Viajes de Gulliver/Tercera parte/IV
IV
EL AUTOR DEJA LA ISLA DE LAPUT PARA BAJAR AL PAÍS DE LOS BALNIBARBAS. SU ARRIBO A LA CAPITAL.
DESCRIPCIÓN DE ESTA CIUDAD Y SUS CONTORNOS.
ES RECIBIDO CON AGASAJO POR UN PERSONAJE PRINCIPAL.
- Aunque no pueda decir que me fuese mal en aquella isla, lo cierto es que me veía aburrido y en cierto modo menospreciado, no tratándose alli de otra cosa que de la música y matemáticas, en que, a la verdad, me llevaban grandes ventajas, y no debo quejarnie por esto del poco aprecio que de mí hacían.
Por otra parte, luego que acabé de examinar todas sus curiosidades, principiaron a fastidiarme aqueIlos habitantes aéreos, y deseaba dejarlos. No puede negarse que ellos sobresalen en ciencias que estimo sobremanera, y de que no me falta alguna tintura; pero viven tan arrobados en sus especulaciones que i jamás me vi en más triste compañía, precisado a tratar únicamente con las mujeres (buena conversación para un filósofo marino), los artesanos, los monitores y otras gentes de esta clase, que contribuía no poco a que me mirasen con mayor desprecio, sin poder remediarlo, porque los demás no me hablaban nunca, luego con quién había de tratar?
- Residía en la corte un personaje favorito del rey que por sola esta razón era respetado, pues no tenía . oído para la música ni sabía echar el compás, sobre no haber podido aprender en su vida los rudimentos más fáciles de las matemáticas, según decían, y en concepto de todos pasaba por un ignorante y demasíado estúpido, aunque no le negaban su integridad y honradez. Este señor era el único que, dándome mil muestras de su bondad, me dispensaba el honor de visitare a menudo, manifestando siempre sus deseos de informarse de los negocios de Europa, como de los usos, costurabres, leyes y ciencias de las naciones diferentes con quienes había habitado. Me escuchaba con interés, y después hacía bellísimas reflexiones sobre cuanto le había referido. Dos monitores le acompañaban por ceremonia, pues sólo le servían en visitas de esta clase o cuando se presentaba en la corte, y en nuestras conferencias les daba orden de retirarse.
€ Por su intercesión con el rey, pude lograr la licencia para mi partida, cuyo oficio me declaró que había practicado contra su gusto y me hizo mil ofrecimientos ventajosos, que no admití sin faltar a las muestras de agradecimiento.
El diez y seis de febrero, al despedirme de Su Majestad, me regaló con esplendidez, y mi protector ne presentó un diamante con una carta de recomendación para cierto caballero amigo suyo que vivía en Lagado, capital de los Balnibarbas. Hallábase a la ocasión la isla suspendida sobre una montaña, y con GULLIVER.
la misma facilidad que me habían subido, me volvieron a poner abajo desde la galería señalada.
El continente que reconoce por señor al rey de la isla volante lleva el nombre de los Balnibarbas, cuya capital, como queda dicho, se llama Lagado.
Mi gozo fué indecible cuando me vi libre de la región aérea y en tierra firme. Estaba vestido al uso del país, sabía lo bastante de su idioma para hacerme comprender, y así, contento con mi suerte, eché a andar con el mayor desembarazo hacia la ciudad.
No tardé en encontrar la casa del caballero a quien iba recomendado, le presenté mi carta, me recibió muy bien, mandando que me preparasen cómodo alojamiento al instante, y me trataron perfectamente todo el tiempo que me detuve en aquel país.
A la mañana siguiente el señor Munodi (éste era el nombre del caballero balnibarba) me sacó en su coche á ver la ciudad, que será como la mitad de Londres, pero de fábrica muy extraña, y tan poco consistente que la mayor parte se iba arruinando. Sus habitantes, cubiertos de calandrajos, tenían un aspecto tan relancólico como feroz. Salimos por una puerta al campo, y alejándonos cerca de tres millas vi una infinidad de gentes que denotaban ser labradores por los instrumentos de distintos géneros que tenían sus manos; pero no se descubría por lado ninguno la menor apariencia de plantío ni sementera, reflexión que me obligó a suplicar a mi protector me explicase lo que hacían tantos hombres ocupados dentro y fuera de la ciudad sin efecto visible, pues, a la verdad, no había encontrado jaunás tierra peor cultivada, casas más incómodas y destrozadas ni pueblo más pobre y miserable.
- El señor Munodi había sido muchos años gobernador de Lagado, y por una cábala de los ministros le habían depuesto con general sentimiento de todo el pueblo, no obstante que el rey le estimaba como sujeto de rectas intenciones, bien que sin espíritu cortesano.
Habiéndome oído criticar libremente al país y a sus habitantes, no me respondió otra cosa sino que necesitaba estar más tiempo entre ellos para poder formar juicio cierto, que el mundo se componía de pueblos diferentes y que en cada uno había también sus diferentes usos, alegando otras muchas razones semejantes. Pero cuando volvimos a casa me preguntó qué me parecía su palacio, qué notaba en él que me desagradase y qué hallaba reprensible en el traje y modales de su familia. Bien podía preguntarlo sin recelo, pues en su casa todo era decente, regular y magnifico. Respondíle que su grandeza, su prudencia y sus riquezas le habían exentado de todos los defectos que habían reducido a los demás a un estado de locura y mendiguez. Finalmente me dijo que si quería acompañarle a su casa de campo, que distaba veinte millas, tendría allí más tiempo para instruirme de sus cosas: y habiendo insinuado á Su Excelencia que estaba pronto a complacerle en cuanto me mandase, partimos a la mañana siguiente.
