Acto I
Al pasar del arroyo
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

(Salen BENITO, PASCUAL, ANTÓN.)
PASCUAL.

  ¡Que por tan breve jornada
tan ignorante haya sido!

BENITO.

¡Oh, lo que os habéis perdido
por no haber visto la entrada
  de la divina Isabel,
Princesa de España hermosa,
del cuarto Felipe esposa,
digna de engastarse en él!
  Soy hombre, al fin, de labranza,
¡voto a mi sayo, Pascual!,
que estoy, aunque hablando mal,
por hablar en su alabanza.
  Mas lo que entiendo advertid
para más grandeza suya.

ANTÓN.

Cuéntanos, por vida tuya,
lo que ha pasado en Madrid.

BENITO.

  San Jerónimo del Prado,
que, cansado del desierto,
a ser palacio de reyes
subió su merecimiento,
vestido de luminarias,
como de estrellas el cielo,
que por sus torres antiguas
lugar sus almenas dieron,
dio, Pascual y Antón, la noche,
antes de entrar en su centro
este planeta divino,
a su grandeza aposento.
El sol, viendo que en Madrid
entraba Isabel, corriendo
cortinas de varias nubes
a su rostro y rayos bellos,
dejó todo pardo el día,
pues entra Isabel, diciendo:
”No he menester salir yo,
porque dos soles daremos
tanta luz, que, por ventura,
piense el concertado tiempo,
o que ella viene a ser sol
o que de ella envidia tengo.

BENITO.

Bajó, en fin, acompañada
este divino lucero
hasta las casas del Duque,
como al Occidente vemos
la luna en serena noche,
del espléndido ornamento
de sus brilladoras luces
del Norte, a su lumbre opuesto,
las Hélices, las dos Osas,
el Carro y la blanca Venus.
Allí la Villa aguardaba
cerca de un arco del cielo,
porque allí se apareció
y estuvo en dos horas hecho;
de un palio de blanca tela
dieciséis varas abrieron
una generosa calle
al sol, porque fuese dentro.
Los vestidos que llevaba
el ilustre regimiento
eran conformes al día,
que no ay más que encarecerlos,
y ya sabéis que Madrid
excede, como en el celo,
a muchas grandes ciudades
en riquezas, y deseos.
Formaron por dos hileras
las dos guardas, paralelos
al planeta que traía
luz a nuestro hesperio suelo.

BENITO.

Los bizarros españoles,
y los gallardos tudescos
llevaban, sobre amarillo,
blanco y rojo terciopelo;
allí sus dos capitanes,
y sus tinientes hicieron
el lugar, orden y plaza
que se fue siempre siguiendo:
atabales y trompetas,
del mismo color cubiertos,
parece que quién venía
iban delante diciendo:
”¿Cómo sabré yo pintaros
tan grande acompañamiento?”
Ignorante labrador,
que de sólo el campo entiendo,
no sé quién eran los grandes;
solamente decir puedo
que nadie en tan gran lugar
puede llamarse pequeño;
verdad es que conocí,
Pascual, al Conde, mi dueño,
con vestido regidor,
entre muchos caballeros;
aquel insigne Zapata,
cuyos blasones excelsos
tomó de los pies del sol,
aunque son blancos y negros;
el Conde, en fin, de Barajas,
como a señor conociendo,
me divirtió de los otros.

PASCUAL.

De que le alabes me alegro,
que, al fin, es nuestro señor,
y hijo de padre tan bueno,
que su famosa memoria
vivirá siglos eternos.

BENITO.

También conocí al Mendoza,
ilustrissimo sujeto
para versos de Virgilio,
para excelencias de Homero.

ANTÓN.

El Duque del Infantado,
Benito, a los extranjeros
está diciendo quién es.

BENITO.

Pues con él me amanecieron
los rayos de un alba clara;
por sus heroicos abuelos,
por sus generosos padres,
cuyas grandezas hicieron
que en las de Alejandro y César,
callen el latino y griego.
Hablando en el Duque de Alba,
volví la cara a un mancebo
que estaba alabando al Duque
de Sesa, y Soma, diciendo:
”Aquí se cifró la gloria
de los Córdobas, que dieron
honra a España, fama al mundo
y al Rey Católico Reinos.”
Pero dejé de escucharle,
Pascual y Antón, os prometo,
por ver un Príncipe en quien
puso las partes el cielo
de mas grandeza y valor
que en muchos siglos se vieron.
Ya sabéis que yo no soy
pretendiente lisonjero,
porque más precio una flor
de un huertecillo que tengo,
que cuantas riquezas cubren
los doseles de sus techos.
No daré tan sólo un paso
por cuantos diamantes bellos
fueron pedazos del sol
que de sus rayos cayeron.

BENITO.

Pero dar justa alabanza
a grandes merecimientos
mi natural condición
me obliga, sin otro premio;
que vi, pues, tan gran señor,
otra vez a decir vuelvo;
el de Lerma y Denia digo,
con que digo cuanto puedo.
Mas porque ofenderse puede
que villano tan grosero
ose tomarle en la boca,
la sello con el silencio,
y porque después de ver
reyes de armas y maceros
uso de Castilla antiguo,
con reales instrumentos,
vi debajo de aquel palio
la flor de lis de los cielos:
la soberana Princesa,
por quien dimos igual peso
de estrellas, de sol, de perlas,
que con Isabel nos dieron.
Pintaros de qué manera
iba aquel ángel haciendo
cielo el palio, es dar a un vidrio
todo el resplandor de Febo;
si os pintara su vestido,
pudiera cualquier discreto
decirme: “¿En eso ocupaste
los ojos tan breve tiempo?

