Cardos y lirios/En el salón

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En tu melena, de la noche habita,

temblaba una opulenta margarita

como un astro fragante entre la sombra;

de pronto, con tristeza,

doblaste la cabeza

y rodó la alta flor sobre la alfombra.

Sin verla diste un paso

y la flor destrozaste blandamente

con tu escarpín de refulgente raso.

Yo, que aquello miraba, de repente,

con angustia infinita,

al ver que la tortura deliciosa

se alargaba de aquella flor hermosa,

con voz que estrangulaba mi garganta

dije á la flor ya exánime y marchita:

«¡¿Quién fuera tú? dichosa margarita,

¿Para morir así? bajo su planta!»