El arenal de Sevilla/Acto II

Acto I
El arenal de Sevilla
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Salen LUCINDA en hábito de gitana,
muy bizarra, y FLORELO .
FLORELO:

  Este es el gran arenal
de Sevilla.

LUCINDA:

¿Si está en ella
don Lope?

FLORELO:

Lucinda bella,
no hay parte más principal
  para hallarle brevemente,
porque a ver tantas galeras
cubre sus blancas riberas
agora infinita gente.
  Que no hay hombre, no hay mujer,
que no salga al arenal
a mirar grandeza tal
cual nunca se espera ver,
  porque han bajado galeras
de toda Italia y venido
a la ocasión que has oído
mil naciones estranjeras.
  Por la carta de su padre
en Medina se decía,
y por el llanto que hacía
su afligida y triste madre,
  que estaba en Sevilla herido
de cuatro ladrones fieros,
quedando de sus aceros
en esta arenal tendido.
  Y pues no fue con la flota
de Tierrafirme, y Alberto
tiene salud, ten por cierto
que ha tomado otra derrota,
  y que aquí se habrá quedado
a lo fértil de la tierra,
o que para aquesta guerra
debe de estar alistado.

LUCINDA:

  La contraria estrella mía,
Florelo, con que nací
no querrá que para mí
dichoso amanezca un día.
  Desde Medina he venido
por este honroso interés
en el hábito que ves
a buscar mi bien perdido,
  porque, conforme a quien soy,
como tuviera licencia,
no llegara a su presencia
menos oculta que voy.
  En esta tierra jamás
echará mi amor raíces,
porque esa carta que dices
ha cuatro meses y más
  que don Lope la escribió
a sus padres, y es muy cierto
que estará ya ausente o muerto,
que es lo mismo.

FLORELO:

Pienso yo,
  Lucinda, que el sentimiento
de sus padres en Medina
lo hubiera dicho. Imagina
que te engaña el pensamiento
  y que a mí me dice el mío
que, para fin de tu mal,
le has de ver en su arenal
de aqueste famoso río.

LUCINDA:

  Cuando sus blancas arenas
se vuelvan perlas, Florelo,
minas el centro del suelo,
corriendo plata sus venas,
  y no digo que este río
se vuelva primero atrás,
pues el mar, que puede más,
le vuelve atrás con tal brío;
  mas que cuando por él veas
casas y edificios graves
o vueltas ninfas sus naves,
como las de Troya a Eneas;
  y destas galeras grandes,
enmedio de la corriente,
veas hacer una puente
sobre los bancos de Flandes;
  y que en todas sus entenas,
que cubre alquitrán enjuto,
nace y cuelga el verde fruto
de ramas y de hojas llenas;
  y que de la quilla al tope
se vuelvan oro y coral,
que pueda en este arenal
ver en mi vida a don Lope.

FLORELO:

  Estraña desconfianza,
y esa es la esperanza mía:
que siempre, quien desconfía,
lo que no esperaba alcanza.
  Mira que en este arenal
se vieron los que en su vida
se pensaron ver.

LUCINDA:

Perdida
ya la esperanza en mi mal,
  solo mi fortuna sigo
como el que en el mar incierto,
no tomando el propio puerto,
tomara el puerto enemigo.

FLORELO:

  ¿Y este traje ha de durar?

LUCINDA:

Lo que fuere menester.

FLORELO:

¿Sabrás hablar?

LUCINDA:

Sabré hacer
las piedras llorando hablar.
  Si los que aman por momentos
a los campos donde lloran
les ruegan que a quien adoran
les digan sus pensamientos,
  si a los árboles y ríos
que los vayan a contar,
¿por qué no sabré yo hablar,
Florelo, en los males míos?

FLORELO:

  La lengua de las gitanas
nunca la habrás menester,
sino el modo de romper
las dicciones castellanas;
  que con eso y que zacees
a quien no te vio jamás
gitana parecerás.

LUCINDA:

Y aun tú pienso que lo crees
  que no me he vestido mal.

FLORELO:

Estás mucho más hermosa.
A ver: di.

LUCINDA:

Cara de rosa...

FLORELO:

Es su lengua natural;
  no he visto tal en mi vida.

LUCINDA:

Vete a Gradas mientras yo
comienzo lo que intentó
una esperanza perdida,
  que allí podrá ser que esté
y no es bien que estés conmigo.

FLORELO:

Pues voyme.

(Váyase FLORELO .)
LUCINDA:

Adiós. ¡Oh, enemigo
don Lope! ¡Oh, traidor sin fe!
  Nace en Egipto el fiero cocodrilo
que al peregrino llama en voz humana
con que a su cueva y boca el paso allana
del que ha seguido su engañoso estilo.
No lo es el llanto que por ti destilo
ni porque de tu vida soy tirana,
que, aunque traigo vestidos de gitana,
nací en Medina y no ribera el Nilo.
Peregrino del alma que te adora,
Lucinda soy, que sin ventura vengo
a decir a los hombres la ventura.
Dame, dame esa mano vencedora,
que, si ventura de tomarla tengo,
su palma la vitoria me asegura.

