Viaje del Parnaso (Schevill y Bonilla editores)/VII

VI
Viaje del Parnaso
de Miguel de Cervantes
VII
VIII

    Tu, beligera Musa, tu que tienes
la voz de bronze y de metal la lengua,
cuando a cantar del fiero Marte vienes,
    tu, por quien se aniquila siempre y mengua
el gran genero humano; tu, que puedes
sacar mi pluma de ignorancia y mengua,
   tu, mano rota y larga de mercedes,
digo en hazellas, una aqui te pido,
que no hara que menos rica quedes.
    La sobervia y maldad, el atrevido
intento de una gente malmirada,
ya se descubre con mortal ruido.
    Dame una voz al caso acomodada,
una sutil y bien cortada pluma,
no de aficion ni de passion llevada,
    para que pueda referir, en suma,
con purisimo y nuevo sentimiento,
con verdad clara y entereza suma,
    el contrapuesto y desigual intento
de uno y otro esquadron, que, ardiendo en ira,
sus vanderas descoge al vago viento.
    El del vando catolico, que mira
al falso y grande al pie del monte puesto,
que de subir al alta cumbre aspira,
    con paso largo y ademan compuesto,
todo el monte coronan, y se ponen
a la furia, que en loca a echado el resto.
    Las ventajas tantean, y disponen
los animos valientes al assalto,
en quien su gloria y su vengança ponen.
    De rabia lleno, y de paciencia falto,
Apolo su bellisimo estandarte
mandó al momento levantar en alto.
    Arbolole un marques, que el proprio Marte
su briosa presencia representa,
naturalmente, sin índustria y arte;
    poeta celeberrimo y de cuenta,
por quien y en quíen Apolo soberano
su gloria y gusto y su valor aumenta.
    Era la insinia un cisne hermoso y cano,
tan al vivo pintado, que dixeras
la voz despide, alegre, al aire vano.
    Siguen al estandarte sus vanderas,
de gallardos alferezes llevadas,
honrosas por no estar todas enteras.
    Las caxas, a lo belico templadas,
al milite mas tardo buelven presto
de vozes de metal acompañadas.
    Geronimo de Mora llegó en esto,
pintor excelentissimo y poeta,
Apeles y Virgilio en un supuesto,
    y, con la autoridad de una gineta,
que de ser capitan le dava nombre,
al caso acude y a la turba aprieta.
    Y porque mas se turbe y mas se asombre
el enemigo desigual y fiero,
llegó el gran Biedma, de inmortal renombre.
    Y con el Gaspar de Auila, primero
sequaz de Apolo, a cuyo verso y pluma
Yziar puede embidiar, temer Sincero.
    Llegó Juan de Meztança, cifra y suma
de tanta erudicion, donaire y gala,
que no ay muerte ni edad que la consuma.
    Apolo le arrancó de Guatimala,
y le truxo en su ayuda para ofensa
de la canalla, en todo estremo mala.
   Hazer milagros en el trance piensa
Cepeda, y acompañale Mexia,
poetas dignos de alabança inmensa.
    Clarissimo esplendor de Andaluzia
y de la Mancha, el sin igual Galindo
llegó con magestad y bizarria.
    De la alta cumbre del famoso Pindo
baxaron tres bizarros lusitanos,
a quien mis alabanças todas rindo.
    Con prestos pies y con valientes manos,
con Fernando Correa de la Cerda,
pisó Rodriguez Lobo monte y llanos,
    y, porque Febo su razon no pierda,
el grande don Antonio de Atayde
llegó con furia alborotada y cuerda.
    Las fuerças del contrario ajusta y mide
con las suyas Apolo, y determina
dar la batalla, y la batalla pide.
    El ronco son de mas de una vozina
(instrumento de caça y de la guerra),
de Febo a los oydos se avezina.


