristán de luteranos.

(Váyanse.)
LUCINDA:

  Alarga riendas, pensamiento loco,
si descansa el amor con la venganza,
que, cuando entre los males hay mudanza,
yo pienso que los males duran poco.
Si con tus alas el remedio toco,
no se anegue en la pena la esperanza;
logre su pretensión la confianza
si al cielo con mis lágrimas provoco.
Mitigad, corazón, vuestros desvelos,
esforzad el valor de mis profías
mientras os miran los piadosos cielos,
porque, con celos, estorbar dos días
que no se gocen los que dan celos
basta para templar las penas mías.

(Váyase, y salen ALBERTO , FAJARDO ,
CASTELLANOS y un SARGENTO con rodelas y capas.)
FAJARDO:

  Esta es la casa de Laura;
aquí don Lope reside.

CASTELLANOS:

Todas estas calles mide
a pasos, bebiendo el aura
  que en aquellos marcos toca.

ALBERTO:

Tomad esas dos esquinas.

FAJARDO:

¿Qué es lo que hacer imaginas,
siendo la razón tan poca?

ALBERTO:

  No haré cosa que os quejéis
de mi término.

FAJARDO:

Eso creo.

ALBERTO:

Volver por mi honor deseo,
y que presentes estéis.
  Vós y el señor Castellanos
en esta esquina os poned.

FAJARDO:

Lo que os aconsejo haced
y quedad amigos llanos,
  no diga Laura que yo
ando en esto.

ALBERTO:

No dirá,
que Laura os conoce ya.

FAJARDO:

Laura no me conoció,
  porque, si me conociera,
yo pienso que me estimara.

ALBERTO:

¿Quién de mujer se quejara
si buena eleción tuviera?
  El sargento Carpio y yo
en esta esquina estaremos.

CASTELLANOS:

El orden obedecemos
que vuestro gusto nos dio.
  Pero, ¿qué pensáis hacer
si don Lope sale o entra?

ALBERTO:

Si no es que de azar me encuentra,
muy presto lo habéis de ver.

(Salen DON LOPE y
TOLEDO vestidos de gitanos.)
DON LOPE:

  Ve, Toledo, poco a poco
reparando en las entradas
de las calles.

TOLEDO:

¿No te agradas
de verme en forma de loco?
  En mi vida he visto ansí,
si no es en danzas, gitanos.

DON LOPE:

A venir vestidos llanos,
como esta tarde los vi,
  ¿qué diferencia se hallara
para entrar desconocidos?

TOLEDO:

Bien dices, que en los vestidos
solamente se repara,
  señor.

DON LOPE:

¿Qué dices?

TOLEDO:

Advierte
cuáles están las esquinas.

DON LOPE:

¡Que vengan treinta gallinas
para un hombre desta suerte!

TOLEDO:

  Cuando se viene a matar,
está muy puesto en razón
armar todo un escuadrón,
y todo junto esperar;
  cuando se viene a reñir,
es cosa muy diferente.

DON LOPE:

Llama a Urbana prestamente
y di que me salga a abrir.

TOLEDO:

  ¡Ce, Urbana! ¡Qué digo, Urbana!

DON LOPE:

Llama más recio, Toledo.

TOLEDO:

¡Urbana! ¡Ce, Urbana!

DON LOPE:

Quedo;
ya se asoma a la ventana.

(En alto.)


URBANA:

  ¿Quién es?

TOLEDO:

¿No me has conocido?
Un gitano.

URBANA:

¡Bien, por Dios!

TOLEDO:

Bien puedes decir que dos.

URBANA:

¡Laura! ¡Laura! ¡Ya han venido!
  ¡Llega, por tu vida, y mira
en el hábito que están!

DON LOPE:

Yo soy, mi bien.

(En alto.)
LAURA:

¡Ganapán!
¡Tu desvergüenza me admira!
  ¿Aquí has osado venir?

DON LOPE:

¿Qué dices, Laura?

LAURA:

¿Qué digo?
¡Ladrón! ¡Infame! ¿Conmigo?

TOLEDO:

Esto debe de fingir
  porque estos no te conozcan.

DON LOPE:

Laura, ¿eres tú la que hablas,
si no es que por dicha entablas
que aquestos me desconozcan?

LAURA:

  Yo soy, ¡infame gitano!
Yo soy; ya sé todo el cuento.

TOLEDO:

¿No entiendes su pensamiento?

DON LOPE:

Gitano dijo; es muy llano:
  ella debe de saber
que yo he de venir así
y que estos están aquí.
Pues no me han de conocer,
  que yo me he de aprovechar
de la industria que he fingido
y dar su lengua al vestido.

TOLEDO:

Prueba a hablar.

DON LOPE:

Ya empiezo a hablar.
(Hable gitano.)
  Laura, con la bendición
de Dios, ábreme la puerta;
verás que, después de abierta,
te digo cierta invención.
  Ábreme, cara de plata;
abre, que vengo cansado
de trabajar.