(Salen el CAPITÁN FAJARDO
y CASTELLANOS .)
FAJARDO:

  Lejos estoy de sufrir,
capitán, tantos enredos.

CASTELLANOS:

Fajardo, amor todo es miedos;
no hay sino callar y oír.

FAJARDO:

  No sé de dónde nos vino
este primo tan pesado.

CASTELLANOS:

Notable asiento ha tomado
para venir de camino.

FAJARDO:

  Mientras la herida duró,
que le regalase estimo;
mas, ¿qué quiere aqueste primo
si ha tres meses que sanó?

CASTELLANOS:

  Ese parentesco ignoro;
mas, para mí, a fe de honrado,
que pienso que le ha curado
como Angélica a Medoro.

FAJARDO:

  No quiera Dios tal suceso,
aunque dél estoy temblando,
porque vendré a ser Orlando
en la venganza y el seso.
  Díjome que el mismo día
que en este arenal le halló
una cuadrilla le hirió
que la capa le pedía.
  Dos meses tardó en estar
don Lope del todo sano;
después dijo que el verano
no era razón caminar,
  y otros tres le tiene en casa
a pesar de mis enojos.

CASTELLANOS:

Ella os engaña a los ojos
y vós no veis lo que pasa.

FAJARDO:

  No me puedo persuadir;
que quien de mí se defiende,
más honra y virtud pretende.

LUCINDA:

A estos dos quiero pedir;
  mas primero será bien
estudiar el parlamento,
no entiendan mi pensamiento
y otra limosna me den.

CASTELLANOS:

  Debajo de que no os ama,
capitán, esta señora,
y que, en fin, teméis [si]agora
deste caballero es dama,
  y que os pide casamiento,
o no hay hablar sin desdén;
yo pienso que os está bien
mudar de tierra y de intento.
  El río cubren galeras
que esperan su general;
este famoso arenal,
mil naciones estranjeras.
  Vinieron los galeones
que descansan en horcadas;
ya no hay tratar de jornadas
a más remotas regiones.
  Esta dicen que es Argel,
y, aunque no es nueva, es honrosa.

FAJARDO:

¡Plega a Dios que sea dichosa!

CASTELLANOS:

Yo tengo esperanza en él.

FAJARDO:

  Trágica llama la Historia
esta misma en Carlos Quinto.

CASTELLANOS:

El tiempo, en tiempo sucinto,
le quitó la palma y gloria.

FAJARDO:

  Que diera fin a esa guerra
nadie lo debe dudar
si fuera Agusto en la mar
como César por la tierra.

CASTELLANOS:

  Van en tan buena ocasión
que al tiempo no hay que temer.

FAJARDO:

Yo pienso que quiere hacer
una gran demostración
  Filipo, que guarde el cielo
muchos años para bien
de España.

CASTELLANOS:

Querrá también
poner al bárbaro suelo
  del África algún espanto;
y que esto o que aquello sea,
¿cuál hombre en servir no emplea
su espada a tal rey?

FAJARDO:

Es tanto
  lo que a doña Laura estimo
que, con ser quien veis que soy,
remiso en partirme estoy.

CASTELLANOS:

No es mala espuela este primo.

FAJARDO:

  Parézcome a Masinisa
en aquesta remisión.

CASTELLANOS:

Yo, al romano Cipión,
que deste error os avisa.
  Y pues veis que desta suerte
vuestra opinión se restaura,
sea Sofonisba Laura
y vuestra ausencia su muerte.

LUCINDA:

[Aparte.]
Estos hombres son soldados;
mal hago en no me atrever,
porque podrían saber
del dueño de mis cuidados.
  No soy pobre, que, en efeto,
si en esta ocasión lo fuera,
su conversación rompiera
aunque hablaran más secreto.
  ¡Oh, quién le pudiera hurtar,
por lograr mi pensamiento,
a un pobre el atrevimiento
con que entra en cualquier lugar!
  Pero es justo que se aparte
la diferencia en los dos,
porque, como el pobre es Dios,
entra por cualquiera parte,
  que, aunque dos quieran hablarse
por el más secreto modo,
como Dios lo entiende todo,
es imposible guardarse.

CASTELLANOS:

  Aguarda en este arenal
la gente que le corona
solo a don Juan de Cardona,
que es capitán general,
  porque quieren las galeras
hacerle gran fiesta y salva,
que le aguardan desde el alba
con mil diversas banderas,
  flámulas y gallardetes,
llenos de armas, cifras, soles,
que de los altos penoles
tocan a los filaretes;
  clarines y chirimías
hacen bailar en el centro
las ninfas que viven dentro
del agua en alcobas frías,
  a quien el aire importuno,
oyendo voces tan nuevas,
da con eco en las Cuevas,
Monasterio de San Bruno.