    Tiembla debaxo de los pies la tierra,
de infinitos poetas oprimida,
que dan asalto a la sagrada sierra.
    El fiero general de la atrevida
gente, que trae un cuerbo en su estandarte,
es Arbolanchez, muso por la vida.
    Puestos estavan en la baxa parte
y en la cima del monte, frente a frente,
los campos de quien tiembla el mismo Marte,
    cuando una, al parecer, discreta gente
del catolico vando, al enemigo
se pasó, como en numero de veinte.
   Yo con los ojos su carrera sigo,
y, viendo el paradero de su intento,
con voz turbada al sacro Apolo digo:
    «¿Qué prodigio es aqueste, qué portento,
o por mejor dezir, qué mal aguero,
que assi me corta el brio y el aliento?
    »Aquel transfuga, que partio primero,
no solo por poeta le tenía,
pero tambien por bravo churrullero.
    »Aquel ligero, que tras el corria,
en mil corrillos en Madrid le he visto
tiernamente hablar en la poesia.
    »Aquel tercero que partio tan listo,
por satirico, necio, y por pesado,
se que de todos fue siempre mal quisto.
    »No puedo imaginar cómo ha llevado
Mercurio estos poetas en su lista.»
«Yo fuy, respondio Apolo, el engañado,
    »que, de su ingenio, la primera vista
indicios descubrio, que serian buenos
para facilitar esta conquista.»
    «Señor, repliqué yo, crei que agenos
eran de las deidades los engaños,
digo, engañarse en poco mas ni menos.
    »La prudencia que nace de los años,
y tiene por maestra a la esperiencia,
es la deidad que advierte destos daños.»
    Apolo respondio: «Por mi conciencia,
que no te entiendo» (algo turbado y triste,
por ver de aquellos veinte la insolencia).
    Tu, sardo militar Lofraso, fuiste
uno de aquellos barbaros corrientes
que del contrario el numero creciste.
    Mas no por esta mengua los valientes
del esquadron catolico temieron,
poetas madrigados y excelentes;
    antes tanto corage concibieron
contra los fugitivos corredores,
que riça en ellos y matança hizieron.
    ¡O falsos y malditos trobadores,
que passays plaça de poetas sabios,
siendo la hez de los que son peores!
    Entre la lengua, paladar y labios,
anda contino vuestra poesia
haziendo a la virtud cien mil agravios.
    Poetas de atrevida hipocresia,
esperad, que de vuestro acabamiento
ya se ha llegado el temeroso dia.
    De las confusas vozes el concento
confuso por el aire resonava,
de espessas nubes condensando el viento.
    Por la falda del monte gateava
una tropa poetica, aspirando
a la cumbre, que bien guardada estava.
    Hazian hincapie de cuando en cuando,
y con ondas de estallo y con ballestas,
cuan libros enteros disparando.
    No del plomo encendido las funestas
balas pudieran ser dañosas tanto,
ni al disparar pudieran ser mas prestas.
    Un libro, mucho mas duro que un canto,
a Jusepe de Vargas dio en las sienes,
causandole terror, grima y espanto.
    Gritó, y dixo a un Soneto: «Tu, que vienes
de satirica pluma disparado,
¿por qué el infame curso no detienes?»
    Y qual perro con piedras irritado,
que dexa al que las tira, y va tras ellas,
qual si fueran la causa del pecado,
    entre los dedos de sus manos bellas,
hizo pedaços al soneto altivo,
que amenazava al sol y a las estrellas.
    Y dixole Cilenio: «¡O rayo vivo,
donde la justa indignacion se muestra
en un grado y valor superlativo,
    »la espada toma en la temida diestra,
y arrojate valiente y temerario
por esta parte que el peligro adiestra.»
    En esto, del tamaño de un Breviario,
volando un libro por el aire vino,
de prosa y verso, que arrojó el contrario.
    De verso y prosa el puro desatino
nos dio a entender que de Arbolanches eran
las Avidas pesadas de contino.


    Unas Rimas llegaron, que pudieran
desbaratar el esquadron christiano,
si acaso vez segunda se imprimieran.
    Diole a Mercurio en la derecha mano
una satira antigua licenciosa,
de estilo agudo, pero no muy sano.
    De una intricada y mal compuesta prosa,
de un asumpto sin jugo y sin donaire,
quatro Novelas disparó Pedrosa.
    Siluando rezio y desgarrando el aire,
otro libro llegó de Rimas solas,
hechas al parecer como al desgaire.
    Violas Apolo, y dixo quando violas:
«Dios perdone a su autor, y a mi me guarde
de algunas Rimas sueltas españolas.»
    Llegó El Pastor de Iberia, aunque algo tarde,
y derribó catorze de los nuestros,
haziendo de su ingenio y fuerça alarde.
    Pero dos valerosos, dos maestros,
dos lumbreras de Apolo, dos soldados,
unicos en hablar, y en obrar diestros,
    del monte puestos en opuestos lados,
tanto apretaron a la turbamulta,
que Bolvieron atras los encumbrados.
    Es Gregorio de Angulo, el que sepulta
la cañalla, y con el, Pedro de Soto,
de prodigioso ingenio y vena culta;
    doctor aquel, estotro unico y docto
licenciado de Apolo, ambos sequazes,
con raras obras y animo devoto.
    Las dos contrarias indignadas hazes,
ya miden las espadas, ya se cierran,
duras en su teson y pertinazes.
    Con los dientes se muerden, y se aferran
con las garras, las fieras imitando,
que toda piedad de si destierran.
   Haldeando venia y trasudando
el autor de La Picara Justina,
capellan lego del contrario vando,
    y, qual si fuera de una culebrina,
disparó de sus manos su libraço,
que fue de nuestro campo la ruyna.
    Al buen Tomas Gracian mancó de un braço;
a Medinilla derribó una muela
y le llevó de un muslo un gran pedaço.
    Una despierta, nuestra centinela,
gritó: «Todos abaxen la cabeza,
que dispara el contrario otra nouela.»
    Dos pelearon una larga pieza,
y el uno al otro, con instancia loca,
de un embion, con arte y con destreza,
    seis seguidillas le encaxó en la voca,
con que le hizo bomitar el alma,
que salio libre de su estrecha roca.
    De la furia el ardor; del sol la calma,
tenia en duda de una y otra parte
la vencedora y pretendida palma.
    Del cuerbo en esto el lobrego estandarte
cede al del cisne, porque vino al suelo,
passado el coraçon de parte a parte,
    su alferez, que era un andaluz moçuelo,
trobador repentista, que subia
con la soberuia mas alla del cielo;
    elosele la sangre que tenia;
muriose, quando vio que muerto estava,
la turba, pertinaz en su porfia.
    Puesto que ausente el gran Lupercio estava,
con un solo soneto suyo hizo
lo que de su grandeza se esperava.
    Desquadernó, desencaxó, deshizo
del opuesto esquadron catorze hileras;
dos criollos mató; hirio un mestizo.
    De sus sabrosas burlas y sus veras,
el magno cordoves un cartapacio
disparó, y aterró cuatro vanderas.
    Dava ya indicios de cansado y lacio
el brio de la barbara canalla,
peleando mas floxo y mas despacio;
    mas renovose la fatal batalla,
mezclandose los unos con los otros;
ni vale arnes, ni presta dura malla.
    Cinco melifluos, sobre cinco potros
llegaron y embistieron por un lado,
y llevaronse cinco de nosotros,
    cada cual como moro ataviado,
con mas letras y cifras que una carta
de principe enemigo y recatado.
    De romances moriscos una sarta,
qual si fuera de balas enramadas,
llega con furia y con malicia harta;
    y, a no estar dos esquadras avisadas
de las nuestras del rezio tiro y presto,
era fuerça quedar desbaratadas.
    Quiso Apolo, indignado, echar el resto
de su poder y de su fuerça sola,
y dar al enemigo fin molesto.