LAURA:

¡Maldonado!
Si yo fuera tan ingrata
  a mi propio gusto y ser
como en la flaqueza cabe
de mujer maldad tan grave,
vengara como mujer;
  mas respeto de que soy
noble y que erré como noble
(que esto, más que el trato doble
tuyo, en disculpa te doy),
  quiero ponerme la culpa,
no quiero hacer castigarte
ni que en esta o otra parte
se publique mi disculpa.
  Bien pudiera abrirte agora
y que en mi casa te hallara
la justicia, si bastara
a quien tal deshonra llora;
  pero, porque no se entienda
que tu bajeza he querido
y que en ningún tiempo he sido
de un gitano infame prenda,
  te ruego que no parezcas
en Sevilla.

DON LOPE:

¿Hablas de veras?

LAURA:

Si quiera porque en galeras
otro tanto no padezcas
  o porque no sea mi dicha
que te ahorquen.
¿Qué te altera?
¿No ves que, desta manera,
te estorba una gran desdicha?

DON LOPE:

  ¡Calla, Toledo, por Dios!,
que es mucho para fingido.

ALBERTO:

El gitano la ha ofendido
y están riñendo los dos.

FAJARDO:

  ¡En su casa estos villanos
de Laura! ¡Gracioso estilo
de vivir!

CASTELLANOS:

Si hay cocodrilo,
¿no quieres que haya gitanos?

ALBERTO:

  Es corral de vecindad,
como se usan en Sevilla.

FAJARDO:

No sé, ¡por Dios! Maravilla
en Laura esta novedad.

DON LOPE:

  Bien puedes agora abrir,
que estos no me han conocido;
que, con aqueste vestido,
bien puedo entrar y salir.

URBANA:

  ¿Tienes vergüenza, ladrón?
¡Que no le conocen, dice!

DON LOPE:

Mucho aquesto contradice,
Toledo, a nuestra invención.
  Laura, Laura, bueno está;
no me han conocido, no.

LAURA:

Pues que te conozco yo,
¿qué más mal puede ser ya?
  Si, mereciendo la muerte,
te perdono con piedad,
¿qué aguardas en la ciudad,
gitano vil, desa suerte?
  ¿Piensas que los embozados
no sé también que lo son?
No lograrás la traición;
en la puerta hay dos candados.
  No entrarán, no robarán
la casa, como imaginas.

DON LOPE:

¡Gitanos por las esquinas!
Loco estoy o ellas lo están.
  Laura, tú has perdido el seso;
si es por los que están allí
el quererme hablar ansí,
baja y cuéntame el suceso,
  que entre la puerta hablaré
de lo que pasa contigo.

LAURA:

Bien te conozco, ¡enemigo!,
y lo que pretendes sé.
  Matarme quieres, ¡traidor!,
y, quedando sola Urbana,
entrarte por la ventana.

TOLEDO:

Esto es de veras, señor.
  Apostaré que Lucinda
debe de andar por aquí;
si esto le ha dicho de ti,
¡por Dios que la industria es linda!,
  y que nos hizo vestir
para fingir lo que ves.

DON LOPE:

Suya esta máquina es.
¡Oh, lo que sabe fingir!
  ¿Crees, Laura, por ventura,
que soy gitano?

LAURA:

Pues, ¿no
si tu mujer me contó
lo que tu engaño procura?
  Y vino aquí un alguacil
para llevarte a galeras.

DON LOPE:

Todas han sido quimeras
de aquel ingenio sutil.
  ¿Mi mujer?

LAURA:

Y te has casado
cuatro veces.

DON LOPE:

¡Oye aquello!
¡Que así pudiese creello
quien me ha visto y me ha tratado!
  ¿Yo gitano? ¿Yo ladrón?
¡Oh, flaqueza de mujer,
fáciles para creer
cualquiera superstición!
  Si creéis cosas como estas,
no es engañaros hazaña,
que si el demonio os engaña,
es porque os halla dispuestas.
  ¿Quién cree la astrología
judiciaria? La mujer.
¿Quién es fácil de creer
la engañosa geomancia?
  La mujer. ¿Quién en las suertes?
La mujer. ¿Quién el hechizo?
La mujer, que dellos hizo,
con ignorancia, mil muertes,
  siendo todo loco engaño
y contrario a nuestra fe.
Abre, Laura, que no fue
jamás don Lope gitano
  y, aunque me viene a matar
toda esta gente y estoy
en tal peligro, yo soy
a quien venís a buscar:
  don Lope soy de Agramonte,
de Navarra decendí,
en Valladolid nací,
que no gitano en el monte;
  don Lope soy.

(Sale ALBERTO .)
ALBERTO:

Pues, don Lope,
oye a un hombre que te espera
sin traición, ni Dios lo quiera,
aunque durmiendo te tope.

DON LOPE:

  ¿Quién eres?

ALBERTO:

Yo soy Alberto.

DON LOPE:

¿En qué estás de mí agraviado?

ALBERTO:

En que, herido, me has tomado
un retrato, el pecho abierto;
  y me he de matar contigo,
porque tu amigo no soy.

DON LOPE:

Si del retrato te doy
el dueño, ¿serás mi amigo?