FAJARDO:

  En la batalla naval
se halló don Juan de Cardona.

CASTELLANOS:

Estimaba su persona
el de Austria a la suya igual;
  él fue a descubrir la armada
del turco sobre Lepanto.

LUCINDA:

[Aparte.]
Si a todos espero tanto,
si estoy con todos turbada,
  ¿de qué sirve la invención?
Ahora bien...
Cara de rosa,
ansí Dios haga dichosa
tu vida y tu pretensión;
  me des una cosa buena
desa generosa mano.

FAJARDO:

¡Vive Dios, ángel gitano,
que estoy rico de harta pena!
  Si esta queréis y desgracias,
tengo mil que daros pueda

LUCINDA:

No, señor; desa moneda
harta tengo yo, ¡a Dios gracia!

CASTELLANOS:

  Bella mujer.

FAJARDO:

Hay de aquestas
algunas limpias y hermosas.

FAJARDO:

Sí, pero muy desdeñosas
y notablemente honestas,
  que tienen estraña ley
con sus maridos.

LUCINDA:

Tenemos
hartos trabajos.

CASTELLANOS:

¡Qué estremos!

LUCINDA:

Dame, señor; ansí el rey
  te haga comendador.
Dame, capitán honrado.

FAJARDO:

¡Qué buen brío!

CASTELLANOS:

No he topado
entre estas otro mejor.
  ¿Quieres ir a mi posada?
Dirasme allá la ventura.

LUCINDA:

¿Y cómo estaré segura
de esa tu presencia honrada?
  ¡Honrados días vivas!

CASTELLANOS:

Yo
te haré un juramento aquí.

LUCINDA:

¡Quién se fïara de ti,
ojos falsos!

CASTELLANOS:

¿Por qué no?

LUCINDA:

  Juntar la estopa y el ascua
nunca llames discreción.
Dame una consolación
tú, cara de pan de Pascua.

FAJARDO:

  ¿Dónde tienes tu marido?

LUCINDA:

¡Dale a Dios! Bien cerca está.

FAJARDO:

En las galeras irá
preso y jamás ofendido.
  Estas son mujeres solas.
¡Con qué lealtad van al puerto,
en siendo que arriban cierto
las galeras españolas!
  Allí les llevan dinero,
regalos, ropa, calzado...;
tanto, que fuera forzado
por ver amor verdadero.

CASTELLANOS:

  Haceos gitano.

FAJARDO:

Sí haré.

CASTELLANOS:

No hay camino de galeras
más seguro.

FAJARDO:

Si tú fueras
la gitana de mi fee...

LUCINDA:

  Muestra, dame acá esa mano,
ya que no me das dinero.
¡Qué mano de caballero!
¡Qué largo Alejandro Magno!

(Sale un LADRÓN .)
LADRÓN:

  Mientras aquesta gitana
dice a aquestos la ventura,
haré mi herida segura.

(El LADRÓN va alzando la capa a FAJARDO .)
FAJARDO:

Toma; y no mientas, hermana.

LUCINDA:

  ¡Larga te dé Dios la vida!
Tú estás con un gran desdén
de una dama.

FAJARDO:

Dice bien.

LUCINDA:

¿Por qué piensas que te olvida?

FAJARDO:

  Todo es verdad.

LUCINDA:

Un traidor
te quiere mal y lo encubre.

(Meta la mano.)
FAJARDO:

¡Vive el cielo que descubre
todo el libro de mi amor!

LUCINDA:

  Has servido, y no te paga
quien debiera conocerte.

(Saque la bolsa.)


LADRÓN:

Yo hice muy bien mi suerte;
así Dios tus cosas haga,
  gitana, y quiera que tope
contigo solo algún día.

(Váyase.)
LUCINDA:

Así, por cierto, tenía
la mano el señor don Lope.
  ¿Conoceisle?

FAJARDO:

No quisiera.

LUCINDA:

¡Ay, cielo!

FAJARDO:

¡Ay, suerte crüel!
Porque no me hables en él
te daré limosna. Espera,
  espera.

CASTELLANOS:

¿Qué buscáis?

FAJARDO:

¡Bueno!

CASTELLANOS:

Yo tengo dinero.

FAJARDO:

Aquí
cincuenta escudos metí
en un bolsillo, y bien lleno,
  y bien lleno, y solo hallo
el lienzo y estos papeles.
¡Vil gitanilla! Si sueles,
para sustentar el gallo,
  entretener desta suerte
al que dices la ventura
mientras hacerla procura
en el que se ocupa en verte
  el ladrón que traes contigo,
mi dinero me has de dar
o te tengo de matar.