BENITO.

¿No era mejor ocupalle
en ver el rostro, el cabello,
las manos, la compostura,
el aire gentil del cuerpo?”
Pues a la fe que paré
más en su belleza atento
que en vestidos y diamantes,
y en el palafrén, soberbio
de verse con tanta dicha,
porque, a tenerle, sospecho
que, desvanecido y loco
perdiera el entendimiento.
Sus damas yuan después
con galanes, que quisieron
ver hablar francés a Amor,
y castellano al deseo.
La calle Mayor pasaron,
la Princesa bendiciendo
de ventanas y balcones,
cuantos verla merecieron;
porque pienso que llevó,
más que perlas y cabellos,
almas y ojos aquel día
en sus muchas gracias puestos.

PASCUAL.

¿No nos dices de la Puerta
de Guadalajara?

BENITO.

Hicieron
en ella un arco de seda,
y los insignes plateros,
una calle toda de oro,
ostentación de sus pechos.
Y advertid que esta pintura
es solamente bosquejo,
que nadie gasta colores
si no hay agradecimiento.

(Salen LISARDA, DON LUÍS
y LAURENCIO con una carta.)
LAURENCIO.

  Cuanto decís es verdad,
y conocida esta letra,
hasta el alma me penetra
el pensar mi soledad.
  Lo que hasta agora encubrí
es fuerza que se descubra.

LUÍS.

Sí; pero no que se encubra
la prenda que vive aquí.
  Ya no ay que disimular:
el Conde quiere su hija.

LAURENCIO.

¿Pues no queréis que me aflija
de que falte del lugar?
  A Madrid fue a ver la entrada
de la señora Princesa,
si su tardanza me pesa,
será disculpa escusada.
  Demás que dicen que un toro,
de unos mozos perseguido,
vengado, puesto que herido,
en romper capas con oro,
  trató mi Jacinta mal,
hasta derribarla al suelo,
al pasar del arroyuelo
que llaman de Brañigal.
  ¡Ay de mi!

LISARDA.

Si por amor
la habéis, buen hombre, escondido,
justa disculpa habrá sido,
mas no carece de error.
  Considerad que mi hermano
no se irá de aquí sin ella.

LAURENCIO.

Puesto que será el perdella
mi muerte, tened por llano
  que os he tratado verdad:
aquí hallaréis labradores,
de esta villa los mejores,
que os dirán mi calidad.
  Benito, Pascual, Antón,
¿soy hombre yo de invenciones?

BENITO.

Pues ¿tú das satisfacciones,
Laurencio, de tu opinión?
  Señores de aquí partió
Jacinta a Madrid; no ha vuelto:
de buscarla estoy resuelto,
que he de ser su esposo yo.
  Esto del arroyo y toro
averiguaré lo que es,
porque ha dos años, y aun tres,
que sus desdenes adoro.
  Mas ¿para qué la queréis?

LUÍS.

Buen hombre, cesad de hablar,
que no os habéis de casar
con Jacinta, ni podéis.
  Jacinta es hija de un hombre
noble, que por ella envía.

BENITO.

Aunque la bajeza mía
no tenga de noble el nombre.
  Bien la puedo merecer.

LISARDA.

Dejad eso labrador,
que ni entendéis su valor,
ni le podréis entender.

LAURENCIO.

  Benito, cesa de hablar,
que éstas son cosas tan altas
que será descubrir faltas
el pretenderla igualar.
  Señores, la relación
vuestra y las cartas son ciertas:
un coche llegó a mis puertas
años ha, pasados son.
  Aquesta niña traía:
mi mujer la recibió,
y el dueño me refirió
que por bautizar venía.
  Dejáronme buen dinero,
porque a Italia se ausentaba;
y, supuesto que tardaba,
fue, en efecto, caballero.
  Siempre acudió por Madrid
con lo que fue menester;
mas, en fin, por no saber
nombre que darle, advertid
  que porque al cuello traía
un San Jacinto de oro
y diamantesm, el decoro
le guardé que le debía.
  Y Jacinta la llamé.

LUÍS.

Pues esa misma Jacinta,
que vuestra piedad me pinta
y en esta carta se ve
  me habéis, buen hombre, de dar.

BENITO.

¿Que Jacinta es gran señora?

LAURENCIO.

¿Cómo he de poder, si agora
no ha venido a su lugar?

PASCUAL.

  Vaya Benito a buscalla.

BENITO.

Presto pienso que os la diera,
si del corazón pudiera,
como la tengo, sacalla.

(Salen JACINTA y TERESA.)
JACINTA.

  ¿Gente de la Corte a mí?

TERESA.

Y un caballero y su hermana.

ANTÓN.

Perdida que hoy tanto gana,
mirad que os buscan aquí.

