Viajes de Gulliver/Cuarta parte/IV
IV
IDEAS DE LOS OUYHNHNMSD ACERCA DE LA VERDAD Y LA MENTIRA.-LOS DISCURSOS DEL AUTOR SON CENSURADOS POR SU AMO.
Mientras pronunciaba estas últimas frases, parecia mi amo desasosegado, inquieto y como fuera de sí: dudar y no creer lo que se oye, decía, es una operación del espíritu a que no están acostumbrados los houyhnhnms, y en una precisión sale, por decirlo así, fuera de su asiento natural. Bien me acuerdo que conferenciando un día sobre las propiedades de la naturaleza humana, cual se experimenta en el resto del mundo, no podía concebir lo que significaban estas voces mentira y engaño, razonando de este modo el uso de la palabra nos ha sido concedido para comunicarnos unos a otros nuestros pensamientos, y para instruirnos de lo que ignoramos decir la cosa I, que no es no es obrar según la intención de la Naturaleza, es abusar de la palabra, hablar sin hablar; porque si hablar es hacer entender lo que se piensa, cuando hacéis aquello que llamáis mentir, me hacéis entender lo que no pensáis, me decís lo que no es, en vez de decirme lo que es; luego no habláis entonces, sino es abrir la boca para despedir unos sonidos vanos, y cuando esperaba salir de mi ignorancia, me la aumentáis. Tal es la idea de los houyhnhnms sobre la facultad de mentir que poseemos los humanos en un grado tan perfecto y eminente.
Pero, volviendo a nuestra conversación pendiente, ¡cuál fué la sorpresa de mi amo al oir que los yahous eran en mi patria los animales dominantes y maestros Preguntóme si teníamos houyhnhnms, y qué destino u ocupación les dábainos. Le dije que teniamos un gran número de ellos, que en lo que duraba el verano pacían en los prados, y en entrando el invierno estaban recogidos en casa al cuidado de ciertos yahous que los peinaban, les limpiaban la piel, les lavaban los pies y les deban de comer y beber.
-Ya os entiendo-me contestó entonces; es decir, en suma, que aunque vuestros yahous blasonan de poseer alguna corta razón, los houyhnhnms son siempre los amos como aquí. ¡Ojalá que nuestros yahous fuesen siquiera tan dóciles y buenos criados!
Pero continuad, que me dais gusto.
Volví a suplicar a Su Honor que me dispensase, porque no podía referir el resto sin faltar a las leyes de la prudencia, moderación y buena política.
-Quiero saberlo todo--me repitió;--proseguid y no temáis que reciba pesadumbre.
-Pues así lo queréis-continné, a mí me toca obedecer. Los houyhnhnms, que nosotros llamamos caballos, son unos animales muy hermosos y muy nobles, igualmente vigorosos que ligeros en la carrera.
Los que están en casas de la primera distinción no tienen otra ocupación que viajar, correr y tirar de carros triunfales, muy cuidados y estimados mientras son jóvenes y se mantienen sanos; pero en principiando a envejecerse o enfermar de los pies, son desechados y vendidos a yahous, que los dedican a trabajos penosos, duros, bajos y vergonzosos hasta que mueren. Entonces los desuellan para aprovechar la piel, y los abandonan a las aves de rapiña, perros, lobos y otros animales que los devoran. Tal es en mi país la suerte de los más bellos y nobles houyhnhnms.
No son tan felices en su juventud los que caen en manos de labradores, carreteros, caleseros y otras gentes semejantes, que les hacen trabajar mucho más sin estar tan bien mantenidos.
Y en seguida describí a Su Honor nuestro modo de caminar a caballo con todo el equipaje de un caballero, explicándole, como pude, la brida, la silla, las espuelas, el látigo, los arneses de los caballos de tiro, ya fuesen destinados a un coche o a un carro; y terminé mi relación con la costumbre de clavarles en el asiento de los pies una plancha de cierta substancia muy dura que llamamos hierro, con el fin de conservarles el casco y evitar que se rompiese en los caminos pedregosos.
