Viajes de Gulliver/Cuarta parte/I

I

EL AUTOR VUELVE A EMPRENDER OTRO VIAJE DE CAPITÁN DE NAVÍO. SU TRIPULACIÓN SE SUBLEVA, LE ENCIERRA, LE APRISIONA Y DESPUÉS LE PONE EN TIEBRA SOBRE UNA COSTA DESCONOCIDA. DESCRIPCIÓN DE LOS YAHOUS.-DOS HOUYHNHNMS SE LE PRESENTAN.

Cinco meses pasé dulcemente con mi mujer y mis hijos, en cuyo tiempo me hubiera creído feliz si me hubiese hallado en estado de conocerlo, pero me estimulaba demasiado este insaciable desco de viajar, a que no pude resistirme viéndome lisonjeado del honorífico título de capitán de la Aventura, nave mercante de trescientas toneladas, que por mi desgracia me ofrecieron. Estaba perfectamente instruído en la Navegación, y cansado ya del subalterno cargo de cirujano; bien que no quise abandonar la profesión por si alguna vez me veía en precisión de ejercerla, como en efecto sucedió, y así me contenté con llevar a mi lado un joven cirujano. Me despedí de mi infeliz mujer, que estaba a la sazón embarazada, y embarcándome en Portsmouth di velas elde agosto de.

Las enfermedades disminuyeron en la ruta mi tripulación, y viéndome obligado a hacer un enrolamiento en las Barbadas e islas de Leevard, donde los comerciantes de quienes dependía me habían man- dado anclar, me hallé muy presto arrepentido de un reemplazo cuya mayor parte se componía de bandilos que habían sido acecinadores. Estos pervirtieron a los demás, y todos juntos maquinaron apoderarse de mí y del navio. Sorprendiéndome, pues, una mañana en mi camarote, ne maniataron, y amenazaron con arrojarme al mar si hacía la menor resistencia. Fuć preciso confesarles que mi suerte estaba en sus mahos que podían hacer de mi lo que quisiesen, y de este modo conseguí que me quitasen las prisiones, bajo palabra de honor, dejándome sólo un pie atalo a la armadura de la cama con centinela de vista, a quien dieron orden de matarnie si advertía alguna tentativa para escaparme, y pasaron a continuar su proyecto. La idea era ejercer la piratería con el navío; pero no tuvieron por suficiente su tripulación y resolvieron vender el cargamento dirigiéndose a Madagascar para reclutar gente. Entretanto, yo permanecía preso en mi camarote esperando con zozobra la suerto que me preparaban.

Elde mayo de, un tal Jacobo Welch entró a decirme que tenía orden de su capitán para ponerme en tierra quise detenerle y preguntarle a quién llamaban su capitán, mas todo fué inútil. Al fin me permitieron recoger mi ropa, dejándome la espada y algún dinero que tenía en las faltriqueras, que por política no me registraron, y me pusieron en la chalupa. Anduvimos como una legua, y me depositaron sobre la costa. Preguntéles qué país era aquél, y todos a una voz me respondieron:No estamos más enterados que vos; pero guardaos no os sorprenda la marea. Adiós.

Y la chalupa se alejó en el instante.

Dejé las arenas para buscar alguna altura donde sentarme a meditar qué partido tomaría, y después de haberme reposado un poco me interné en el país resuelto a entregarme al primer salvaje que encontrase, y ver si podía rescatar mi vida por algunas sortijitas, brazaletes y otras bagatelas de que siempre van provistos los viajeros y yo llevaba una cierta porción en los bolsillos.

Descubrí grandes árboles, vastas praderas y caupos en que crecía la avena por todas partes. Caminaba siempre con precaución para no ser sorprendido o herido de algún flechazo; y llegando a un espacioso camino, donde advertí bastantes pisadas de hombres y caballos, y algunas otras de vacas, vi en un campo inmediato un copioso rebaño de animales, dos de ellos encaramiados sobre los árboles. Su figura me pareció extraña, y habiéndose acercado unos cuantos, me escondi detrás de una mata para observarlos mejor.

Una gran cabellera les caia sobre la frente: su pecho, espalda y patas delanteras estaban cubiertas de espeso pelo tenían barbas como los machos cabríos, pero en el resto del cuerpo no tenían pelo y descubrían una piel muy tnorena. Tampoco tenían cola. Usaban de diferentes posturas, ya sentándose sobre la hierba, ya echándose, ya poniéndose en dos pies. Saltaban, brincaban y con el auxilio de sus feroces uñas trepaban por los árboles como ardillas.

Las hembras se distinguían por sus enormes ubres, que algunas arrastraban eran algo más pequeñas que los machos, tenían la cabellera más hermosa y apenas algún poco de vello en ciertas partes de su cuerpo. Los habia de varios colores, morenos, rojos, negros y castaños. Jamás vi en todos mis viajes animal más feo y desagradable.

Habiéndolos examinado a mi satisfacción, seguí aquel camino ancho con la esperanza de que me condujese a alguna barraca de indios; pero en medio de él me detuvo uno de dichos animales haciéndome mil gestos, como extrañando mi figura. Fué a ponerme una mano encima, y yo tirando de la espada le pegué de plano para no herirle, temeroso de que acudiese el dueño sin embargo, el animal se irritó tanto de verse castigado que, a sus clamores, vinieron más de cuarenta de ellos, haciéndome las muecas más horribles. Tuve que acogerme a un árbol que me guardase las espaldas mientras me defendía con mi espada por delante, y aun así tuvieron la avilantez de subir al mismo árbol y llenarme todo de basura, echando a huir inmediatamente.