LAURENCIO.

  Hija, a quien yo no podré
dar ese nombre, pues tienes
otro padre, ¿cómo vienes
de aquesta suerte?

JACINTA.

No sé:
  que, según ha sido el mal,
bien puedo decirlo así.

LUÍS.

¿Es ésta?

LAURENCIO.

Señores, sí.

LUÍS.

Muestra a su nobleza igual
  la hermosura y gentileza.

LISARDA.

Dad los brazos a los dos,
y guarde mil años Dios
tan extremada belleza,
  señora doña Jacinta.

JACINTA.

¿Cuál diablo de don? ¿qué es esto?
A la fe que me le han puesto
con alfiler o con cinta.
  ¿Tan enhorabuena fuimos
las dos a Madrid, Teresa?

LUÍS.

¿De esto os pesa?

JACINTA.

Más me pesa
del peligro en que nos vimos.

LAURENCIO.

  Hija, vos no lo sois mía;
mirad que vienen por vos:
de dividirnos los dos
llegó, con mi muerte, el día.
  Lagrimas son, estoy viejo;
bien me pagáis la crianza
con mi muerte.

JACINTA.

¿Qué mudanza
es ésta?

LAURENCIO.

Ser vos mi espejo
  y haberos quebrado aquí.

JACINTA.

¿Otro padre tengo yo?

LAURENCIO.

Sí, hija: el que os engendró,
que yo solamente fui
  el que con vos ha pasado
los trabajos que sabéis;
allá, en Italia, tenéis
quien me dejó su cuidado.
  Que estos caballeros vienen
por vos; a Madrid iréis
con ellos, donde tendréis
los vestidos que convienen
  a mujer tan principal.
Padre tenéis señoría,
que yo era vos, hija mía,
y vos envuelto en sayal.
  Tierno estoy, tengo razón;
Dios os haga venturosa.

(Váyase.)
LISARDA.

No lloréis, Jacinta hermosa,
aunque es justa obligación,
  que aquí estaremos los dos
el tiempo que vos gustéis,
y cuando vais, si queréis,
irá Laurencio con vos.

LUÍS.

  No se ha de hacer cosa aquí
que a vuestro gusto no sea.

JACINTA.

Así es justo que lo crea,
y esto habéis de hacer por mí:
  que es estar algunos días
en Barajas, por el llanto
de mi padre, y hasta tanto
que dispongo cosas mías.
  Entrad porque descanséis,
y contaréisme quién soy.

LUÍS.

Palabra, Jacinta, os doy
de que iréis quando querréis:

LISARDA.

  Un coche tenéis aquí.

JACINTA.

No me le nombréis, señora,
que pienso que paso agora
el peligro en que me vi.
  Aunque por cierto que debo
a un caballero la vida.

TERESA.

Calla, que vienes perdida.

JACINTA.

No puedo, amiga, aunque pruebo.

(Vanse.)
LISARDA.

  ¿No tiene buen parecer
nuestra bella labradora?

LUÍS.

No ve el Sol, en cuanto dora,
tan peregrina mujer.

(Vanse,y salen PASCUAL y BENITO.)

  ¿Qué tenemos de amor?

BENITO.

Pierdo el sentido.

PASCUAL.

Pues ¿qué hay de tu esperanza?

BENITO.

Que ya es muerta.

PASCUAL.

¿No queda alguna luz?

BENITO.

Cerró la puerta.

PASCUAL.

Quien vive, espere bien.

BENITO.

Ya el bien es ido.

PASCUAL.

¿Qué puedes tu perder?

BENITO.

Lo que he sufrido.

PASCUAL.

¿Qué puedes tú ganar?

BENITO.

Pena tan cierta.

PASCUAL.

¿Nunca tuviste alguna gloria?

BENITO.

Incierta.

PASCUAL.

Alienta el corazón.

BENITO.

Estoy perdido.

PASCUAL.

El sufrir es valor.

BENITO.

No hay resistirme.

PASCUAL.

¿Los males tienen fin?

BENITO.

Son inmortales.

PASCUAL.

¿Con ellos has de amar?

BENITO.

Soy roca firme,

PASCUAL.

Pretende, pues.

BENITO.

No hay méritos iguales.

PASCUAL.

Pues ¿qué piensas hacer?

BENITO.

Pascual, morirme.

PASCUAL.

Pues ¿qué cura el morir?

BENITO.

Todos los males.

Salen DON CARLOS y MAYO.

MAYO.

  Este es aquel labrador;
ya que no te has escusado
de venir mal disfrazado,
háblale luego, señor.

CARLOS.

  Mayo, si Jacinta bella
me trajo el alma tras sí,
¿cómo puedo estar en mi,
mientras que no vuelvo a vella?
  Pasaba Leandro vn mar,
rompiéndole con sus brazos,
por llegar a los abrazos
de quien le pudo obligar.
  Ya en olas altas, ya en bajas,
una y muchas veces fue,
pues ¿por qué no pasaré
desde Madrid a Barajas.
  Dos leguas son, todo es calle;
¿hay mar?, ¿hay montes de hielo?

MAYO.

No; pero hay un arroyuelo
que el diablo puede passalle.

CARLOS.

