Viajes de Gulliver/Cuarta parte/VI

VI

DEL LUJO, LA INTEMPERANCIA Y ENFERMEDADES QUE REINAN EN EUROPA. CARÁCTER DE LAS CORTES EUROPEAS.

No fué posible hacer comprender a mi amo por qué esta raza de practicantes era tan perjudicial y temible.

-¿Qué miras los conducen-mo decía-a hacer tanto daño a los mismos que los mantienen? ¿Qué premio es ése que espera el procurador encargado de la defensa?

Respondíle que era dinero, y me costó algún trabajo hacerle entender la significación de este nombre.

Le expliqué nuestras diferentes especies de monedas, los metales de que se fabrican y su utilidad, dándolo a entender que el que llegaba a juntar mucho era feliz, pues podía procurarse bucnos vestidos, buenas casas, grandes tierras, mucho regalo y las mejores mujeres, y que por esta razón no nos saciábamos nunca de dineros, y cuanto más teníamos más deseábamos, aprovechándonos hasta del sudor del pobre, que para sustentar su miserable vida trabajaba desde el amanecer hasta la noche sin un instante de descanso; todo en beneficio del ocioso rico.

- Cómo !-replicó Su Honor-¿no tienen parte en esa tierra todos los animales? ¿Hay algunos que carecen de derecho a los frutos que produce para su sustento? No sé por qué ha de haber yahous privilegiados que recojan por entero esos frutos con exclusión de sus semejantes; y cuando eso fuese por un derecho particular, ¿no debieran ser atendidos los que han contribuído con su trabajo a fertilizar la tierra?

-Nada menos que eso-le respondí;-justamente los que mantienen a los demás por medio del cultivo de las tierras son los que perecen de hambre.

-¿Y qué queréis significar-me preguntó con la frase mucho regalo que aplicasteis a los que juntan dineros en vuestro país?

Tuve que pintarle la mesa de un poderoso, los exquisitos manjares que la cubrían y los diferentes modos de aderezarlos, sin reservar nada de cuanto me vino a la memoria: instruyéndole también de que para sazonarlos mejor y proveernos de buenos licores equipábamos navíos y emprendíamos largos y peligrosos viajes, de modo que para mantener convenientemente a cuatro mujeres distinguidas, era preciso despachar muchos navíos a las cuatro partes del mundo.

-Sobrado miserable será vuestro país-me dijo -cuando no puede mantener a sus habitantes: ni agua tenéis que beber si no atravesáis los mares.

Entonces le repliqué que la Inglaterra producía más frutos que todos sus habitantes podían consumir que hacíamos bebidas muy buenas con el jugo de ciertas frutas o con el extracto de algunas granas, y que, en una palabra, nada faltaba a nuestras necesidades naturales; pero que para fomentar nuestro lujo y nuestra intemperancia enviábamos a los países extranjeros las producciones del nuestro, y traíamos en cambio cosas que nos destruían la salud y alimentaban nuestros vícios, siendo este amor al lujo, al regalo y al placer, el principio de todos los procedimientos de nuestros yahous; y como para conseguirlos eran necesarias las riquezas, de aquf provenían los ladrones, los perjuros, los aduladores, los sobornadores, los falsarios, los embusteros, los jugadores, los fantasmones, los malos autores, los envenenadores, los impúdicos, los charlatanes, los espfritus fuertes. Y después tuve que explicarle todos estos términos en particular.

-El trabajo que nos tomamos-añadí-de ir a buscar vinos en los países extranjeros, no es porque nos falten aguas ni otros buenos licores para beber, sino porque el vino nos pone de humor festivo basta hacernos salir en cierto modo fuera de nosotros misms, ahuyenta de nuestro espíritu toda idea seria, nos llena la cabeza de mil imaginaciones ridículas, restablece el valor, destierra el miedo y nos exime por algún tiempo de la tiranía de la razón. Surtiendo a los ricos de cuanto han menester es como muestra plebe se mantiene. Por ejemplo, yo cuando estoy en mi patria, si he de ir vestido completamente según nuestro estilo, llevo sobre mí el trabajo de cien oficiales, un millón de manos se han ocupado en fabricar y alhajar mi casa, y tal vez no ha bastado el duplo para vestir a mi mujer.

- Iba a pintarle a ciertos yahous que pasan su vida al lado de los que se hallan amenazados de perderla, esto es, nuestros médicos, habiéndole dicho antes que la mayor parte de mis compañeros habían muerto de enfermedad en el viaje; pero apenas tenía alguna idea muy escasa de lo que es enfermedad, firmemente persuadido a que nosotros moríamos como todos los demás animales, o por flaqueza o por pesadez sobre el instante mismo de ir a expirar, excepto el caso de una herida. Para prevenirle con alguna instrucción de nuestra naturaleza y origen de las enfermedades, le declaré que comíamos sin tener hambre, bebíamos sin sed y pasábamos las noches enteras en lieber licores ardientes, que no encontrando sustente en el estómago, le estragaban, nos abrasaban las entrañas, y se difundía por todo nuestro cuerpo una flaqueza y angustia mortal. Que algunas de nuestras mujeres tenían cierto veneno que partían con sus amigos, y que esto mal funesto, como otros varios, nacían a veces con nosotros mismos, heredados con la sangre.

