XXXII

La guarnición, según lo estipulado, debía salir con los honores militares por la puerta del Portillo. Yo estaba tan enfermo, tan desfallecido a causa dela herida que recibí en los últimos días, y a causa del hambre y cansancio, que mis compañeros tuvieron que llevarme casi a cuestas. Apenas vi a los franceses, cuando con más tristeza que júbilo se extendieron por lo que había sido ciudad.

En la Muela, donde me detuve para reponerme, se me presentó D. Roque, el cual salió también de la ciudad, temiendo ser perseguido por sospechoso.

-Gabriel -me dijo-, nunca creí que la canalla fuera tan vil, y yo esperaba que en vista de la heroica defensa de la ciudad, serían más humanos. Hace unos días vimos dos cuerpos que arrastraba el Ebro en su corriente. Eran las dos víctimas de esa soldadesca furiosa, que manda Lannes; eran mosén Santiago Sas, jefe de los valientes escopeteros de la parroquia de San Pablo, y el padre Basilio Boggiero, maestro, amigo y consejero de Palafox. Dicen que a ese último le fueron a llamar a media noche, so color de encomendarle una misión importante, y luego que le tuvieron entre las traidoras bayonetas, lleváronle al puente, donde le acribillaron, arrojándole después al río. Lo mismo hicieron con Sas.

-¿Y nuestro protector y amigo D. José de Montoria no ha sido maltratado?

-Gracias a los esfuerzos del presidente de la Audiencia ha quedado con vida: pero me lo querían arcabucear... nada menos. ¿Has visto cafres semejantes? A Palafox parece que le llevan preso a Francia, aunque prometieron respetar su persona. Enfin, hijo, es una gente esa, con la cual no me quisiera encontrar ni en el cielo. ¿Y qué me dices de la hombrada del mariscalazo Sr. Lannes? Se necesita frescura para hacer lo que ha hecho. Pues nada más sino que mandó que le llevaran las alhajas de la Virgen del Pilar, diciendo que en el templo no estaban seguras. Luego que vio tal balumba de piedras preciosas, diamantes, esmeraldas y rubíes, parece que le entraron por el ojo derecho... nada, hijo... que se quedó con ellas. Para disimular esta rapiña, ha hecho como que se las ha regalado la junta... De veras te digo, que siento no ser joven para pelear como tú en contra de ese ladrón de caminos, y así se lo dije a Montoria cuando me despedí de él. ¡Pobre D. José, qué triste está! Le doy pocos años de vida: la muerte de su hijo mayor y la determinación de Agustín de hacerse cura, fraile o cenobita le tienen muy abatido y en extremo melancólico.

D. Roque se detuvo para acompañarme, y luego partimos juntos. Después de restablecido continué la campaña de 1809, tomando parte en otras acciones, conociendo nueva gente y estableciendo amistades frescas o renovando las antiguas. Más adelante referiré algunas cosas de aquel año, así como lo que me contó Andresillo Marijuán, con quien tropecé en Castilla, cuando yo volvía de Talavera y él de Gerona.


 
 
FIN
 
 

Marzo-Abril de 1874.