  No le infames, que le debo
haber visto una mujer,
cuyos brazos pueden ser
laureles del rojo Febo.
  Tal, en fin, que de Lisarda
a penas memoria tengo.

MAYO.

Yo, señor, con gusto vengo;
solamente me acobarda,
  el venir a este lugar
a tratar cosas de amor
en casa de un labrador,
donde no puede faltar
  mozo de siega y vendimia,
robusto, como del campo,
y su Roldán o Melampo
con su carranca de alquimia.
  Perrazo que cuando ladra
ya tiene a un hombre en el suelo,
con presas, como un anzuelo,
que hasta el ánima taladra.
  Pero con esta invención
que tienes imaginada,
no hay que temer.

CARLOS.

Todo es nada,
Mayo, en habiendo afición.
  ¡Dios os guarde!

BENITO.

Su merced
venga muy enhorabuena.

CARLOS.

Traigo…

BENITO.

Hablad, no tengáis pena

CARLOS.

Habéisme de hacer merced…

BENITO.

  Vete en buen hora, Pascual.

PASCUAL.

Adiós, si estorbo.

BENITO.

Ya sabes
que hablando personas graves,
testigos parecen mal.

PASCUAL.

  Bien sé que es “no estorbarás”
mandamiento cortesano.

BENITO.

Hablad, que aunque soy villano,
es en lo exterior no más.

CARLOS.

  Antes estoy informado
de vuestra mucha nobleza:
que sangre donde hay limpieza
dora el más humilde estado.
  ¿No os llamáis Benito?

BENITO.

Sí.

CARLOS.

Pues de Madrid vengo huyendo;
anoche herí…

BENITO.

Ya lo entiendo;
no hay más que decirme a mí.

CARLOS.

  Soy Zapata, y soy pariente
del Conde; sé que tenéis
aquí una huerta…

BENITO.

Podéis
defenderos fácilmente
  en la casa que allí tengo.

CARLOS.

Pienso que me han de buscar.

BENITO.

Será solo en el lugar.

CARLOS.

Del Conde informado vengo
  que sois hombre de valor
y que ayudarme podéis.

BENITO.

No se engaña (y lo veréis
presto) el Conde mi señor.

CARLOS.

  Si me visto de hortelano,
¿podré estar en esa huerta?

BENITO.

Y seguro que a su puerta
no ha de llegar hombre humano.

CARLOS.

  ¿Tendréis vestidos, por dicha,
para mí y este criado?

BENITO.

No soy pobre, y soy honrado
con pensión de una desdicha.

CARLOS.

  ¿Cuál es la huerta?

BENITO.

Esa es;
en ella entrad, mientras voy.

CARLOS.

Mayo, de ventura soy.

BENITO.

¿Quién es Mayo?

MAYO.

Cierto mes:

BENITO.

  Pensé que era vuestro nombre.

MAYO.

No, hermano.
{{Pt|CARLOS.|
Si fuera ingrato,
jamás a tan noble trato…v

BENITO.

No prosigáis, que no hay hombre
  que tenga vuestro apellido
que no pueda ser dechado
de nobleza.

CARLOS.

Este cuidado
me quiere más escondido.
  A la huerta voy, adiós;
despacio hablaremos luego.

MAYO.

No se entabla mal el juego,
pues disfrazados los dos,
  no hay que temer al lugar.

CARLOS.

De noche, salir podremos
a donde a Jacinta hablemos.

MAYO.

Por ti se podrá cantar:
  ”Hortelano era Velardo
de las huertas de Valencia;
si ha de haber hambre, ¡paciencia!
Embutir lechuga y cardo.”
(Váyanse, y salga Mendo, labrador viejo.)

MENDO.

  Pascual me ha dicho que estás
con una tristeza extraña.

BENITO.

Pascual, padre, no te engaña,
y en mí verás lo demás.

MENDO.

  ¿Qué te importa el casamiento
de Jacinta?

BENITO.

En esa edad
no reina la voluntad,
más puede el entendimiento.
  Pero, padre, en esta mía,
¿qué consuelo puede haber
para dejar de querer
lo que Jacinta querría?
  Dicen que es hija…

MENDO.

¿De quién?

BENITO.

De un conde napolitano,;
yo soy un pobre villano.

MENDO.

Tú eres más noble también.
  Y, llegada esta ocasión,
estoy, Benito, en efecto,
por romper, para un secreto,
las puertas del corazón.
  Que no es mayor calidad
la suya.

BENITO.

Padre, no creas,
por lo bien que me deseas,
engañar mi voluntad.
  Que si piensas remediarme
y con mentiras valerme,
será, por dicha, encenderme
con lo que intentas helarme.

MENDO.

  Hijo, buen padre te dio
tu fortuna, y no extranjero,
sino español caballero,
que no soy tu padre yo.
  Deudo en esa casa tiene
las armas de su blasón;
no perdieron opinión
por lo que a tocarlas viene.
  Esto basta para ti,
y no me preguntes más.

BENITO.

La vida me quitarás,
¡oh padre!, en dejarme ansí.

MENDO.

  No soy tu padre, que yace
en Madrid, en la capilla
del Conde.

BENITO.

No es maravilla
que mientas: de tu amor nace.
  Oye, padre, dime el nombre.