LUCINDA:

¿Qué es esto, cielo enemigo?

CASTELLANOS:

  ¿Hay semejante maldad?
La misma la habrá tomado.

LUCINDA:

Si entre tanto os la han hurtado,
yo no lo sé, en mi verdad.

CASTELLANOS:

  Que la misma la hurtaría,
y este es negocio muy llano,
porque os tomaba una mano
y otra en la bolsa metía.

LUCINDA:

  Hurtárosla fuera error,
pues, habiéndome de dar
limosna, era cierto echar
menos la bolsa, señor.
  ¿Veis cómo estáis engañado?

CASTELLANOS:

Mientras llamo un alguacil,
desnudalda.

FAJARDO:

¡Qué sutil
me la asió por este lado!
  ¡Desnúdate!

LUCINDA:

No toquéis,
capitán, a mi persona,
que si el talle no la abona,
la abonará lo que veis.
  ¡Desviaos!

FAJARDO:

¿No eres gitana?

CASTELLANOS:

¿No lo veis? Habla muy bien.

LUCINDA:

Yo haré que el dinero os den.

FAJARDO:

¿Cómo?

LUCINDA:

Mujer castellana
  soy, y mujer principal,
y si alguno os lo tomó,
como eso he creído yo
que pase en este arenal,
  no soy tan pobre que aquí
no os dé lo que han hurtado.

FAJARDO:

Con eso me he despicado,
que fue como juego en mí;
  y creed que soy persona
que os puedo servir en algo.

LUCINDA:

Talle tenéis de hombre hidalgo,
y el término lo pregona.
  Solo porque soy mujer
merezco vuestro favor.

FAJARDO:

¡Estraño enredo!

LUCINDA:

Es de amor,
que él solo le supo hacer.

CASTELLANOS:

  Es el capitán Fajardo,
señora, muy caballero.
No le abono, lisonjero,
por premio que dél aguardo,
  sino porque dél fiéis
cualquiera cosa en razón
de su fama y opinión,
que yo sé bien que podéis.
  Decilde a qué habéis venido
y en lo que os puede servir,
que esto es más razón sentir
que no el dinero perdido,
  que yo sé que de su hacienda
en menores ocasiones
ha dado satisfaciones.

LUCINDA:

Pues debajo de esa prenda
  diré quién soy y a qué vengo
disfrazada en el vestido
que veis.

FAJARDO:

¡Caso estraño ha sido!

LUCINDA:

Pues tan buen amparo tengo,
  oíd mi historia, si oílla
no os cansa.

FAJARDO:

El pecho descubre.

CASTELLANOS:

¡Válame Dios lo que cubre
el arenal de Sevilla!

LUCINDA:

  De nobles padres y abuelos,
noble capitán Fajardo,
para campo de desdichas
nací en Medina del Campo.
Mudó el Tercero Filipo
su corte, casa y crïados
a Valladolid, y fue
mudar también necesario
de allí la cancillería,
con quien también se mudaron
mi ventura y muchos pleitos,
de que me resultan tantos.
Ennobleciose la villa
y, como en tiempos pasados,
vino a estar con mayor lustre,
que, floreciendo sus pagos,
poblose con estranjeros
venidos por varios casos,
no habiendo casa sin huésped,
causa de todo mi daño
porque le cupo a la mía
un noble mancebo hidalgo
de buena presencia y rostro,
y en la mitad de sus años
puso los ojos en mí,
que es nuestro pleito ordinario
y muy propio a forasteros
dar a su huésped tal pago.

LUCINDA:

¡Bien sabe el cielo mi intento,
y que, con justo recato,
mientras más altos sus ojos,
miré con ojos más bajos!
No porque yo despreciara
las partes de un cortesano
tan galán y caballero,
siendo el pensamiento casto,
mas porque el mío vivía
en otro pecho ocupado
de un caballero a quien yo
debía de amor seis años.
Era su nombre don Lope;
sus partes no las alabo,
que mal las dirá quien es
parte en adorarle tanto.
Cayole, de ver [a] Alberto
(que es el nombre del contrario),
a don Lope una tristeza
que su vida puso al cabo,
y al cabo de algunos días
pudieron los celos tanto
que, en el campo de Medina,
salieron los dos al campo.

LUCINDA:

Díjole que, de secreto,
conmigo estaba casado,
y que en pretender servirme
le hacía notable agravio;
que la palabra le diese,
como caballero honrado,
de no mirarme en su vida,
y diola para su daño,
que, aunque es verdad que después
sus ojos se moderaron,
sus palabras se midieron
y se enfrenaron sus pasos,
de suerte que yo le vía
algunas veces mirando
morírsele los suspiros
entre la lengua y los labios.
No sé dónde a sus amigos
enseñó Alberto un retrato
que un cierto pintor famoso,
pienso que Guzmán llamado,
de solo verme una fiesta
hizo con divina mano,
que, como naturaleza,
hace su pincel milagros;
y fue tanta su desdicha
y los amigos tan falsos,
que contaron a don Lope,
aunque Alberto estaba salvo,
que se alabó que era dueño
del dueño de aquel retrato;
con que, incitando su ira,
dieron principio a este caso.

