Voz del desierto/Prefacio
PREFACIO
Nacieron estas páginas de la comunión férvida de mi sensibilidad con la belleza de los Andes.
Por eso son libres.
Quizá por eso adolescan de excesivo brillo tropical y de lineas demasiado audaces y atrevidas.
Los que no ignoran cuánto es de amable el pais hospitalario para el alma dolorida de un proscrito, se explicarán el amoroso celo del autor por el sol y el aire que durante varios años se le han filtrado en la sangre, iluminando tristezas y endulzando el corazón.
Propagar el secreto de mis bálsamos, en un pais que se ha impuesto la nobilisima tarea de compartir el júbilo de su adolescencia con el dolor universal, me ha parecido deber de gratitud y obra de hidalgo.
El sentimiento que dá unidad á este volumen, es el de la alegria vigorizante y sedativa que reservan los campos para los espiritus en cuita.
La excesiva permanencia en las ciudades, orida los nervios con el detritus del industrialismo, y asi embotados nuestros imanes internos, se produce una sensibilidad artificial sin reacción sobre los fluidos de la tierra y sin capacidad de asimilar oro solar.
Quienes, en su apostura de retores, no quieran ver en estas páginas mi propósito sincePo, sepan de antemano que para los sudamericanos vale más la libertad dorada y casi loca de los Andes, que el ascetismo caliginoso de la retórica fósil.
A los que pretendan clasificar mi estilo con el herrete de tal ó cual amo de letras, les ruego le toleren llevar su indómita vida de ha gual, que él ya renunció para siempre á los arneses blasonados y á los aplausos de la pista.
La plausible bancarrota de las escuelas literarias, ha dejado en pié lo único digno de respeto: la sinceridad.
Este libro la tiene.
Si hay quién lo moteje de frondoso ó de febril, culpe á su autor de visionario y delirante, pero respete la independencia leal con que está hecho, y el anhelo de presentar fielmente al público, el desfile de imágenes aparecidas, al operarse la transfusión libre de la sensibilidad con el desierto.
Y pues que todos los pueblos de la tierra por fian hoy por acentuar su literatura regional, urge al americano hacer lo propio, máaxime cuando en el extranjero no necesitan nuestra colaboración, ni está bien el pintar aqui cielos extraños, mientras estén inéditos estos que cubren el Continente dulce en que nacimos.
Se explica que en los paises europeos, don de las letras están ya repitiendo, ciclos viejos, ocurra la anomalia de usar como estilo modernista el decadente; pero nosotros, que en todo hemos pasado de un salto de la barbarie aborigen á la cultura comtemporánea, debemos formar el estilo que mejor se ajuste á las necesidades juveniles de la raza, eligiendo de todos los periodos literarios los procedimientos y coloridos más adaptables á la pintura de medios, costumbres y espiritus modernos, sin compromisos con órbitas de de cadencias y tradiciones ajenas.
De ahí el que tengamos la obligación ineludible de escudriñar a fondo el léxico español, no para seguirlo servilmente, sino para tener el derecho de substituir vocablos peninsulares por neologismos nativos, con razones conscientes para demostrar que los nuestros son más lógicos y ricos.
Nuestras necesidades de reforma nos obligan á conocer el castellano mejor que el pueblo español, si es que no queremos exponernos á hacer de dos cosas buenas una mala, ó á renunciar á una cuantiosa herencia de familia, ante la perspectiva incierta de una aventura babilónica.
Actualmente cometemos ridiculos alardes de puericia, cuando en nombre de un orgullo nacional mal entendido, disimulamos nuestra alarmante indigencia de palabras clásicas, con el derroche de un vocabulario foragido y plebeyo, de extracción inconfesable, sin propósito artístico, ni estirpe noble y criolla.
Venga norabuena todo el lenguaje extranjero á nuestro idioma: pero; en igualdad de circunstancias, prefiramos el que aún ostente cruces de Castilla.
En cuanto á la contextura de la frase, seamos crueles con los tendones paralíticos y con las vértebras seniles, hasta que los giros maniobren con todas las flexibilidades armoniosas de la gracia joven, sin olvidar su temple toledano.
Que nuestros temas sean todo lo que diga libertades y esperanzas; raudal, cumbres, potencias; vida, belleza y triunfo.
Que nuestro estilo llegue pronto a tejer y perfumar todas las sedas; porque tiene la misión de restañar muchas heridas, y porque ya no puede demorar mucho en surgir, pidiendo su atavio, la aristocracia mental.
Nuestra sensibilidad tiene el compromiso de pagar al suelo americano una deuda enorme de belleza.
Con ese fin, ojalá acepte la literatura argentina los ochavos dispersos en los capitulos siguientes.