MENDO.

Déjame, que ya me pesa
de haber hablado.
(Vase.)

BENITO.

Aquí cesa
mi ser, pues que soy más hombre.
  Animo, pues, pensamientos,
que si es aquesto verdad,
amor en mi calidad
hará menos fundamentos.
  Demás, que si al caballero,
que hoy a mi huerta ha venido,
favor y consejo pido,
consejo y favor espero.
  Si en calidad no hay ventajas,
y mi loco amor porfía,
o Jacinta será mía,
o se ha de perder Barajas.

(Vase,

y sale DON LUÍS, LISARDA y ISABEL.)

LUÍS.

  Yo he dado en esta locura.

LISARDA.

Desde Madrid lo temí.

LUÍS.

Lisarda, en mi vida vi
tan extremada hermosura.

LISARDA.

  Tú eres lindo Galaor,
no ves mujer que no quieras;
mas dime, hermano, ¿es de veras
tener a Jacinta amor?

LUÍS.

  Si es hija del Conde Fabio,
y ya por fuerza heredera,
será justo que la quiera;
seré ,en pretendella, sabio.
  Si la tengo de llevar
a mi casa, estando allí,
¿no es mejor que para mí
la intente solicitar?
  Háblala, hermana, y dirás
que por ella estoy perdido;
cosa tan justa te pido,
que negarla no podrás.
  Yo me retiro a esa huerta;
llévamela sola allá:
quizá el amor me dará
para estos principios puerta.
  No examines aficiones,
porque es una ley amor
tan bárbara que, en rigor,
no le averiguan razones.
  Yo veré si tengo en ti
tanta sangre como pienso.

LISARDA.

Yo lo haré.

LUÍS.

Pondrás un censo
perpetuo, Lisarda, en mí.
(Vase.)

LISARDA.

  Para mis cuidados es
el de mi hermano extremado.

ISABEL.

De haber don Carlos tardado,
es bien que con él estés,
  pues ya pasó de novena
la jornada de Alcalá.

LISARDA.

Si en ella, Isabel, está,
no, a lo menos, con mi pena.
(Sale JACINTA y TERESA.)
  Esta es Jacinta.

JACINTA.

Ya estoy
con humos de cortesana.

LISARDA.

Oigo decir que Diana
(que a Ovidio inclinada soy)
  es Luna y es Proserpina;
vos también seréis agora
cortesana y labradora,
y, si Venus, seréis trina.

JACINTA.

  No me habléis de esa manera,
que no lo entiendo, por Dios;
bajáos a mi campo vos,
pues no subo a vuestra esfera.

LISARDA.

  Yo tengo un poco que hablaros,
y en una huerta ha de ser.

JACINTA.

Yo os tengo de obedecer
y como a mi dueño amaros.

LISARDA.

  Pienso que mi hermano intenta
hacerme vuestra cuñada.

JACINTA.

Si es burla, será extremada.

LISARDA.

Esa humildad me contenta
  Ya desseo que os vistáis
para que soberbia estéis.

JACINTA.

Siempre humilde me hallaréis,
y más si vos me mandáis.

LISARDA.

  Voy a hacer que allá nos lleven
algo con qué regalaros.

(Vase.)

JACINTA.

¿Qué más que veros y hablaros,
aunque con las fénix prueben?
  ¿Qué te dice el casamiento?

TERESA.

Que no te estuviera mal,
con hombre tan principal,
si aquel nuevo pensamiento
  no te tuviera tan loca.

JACINTA.

Teresa, en mi vida amé;
castigo, y muy justo, fue:
que amor por agravio toca.
  ¡Oh, qué bien me lo decías!
Mas dime, ¿a quién no obligara
hazaña tan noble y rara
en tantas desdichas mías?
  Pues sacarme desmayada
y dejar de ir a Alcalá
por llevarme donde ya
fui curada y regalada
  de sus hermanas hermosas,
¿a quién no pudo obligar?

TERESA.

Carlos es digno de amar,
por mil prendas generosas.
  Mas, ya que has de ir a su casa
de don Luís, ¿no habrá remedio
de verle?

JACINTA.

Siempre halla un medio
quien de ciego amor se abrasa.

(Sale MAYO de buhonero.)

MAYO.

  ¿Hay quien compre lindas cosas,
joyas, y curiosidades?

TERESA.

Creciendo las calidades,
serán las galas forzosas:
  compra de aqui niñerías.

JACINTA.

Buen hombre, llegaos acá.

MAYO.

(Sola con Teresa está.)

JACINTA.

¿Qué vendéis?

MAYO.

Locas porfías
  de un ciego amante abrasado.

JACINTA.

¡Mayo!, ¿eres tú?

MAYO.

Y tan florido,
que una huerta me ha tenido
en almendro transformado.
  Yo vengo, como me ves,
a decirte que está aquí
don Carlos.

JACINTA.

¿Es cierto?

MAYO.

Sí.

JACINTA.

Amante bizarro es,
  y paga al justo mi amor.

MAYO.

