Don Sancho Garcia conde de Castilla
de José Cadalso
Acto Quarto
ACTO QUARTO.

ESCENA PRIMERA.

Gonzalo y Elvira.

Elv. ¿Estamos solos?
Gonz. Sí, solos estamos.
Elv. ¿De nobles castellanos nos preciamos?

Gonz. Sí me precio, y te precias justamente.
De nuestra sangre la inclita corriente
desciende de la más noble montaña
de Asturias, venerada en toda España.
Nuestros abuelos fueron nobles godos,
todos leales, y guerreros todos.
Tu abuelo me crió: yo jóven era;
de su escuela aprendí la vez primera
el modo de empuñar la espada y lanza.
Tu padre, primo mío, y esperanza
de tu familia, fue mi compañero:
sábio en la paz, en la campaña fiero.
Seguile en diez batallas: á mi lado
murió de un dardo el pecho atravesado;
su sangre me bañó. Muriendo estaba,
quando con voz, que débil le faltaba,
me dixo: yo me muero; yá mi aliento
faltó, no mi valor; muero, y contento.
De mi muerte feliz me aplaudo ufano,
pues muero por mi patria y Soberano.
Mi cuna el campo fue, mi tumba sea;
sólo te pido que mi hija vea
en ti todo el cariño de mi pecho;
si tal prometes, muero satisfecho.
Esto dixo, y murió. Desde aquel punto
de mi cuidado ha sido digno asunto
tu bien. Pero si premias la ternura
con que crié tu joven hermosura,
te ruego no me ocultes las razones
de tu interior, cuidado y aflicciones.
Elv. De un secreto fatal turbada vivo.
Gonz. Desahoga conmigo el pecho altivo.

Elv. Ni puedo descubrirte, ni ocultarte
asunto tan atroz: diréte parte.....
mas no, que si te oculto parte alguna,
la otra será á tus ojos importuna.
Dudosa en tal conflicto yo me hallo:
si te hablo, infiel; y cómplice, si callo.
Pero por otra parte se interesa
toda Castilla.
Gonz. Si de la Condesa
no fuera confidente, yo sabria
el secreto indagarte, Elvira mia;
pero no me parece justo ahora.
Elv. Venero á la Condesa: es mi señora;
pero el Conde en peligro tal se halla,
que morirá, si Elvira te lo calla.
Gonz. Sobrina, me confundes. ¿Qué me dices?
Me llenas de sospechas infelices.
¿En qué peligro se halla el tierno infante?
Por qué en decirlo tardas un instante?
Si yo puedo impedirlo, dilo presto.
Elv. Escucha, pues, el lance más funesto,
y prepara el medio. Yá tu sabes
que de Córdoba vino con los graves
motivos de una tregua, que importaba
al Moro, y á la Corte de Doña Aya,
el tyrano Almanzor. Formó ambicioso
el proyecto mas alto y monstruoso.
Rey de Castilla coronarse quiso;
mas ¿de qué modo? Aquí será preciso
aumentes la atencion, porque no creas,
que ayudando el valor á sus idéas,
encomendase el bazo de la guerra

la baxa astucia que en su pecho encierra.
Cobarde es el traydor: solo es valiente
quien lleva nobles fines en su mente.
Bien conoció Almanzor que Don Garcia,
aun jóven, duro obstáculo seria:
determinó matarle; mas para esto
aun meditó otro crimen más funesto.
Gonz. ¿Quál fué? ¿Quál pudo ser? No lo concibo.
Elv. Escucha, y tiembla. Su rigor altivo
un tiempo se humilló, fingiendose amante,
duro en su pecho, y tierno en su semblante.
A la Condesa, madre de Garcia,
tutora suya, en quien Castilla fia,
declaró su pasión, sirvió rendido;
fingió; gustó el amor, aunque fingido.
La Condesa lo oyó: por verdadero
tomó el amor del Moro lisonjero;
faltando la virtud, faltole el brio,
entregando al amante el alvedrio.
Luego que el moro vió que dominaba
al engañado pecho de Doña Aya,
su idéa declaró, diciendo ufano,
que no queria sin reynar su mano,
que la razón de estado y el provecho
de su pueblo ocupaba mas su pecho,
que su bien personal; y asi pedia
que si ella á su pasión correspondía,
matase á Sancho, porque de este modo
en su mano cayese el mando todo
de Córdoba y Castilla.
Gonz. No me espanta
en el moro Almanzor codicia tanta.

