VII
Viaje del Parnaso
de Miguel de Cervantes
VIII

    Al caer de la maquina excessiva
del esquadron poetico arrogante,
que en su no vista muchedumbre estriva,
    un poeta mancebo y estudiante,
dixo: «Cay, paciencia, que algun dia
sera la nuestra, mi valor mediante.
    »De nuevo afilaré la espada mia,
(digo, mi pluma) y cortaré de suerte,
que de nueva excelencia a la porfia.
    »Que ofrece la comedia, si se advierte,
largo campo al ingenio, donde pueda
librar su nombre del olvido y muerte.
    »Fue desto exemplo Juan de Timoneda,
que, con solo imprimir, se hizo eterno,
las Comedias del gran Lope de Rueda.
    »Cinco buelcos dare en el propio infierno,
por hazer recitar una que tengo,
nombrada: El Gran bastardo de Salerno.
    »Guarda Apolo, que baxa, guarde Rengo
el golpe de la mano mas gallarda
que ha visto el tiempo en su discurso luengo.»
    En esto el claro son de una bastarda
alas pone en los pies de la vencida
gente del mundo, perezosa y tarda.
    Con la esperança del vencer perdida,
no hay quien no atienda, con ligero paso,
si no a la honra, a conserbar la vida.
    Desde las altas cumbres del Parnaso,
de un salto uno se puso en Guadarrama,
nuevo, no visto y verdadero caso,
    y al mismo paso la parlera fama
cundio del vencimiento la alta nueva
desde el claro Caistro hasta Iarama;
    lloró la gran vitoria el turbío Esgueva,
Pisuerga la rió, riola Tajo,
que, en vez de arena, granos de oro lleva.
    Del cansancio, del polvo y del trabaxo,
las rubicundas hebras de Timbreo,
del color se pararon de oro baxo;
    pero, viendo cumplido su desseo,
al son de la guitarra mercuriesca
hizo de la gallarda un gran paseo,
    y de Castalia en la corriente fresca
el rostro se labó y quedó luziente
como de azero la segur turquesca.
    Puliose luego y adornó su frente
de magestad mezclada con dulzura,
indicios claros del plazer que siente.
    Las reinas de la humana hermosura
salieron, de do estavan retiradas,
mientras durava la contienda dura.
    Del arbol siempre verde coro[na]das,
y en medio la divina Poesia,
todas de nuevas galas adornadas:
    Melpomene, Tersicore y Talia,
Polimnia, Vrania, Erato, Euterpi y Clio,
y Caliope, hermosa en demasia,
    muestran vfanas su destreza y brio,
texiendo una entricada y nueva dança,
al dulze son de un instrumento mio.
    Mio, no dixe bien, menti a la (a)usança
del que dize propios los agenos
versos, que son mas dignos de alabança.
    Los anchos prados y los campos, llenos
estan de las esquadras vencedoras,
que siempre van a mas, y nunca a menos,
    esperando de ver de sus mejoras
el colmo con los premios merecidos
por el sudor y aprieto de seis horas.
    Piensan ser los llamados escogidos,
todos a premios de grandeza aspiran,
tienense en mas de lo que son tenidos;
    ni a calidades ni a riquezas miran;
a su ingenio se atiene cada uno,
y si ay quatro que acierten, mil deliran.
    Mas Febo, que no quiere que ninguno
quede quexoso del, mandó a la Aurora
que vaya y coja in tempore oportuno,
    de las faldas floriferas de Flora,
quatro tabaques de purpureas rosas
y seis de perlas, de las que ella llora.
    Y de las nueve, por estremo hermosas,
las coronas pidio, y al darlas ellas,
en nada se mostraron perezosas.
   Tres, a mi parecer, de las mas bellas,
a Partenope se que se embiaron,
y fue Mercurio el que partio con ellas.
    Tres sujetos las otras coronaron
alli, en el mesmo monte, peregrinos,
con que su patria y nombre eternizaron.
    Tres cupieron a España, y tres divinos
poetas se adornaron la cabeça,
de tanta gloria justamente dignos.
