Don Sancho Garcia conde de Castilla
de José Cadalso
Acto Quinto
ACTO QUINTO.

SCENA PRIMERA.

Alek.

Adónde márcho con destino incierto?
Qué turbación en el Palacio advierto?
No há mucho que en placeres abundaba
el dia tras la noche se pasaba,
tras la noche llegaba el claro dia,
y duraba continua la alegria.
Mezclábanse en las galas y en las flores
la purpura y el oro y los olores.
Los juegos, fiestas, brillos y hermosura
embriagaban al alma con ternura.
Hasta los elementos parecian

que al obsequio del arte concurrian.
Mas hoy, que con esmero extraordinario
se dispuso lo hermoso con lo vario;
hoy que con pompa singular se viste
la Corte Castellana, he visto triste
alguno de los hombres principales.
Qué mezclados de sustos, ó mortales!
Los gustos recibís!.... Pero yá advierto
de tantos sustos el motivo cierto.
Amor aquí introdujo sus rigores.
Y puede haber quietud donde has amores?
Quien busca paz donde hay amor, delira.

SCENA II.
Alek, y Elvira.

Elv. Alek, Alek!
Alek. Qué te amedrenta, Elvira?
Qué gritos, qué rumor es el que siento
que parece venir del aposento
en que el banquete régio se dispuso?
Al parecer se aumenta, aunque confuso;
no obstante se distingue el golpe fiero,
mezclándose el rumor con el acero.
Y aunque lejos está de aquí la pieza,
se percibe del lance la fiereza.
Y tú también tan pálida y turbada
sales de aquella sala?
Elv. Desdichada,
para ver tal estrago habré vivido!
Alek. Qué estrago viste? Qué? Qué ha sucedido?
Elv. El lance te contára, anciano sabio,
si fuerzas en mi pecho y en mi labio
hallára; mas no puedo.

Alek. Habla con brío.
Qué se hizo tu Señora, y el Rey mío?
Elv. Ambos en gran peligro.
Alek. Ay Dios! qué dices?
Elv. Pagaron sus delitos infelices.
Alek. Y cómo? quándo? Di: cuéntalo todo.
Elv. Alek (escucha y tiembla) de este modo.
Tu Rey, tu fiero Rey, tu Rey tirano......
Alek. Muda de estilo, que es mi Soberano,
y no debo sufrir que así lo nombres.
Elv. Pues escucha su horror, porque te asombres,
y me digas qué nombre se merece
quien con las fieras competir parece.
Viendo Almanzor que al pecho dominaba
de la infeliz bellísima Doña Ava,
llegó por fin a persuadirla al fuerte
crimen de dar a Sancho indigna muerte.
No me explayo en contarte cada lance
que hubo hasta el fin del horroroso trance;
el tiempo y aun mi aliento me faltara,
si contártelos todos intentara.
Ella tomó el puñal, y vio su mano
endeble para crimen tan tirano:
al veneno apeló; con fraude impía
un banquete dispuso, en que á García
un criado el veneno administrase,
y de tal calidad, que lento obrase,
como débil insulto de un desmayo.
Lo supe yo: contélo todo al ayo
del regio infante, para que prudente
evitase un peligro tan urgente.
Díxele el nombre del fatal criado

(que lo supe después): horrorizado
oyóme sin hablar; y del secreto
usó Gonzalo cual varón discreto.
Dispuso que al criado detuviesen
con no sé qué motivo, hasta que viesen
acabado el festín; y así evitaba
la muerte a Sancho, el crimen á Doña Ava.
Llegaron al festín la madre impía,
el feroz Almanzor y Don García.
La Corte de Castilla el aposento
llenó de su belleza y lucimiento;
mas qué pronto por lutos se trocaron
las galas y las joyas que brillaron!
La música empezó su melodía,
que luego se trocó en melancolía,
Sentáronse en la mesa: yo temblaba;
a Sancho, a la Condesa, al Rey miraba.
Miré al cielo también con osadía,
porque iba a permitir tal tiranía.
Cómo te explicaré con qué tormento
en tales pechos vi tal fingimiento?
Cansóse el cielo ya de crimen tanto:
escucha sus venganzas con espanto;
mira si al bien del bueno se interesa!
Quando pidió la copa la Condesa,
el oficial, a quien correspondía,
ignorando que aquella que veía
con tan nuevos primores adornada,
era para Sancho destinada,
se la trajo; mas ella distraída,
llegó á sus falsos labios la bebida.
Bebió porción; y al conocer su engaño,