Durante nuestra marcha se dedicó a hacerme observar los distintos métodos de los labradores en sembrar sus tierras; mas, con todo, excepto en uno u otro paraje, no presentaba el país la menor esperanza de cosecha, ni aun siquiera indicios de labranza, hasta que, habiendo caminado tres horas más, la escena mudó enteramente. Entramos en una hermosísima campiña cercada, que comprendía viñedo, mieses y prados, con sus casas para los gañanes muy bien hechas y algo distantes: en fin, todo bueno y agradable. El caballero, advirtiendo mi suspensión, lanzó un hondo suspiro, y me dijo que allí principiaban sus haciendas que, a pesar de todo, sus paisanos se mofaban de él y le menospreciaban por descuidado en sus negocios.
Ultimamente llegamos a la casa, que era de muy exquisita estructura, no menos que sus fuentes, jardines, paseos, avenidas y bosques, dispuestos con tanta discreción y gusto que yo no me cansaba de ponderar cada cosa en particular, de lo cual Su Excelencia no se dió por entendido hasta después de cenar. Entonces, quedándonos solos, me dijo en un tono bastante triste que aun no sabía si tendría que demoler muy en breve todas sus casas dentro y fuera de la ciudad para levantarlas conforme a la moda, sin excepción de su palacio, que principalmente debía ser do gusto moderno, no obstante que temía incurrir en la nota de avariento, singular, ignorante y caprichoso, y aun acaso malquistarse con las gentes de juicio que mi admiración cesaría cuando me contase algunas particularidades que ignoraba.
-Unos cuatro años antes-prosiguió diciéndome --ciertas personas habían ido a Laput por gusto, o a negocios propios, y habiendo vuelto cinco meses después con una muy ligera tintura de las matemáticas, poro repletos de espíritus volátiles recogidos en aqueIla región aérea, habían principiado a desaprobar cuanto pasaba en el país bajo, y habían formado el proyecto de poner las artes y ciencias sobre un nuevo pie; que a este fin habían obtenido real decreto para la fundación de una Academia de Ingenieros, es decir, de inventores de sistemas; que el pueblo era tan fantástico, que tenía ya en cada ciudad de las principales un establecimiento de éstos; que en estas academias o colegios, los profesores habían encontrado nuevos métodos para la agricultura y la arquitectura, y nuevos instrumentos y herramientas para todos los oficios y manufacturas, por cuyo medio un solo hombre podría trabajar por diez, y un palacio entero sería construído en una semana, pero de materias tan sólidas que duraría eternamente sin necesidad de repararlo. Todos los frutos de la tierra se darían en cualquier estación, y de mejor calidad que antes, con una infinidad de otros proyectos admirables. La lástima es-repuso Su Excelencia que ninguno de ellos ha sido perfeccionado hasta ahora los campos se han perdido miserablemente en un instante casi todas las casas se han arruinado, y el pueblo, enteramente desnudo, perece de frío, de sed y de hambre. Mas, con todo eso, lejos de desmayar, se han animado en extremo a la prosecución de sus sistemas, estimulados ya por la esperanza, ya por la desesperación; y añadió que por lo tocante a sí, no siendo de un espíritu intrépido, se había contentado con el antiguo método de vivir en las casas edificadas por sus antepasados y hacer lo que ellos hacían sin innovar cosa alguna, pero que un corto número de personas de calidad que habían seguido su ejemplo, eran miradas como gentes de mala intención, enemigas de las artes, ignorantes y malos republicanos, que preferían su comodidad y desidia al bien general del país.
Por último, me insinuó Su Excelencia que no quería hacerme una descripción minuciosa de la academia, por no desgraciar el gusto que ella misma de bía darme cuando pasase a verla; y entretanto sólo me suplicaba que me fijase en un edificio arruinado que se descubría al lado de la montaña como a media legua de su casa, el cual había sido un molino que la corriente de un caudaloso río hacía andar y abastecía su casa y a una infinidad de vasallos suyos, hasta que habiendo venido siete años antes una cuadrilla de ingenieros a proponerle que lo demoliese para construir otro al pie de la montaña, en cuya cumbre, recogida el agua en una alberca (pues era facilisimo conducirla por medio de muchas bombas), el viento y la atmósfera le darían tal fluidez que, precipitándose con mayor fuerza, haría andar el molino con la mitad del caudal del río, había admitido el proyecto instado por sus amigos, y en atención a estar mal conceptuado en la corte por no haber entrado hasta entonces en ninguno de los nuevos sistemas; pero que, después de dos años de trabajo, la obra no surtió el efecto prometido, y los proyectistas desaparecieron.
Pasados algunos días y deseando ya ver la academia, Su Excelencia que, sin duda, me tuvo por un furioso admirador de novedades, de un espíritu curioso y crédulo, se ofreció gustoso a diputar una persona que me acompañase. No puedo negar que en mi juventud tuve algo de esto, y aun hoy en día me agrada extremadamente todo lo que es nuevo y audaz.