En la huerta de Benito
me ha dado por sobre escrito,
que está vuelto en labrador.
  Porque le ha dado a entender
que fugitivo ha venido
de la corte, y se ha querido
de su persona valer.
  Dice que es deudo del Conde,
y en esto dice verdad;
Benito, por amistad
en su enramada le esconde.
  Véle a ver con un gabán,
y un escardillo en la mano,
porque en forma de hortelano
no le conozca Galván.

JACINTA.

  Iré, sin duda, esta tarde.
(Salen LISARDA y ISABEL.)

LISARDA.

¿Y qué compra?

ISABEL.

No lo sé.

LISARDA.

Lo que fuere pagaré;
no estéis, Jacinta, cobarde.
  ¿Qué traéis?

MAYO.

Tocas famosas
y cintas de mil maneras.
 (¡Cielos!, ¿qué es esto? Por Dios,
que o tengo el mosto en la testa,
o es aquesta Lisarda.)
Señora, aquí un poco espera,
que voy hasta la posada;
verás una caja llena
de varias curiosidades:
El Escarramán, La venta
y hasta El pasar del arroyo.

JACINTA.

¡Ay, Dios! Si de eso me acuerdas,
cuéntame por desmayada.

LISARDA.

Buen hombre, escucha a la oreja.

MAYO.

Más quisiera que un alano
del Rastro me la mordiera,

LISARDA.

Mayo, ¿eres tú?

MAYO.

Yo soy Mayo;
mas tantas mayas me cercan,
que he de mayar como gato.

LISARDA.

¿Cómo estás de esa manera?

MAYO.

Carlos supo que aquí estabas,
y con este hábito y cesta
me mandó venirte a hablar.

LISARDA.

¿Ya está en Madrid?

MAYO.

Allá queda,
triste de no haberte hablado.

LISARDA.

Porque aquestos no lo entiendan
ven aquesta noche a hablarme;
aguardarete a la puerta,
que de todo lo que pasa
le quiero dar larga cuenta.
¿Tráesme carta?v

MAYO.

En la posada
la dejo; pero traerela
esta noche. Adiós.

ISABEL.

Mayo, escucha.

MAYO.

Cuando vuelva.

LISARDA.

Ya nos podemos partir:
prevenida está merienda
y algún entretenimiento.

JACINTA.

Teresa, cuando ésta sepa
que quiero bien a don Carlos
¿qué importa?

TERESA.

Solo que tenga
envidia de tu buen gusto.

LISARDA.

Isabel, ¡brava fineza!
Carlos a Mayo me envía.

ISABEL.

Habrá sentido tu ausencia.

JACINTA.

¡Ay, Carlos!

LISARDA.

¡Ay, Carlos mío!
Ya estoy besando sus letras.
(Sale [DON] CARLOS de Hortelano.)

CARLOS.

  Amor, que siempre barajas
los bienes y males, ciego,
ya tienes casa de juego,
ya das naipes en Barajas.
Jugadoras de ventajas
son tus manos, que estos días
ganan las potencias mías,
pues, en efecto, te vales,
amor, de barajas tales
para tales fullerías.
  Amor, ¿de quién te acompañas
para perder y ganar,
pues sólo en el barajar
echo de ver que me engañas?

CARLOS.

No son honradas hazañas
ver de Lisarda la suerte
y barajarla de suerte
que llegue la de Jacinta:
figura que con su pinta
pudiese darme la muerte,
  porque tomas mis cuidados,
en Barajas, tan a pechos:
pues jugar con naipes hechos
no es amor de hombres honrados;
si así los tienen cortados
en barajas de pesares,
ganaras cuanto repares,
pues en ellas juntos vi
los encuentros para ti,
y para mí los azares.
  Barajas, y alzo por mano,
puesta en Madrid la mitad;
pero con tu habilidad
ha sido remedio en vano.
Poco en tus barajas gano,
pues juego temiendo ausencia
en Barajas, sin licencia,
adonde vengo a probar
la mano para ganar;
y si perdiere, paciencia.

(Sale DON LUÍS.)

LUÍS.

  Buen hombre, que Dios te guarde
y en verde hortaliza aumente,
¿no sabes que todo Oriente
viene a tu huerta esta tarde?
  ¿No sabes cómo Jacinta
viene a cubrilla de flores,
que son sus pies las colores
con que Abril los prados pinta?
  ¿Conócesla? Dime nuevas
de su hermosura y valor.

CARLOS.

(Cuando barajas, Amor,
todo lo tiras y llevas.
  ¡Este es don Luís! ¿Qué es aquesto?)

LUÍS.

¿No respondes, labrador?

CARLOS.

Estoy cavando, señor,
que me va la vida en esto.
  Que venga Jacinta aquí,
y la tengáis afición,
me ha causado admiración;
nunca en Barajas os vi.
  Pero mejor os dirá
mi amo lo que queréis,
pues en las eras que veis,
todo mi remedio está.
  Que a la fe que me conviene
tener todo aqueste día
mas trabajo que solía.

LUÍS.

¿Es este mozo que viene
  el dueño de aquesta huerta?

CARLOS.

Y de los mozos mejores
de Barajas.
(Sale BENITO.)

BENITO.

Sabed, flores,
que os traigo una nueva cierta.
  La primavera ha llegado,
anticipada, en Jacinta,
de la que esperáis distinta,
pues de huerta os vuelve en prado.
  Creced, los verdes cogollos,
porque al pasar de sus plantas
esmalten colores tantas.

