Vivir muriendo
¡QUÉ lentas son las horas de mi tediosa vida,
Qué amargos los instantes, ausente de mi amor!
Desgárrase sin tregua mi dolorosa herida,
Y vago cual la hoja marchita compelida
Por rápido aquilón.
Ya asome esplendorosa con mágica sonrisa
Aurora en el Oriente con nubes de carmín;
Ya sople adormecida la perfumada brisa,
Ya preste melancólica la luna luz remisa
Al cielo de zafir.
Yo llevo aquí en el pecho el dardo que me oprime
El dardo, sí, que hiere mi pobre corazón;
Natura con sus galas al triste no redime
Del torcedor eterno con que abatido gime
En su íntimo dolor.
En medio á mi aislamiento, con el aroma asciende
Del cáliz de las flores al lánguido saüz,
A perfumar sus hojas, mi fiel memoria, hiende
Dulcísimo recuerdo que al alma toda enciende,
Bañándola en su luz.
Recuerdo de ventura, magnífico, risueño,
Cual en Abril los campos de espléndido matiz;
Embriagador, suave, cual plácido beleño
Que entrega á castas vírgenes al voluptuoso sueño.
Sueño de amor feliz.
Mas ¡ay! que cruza ráudo por la abrasada mente
E impregna sus dulzuras en mi ánima ¡infeliz!
Con su frescura aumenta la sed que el pecho siente,
Y pasa y vuelve ¡ay triste! mi corazón doliente
Frenético á gemir!
¿Dó estás, angel querido, deidad consoladora
De inspiración, de dicha sublime manantial?
¿Dó está la que mi alma con entusiasmo adora?
¡Lejos de mi! y en tanto la pena aterradora
Me agobia sin cesar.
Mas si á perpetua ausencia nos condenó la suerte.
Si en un desierto estéril por siempre he de vivir.
Oprímame en sus brazos la descarnada muerte,
Que más enamorado, hermosa, que no verte,
Pluguiérame morir...
¡Morir!... ¡ah, no! muriendo, mi amor se acabaría
Bajo el inmundo techo del féretro ruín;
Y en tí, dolor acerbo, tenaz se cebaría...
¡Ah!, nunca!... solo quiero vivir, gacela mía,
Para vivir por tí!