No tiene la ambición límite alguno:
cualquier medio á su vista es oportuno.
No dudo que el delito propondria.
Elv. Aterrete de amor la rirania.
En vano la Condesa horrorizada
se resistió: por fin cayó espantada
de la amenaza de perder su amante;
la muerte decretó del tierno infante.
Gonz. Elvira, tente. ¡Cielos! ¡santos Cielos!
¿Qué escucho?
Elv. Con congojas y recelos
me dixo sus intentos: mis oidos,
de tan fatal proyecto estremecidos,
oyeron, y dudaron lo que oyeron.
En vano mis afectos pretendieron
oponerse á la muerte de Garcia
con justas voces á su madre impía:
inutil todo fue. Gonzalo atiende:
en esta misma noche (¡ay Dios!) pretende
con un veneno atroz.....
Gonz. ¡Oh Cielo santo!
no sufra tu bondad delito tanto.
Lo impediré te juro: ya me siento
del cielo vengador noble instrumento
para impedir el crimen meditado.
¡Mi Soberano! (¡ay Dios!) Mi brazo armado
lo apartará del fiero precipicio:
será mi vida justo sacrificio
que le liberte; yo, yo mismo quiero
ser víctima felíz del Moro fiero.
De la copa en que beba Sancho, Elvira.....
Elv. Señor, tu lealtad de amor delira.

¿No encuentras otro modo que lo impida?
Gonz. El modo mas felíz será mi vida.
Declarar al Infante lo ideado,
es decir el delito que ha pensado
Doña Ava; y ésta no, por ser traidora,
dexa de ser su madre, acreedora
á la veneracion. Pero alli viene
el Moro. ¡Qué arrogante se mantiene!
Está pronta, y avisame el instante
destinado al delirio del amante.
Bien puede de Almanzor la tiranía
añadir contra el pecho de Garcia
del infierno el furor á sus furores;
Gonzalo soy; desecha los terrores.
¡Mira como se acerca placentero,
sereno rostro y corazón severo!
¡Qué quieto en el peligro! Héroe parece,
si un malhechor tal nombre se merece.
Con Garcia se acerca discurriendo.
Elv. Tu vida y la de Sancho te encomiendo.

ESCENA II.
Don Gonzalo, Almanzor, Don Sancho, guardia
de moros y castellanos.

Alm. ¿Quién tales sentimientos te ha inspirado?
¿Tan noble corazón quién te ha formado?
Sanch. El hidalgo que ves, su noble zelo
me cria.
Gonz. ¡Ah, señor! el alto Cielo,
que guía las acciones de Garcia,
le inspira elevación y valentia.
Su persona, señor, de Dios recibe

las altas prendas con que sabio vive.
Yo solo he cultivado la semilla,
que el cielo derramó sobre Castilla.
Alm. Mi marcha he de empezar.
Sanch. ¿Quándo?
Alm. Mañana.
Y dispone tu madre y soberana
se celebre la tregua concluida
por víspera felíz de mi partida.
Convidando al banquete a su grandeza
me obsequia con primor y con nobleza.
Conoce el interés de mi alianza
y fundando en las paces su esperanza,
con Córdoba á Castilla ha reunido.
Tú, Sancho, por los Cielos escogido
para ocupar el trozo castellano,
tu tierna mano enlaza con mi mano, dándole
y ofrece mantener..... la mano.
Sanch. Yo te prometo
que será tu amistad mi digno
Mientras convenga al bien del pueblo mio,
la guardaré con fe; pero con brío
la romperé, si veo no conviene.
Yá ves que el Cielo confiado tiene
la suerte de su pueblo al Soberano;
y que éste ni de humilde, ni de ufano
no debe mantener la paz, ni guerra,
si el bien del pueblo su tenor no encierra.
Alm. Me importa mucho el lazo tan estrecho
de Córdoba y Castilla. De tu pecho
lo mismo espero. Al puesto señalado
vamos. En él dispone justo el hado

se confirme mi anhelo y esperanza.
Acude, Sancho, con la confianza
de que tu madre espera tu presencia.
Sanch. Lleguemos, pues, con viva diligencia.
Y tú, Gonzalo, pues tu noble cuna
te eleva á lo mayor de la fortuna,
á mi lado estarás. Si la Condesa
manda que ocupen puestos en la mesa
todos los Grandes, pocos lo merecen
como tú, mi Gonzalo.
Gonz. No parecen
tan dignos de este honor los que opulentos
en medio de delicias y contentos
su vida pasan en descanso ocioso,
como los que en esméro mas glorioso,
defendiendo la patria y Soberano,
las armas llevan en su egregia mano;
ó asisten al consejo con la ciencia,
que nace del estúdio y la experiencia.
No fui yo de los nobles embriagados
de su luxo, su fausto y sus estados;
de aquellos necios, que en el ocio blando
sus inútiles días ván pasando
sin servir á su patria, ni á su dueño:
siempre su vanidad miré con ceño.
Nietos indignos de predecesores,
á mejor descendencia acreedores.
Solo me acuerdo yo del padre mio
para imitar sus prendas con mi brio:
si al acordarme de él no le imitára,
el corazón del pecho me arrancara.
De mi niñez apenas yo salía