CARLOS.

¡Qué buen año de repollos!
  Pues que el perejil
picará como mostaza.
Mayo tarda, por la traza;
primero ha llegado abril.

LUÍS.

  ¿Sois el dueño de esta huerta?

BENITO.

Y muy vuestro servidor,
aunque el traje labrador
mal con el vuestro concierta.
  Por Jacinta os vi venir,
y aunque lo tuve a pesar,
como al señor del lugar
os quiero y debo servir.
  Estoy ya medio casado
con ella, que si hay ventajas,
del uno al otro en Barajas
mi hacienda las ha ganado.
  Suplicoos humildemente
nuestra boda concertéis
y a Jacinta le roguéis
que me trate blandamente.
  Que no habrá mes en el año
que os falte mi obligación,
desde la fruta al lechón,
mejor que la seda y paño.
  Desde aquí sois mi padrino,
desde aquí sois mi señor.

LUÍS.

Hablad bajo, labrador,
que aún sois de nombrarla indigno.
  Es muy principal señora
y espera mejor marido.

BENITO.

Es engaño conocido,
que Jacinta es labradora,
  y como tal se crio;
y en su bautismo, mi padre,
si es mi padre, fue el compadre
que de pila la sacó.
  Ella ha de ser mi mujer;
mirad si aquesto es verdad,
y, si no, el libro mirad.

CARLOS.

¡Oh, lo que este año ha de haber
  de pepinos y borrajas!

LUÍS.

Buen hombre, cierto señor,
con secreto y con temor
la trajo niña a Barajas.
  En fe de esto, la veréis
vestida, hermosa y gallarda,
ir con mi hermana Lisarda,
si duda en esto ponéis,
  donde en Madrid vivirá,
conforme a quien es, casada.

BENITO.

Ya entiendo; no ignoro nada;
a buenas deshonras va.
  Ya sé que hay ciertas mujeres
que en viendo una moza hermosa,
con su maña cautelosa
la prenden con alfileres
  un doña Tal de Guzmán,
de Toledo o de Mendoza,
haciendo a una humilde moza
bastarda del Preste Juán.
  Dan en la Corte con ella,
donde, por la novedad,
no hay colmena, esto es verdad,
con mas avispas en ella.
  Luego la cubren diamantes,
fiados a buen pagar,
que son, después al cobrar,
más duros que fueron antes.
  Luego hay casa con balcones,
luego hay destierros y vueltas;
pero en vueltas y revueltas
cogen muy lindos doblones.
  Así será la mujer
que vuestra hermana llamáis,
con que a Jacinta engañáis,
que era labradora ayer.
  Y vos, que ayudáis al caso,
seréis el galán primero.

LUÍS.

No sé, villano grosero,
cómo el alma no te paso.
  ¿Hay malicia semejante?
¡Vive Dios que estoy…!

BENITO.

Teneos,
y en la huerta entreteneos,
pues sois de Jacinta amante.
  Que agora habláis con ventajas;
traer mi espada es razón,
y conoceréis quién son
los mancebos de Barajas.
.vase.

LUÍS.

  Sin duda alguna, está loco
de amor de Jacinta bella;
mas ¿qué mucho, si por ella
es ya mi seso tan poco?
  ¡Hola! Tú, que cabizbajo
limpias tu verde hortaliza,
oye.

CARLOS.

El dimuño os atiza;
dejadme con mi trabajo,
  que no me entiendo de amor.
(Sale MAYO.)

MAYO.

Allí mi señor está.

CARLOS.

Mayo viene; pero ya
se ha llevado abril la flor.
  ¿Qué hay, compañero? ¿tenemos
de lo dicho alguna traza?
¿Contertaráse la fruta,
irán a Madrid las cargas?
que hay otro merchante acá,
que diz que viene a comprarla.

MAYO.

Hortelano era Velardo
de las huertas de Barajas,
que los trabajos obligan
a lo que el hombre no basta.
Pasado el hebrero loco,
siembra para mayo trazas;
mas ninguna lleva flores:
aires de Madrid lo causan.
Todos soplan hacia acá;
no hay sino bajar la cara
mientras pasan estos cierzos
que vienen de las montañas.

CARLOS.

Ya lo entiendo, compañero,
y que engañó la esperanza,
porque quien la pone en huertas,
o le falta el sol o el agua.
No sé qué habemos de hacer
si tantos merchantes andan
para tan poca hortaliza.

MAYO.

Volver a Madrid mañana,
donde hay huertas sin peligro,
y entre melones y habas
sa venden nabos gallegos
y berenjenas zocatas.
No quiero huerta con noria,
adonde las bestias sacan
agua, tapados los ojos.

CARLOS.

¡Ay, Mayo, al amor retratan!

MAYO.

¡Ay, Abril, que viene agosto,
y cuánto siembras abrasa!
(Salen Jacinta, Teresa, Lisarda y Isabel.)

LISARDA.

No seas, Jacinta, esquiva;
allí mi hermano te aguarda.

JACINTA.

Por ti le hablaré, señora.

LISARDA.