LUCINDA:

Buscole y hallole un viernes,
siempre en amor desdichado,
junto a la Chancillería,
y otra vez le sacó al campo,
donde, afeando el haber
la fe y palabra quebrado,
metió mano y le dejó
por muerto, y quitó el retrato.
Vínose huyendo a Sevilla
dejándome mil trabajos
entre deudos de un herido
y padres de un agraviado.
Quiso pasarse a las Indias,
y el cielo, viendo mi agravio,
le detuvo en esta arena
con tres heridas o cuatro.
Escribe que está muy bueno
quien fue para mí tan malo,
a quien busco en este traje,
que me dicen que es soldado.
Si sabéis dél, caballeros,
¡por Dios que os muevan mis daños!,
porque no se vaya a Argel
hombre que me cuesta tanto.

FAJARDO:

  ¡Estraña lealtad!

CASTELLANOS:

Merece
justo lugar en el templo
de la Fama.

FAJARDO:

Tal ejemplo
su flaco ser engrandece.
  Pena me ha dado la vuestra,
y, en fe de que esto es verdad,
tendrá vuestra voluntad
para su amparo la nuestra.
  Y porque tengáis consuelo,
ese don Lope está aquí,
porque cayó para mí
como otro rayo del cielo.
  En una casa en que adoro
una mujer se ha curado,
donde ha sido regalado,
y dicen que fue Medoro.
  Prima la llama; no sé
si esta prima es verdadera,
mas no es la cuerda primera
que por prima falsa esté.
  Hacemos un instrumento,
cinco en esta misma casa,
que donde el infierno abrasa
no habrá tan discorde acento.
  Es la prima quien te digo,
que doña Laura se llama,
falsa hasta agora en la fama
y siempre falsa conmigo.
  La segunda y la tercera
hacen Toledo y Urbana,
un crïado y una anciana
que suenan mal donde quiera.
  La cuarta y requinta ha sido
don Lope, porque sospecho
que de la prima se ha hecho
y tiene el mismo sonido.
  Yo vengo a ser el bordón
en quien la música estriba,
que no quiere amor que viva
sin bordón tanta pasión.
  Mira tú si este instrumento
será dulce a tus oídos,
que, por lo que es mis sentidos,
yo estoy tal que ya no siento.

LUCINDA:

  ¡Bien echaba yo de ver
que, cuando mi bien hallara,
no menos mal me costara
que es el venirle a perder!
  ¡Pluguiera al cielo, señores,
que con la flota se fuera,
porque Laura no le hiciera
Medoro de sus amores!
  ¡Allá se quedara en Lima,
o en otra mayor distancia,
antes que hacer consonancia
con esta fingida prima!
  Ya no hay remedio en mi mal,
aunque más lágrimas vierta,
que tiene desde su puerta
granos aqueste arenal.
  Cinco meses de su casa
terribles hábitos son.

FAJARDO:

Quedo, que en esta ocasión
la misma que os digo pasa.
  Fingid lo que habéis fingido
y podéis llegarla a hablar,
que el dueño no ha de tardar
de su amor y vuestro olvido.
  Ya nuestros nombres sabéis;
idos a Gradas mañana,
adonde, hermosa gitana,
a los dos nos hallaréis,
  que para todo suceso
es nuestro propio interés
serviros.

(Salen LAURA y URBANA .)

{{Pt|LUCINDA:|
¿Que aquesta es?
Justamente pierde el seso,
  y yo he de perder el mío.v

FAJARDO:

Adiós, porque no nos vea.

CASTELLANOS

¡Estrañas cosas rodea
amor!

FAJARDO:

Apartaos del río.

LAURA:

  Apenas habrá lugar
de donde se pueda ver.

URBANA:

Jamás estimé placer
que costase tal pesar.
  Hase cifrado Sevilla
como todo el mundo en mapa,
tanto, que el arena tapa
en esta trillada orilla.
  Hoy bravas galas se han puesto.
Tiende los ojos.

LAURA:

No hay cosa
para sus luces hermosa
estando mi sol traspuesto.

URBANA:

  Anda agora, que aunque esté
una mujer obligada,
no puede estar tan atada
que no alcance a lo que ve.
  ¿No has visto en el campo acaso
atado un buey o un jumento
que no tiene más sustento
ni puede alargar el paso
  de lo que la soga alcanza?
Pues eso mismo ha de hacer
la cautelosa mujer
mientras no intenta mudanza.
  Si don Lope te guardare
y, en fin, tienes amor,
pace todo alrededor
lo que la soga alcanzare.