y vuelto contra sí su mismo daño,
con ímpetu quitando el vaso aleve,
á Sancho dixo: de mi vaso bebe.
El responde inocente: no apetezco
ahora la bebida, ni merezco
tan alto honor. Doña Ava sospechando
que se va su artificio declarando,
se turba. Sancho nota lo que mira;
la Corte entera su temblor admira.
El Rey también con pálido semblante
la turbación aumenta de su amante.
Hasta que con rigor, desesperada
de verse por su mano declarada,
todo el veneno apura. Este desecho
con el que tiene en su inhumano pecho,
aumenta su vigor, y se adelanta
el plazo de su muerte, que la espanta.
Entre rencor y furia la Condesa
dice su crimen, y su amor confiesa.
Al escucharlo el moro, quiso ufano
con rostro fiero, y con acero en mano
los suyos convocar, y ellos vinieron;
pero los castellanos se opusieron,
y en campo de batalla fue trocado
el salón a las fiestas destinado.
Huyeron los secuaces de tu dueño;
con sus desgracias aumentó su ceño;
la desesperación le hizo valiente,
mas nada le valió. De nuestra gente
Gonzalo se apartó por más osado,
y él solo sobre el Rey se echó arrojado.
La espada le arrancó del fuerte brazo,

para imponerle el afrentoso lazo
de una cadena, mientras Sancho dice
qué castigo prescribe al infelice.
La confusión que escuchas será parte
de la que acabo, Alek, de relatarte.
Alek. ¡Mi Rey peligra, y tardo en su socorro!
Cruel me fue; pero a tu auxilio corro.
¿Mas, qué veo? ¡Almanzor encadenado!
¡El rostro de mi Rey desfigurado!
¡Rendido viene con destino incierto!
¡O quién por libertarle hubiera muerto!

ESCENA III.
Los de la anterior, y Almanzor desarmado y
guardado por Tropa de Castellanos.

Alm. Del castellano vengador seguido,
cargado de cadenas y vencido,
abandonado de mi misma gente,
mi corazón sin su vigor se siente.
Del inmenso peligro en que me hallo,
¿quién me defenderá?
Alek. Tu buen vasallo:
aquel Alek, aquel honrado y triste;
aquel que por leal aborreciste;
aquel, cuyo consejo si siguieras,
en tan funesto lance no te vieras.
Alm. ¡Qué oigo! ¡Qué miro! ¡tú! tú me defiendes?
Alek. Pues ¿quién sino un leal? Pues qué, ¿pretendes
te sirvan en los lances peligrosos
los viles lisonjeros, los medrosos,
que en tiempos más felices te siguieron,
cuando solos placeres advirtieron?
No, no señor. Los hombres semejantes

no sirven en los lances importantes:
tu fausto, tus mercedes deseaban,
cuando en delicias suaves se embriagaban.
De rodillas.
Aqui estoy yo, te bastará mi mano
contra todo el esfuerzo Castellano.
Ven conmigo, señor; me determino
á abrir por entre todos un camino.
Alm. Levanta, Alek, vasallo verdadero.
¡Qué tarde te conozco! Ten el fiero
inútil brazo: ya no vale el brío,
detén el tuyo, pues detengo el mío.
En vano Sancho castigarme intenta:
ninguna de sus furias me amedrenta.
Llegue, convoque todo su despecho;
de todo triunfará mi regio pecho.
Alek. ¿Cómo, señor? La Corte castellana
ardiendo en iras, y en venganza ufana,
en favor de Don Sancho enardecida:
¿qué estrella librará tu augusta vida?
Alm. No imploro yo el favor de las estrellas:
mi pecho es superior a todas ellas.
No temas que me acabe en sacrificio
la cárcel, el veneno o el suplicio.
Yo me libertaré.

ESCENA IV.
Los de la anterior: la Condesa entre sus Damas.
que la sientan en una silla, y Don Sancho
conteniendo a los Castellanos.

Sanch. Callad, teneos:
suspended el rigor con golpes feos,
no se manchen aceros tan gloriosos:

huyeron ya los Moros tan medrosos,
que solo está Almanzor.
I. Castell. El Moro huya;
pero pague su error la madre tuya.
Sanch. Si vuestro amor merezco, si el Condado
en Sancho tiene un Soberano amado,
si en mí fundáis vuestra esperanza y gloria
nunca podreis echar de la memoria
que su pecho me dió tierno alimento.
Si esto no basta, y vuestro atrevimiento
los límites pasare que prescribo,
el primero de quien el brazo altivo
avance con la espada, considere
que no la ha de tocar, si ántes no hiere
á su señor y dueño, a Don Garcia.
¿Qué mano habrá en Castilla tan impia?
¿Qué castellano habrá, como lo sea,
á quien no espante tan atroz idea?
Si sois vasallos míos, desechadla.
Esta es mi madre: aún vive, respetadla.
Yo de Almanzor ordenaré el castigo.
La ingratitud con que fingido amigo
quiso abusar de mi amigable trato,
(¡lo aleve olvido, pero no lo ingrato!)
es delito mayor que la malicia
que fomentó en su pecho su codicia.
Pero á mi madre.......
Cond. No, ya no es posible
que tal nombre merezca: fiera horrible
seré á tus ojos, y á Castilla entera.
Sanch. Tu hijo soy, tu hijo te venera.
Quando te miro, solamente veo