Continué mi camino bastante admirado de su precipitada huída sin motivo en la apariencia, hasta que, volviendo la cabeza a la izquierda, vi pasearse con mucha gravedad por un prado un hermoso caballo, que era el que los había ahuyentado. El animal se acercó a mí, paróse, dió algunos pasos hacia atrás y se quedó mirándome con singular atención después me observó igualmente por todos lados dando algunas vueltas, y al ir a proseguir mi marcha me detuvono con violencia, sino de un modo muy comedido.

Al cabo de un rato que estuvimos observándonos mutuamente, quise acariciarle pasándole la mano por ei cuello, silbando y hablándole como suelen hacer nuestros palafreneros; pero el soberbio animal, desdeñando el cumplimiento, arrugó la frente, levantó con fiereza una mano y me hizo retirar la mía demasiado familiar. Al mismo tiempo, príncipió a relinchar con acentos tan variados, que yo llegué á sospechar que hablaba algún lenguaje propio, con sentido acomodado a la variedad de sus relinchos.

Entretanto llegó otro caballo, saludó al primero con mucha cortesía, se hicieron sus cumplimientos recíprocos, y siguieron relinchando de mil modos que parecían formar sonidos articulados. Apartáronse un poco, como para tratar alguna cosa reservada, y de cuando en cuando iban y venían paseándose con mucha gravedad, como dos personas que conferenciasen sobre un negocio interesante; pero sin perderme de vista por si intentaba escaparme.

Absorto de ver a unas bestias portarse de esta manera, me decía yo a mí mismo: «Pues los brutos en este país tienen tanta razón, es preciso que los hombres sean racionales en sumo grado»; y esta reflexión me dió tanto aliento, que resolví internarme hasta descubrir alguna aldea o casa donde poder encontrar algún habitante, dejando a los dos caballos que tratasen cuanto quisiesen en buena compañía. Uno de ellos, que era tordillo, advirtió que me iba, y relinchando tras mí de un modo tan expresivo que me hizo conocer su intención, volví a encontrarle procuraudo disimular mi turbación propia del caso; pues, como puede discurrir el lector, i qué sabía yo en qué vendría a parar todo esto!

Tomándome en medio, estuvieron observando otro corto rato mi cara y manos, al parecer muy complaridos de la delicadeza de mi cutis, especialmente el tordillo, que me asió la mano derecha para acariciarla y me la apretó tanto entre el casco y la ranilla que no pude menos de quejarme a gritos, lo cual me atrajo nuevos halagos llenos de amistad y ternura.

Manifestaron grande admiración de los faldones de mi casaca y del sombrero: pero lo que les dió más que hacer fneron mis medias y zapatos: les pasaban la mano por encima haciendo mil visajes, al modo de un filósofo que pretende explicar algún fenómeno.

Noté cosas tan racionales y juiciosas en aquellos animales, que los tuve por encantadores que se hubiesen transformado en caballos con algún fin particnlar. y que habiendo visto a un extranjero en el camino, o bien porque les hubiese chocado mi figura, aire v vestido, habían querido entretenerse un rato a mi costa. Esto fué lo que me animó a tomarme la libertad de hablarles en los siguientes términos : -Señores caballos, si sois encantadores como me hacéis sospechar, debéis entender todas las lenguas ; así, pues, me honro de deciros en la mía que soy un pobre inglés que he tenido la desgracia de encallar en estas costas, y os ruego, si sois perfectos caballos, me permitáis montar sobre cualquiera de vosotros para poder buscar alguna aldea o casa donde recogerme, admitiendo en recompensa este cuchillito y este brazalete.

-Los dos animales estaban atentos a mi discurso, y cuando acabé principiaron a relinchar alternativamente vuelto el uno hacia el otro. Entonces conoci claramente que sus relinchos eran significativos, y encerraban vocablos de que quizá pudiera componerse muy bien un abecedario tan fácil como el de los chinos.

Repitieron frecuentemente la palabra yahou, cuyo sonido distinguí, aunque no pude encontrar la significación por más que lo procuré mientras estaban en su conferencia. Concluída ésta, proferí en alta voz yahou, yahou, tratando de imitarlos, cosa que les pasmó extraordinariamente, no obstante que notaban imperfección, porque el tordillo volvió a repetirla dos veces como para enseñarme a pronunciarla bien. Tomé la lección acomodándome en lo posible a su modo, y creo que, aunque distante de la perfección, no dejé de hacer algún progreso. El otro caballo, que era bayo, quiso a mi entender enseñarme otro vocablo mucho más difícil, que, reducido a la ortografía inglesa, puede expresarse así: houyhnhnm. No aproveché tanto ni tan rápidamente en esta segunda lección pero, después de varios ensayos, la aprendí aún mejor, de suerte que, a lo que juzgo, ellos quedaron satisfechos de mi talento.

Volvieron a conversar otro poco (sin duda acerca de esto), y con la misma ceremonia que se habían reunido se despidieron. El bayo me hizo seña de que marchase delante de él, como ejecuté, pareciéndome conveniente obedecer mientras encontraba otra compañía mejor; mas, viendo que caminaba poco, me relinchó hhuum, hhuum. Conoci su intención, y dándole a entender que iba muy cansado, se paró movido de caridad para que descansase.