Indignado ya del modo brutal con que tratábamos a nuestros houyhnhnms, me manifestó que estaba absorto de que tuviésemos la avilantez y atrevimiento de montar en ellos que si el más valiente de sus yahous se tomara tanta libertad con el más ínfimo houyhnhnm de sus criados, sería inmediatamente arrastrado por el suelo, pisado y despachurrado. A esto le repliqué que ordinariamente los domábamos y adiestrábamos en la edad de tres a cuatro años, y que si alguno resultaba indócil, rebelde y falso, le aplicábamos a tirar de los carros y a labrar las tierras á fuerza de golpes. Que los machos destinados para la silla o tiro de un coche eran por lo regular castrados, a fin de hacerlos más quietos y obedientes. Que eran sensibles a los halagos como al castigo, y que, sin embargo, carecían de razón al modo de los yahous de su país.
Me costó sumo trabajo hacerle comprender todo lo dicho, teniendo que valerme de circunloquios para expresar mis ideas, a causa de la pobreza de su lengua, tan escasa de términos como ellos de pasiones; pues no tiene duda que lo que forma la riqueza y amenidad de un idioma es la multiplicación y subdivisión de las pasiones.
La impresión que mi discurso hizo en su ánimo y la noble ira de que se vió arrebatado, especialmente cuando le declaré la costumbre de castrarlos para hacerlos más dóciles y evitar que procreasen, son superiores a toda exageración. El convenía en que si había un país donde los yahous fuesen los únicos animales racionales, era muy justo que dominasen y se someticsen a sus leyes todos los demás, supuesto que la razón debe mandar a la fuerza; pero añadía que, bien considerada mi configuración, era muy contrahecho para poder ser racional, o siquiera poder servirme de la razón en la mayor parte de cosas de la vida. En seguida me preguntó si todos los yahous de mi país eran semejantes a mí. Le respondí que, a corta diferencia, todos teníamos la misma figura, y que yo pasaba por uno de los más perfectos que los jó venes y las mujeres tenían la piel más fina y delicada, y que éstas eran por lo común blancas como la leche. Me confesó que era cierto había alguna diferencia de los yahous de su trascorral a mií, pero que en cuanto a las ventajas sólidas juzgaba que me excedían en muchas que mis cuatro pies estaban desnudos, pues el poco pelo que tenían no era bastante para preservarme del frío que los delanteros no eran verdaderos pies, puesto que no me servía de ellos para andar por su debilidad y delicadeza, y que aquella cosa con que los cubría a veces, no era tampoco tan dura y fuerte como la cubierta de los traseros; y en suma que no marchaba con seguridad, porque en deslizándose cualquiera de ellos era preciso que diese en el suelo. Por este estilo fué censurando toda mi figura el aplastamiento de mi cara, la preeminencia de la nariz, la dirección de mis ojos al frente, de modo que no podía mirar a los costados sin volver la cara, la imposibilidad de comer sin el auxilio de los pies delanteros, y que sin duda para suplir el defecto me había puesto la Naturaleza en ellos tantas coyunturitas. Que no concebía para qué pudiesen servirme todos aquellos miembrecitos separados al extremo de los pies traseros, demasiado débiles para resistir las piedras y el monte, por cuya razón tenía que cubrirlos con piel de alguna otra bestia. Que mi cuerpo sin pelo estaba expuesto a la intemperie, y me veía precisado & cubrirle del ajeno diariamente, esto es, a vestirme y desnudarme, que a su entender era lo más fastidioso y cansado que podía imaginarse. Y, por último, que tenía observado un natural horror en todos los animales de su país a los yahous, tanto que huían de ellos; y dado caso que en el nuestro hubiésemos recibido de la Naturaleza esta prerrogativa de la razón, no sabía cómo pudiésemos curar con toda ella una antipatía semejante, ni exigir servicio alguno.
- ---Pero no quiero llevar más adelante este punto -añadió; os perdono cuantas respuestas pudierais darme, y sólo os ruego tengáis la bondad de contarme vuestros sucesos y describirme el país donde habéis nacido.