tu carácter, y no tu crimen feo;
y si á vengarme fuera inexôrable,
sin remediar tu error, fuera culpable.
Tu culpa y mi venganza será justo
que pague el Moro aleve.
Alm. No con susto
escucho tu amenaza; pero advierte
que tu madre te quiso dar la muerte.
Ella merece tu rigor, Garcia.
Cond. No son las ansias de la muerte mía,
no son mis sustos y remordimientos
los que llenan de horror estos momentos.
Tu ingratitud horrenda y tirania,
que procura irritar a mi Garcia,
es mi mayor tormento: es quien osado
me arranca y rompe el corazón rasgado.
El crimen que insensata he cometido,
¿de quién sino de tí fue persuadido?
Por quién sino por tí, ¡ó monstruo ingrato!
¿falté yo á mi virtud y mi recato?
¿Al vínculo sagrado, quanto tierno,
que á Sancho unia con mi amor materno?
De todos mis delitos fuente ha sido
tu amor con mi pasión correspondido.
Alm. Nunca te amé: tu amor solicitaba,
porque al supremo mando conspiraba.
Si al verte me prendé de tu hermosura,
poco duró, porque el amor no dura
en leves contingencias cimentado.
El tiempo, que con brio denodado
á mi ambicioso intento resististe
contra la vida de Garcia triste,

digna te hallé de amor y de respeto;
Mas luego que cediste fuiste objeto
de mi desprecio: muere.
Cond. Sí, ya muero,
la muerte me adelanta ese severo
lenguaje horrendo del infame Moro.
Al cielo vengador conozco, adoro
y pido no detenga sus rigores
contra quien me inspiró tantos horrores.
Abrase, ¡ó Dios!, un rayo de tu mano
al infame Almanzor: pague el tirano
mi culpa, los peligros de Garcia,
y el susto general. Su casta impia
perezca y se aniquile en toda España.
Ayuda, ¡ó cielo!, la guerra saña
de Sancho y sus gloriosos descendientes
contra Africa felices y valientes.
Y tú, sin que mi culpa mas te irrite,
permite, Sancho mio, sí, permite
que hijo mio al espirar te llame.
Yo quisiera lavar mi culpa infame
con sangre de mis venas. No me basta
del llanto mio la corriente vasta.
Dexa, Garcia, que mi voz turbada......
Pero siento mi fuerza ya acabada.
La del veneno crece. ¡Ay mi Garcia!
¿Me perdonas?
Sanch. ¡Ay madre! ¡madre mia!
La duda me avergüenza. Mas me aflijo.
Si fuiste mala madre, soy buen hijo.
Tu mano, que el veneno ha preparado,
rendido beso, y á tus pies postrado.....

¿Pero qué miro yo? ¡Mi mano armada!
á los pies de mi madre con la espada!
Toma mi acero tú, ya me ha servido.
Gonz. Eso es, Señor, á tu virtud debido.
Olvida que tu madre fue tirana:
acuérdate que es madre y Soberana,
y dale ese consuelo. Acude presto.
Cond. Ya llega de mi vida el fin funesto.
Escarmienta de amor su curso aciago:
con gusto empieza, acaba con estrago.
Reyna felíz, tú, Sancho. El cielo cuida
para lauros los días de tu vida.
¡A Dios, mi Sancho; ¡á Dios! En este instante
mi corazón, al crimen arrogante,
cobarde tiembla en este pecho mio:
en miedo vil se convirtió mi brío.
Un negro horror, rencor y cruda muerte
me quitan el hablarte, y aun el verte.
Muero entre tantos y tan graves males
como pueden las furias infernales......
Mas ya...... No puedo articular razones
en medio de horrorosas confusiones.
Espiro........
Sanch. Ya murió, Cielo divino!
En ti vengar mi ofensa determino: (á Alm.)
en un suplicio acabarás la vida.
Alek. ¡Oh Sancho! Tu virtud esclarecida
venere en él aquel carácter régio
que logra en todo crimen privilegio.
Alm. Dexa, mi Alek, que Sancho me amenace:
asi su debil pecho satisface.
Y porque el mío altivo nunca pueda

temblar, ni á sus rigores fieros ceda,
este puñal me librará de todo.
Sanch. ¿Cómo, Almanzor?
Alm. Garcia, de este modo.
No creas que en los brazos de la muerte
me espante, ni me ablande, ¡ó Sancho! el verte.
Me aplaudo en el delito cometido;
solo siento el mirar no se ha cumplido
mi idea contra tí; pero pues muero,
ya que no te inmolé con este acero,
por dura suerte del injusto hado,
en mi pecho estará bien empleado.
¡Oh, si mi sangre al acabar mi vida
produxera torrentes de la herida,
que anegaran tu Corte y tu Condado!
Pero muero. Los cielos te han vengado,
Espira en manos de Alek.
Garc. ¿Qué es esto?
Gonz. Tu inocencia ya guardada:
tu madre por los cielos castigada;
Castilla preparada contra el Moro;
y yo, señor, que tu virtud adoro,
dando mil gracias al Divino Cielo,
porque ayudó mi siempre firme zelo.
Sanch. Lo premiaré. Tú cuida por ahora
del cuerpo de mi Madre y mi Señora,
y que Alek á su patria conducido,
logre el premio á su mérito debido.
Venerese en castigo tan severo
el brazo de los cielos justiciero.

FIN.