    La embidia, monstruo de naturaleza,
maldita y carcomida, ardiendo en saña,
a murmurar del sacro don empieça.
    Dixo: «¿sera posible que en España
aya nueve poetas laureados?
Alta es de Apolo, pero simple hazaña.»
    Los demas de la turba, defraudados
del esperado premio, repetian
los himnos de la embidia, mal cantados.
    Todos por laureados se tenian
en su imaginacion, antes del trance,
y al cielo quexas de su agravio embian.
    Pero ciertos poetas de romance,
del generoso premio hazer esperan,
a despecho de Febo, presto alcance.
    Otros, aunque latinos, desesperan
de tocar del laurel solo una hoja,
aunque del caso en la demanda mueran.
    Vengase menos el que mas se enoja,
y alguno se tocó sienes y frente,
que de estar coronado se le antoja.
    Pero todo deseo impertinente
Apolo resfrió, premiando a quantos
poetas tuvo el esquadron valiente.


    De rosas, de jazmines y amarantos,
Flora le presentó cinco cestones,
y la Aurora, de perlas, otros tantos.
    Estos fueron, lector dulze, los dones
que Delio repartio con larga mano
entre los poetisimos varones,
    quedando alegre cada cual y ufano
con un puño de perlas y una rosa,
estimando el premio sobre humano.
    Y porque fuese mas maravillosa
la fiesta y regozijo que se hazia
por la vitoria insigne y prodigiossa,
    la buena, la importante Poesia,
mandó traer la bestia cuya pata
abrio la fuente de Castalia fria.
   Cubierta de finisima escarlata,
un lacayo la truxo en un instante,
tascando un freno de bruñida plata.
    Embidiarle pudiera Rozinante
al gran Pegaso, de presencia brava,
y aun Brilladoro, el del señor de Anglante.
    Con no se quantas alas adornava
manos y pies, indicio manifiesto
que en ligereza al viento aventajava.
    Y por mostrar quan agil, y quan presto
era, se alçó del suelo quatro picas,
con un denuedo y ademan compuesto.
    Tu, que me escuchas, si el oydo aplicas
al dulze quento deste gran viage,
cosas nuevas oiras de gusto ricas.
    Era del bel troton todo el herrage
de durisima plata diamantina,
que no recibe del pisar ultrage;
    de la color que llaman columbina,
de raso, en una funda trae la cola,
que, suelta, con el suelo se avezina;
    del color del carmin, o de amapola,
eran sus clines y su cola gruesa,
ellas solas al mundo y ella sola;
    tal vez anda despacio, y tal a priesa,
buela tal vez, y tal haze corbetas,
tal quiere relinchar y luega cessa;
   nueva felicidad de los poetas,
unos sus escrementos recogian
en dos de quero grandes barjuletas.
    Pregunté para qué lo tal hazian;
respondiome Cilenio a lo bellaco,
con no se qué volumbres de ironia:
    «esto que se recoxe es el tabaco,
que a los vaguidos sirve de cabeça
de algun poeta de celebro flaco.
    »Vrania, de tal modo lo adereça,
que, puesto a las narizes del doliente,
cobra salud y buelve a su entereza.»
    Un poco entonces arrugué la frente,
ascos haziendo del remedio estraño,
tan de los ordinarios diferente.
    «Recibes, dixo Apolo, amigo, engaño;
(leyome el pensamiento), este remedio
de los vaguidos cura y sana el daño;
    »no come este rozin lo que en asedío,
duro y penoso, comen los soldados
que estan entre la muerte y hambre en medio;
    »son deste tal los piensos regalados,
ambar y almizcle entre algodones puesto,
y beve del rozio de los prados;
    »tal vez le damos de almidon un cesto,
tal de algarrobas, con que el vientre llena
y no se estriñe ni se va por esto.»
    «Sea, le respondi, muy nora buena,
tiesso estoy de celebro por aora,
vag[u]ido alguno no me causa pena.»
    La nuestra, en esto, universal señora,
digo la poesia verdadera
que con Timbreo y con las Musas mora,
    en vestido subcinto, a la ligera
el monte discurrio y abraçó a todos,
hermosa sobre modo y placentera.