LAURA:

  Reír me has hecho.

URBANA:

Pues, mira
qué yerba destas te agrada.

LUCINDA:

Quiero llegar y, turbada,
el mismo amor me retira.
  ¡Ello ha de ser!
[A LAURA y URBANA .]
Dad, ¡por Dios!,
cara buena, cara hermosa,
noble, honesta, vergonzosa,
que el cielo os guarde a las dos,
  algo a esta pobre gitana.

LAURA:

¡Gracioso talle!

URBANA:

¡Estremado!

LAURA:

¡Buen vestido!

URBANA:

¡Buen tocado!

LUCINDA:

Así la hermosa mañana
  de tu edad logren los cielos
y hasta la serena tarde
con mucho gusto la guarde.
(Aparte.)
Ardiéndome estoy de celos.
[A LAURA .]
  Que des a la gitanica
algo con aquesas manos.

LAURA:

¿Qué me dirás?

URBANA:

¡Cuentos vanos!

LUCINDA:

Da, pues, una limosnica.
  Quita el guante, quita presto,
que la mano ha de mostrar
lo que quiero adivinar.
 (Aparte.)
No se lo digo por esto.

LAURA:

  Toma; di lo que quisieres,
que, en creeros su amor loco,
se conoce bien que es poco
lo que saben las mujeres.
  ¿Qué me puedes tú decir
que me pueda suceder?

LUCINDA:

(Aparte.)
¿Y tú qué puedes hacer
que no me cueste el vivir?
  Ahora bien...
[A LAURA .]
¡Qué linda mano
que tienes!
[Aparte.]
Besalla quiero
por si la besó primero
aquel mi amado tirano.

LAURA:

  Di, pues.

LUCINDA:

En nombre de Dios
esta cruz hago sobre ella.
Mas, ¿no me das con qué hacella?

LAURA:

Toma aquese real de a dos.

LUCINDA:

  Vivas lo que yo deseo.
(Aparte.)
Que si no más de eso vives,
por gran milagro recibes
la vida con que te veo.
[A LAURA .]
  Torno a hacer la cruz. Permite
que otra vez tu mano hermosa
bese, porque cierta cosa
que en ella tienes te quite.
  ¿Hoy acaso hala tocado
algún hombre?

LAURA:

¿Importa?

LUCINDA:

Sí.

LAURA:

Pues sí han tocado.

LUCINDA:

¡Ay de mí!
¿Besado no?

LAURA:

Y aun besado.

LUCINDA:

  Quisiératela morder
por eso que estás diciendo.

LAURA:

¡Quedo! ¡Paso!

LUCINDA:

Voy haciendo
todo lo que es menester.

URBANA:

  Sin duda que es hechicera.

LUCINDA:

Mal conoces la gitana,
mas que te llamas Urbana.

URBANA:

¿Hay tal cosa?

LUCINDA:

¿Esto te altera?

LAURA:

  Alguien le ha dicho tu nombre.

LUCINDA:

Un cardillo corredor.

LAURA:

¿Sabrás el mío?

LUCINDA:

Mejor.
Laura, tú quieres un hombre.

LAURA:

  Si no hiciera cruz, creyera,
oyendo cosas tan graves,
que era demonio.

LUCINDA:

[Aparte.]
Aún no sabes
los tormentos que te diera.

LAURA:

  ¿Hombre yo?

LUCINDA:

Y a entender das
a tus deudos y a otra gente
que es este hombre tu pariente.

LAURA:

¡Jesús! ¡No me digas más!

LUCINDA:

  Y más, que es medio casado
este hombre.

LAURA:

¡Triste de mí!

LUCINDA:

Esta raya dice aquí
que engañas cierto soldado.

URBANA:

  No prosigas. ¡Anda, vete!

LUCINDA:

¡Calla tú, que yo sé bien
que te sirven!

URBANA:

Dime quién.

LUCINDA:

Dos sombreros y un bonete.

URBANA:

  Laura, lleva esta mujer
a casa, porque es, sin duda,
que hará que don Lope acuda,
y el mundo si es menester,
  a cuanto fuere tu gusto.

LAURA:

¿Quieres ir a mi posada?

LUCINDA:

Sí, ¡por Dios!, que eres honrada
y darte contento es justo.
  ¿Dónde vives?

LAURA:

A los Baños
de la Reina Mora.

LUCINDA:

Iré,
sin duda, y allá os diré
untos y aceites estraños
  para el rostro, para dientes,
para el cabello y las manos,
y hechizos que veréis llanos
para enloquecer las gentes.
  Tengo piedras, yerbas, flores,
oraciones y palabras:
nóminas que quiero que abras
para secretos de amores
  que te quitarán el seso.
(Aparte.)
¡Qué les digo de mentiras...!