Si el respeto y la modestia me hubiesen permitido contradecir a mi amo, era esta la ocasión de haber soltado las riendas a la presunción humana sobre la excelencia propia, y hermosura de nuestra configuración. A buena fe que no hubiera dejado de decir con Ovidio: - Os homini sublime dedit...
Pero por no incurrir en sandeces no dije nada absolutamente, quedándome con las ganas de hacerle ver que en estos pies delanteros, de que él hacía tan poco aprecio, consiste toda la fuerza y poder de la naturaleza humana que estos diez miembrecitos en que terminan bastan para sujetar a todos los animales y poner en ejecución cuanto la imaginación ofrece; y que, conducidos con un poco de inteligencia, son el terror del mundo entero. Hubiera fabricado fácilmente unas espuelas de hueso y una brida de piel de vaca, y habiendo montado en cualquier houyhnhnm le hubiera demostrado lo que es un yahou que posee un poco de razón y conoce el uso de sus dedos.
¡Cómo me había de propasar a tal exceso! No respondí otra cosa sino que estaba pronto a satisfacer todos los particulares que interesaban su curiosidad, aunque dudaba mucho poder conseguirlo en unas materias de que Su Honor no podía tener la menor idea, por no haber en aquel país semejanza siquiera; que sin embargo procuraría cumplir por mi parte, valiéndome de parábolas y metáforas, suplicándole primero me disculpase si acaso no me servía de los términos propios.
Dije, pues, que había nacido de padres honrados en una isla que se llamaba Inglaterra, tan distante como que el más robusto houyhnhnm apenas podría hacer este viaje en toda la carrera anual del sol: que había ejercido en mis principios la cirugía, esto es, el arte de curar las heridas: que mi país estaba gobernado por una yahou que llamábamos la reina.
Que yo le había abandonado por mirar a adquirir riquezas, para proporcionar a mi regreso mayores comodidades a mi familia; habiendo logrado en el último de mis viajes el titulo de capitán de buque, Ilevando a mis órdenes cerca de cincuenta yahous, cuya mayor parte había perecido en el camino, y me había sido forzoso reemplazar con otros de diversas naciones que nuestra nave había estado dos veces en peligro de naufragar, la primera por una violenta teinpestad, y la segunda por haber chocado contra una roca.
Aquí me interrumpió para preguntarme cómo había podido enganchar extranjeros de distintos climas, viendo los riesgos y pérdida que había sufrido. Le respondí que todos eran gentes infelices, sin casa ni hogar, que habían dejado su patria o por el mal estado de sus negocios o por delitos que habían cometido: unos consumidos en procesos y despojados por la ley: otros por el juego y sus desenfrenos, y casi todos traidores, asesinos, ladrones, falsarios, sobornadores y desertores escapados de prisión, que no se atrevían a volver a su patria por temor de ser ahorcados o, cuando menos, de verse cubiertos de miseria en un calabozo.
Mientras lo hacía esta relación, volvió a interrumpirme varias veces con sus objeciones, teniendo que valerme de circunloquios y otros arbitrios para darle una idea de los crímenes que habían obligado a aquellos hombres a dejar su domicilio, y con todo eso no podía concebir qué fin los arrastraba a cometerlos.
Fué preciso darle a conocer en algún modo lo que cra nuestro insaciable deseo de engrandecernos y adquirir riquezas; de los funestos efectos del lujo, de la intemperancia, de la malicia y de la envidia. Pero no pude conseguir nada por más ejemplos e hipótesis de que usaba cada vez más negado a comprender que estos crímenes existan realmente, estaba con los ojos bajos sin poder explicar su sorpresa o indignación, como una persona que siente su imaginación herida de una cosa que no ha visto ni oído jamás.
No hay en la lengua de los houyhnhnms modo de expresar estas ideas de Poder, Gobierno, Guerra, Ley, Castigo, ni otras semejantes, sino valiéndose de dilatadas perífrasis; y así me vi apurado para hacer a mi amo la pintura de la Europa, y particularmente - de Inglaterra, mi patria.