En fin, que sería nunca acabar el intentar pintarle todas las enfermedades a que estábamos sujetospues había cuando menos quinientas o seiscientas respectivas a cada miembro, y una infinidad de ellas correspondientes a cada parte, fuese interna o externa.

-Para curar estas enfermedades-proseguí-tenemos yahous que consagran su vida únicamente al estudio del cuerpo humano, tratan de extirparlas por medio de medicamentos eficaces, y luchan con la Naturaleza por alargar nuestros días.

Como era del gremio, expliqué con gusto a Su Honor el método de nuestros médicos, con todos los misterios de la medicina.

-Es preciso suponer-le dije-que cuantas enfermedades padecemos provienen de repleción, de lo que concluyen cuerdamente nuestros médicos que es necesaria la evacuación, bien sea por arriba o por abajo. Al intento se escogen ciortas hierbas, minerales, gomas, aceites, conchas, sales, excrementos, cortezas de árboles, serpientes, escuerzos, ranas, aranas, peces de todo esto se compone una bebida cuyo olor y gusto abominable horrorizan, levantan el corazón y trastornan todos los sentidos: se llama emélico y sirve para la evacuación superior. Luego mandan sacar de sus almacenes otras drogas que nos hacen tomar según su capricho, ya comu purga que arranca las entrañas, o ya como clíster que lava y relaja los intestinos, y raciocinan de este modo: «La Naturaleza, muy ingeniosa, nos ha dado el orificiosuperior y visible para ingerir, el inferior y secreto para evacuar, es así que la enfermedad invierte el orden natural del cuerpo, luego es necesario que el remedio obre por el mismo estilo para combatir a la Naturaleza, invirtiendo el uso de los orificios, esto cs, tragur por el inferior y evacuar por el superior.

Padecemos otras enfermedades que nada tienen de real sino la idea. A los que adolecen de ellas llamamos enfermos imaginarios, y para curarlos hay remedios imaginarios también; pero es el caso que nuestros médicos los aplican frecuentemente a los males reales. Las violentas enfermedades de imaginación atacan en general a las mujeres, para las cuales conocemos específicos que surten un efecto maravilloso.

En la contiuación de nuestras conferencias Ilegué a merecer a mi amo una expresión, a la verdad, demasiado lisonjera. Como solía hablarle de las personas de calidad de Inglaterra, me dijo que vivía persuadido de que yo era de la primera nobleza porque notaba en mí otra finura y mejor presencia que en ninguno de sus yahous, aunque no les igualase en fuerza y agilidad que esto provenfa sin duda de mi diferente modo de vida, y que además gozaba el don de la palabra con algunos principios de razón que descubría, y podrían perfeccionarse con el tiempo y su trato.

A propósito mo hizo la reflexión de que entre ellos no eran tan bien formados los houyhnhnms blancos y alazanes obscuros como los bayos, los tordillos y los negros, ni aquéllos sacaban el mismo talento y disposiciones que éstos, por cuya razón permanecían siempre en el estado de servidumbre que les correspondía, sin poder aspirar jamás al de amos, porque se miraría en el país como una cosa enorme y monstruosa.

-Es preciso-añadió mantenerse en aquella claso que la Naturaleza destinó; lo contrario sería ofenderla o rebelarse contra ella. Pero vos creo que habéis nacido el mismo que sois, pues hubisteis del Cielo vuestra nobleza, esto es, vuestro talento y buena índole.

Di a Su Honor las más rendidas gracias por cl alto concepto con que me favorecía, y al mismo tiempo le aseguré con ingenuidad que mi nacimiento era muy humilde, sin otro lustre que el de unos padres honrados, celosos de mi educación.

-Nuestra nobleza-le dije-no es lo que habéis imaginado desde niños, acostumbrados a la ociosidad y al lujo, luego que la edad lo consiente, se abandonan a la disolución, contraen enfermedades odiosas, consumen toda su hacienda, y cuando se ven ya arruinados suelen casarse con una mujer plebeyacontrahecha y enferma, con tal que sea rica; ya veis qué puede producir una unión semejante si no es hijos imperfectos, raquíticos, escrofulosos y deformes, que si la prudente madre no lo previene, sigue a veces hasta la tercera generación. De aquí es que en nuestro país un cuerpo seco, flaco, descarnado, débil, en fermo, se ha hecho una insignia de nobleza, tanto que no influye el mejor concepto el ver un joven de un espírito algo culto, justo y recto, sin nada de caprichoso, afeminado, brutal, fantástico, libre y necio.