Entre tanto que le hablas,
me quiero yo entretener
entre estas hierbas y plantas,
hablando con su hortelano.
(JACINTA, con DON LUÍS.)

JACINTA.

Aquí me ha dicho Lisarda
los favores que me hacéis.

LUÍS.

Si favorece quien ama,
bien decís, porque os adoro.
(LISARDA, con DON CARLOS.)
¡Ah, buen hombre, el que trabajas!
Entretén una mujer:
¿qué siembras?, dime, ¿qué cavas?

CARLOS.

Escardando estoy, señora,
por sacar las hierbas malas
que causan daño a las buenas.

LISARDA.

¿La cabeza no levantas?
Dame una lechuga de ésas.

CARLOS.

¿Estáis acaso preñada?
Tomad.

LISARDA.

Carlos, ¿qué es aquesto?

CARLOS.

Señora, tu amor lo causa.

LISARDA.

Mayo me dijo, mi bien,
que agora en Madrid quedabas.

CARLOS.

Por cogerte de repente
le dije que te engañara;
¿a que habéis venido aquí?

LISARDA.

Venimos por esta dama.

CARLOS.

¿Dama aquella labradora?

LISARDA.

Es de un conde hija bastarda.
gran amigo de don Luís
cuando pasaron a Italia.
Por cartas viene por ella,
que ha de tenerla en su casa
hasta que llegue ocasión;
mas yo pienso que es llegada,
porque desde que la vio,
de tal manera se abrasa,
que casándose con ella
se ha de excusar de enviarla.

CARLOS.

¡Extraña historia, por Dios!

ISABEL.

¿Y tú, Mayo, no me hablas?

TERESA.

¡Ah, señor Mayo! ¿Así olvida
a las amigas?

MAYO.

Son tantas,
que no sabe un hombre a quién
vuelva aquesta hermosa cara.

JACINTA.

¿Conoces a Mayo tú?

TERESA.

¿Pues no?

MAYO.

Teresa, repara
en que me echas a perder.

TERESA.

Cuando llevo de Barajas
pan a Madrid, muchas veces
voy a venderle a su casa.

ISABEL.

Fabló bien su señoría.

JACINTA.

Señor don Luís, con la salva
debida a vuestro valor,
digo que fue mas temprana
ésa vuestra voluntad
de lo que pide la causa.
Ahora vamos a Madrid,
y yo voy a vuestra casa;
el tiempo y lugar es vuestro.

LUÍS.

Con esa dulce esperanza
vivirán mis pensamientos.

JACINTA.

No digo que os doy palabra,
sino que el tiempo dispone
cualquier cosa que se trata.

LUÍS.

Servicios, Jacinta, obligan;
tarde o luego premio alcanzan.

(Sale BENITO con espada desnuda
y un gabán revuelto al brazo.)

BENITO.

Caballero de la Corte
que, vestido de arrogancia,
venís a quitarme el bien
que solicitan mis ansias,
y puesta, para un desnudo,
mano a la cobarde espada,
decís que me mataréis:
haced la huerta campaña
que no soy desigual vuestro,
aunque el sayal me disfraza,
que soy caballero noble
y sangre de los Zapatas.
¿Qué me miráis? Aquí estoy.

LUÍS.

¿Hay desvergüenza, hay infamia
como la de este villano?
¡Afuera!
(Entren acuchillando.)

LISARDA.

¡A mi hermano matan,
Carlos! Al remedio voy.

CARLOS.

Señora, no tengo armas,
y ese villano es mi dueño.
¡Ah Jacinta!

JACINTA.

¡Ah, mi esperanza!

CARLOS.

Mira cuál estoy por ti.

JACINTA.

Ya sé, mi bien, lo que pasas.

CARLOS.

En fin, ¿a la Corte vas?

JACINTA.

Del tiempo han sido mudanzas.

CARLOS.

En fin, señora te han hecho.

JACINTA.

Ya ves lo que me importaba
igualar tu calidad.

CARLOS.

Con tu hermosura la igualas.
¿Cuándo partís a Madrid?

JACINTA.

Partirémonos mañana.

CARLOS.

Teresa, ¿no has de ir allá?

TERESA.

¿Pues podré quedar sin alma?

JACINTA.

En ti mi remedio fío.

TERESA.

El alboroto me ataja;
no puedo aquí detenerme.

CARLOS.

Acuérdate que me matas,
y de que estuviese muerta
en mis brazos desmayada.

JACINTA.

¿Dónde?

CARLOS.

Al pasar….

JACINTA.

No lo digas,
que me pasas las entrañas.
(Vanse JACINTA, CARLOS y TERESA.)

MAYO.

¿Y ella cuándo va a Madrid?

ISABEL.

Cuando quisiere mi ama.

MAYO.

¿Acordaráse de Mayo?

ISABEL.

Como fuere la labranza.

MAYO.

Junto a Brañigal espero,
porque al pasar de sus aguas…

ISABEL.

No diga más.

MAYO.

¿Qué la aflige?

ISABEL.

Temo que algún toro salga.

MAYO.

¿Es muy medrosa?

ISABEL.

Infinito.

MAYO.

Pues, oye, con esta espada
yo le desjarretaré
por la mitad de la panza.