Viaje maravilloso del Señor Nic-Nac/XXXII

CAPÍTULO XXXII
Sorpresa

Los primeros rayos del Sol dividieron y apagaron la emanacion luminosa que nos envolvía, de manera que nuestra existencia, desde aquel momento, quedaba reducida á una existencia latente, en relacion, no hay duda alguna, con la anterior, pero conservábamos todas nuestras fuerzas vitales, las cuales se manifestabanahan en un medio misterioso, incomprensible para aquel que no conociera íntimamente los fenómenos que produce la completa abstraccion de todas las aspiraciones terrenales.

Pero este etado particular á que me había sometido Seele debía despertar en mi invisible organismo una impresion violenta.

Toda la poblacion de la gran ciudad se había aglomerado en la porcion occidental de esta, ¿para qué? pronto había de saberlo, pues aún no distinguia con precision sino un cúmulo de bultos humanos, moviéndose de una parte á otra, en confuso laberinto.

Como nuestro descenso continuaba, llegó un momento en que pudimos percibir no sólo cada uno de los individuos reunidos, sino tambien sus formas y movimientos. ¡Señalaban el espacio! ¡Indicaban precisamente la direccion en que nuestras flotantes aureolas habian sido sumerjidas en la atmósfera iluminada por el dia!

¿Qué pasó en mi espíritu en aquel instante? ¿qué velo? qué nube? qué sombra? qué presentimiento?

No lo sé; pero aquellos rostros, el metal de aquellas voces, no me eran desconocidos. Tenía de ellos, una reminiscencia vaga, indecisa como un recuerdo perdido que lucha por renacer.

¿En qué momento de mi vida había escuchado aquellos sonidos?

¿En qué circunstancia, habia contemplado aquellos semblantes movibles como la ola que se quiebra en las playas?

¿Y Seele? ¿dónde está Seele? —"Seéle!! Seéle!!"

Nada! Seele no contesta.

Un momento mas, y me habré confundido con aquel caos humano.

Pero antes de llegar al límite de mi vuelo, el descenso se verifica en espirales, y en tanto se van estos reduciendo, observo la ciudad, cuyas calles estrechas, irregulares edificios y numerosos templos evocan inútilmente un recuerdo aletargado en la noche profunda del olvido.

Allí no se distinguen como en Theosophopolis, dos agrupaciones perfectamente características: al lado del palacio se vé la humilde choza, y junto al foco de los placeres y de las alegrías, el sombrío recinto de los dolores.

En los semblantes de la aglomerada poblacion, no se podrian señalar los rasgos del tipo nacional, absorvido, devorado por el torbellino de un cosmopolitismo inexplicable. Insisto en este punto: el elemento indígena constituye la minoría.

Pero hé aquí que se me ocurre paralizar la fuerza del descenso. ¿Podré elevarme á las altas regiones una vez que haya llegado al suelo? Lo ignoro.

Así pues, prefiero mantenerme en suspension, y esperar el momento oportuno.

La muchedumbre, entretanto, se divide;—los unos se dirijen á sus respectivas moradas: los otros, mas curiosos, permanecen aún en contemplacion, en tanto que diversos grupos toman tranquilamente el camino de las plazas, donde se detienen á comentar algo que sin duda alguna les absorve y domina, y que yo, por un exceso de buen humor, atribuyo á la curiosidad de aquellas gentes.

—"Eran dos," dice un individuo á otro que se encuentra en el mismo grupo.

—"Si, pero se refundieron en una."

—"Ah!" exclama un tercero, "se refundieron eh? pues yo creía que no había sido sino una fusion aparente, momentánea, ó mas bien, que no habia habido fusion, sino que las posiciones relativas nos las habian hecho aparecer reunidas."

—"Nó, porque en ese caso hubieran estado adaptadas y con intensidades propias; pero aquí no se ha presentado tal cosa: la luz era una luz sóla y única."

—"Y cómo es que despues se desdoblaron?"

—"Para desaparecer con los resplandores del dia."

—"Y qué fenómeno luminoso será este?"

—"¿Y quién lo sabe para poder responder?"

Yó, yó lo sé; pero no voy á decíurselo, si una causa extraordinaria no me obliga á ello; já! já! já!