Zorro viejo
Un zorro entrado en años y medio tullido, que ya no sabía cómo hacer para ganarse la vida, tuvo una inspiración genial, divina.
Colocó en un hoyito tapado con dos hojas de tuna un maslo de maíz, y esperó hincado por delante.
No tardó en pasar un perro cimarrón, y el zorro levantó los ojos al cielo, moviendo los labios y golpeándose el pecho. El cimarrón, admirado de tanta devoción se acercó a las hojas de tuna para ver, y se pinchó el hocico, al mismo tiempo que le gritaba el zorro:
-¡Impío! ¡Desgraciado! ¡Sacrílego! ¡Pobre de ti si no le pides perdón!
-¿A quién? -preguntó el cimarrón todo asustado.
-Al que está ahí encerrado, dueño y señor de nuestras vidas, árbitro de nuestra suerte. Rezá y no preguntes más -contestó el zorro.
El cimarrón se hincó y, atemorizado, rezó.
Vinieron después un peludo, un hurón, un gato montés, una comadreja y varios otros bichos, y a todos los convenció el zorro de que si no imploraban al ser misterioso allí escondido, toda clase de males les iban a caer encima, pudiendo al contrario esperar de él mil favores con tal que se los pidieran en buena forma. Y cada cual pronto trajo consigo a otros, viniendo todos en procesión a implorar al ser invisible, encerrado debajo de las hojas de tuna, por miedo a los golpes unos, otros para conseguir bienes.
Un día trajo el zorro y depositó al lado de las hojas, cuidadosamente renovadas por él durante la noche, a una gallina degollada; y cuando hubo bastante gente junta, la ofreció con palabra trémula de emoción al Ser, a la vez terrible y protector, pidiéndole en cambio su ayuda en este mundo de penas y su protección en el otro... para después, retirarse todo compungido.
Y desde el día siguiente ninguno dejó de traer también alguna cosa: un cordero, un cuis, o una perdiz, o huevos, pollos, etc., tanto que ya pudo vivir el zorro opíparamente sin salir de su cueva más que para recoger de noche las ofrendas de los fieles y cambiar las hojas de tuna de vez en cuando.
Al poco tiempo otro zorro quiso saber lo que había en el agujero y aprovechó una corta ausencia del zorro viejo para examinarlo de cerca. Entreabrió, miró, volvió a cerrar, y se fue con una sonrisa de profunda admiración.
Pronto supo el zorro viejo que se le había establecido una competencia, y a pesar de que el negocio daba para dos, no dejó de fulminar a los herejes bastante atrevidos para no dar exclusiva preferencia al único ser divino en quien se pudiera tener fe, decía..., el de las hojas de tuna, por supuesto.
A pesar de lo cual, volviéndose cada vez más lucrativo el oficio, no faltaron zorros para abrir otros boliches parecidos, cambiando sólo el maslo por una piedra o por una astilla de leña, un torniquete viejo de alambrado, algún cráneo de oveja o cualquier otra cosa, y las hojas de tuna por matas de paja, o bien hojas de repollo; y cada cual ponderaba la eficacia de su altar y rebajaba los demás con tan elocuente convicción que parecía verdad.