    Y una sacra cancion, donde acrisola
su ingenio, gala, estilo y bizarria
Bartolome Leonardo de Argensola,
    cual sí fuera un petrarte, Apolo embia
adonde está el teson mas apretado,
mas dura y mas furiosa la porfia.
   «Quando me paro a contemplar mi estado»,
comiença la cancion que Apolo pone
en el lugar mas noble y levantado.
    Todo lo mira, todo lo dispone
con ojos de Argos; manda, quita y veda,
y del contrario a todo ardid se opone.
    Tan mezclados estan, que no hay quien pueda
discernir qual es malo, o qual es bueno,
qual es garcilasista, o Timoneda.
    Pero un mancebo, de ignorancia ageno,
grande escudriñador de toda historia,
rayo en la pluma y en la voz un trueno,
    llegó, tan rica el alma de memoria,
de sana voluntad y entendimiento,
que fue de Febo y de las Musas gloria.
    Con este azelerose el vencimiento,
porque supo dezir: «Este merece
gloria, pero aquel no, sino tormento.»
    Y como ya con distincion parece
el justo y el injusto conbatiente,
el gusto al peso de la pena crece.
    Tu, Pedro Mantuano el excelente,
fuyste quien distinguio, de la confusa
maquina, el que es cobarde del valiente.
    Julian de Almendarez no reusa,
puesto que llegó tarde, en dar socorro
al rubio Delio con su ilustre musa.
    Por las ruzias que peyno, que me corro
de ver que las comedias endiabladas,
por divinas se pongan en el corro.
    Y, a pesar de las limpias y atildadas
del comico mejor de nuestra Esperia,
quieren ser conocidas y pagadas.
    Mas no ganaron mucho en esta feria,
porque es discreto el vulgo de la corte,
aunque le toca la comun miseria.
    De llano no le deis, dadle de corte
estancias polifemas al poeta
que no os tuviere por su guia y norte.
    Inimitables soys, y a la discreta
gala que descubris en lo escondido,
toda elegancia puede estar sugeta.
    Con estas municiones, el partido
nuestro se mejoró de tal manera,
que el contrario se tuvo por vencido.
    Cayo su presuncion soberbia y fiera,
derrumbanse del monte abaxo, quantos
presumieron subir por la ladera;
    la voz prolixa de sus roncos cantos,
el mal sucesso con rigor la buelve
en interrotos y funestos llantos.
    Tal huvo que, cayendo, se resuelve
de asirse de una çarça o cabrahigo,
y en llanto, a lo de Ovidio, se disuelve.
    Cuatro se arracimaron a un quexigo,
como enxambre de avejas desmandada,
y le estimaron por el lauro amigo.
    Otra cuadrilla, virgen por la espada
y adultera de lengua, dio la cura
a sus pies de su vida almidonada.
    Bartolome, llamado de Segura,
el toque casi fue del vencimiento;
tal es su ingenio y tal es su cordura.
    Resono en esto por el vago viento
la voz de la vitoria, repetida
del numero escogido en claro acento.
    La miserable, la fatal caida
de las Musas del limpio tagarete,
fue largos siglos con dolor plañida.
    A la parte del llanto, ¡ay, me!, se mete
Zapardiel, famoso por su pesca,
sin que un pequeño instante se quiete.
    La voz de la vitoria se refresca,
«¡vitoria!» suena aqui y alli, vitoria
adquirida por nuestra soldadesca,
que canta alegre la alcançada gloria.