Yaraví
Cuando doblen las campanas,
no preguntes quien, murió:
quien, de tus brazos distante,
¿quién puede ser sino yo?
Harto tiempo, bellísima ingrata,
sin deberte ni en sombra favores,
padecí tus crüeles rigores
y lloré como débil mujer;
ya me rinde el dolor y me mata,
acabárseme siento la vida;
ya te doy mi final despedida,
y ya escuchas mi queja postrer.
¡Cuántas veces riendo me has dicho
que en el mundo de amor nadie ha muerto!
¡Ya verás, ya verás si no es cierto
que hay quien muere de pena y amor!
Ya verás que tu duro capricho
¡Oh tirana! la vida me cuesta,
y bien pronto la queja molesta
cesará de tu odiado amador.
Cuando el doble de lenta campana
vibrar oigas en son plañidero,
no preguntes qué humano viajero
de la vida las playas dejó:
quién, esclavo de suerte tirana,
blanco triste de tu odio y tu tedio,
¿quién, enfermo de mal sin remedio,
quién ser puede, mi bien, sino yo?
Mas si el largo rigor de tu fiera
esquivez llega un día a dolerte,
si al pensar en mi trágica muerte
y en mi amor y mi inútil afán,
compasivos derraman siquiera
una gota de llanto tus ojos,
en la tumba mis yertos despojos
de placer y de amor temblarán.
(1857)