LAURA:

Cosas dices que me admiras.

LUCINDA:

Veréis el fin del suceso.
(Salen DON LOPE y TOLEDO .)

LAURA:

  Este hombre que viene aquí
es el que has adivinado.

LUCINDA:

[Aparte.]
¡Cielos! Aunque os he llamado
para que os doláis de mí,
  nunca en mayor ocasión.
Dadme esfuerzo o morireme,
que viene a quien solo teme
mi afligido corazón.

DON LOPE:

  ¡Laura mía!

LAURA:

¡Señor mío!

DON LOPE:

¿Qué puesto es este?

LAURA:

¿No es bueno?

URBANA:

Todo está de gente lleno.

DON LOPE:

Hoy no habrá lugar vacío,
  que no ha quedado persona
en Sevilla desde el alba
que no salga a ver la salva
y al gran don Juan de Cardona.
  ¿En qué te has entretenido?

LAURA:

Con esta gitana estaba.

DON LOPE:

¡Brava, por mi vida!

LAURA:

Brava
de talle, rostro y vestido.
  Dile, amiga, a este galán
la ventura.

TOLEDO:

Y luego a mí,
que soy medio zahorí,
aunque no me llamo Juan.
  Y sepa que me parió
mi madre en gran puridad
la noche de Navidad.

DON LOPE:

[Aparte.]
¿Duermo? ¿Qué es esto? ¿Soy yo?
  ¿Esta es gitana?
[Aparte a TOLEDO .]
¡Toledo!

TOLEDO:

Señor...

DON LOPE:

Mira esta mujer.

TOLEDO:

Aire tiene y parecer
de aquel tu pasado enredo.

DON LOPE:

  No vi cosa semejante.

TOLEDO:

Suele hacer naturaleza
tal vez igual la belleza
de un cristal y de un diamante.

DON LOPE:

  Si en ser posible cupiera
el venir a este lugar,
¿cómo pudiera dudar
que aquesta Lucinda fuera?
  ¡Cosas son de admiración
que hace por milagro el cielo!

LUCINDA:

De verle tengo en un yelo
engastado el corazón.

LAURA:

(Aparte [a LOPE ].)
Lope, ¿no le dais la mano?

LUCINDA:

[Aparte.]
¿Cómo me la puede dar
quien me la pudo negar?

DON LOPE:

[Aparte a TOLEDO .]
¡Hola!

TOLEDO:

Señor...

DON LOPE:

Esto es llano:
  Lucinda con el disfraz
que miras. Oye la voz.

TOLEDO:

No hay animal tan feroz
para impedir nuestra paz
  como una mujer celosa.
Ella ha sabido tu gusto.

DON LOPE:

¿Hay tan estraño disgusto?
¿Hay tan atrevida cosa?
  ¿Hay desatino mayor
como tan largo camino?

TOLEDO:

No le llames desatino
si sabes lo que [es] amor.
  Disimula: no lo entienda
Laura.

DON LOPE:

Eso solo querría.

LAURA:

¿Algo habéis hecho este día,
mi bien, mi querida prenda,
  pues que le negáis la mano
a quien teméis que lo diga?

DON LOPE:

Diversa causa me obliga,
y habéis sospechado en vano.

LAURA:

  Pues, ¿por qué?

DON LOPE:

Nunca he creído
lo que dice esta mujer.

LAURA:

Debeisla de conocer.

LUCINDA:

Antes no me ha conocido.

DON LOPE:

  Tan mala ventura un día
me pronosticó, señora,
que desde la misma hora
dejé lo que pretendía
  y estuve tan mal con ella,
porque verdad no trató,
que juré, y pienso que yo
lo cumplo, de aborrecella.

LUCINDA:

  Como Dios es sobre todo
y está sujeto a su mano,
no puede el ingenio humano
prevenir el cierto modo.
  Él no entendió la verdad
que yo en todo la decía.

DON LOPE:

Luego, ¿fue la culpa mía?

LUCINDA:

De tu libre voluntad,
  que intentaste injustamente
tu deshonor con el mío.

LAURA:

¿Qué fue el caso?

DON LOPE:

El desafío
que os dije.

LUCINDA:

Decid que os cuente
  cuál tuvo peor suceso.

LAURA:

¿Sin duda te preguntó
si saldría?

LUCINDA:

Allá salió,
con menos razón que seso,
  sin entender la verdad
o sin quererla entender.

LAURA:

Pues, ¿cómo puede tener
culpa?

DON LOPE:

Yo sé su maldad.

TOLEDO:

  Anda, señor, no la culpes,
que es una gitana honrada.

LUCINDA:

No niego que estoy culpada,
como tú mi honor disculpes.
  Muestra esa mano, que quiero
decirte verdad agora.

DON LOPE:

¿Quieres que la dé, señora?