ALBERTO:

  No me le puedes tú dar
de suerte que me esté bien
acetarle.

LAURA:

Urbana, ven
a abrir, que se han de matar.
  La gitana me ha engañado,
que don Lope es caballero.

URBANA:

¡Oh, traidor!

(Bájense de la ventana.)


DON LOPE:

Espera.

ALBERTO:

Espero.

DON LOPE:

Bien ves que estoy desarmado.
  Satisfecho estás de mí
que sabré reñir contigo.

ALBERTO:

Por eso no soy tu amigo,
que tú no lo estás de mí.

DON LOPE:

  Sí estoy, que quien esperó
tan honrado a quien lo fue
siempre, yo le imaginé
por tan hombre como yo.

FAJARDO:

  ¡Quedo! No pase adelante
la plática.

ALBERTO:

¿De qué modo?

FAJARDO:

Porque ha satisfecho a todo
con respuesta semejante,
  la cual tan honrada ha sido
que quien la contradijere,
y lo contrario tuviere,
queda por mí desmentido.
  Reñir dos y herir el uno
es suceso; imaginar
que es más hombre es agraviar,
y no lo ha de hacer ninguno.
  Pero cuando yo herí,
y al herido que esperó
tengo en tanto como yo,
no está agraviado de mí.

ALBERTO:

  Los brazos os quiero dar,
don Lope.

FAJARDO:

Vós habéis hecho
lo que de ese honrado pecho
fue justo siempre esperar.
  Las amistades confirmo.
A Fabricio de León
escribiré la razón.

CASTELLANOS:

Yo lo afirmo.

SARGENTO:

Y yo lo firmo.

(Salen LAURA y URBANA .)
LAURA:

  ¿Han parado, capitán,
tus celos en este enredo?

FAJARDO:

Hice lo que debo y puedo;
los presentes lo dirán.
  Don Lope y Alberto son
amigos.

DON LOPE:

Así es verdad.
Mas fáltale a esta amistad
la justa confirmación.

(Salen LUCINDA y FLORELO .)
LUCINDA:

  Quiero ver en qué ha parado.

FLORELO:

Juntos a la puerta están
don Lope y el capitán.

LUCINDA:

Don Lope está disfrazado;
  sin duda que mi invención
está descubierta ya.

URBANA:

Aquí la gitana está.

DON LOPE:

Lucinda, ¿yo soy ladrón?
  ¿A mí me haces tomar
este enredo por tu mano
y a Laura me haces gitano?

ALBERTO:

¿Lucinda en este lugar?

DON LOPE:

  Alberto, ¿yo no decía,
aunque lo tuviste a sueño,
que, si quisieses, el dueño
del retrato te daría?
  Vesle aquí.

ALBERTO:

Déjame ver,
Lucinda, esos bellos ojos,
si tantas penas y enojos
lo bastan a merecer.
  Déjame ver las estrellas
que a su cielo me han guiado,
aunque, como está nublado,
Lucinda, no hay luz en ellas.
  Vesme aquí: resucité
para buscarte, salí
de mi patria y aun de mí
por tanta firmeza y fe.
  ¿Qué traje es este que intentas?
¿En qué te puedo servir?

LUCINDA:

¡Oh, Alberto! En solo impedir
el curso de mis afrentas
  los dos habemos venido
solo a procurar honor.
¿Tienes tú el tuyo?

ALBERTO:

En rigor,
yo cobré mi honor perdido.
  Pero, ¿qué te falta a ti?

LUCINDA:

Solo en público saber
si es de don Lope mujer
Laura.

DON LOPE:

Yo digo que sí.

LAURA:

  Y yo también.

DON LOPE:

Esta mano
te doy.

LAURA:

Yo tomo la tuya.

LUCINDA:

Pues con esto es bien que huya
del mundo.

ALBERTO:

Es intento vano.
  ¡Detente! Que si yo valgo
para amparo de tu honor,
conmigo estarás mejor,
aunque soy un pobre hidalgo;
  que te volveré a Medina
y irás a tu patria honrada.

FLORELO:

A hacerlo estás obligada.

DON LOPE:

Padrino soy.

LAURA:

Yo madrina.

FAJARDO:

  Ea, Lucinda...

LUCINDA:

No estoy
dudosa por lo que él vale,
sino porque no le iguale
esta mano que le doy.

ALBERTO:

  Mil veces las tuyas beso.

TOLEDO:

Urbana, la tuya aguardo.

URBANA:

Vesla aquí.

CAPITÁN:

Señor Fajardo,
¿qué os parece del suceso?

FAJARDO:

  Que de todo estoy contento,
y de suerte que, ¡por Dios!,
que, a ser posible, yo y vós
tratáramos casamiento.

(Disparen arcabuces.)
CASTELLANOS:

  A mí la espada me salva.

ALBERTO:

¡Bravos truenos!

DON LOPE:

¡Gran tiniebla!

FAJARDO:

Es que entra el Conde de Niebla
haciendo a Sevilla salva.

DON LOPE:

  Vamos juntos a la orilla
a ver el gran General,
dando fin en su arenal
al arenal de Sevilla.