al mándo del abuelo de Garcia,
mi tierno brazo con la lanza armado,
la dureza adquirió de buen soldado.
Joven mandé pequeños cuerpos suelto;
guiélos entre polvo y sangre envueltos.
No el número, mi exemplo los guiaba
al templo de la glória, que asaltaba.
Vencía con su fuerza mi presencia.
Después, quando mas lleno de experiencia
cumplí mayor edad, Señor, mi mano
las vanderas mandó del Castellano;
si con acierto, dígalo la glória;
aún conservan las tropas la memoria.
Llegada mi vejéz, en tu crianza
fundé yo mi deber, y su esperanza
tu Corte: de este modo te he servido;
felíz de haber tal lauro conseguido.
Me distingues, Señor, y yo he logrado
merecer un reposo no envidiado.
La distincion que un Soberano hace
entre sus nobles, tanto satisface
al que por sus servicios la recibe,
como estimula al que en el ocio vive.
Vamos, señor.
Alm. Soberbia Castellana!
Gonz. Y la experiencia prueba que no es vana.
Alm. Parece que tu madre, Sancho viene.
Sanch. El semblante turbado y triste tiene.
Alma. No lo creas, Garcia; antes debiera,
si alguna pesadumbre padeciera,
desecharla en el dia que el tratado
queda con tanto gústo confirmado.

Mas te equivocas. En su rostro miro
no sé qué nuevo lustre, que yo admiro:
En sus ojos qué fuego! y qué viveza!
En su semblante augusto qué nobleza!
No ves en medio de su Corte hermosa
quál viene más que todas magestuosa?
No ves como al acento de su boca,
que al pecho limpio de sus nobles toca,
todos suspensos ván envanecidos
de estár á tal Señora sometidos?
Mira con qué dulzura! Con qué agrado
á sus vasallos habla! Lo has notado?

SCENA III.
Los de la anterior y la Condesa, con Elvira y
Damas Castellanas.

Cond. Corónese, Almanzor, yá tu deseo.
Pocos instantes faltan.....mas qué veo?
Sancho?
Sanch. Señora, yá me refería
que debia sus gustos a este dia
el Rey, y que contigo yá ha pactado
treguas entre su Reyno y mi Condado.
Mas pareces turbada y distrahida
Qué es esto, madre?
Alm.Si de mi partida.....
Cond. El tiempo no se pierda, al punto vamos
á las mesas dispuestas acudamos.
Sigue, Garcia, á tu leal amigo.
Al uno y otro con presteza sigo.
Atravesad la pompa con que ostenta
mi Palacio las paces, que presenta
al valiente Almanzor.

Alm. Ven, pues, Garcia.
Sanch. Vamos. Yá te obedezco, madre mía.

SCENA IV.
La Condesa, Elvira sin guardias.

Cond. Qué te suspende el corazón, Elvira?
Elv. Su suerte, el cielo y tu rigor me admira.
Quando miro á Don Sancho, y considero
llegar al sacrificio este cordero,
quando contemplo al Cielo toleralo,
y tu pecho, Señora, proyectarlo;
dúdo si fuiste origen de su vida;
y pregúnto: ¿por qué el mortal sugeto
es del ciego destino triste objeto?
Cond. No pretenda indagar tu necia idea,
quál de los Cielos el decreto sea.
Cumple el mortal con solo venerarlo:
lo debe obedecer, no investigarlo.
Es un enigma al necio pecho humano:
ni aspires á saber del Soberano
las maxîmas, porque secretos tales
piden solo obediencia a los mortales;
tan no accesible penetrar esfera.
Sígueme, y calla.
Elv. Adónde?
Cond. Ven conmigo.
Elv. Perdoname, Señora; no te sigo.
Cómo quiere que yo la vista aguante
del Moro audaz, y el infelíz Infante;
y mas la vista de una madre aleve,
que le engendró, y á tal rigor se atreve.
Contra mi pecho armára yo mi mano,

Señora, si no fueras más humano;
si el tuyo en su pasion se determina
á ser del tierno fruto la ruina.
Yo tiemblo.
Cond. Tiembla, pues, cobarde Elvira:
quedate, y piensa que mereces mi ira.

SCENA V.
Elvira sola.

Oh Dios, inmenso Sér!, por cuyas leyes
se juzgan las personas de los Reyes;
tú, que solo conservas en tus manos
las causas de los sacros Soberanos
no permitas que sea profanada
tu imagen en los Reyes estampada.
Ostenta tu poder: guarda á Garcia;
lo pide por mi voz la patria mía.