LAURA:

Por ver lo que dice muero.

LUCINDA:

[Aparte.]
Y yo por tomar la mano.
[A DON LOPE .]
Dame un dinero y haré
la cruz

DON LOPE:

[Aparte.]
Quien aquesto ve
no diga que vive en vano.
  ¿Ves aquí aqueste real?

LUCINDA:

Tan justamente he vivido
que aquesta moneda ha sido
de mi venta desleal.

DON LOPE:

  Di...
[Aparte a LUCINDA .]
y advierte que te escucha
Laura.

LUCINDA:

[Aparte a DON LOPE .]
Ya estoy advertida.

DON LOPE:

¿Qué me dices de la vida?

LUCINDA:

 [Aparte a DON LOPE .]
Pésame que tengas mucha,
  aunque ruego a Dios por ella
por ver si mi honor restaura;
pero si te goza Laura,
mueras en llegando a ella.

DON LOPE:

[Aparte a LUCINDA .]
Habla bajo.

LUCINDA:

[Aparte a DON LOPE .]
¿Cómo puedo?

DON LOPE:

[Aparte a LUCINDA .]
Callando.

LUCINDA:

[Aparte a DON LOPE .]
Hay grande pasión.

DON LOPE:

[Aparte a LUCINDA .]
Enfrénala.

LUCINDA:

[Aparte a DON LOPE .]
No hay razón.

DON LOPE:

[Aparte a LUCINDA .]
Quedo, Lucinda.

LUCINDA:

[Aparte a DON LOPE .]
No hay quedo.

DON LOPE:

[Aparte a LUCINDA .]
No seas loca.

LUCINDA:

[Aparte a DON LOPE .]
Estoy perdida.

DON LOPE:

 [Aparte a LUCINDA .]
Tiempo habrá.

LUCINDA:

[Aparte a DON LOPE .]
El dolor es fuerte.

DON LOPE:

[Aparte a LUCINDA .]
¡Calla!

LUCINDA:

[Aparte a DON LOPE .]
No temo la muerte.

DON LOPE:

[Aparte a LUCINDA .]
¿Darétela?

LUCINDA:

[Aparte a DON LOPE .]
Estoy sin vida.

LAURA:

  ¿Qué es eso? ¿Qué habláis?

LUCINDA:

Pretende
que no diga las verdades.

LAURA:

Pues, ¿esto le persuades?

DON LOPE:

¿Piensas tú que ella me entiende?
  Todas estas ignorantes
viven con esta flor.

LAURA:

Pregunto: ¿tiéneme amor?

LUCINDA:

Sois en amor semejantes.
  Para esto no es menester
mirar rayas de su mano,
que este rostro soberano
lo da mejor a entender.
  Él te quiere y tú le quieres.

LAURA:

En secreto te ha pedido
que lo digas. ¿No ha querido
o ahora quiere otras mujeres?

LUCINDA:

  Que ha querido fue verdad;
solo a ti te quiere agora.

TOLEDO:

[Aparte.]
Poner quiero paz.
[A LUCINDA .]
Señora,
mira esta mano y callad.

LUCINDA:

  Mírola en nombre de Dios.
Cara de pocos amigos
tienes.

TOLEDO:

[Aparte a LUCINDA .]
Lucinda, testigos
tengo honrados más de dos
  de que fui siempre y seré
tu amigo, y tú lo verás.
No quiero que digas más
en la raya de mi fe.

LUCINDA:

  Tú fuiste siempre chismoso:
esta raya lo publica.

TOLEDO:

Mi lealtad te significa,
astrólogo mentiroso,
  sino que tú no lo entiendes.

LUCINDA:

Esta dice que, después,
por gusto de tu interés,
a cierta inocente vendes.

TOLEDO:

  No dices cosa acertada;
gobiérnate la pasión.

LUCINDA:

Si me informa la razón,
¿cómo puedo errar en nada?
  Niega aquí que aquesta raya
no te hace grande alcahuete.

TOLEDO:

¡Suelte, gitana! ¡No apriete
tanto a un hombre! ¡Antes se vaya,
  que dice dos mil mentiras!
(Tiren unos arcabuces.)

DON LOPE:

Ya la salva han comenzado.
Mira el Betis coronado,
Laura...

LUCINDA:

¿Y tú, Cielo, no miras
  esta maldad?

DON LOPE:

... de mil gentes,
que, por ver y por oír,
parece que han de servir
de fajina a sus corrientes.
  ¡Oh, famosa capitana
de España! ¡Qué piezas tiras!

LUCINDA:

[Aparte.]
Más balas, cuando la miras,
tira tu mano inhumana.

DON LOPE:

  La de Nápoles, gallarda,
responde agora primero.
Acércate, Laura.

LUCINDA:

Hoy muero.
¡Aguarda, don Lope! ¡Aguarda!