    «¡O sangre vencedora de los godos!,
dixo, de aqui adelante ser tratada
con mas suaves y discretos modos
    »espero ser y siempre espectada
del ignorante vulgo, que no alcança
que, puesto que soy pobre, soy honrada.
    »Las riquezas os dexo en esperança,
pero no en posesion, premio seguro
que al reyno aspira de la inmensa holgança.
    »Por la belleza deste monte os juro
que quisiera al mas minimo entregalle
un Privilegio de cien mil de juro,
    »mas no produze minas este valle,
aguas si, salutiferas y buenas,
y monas que de cisnes tienen talle.
    »Bolved a ver, ¡o amigos!, las arenas
del aurifero Tajo en paz segura
y en dulzes horas de pesar agenas,
    »que esta inaudita hazaña os assegura
eterno nombre, en tanto que de Febo


al mundo aliento y luz serena y pura.»
    ¡O maravilla nueva, o caso nuevo,
digno de admiracion que cause espanto,
cuya estrañeza me admiró de nuevo!
    Morfeo, el dios del sueño, por encanto
alli se aparecio, cuya corona
era de ramos del beleño santo;
    floxissimo de brio y de persona,
de la pereza torpe acompañado,
que no le dexa a visperas ni a nona;
    traia al silencio a su derecho lado,
el descuydo al siniestro, y el vestido
era de blanda lana fabricado;
    de las aguas que llaman del olvido
traia un gran caldero, y de un hysopo
venia, como aposta, prevenido;
    asia a los poetas por el hopo,
y, aunque el caso los rostros les Bolvia
en color encendida de piropo,
    el nos bañava con el agua fria,
causandonos un sueño de tal suerte,
que dormimos un dia y otro dia.
    Tal es la fuerça del licor, tan fuerte
es de las aguas la virtud, que pueden
competir con los fueros de la muerte.
    Haze el ingenio alguna vez que queden
las verdades sin credito ninguno,
por ver que a toda contingencia exceden.
    Al despertar del sueño assi importuno,
ni vi monte ni monta, dios ni diosa,
ni de tanto poeta vide alguno.
    Por cierto, estraña y nunca vista cosa,
despavilé la vista, y pareciome
verme en medio de una ciudad famosa.
    Admiracion y grima el caso diome;
torné a mirar, porque el temor o engaño
no de mi buen discurso el passo tome,
    y dixeme a mi mismo: «no me engaño,
esta ciudad es Napoles la ilustre,
que yo pisé sus ruas mas de un año;
    »de Italia gloria, y aun del mundo lustre,
pues de quantas ciudades el encierra,
ninguna puede aver que asi le ilustre;
    »apazible en la paz, dura en la guerra,
madre de la abundancia y la nobleza,
de eliseos campos y agradable sierra.
    »Si vaguidos no tengo de cabeça,
pareceme que está mudada en parte
de sitio, aunque en aumento de belleza.
    »¿Qué teatro es aquel donde reparte
con el quanto contiene de hermosura
la gala, la grandeza, industria y arte?
    »Sin duda el sueño en mis palpebras dura,
porque este es edificio imaginado,
que excede a toda humana compostura.»
    Llegose en esto a mi, disimulado,
un mi amigo, llamado Promontorio,
mancebo en dias, pero gran soldado.
    Crecio la admiracion, viendo notorio
y palpable que en Napoles estava,
espanto a los pasados acessorio.
    Mi amigo tiernamente me abraçaua,
y, con tenerme entre sus braços, dixo
que del estar yo alli mucho dudaua.
    Llamome «padre», y yo llamele «hijo»;
quedó con esto la verdad en punto,
que aqui puede llamarse punto fixo.
    Dixome Promontorio: «yo barrunto,
padre, que algun gran caso a vuestras canas
las trae tan lexos, ya semidifunto.»
    «En mis horas mas frescas y tempranas
esta tierra abité, hijo, le dixe,
con fuerças mas briosas y loçanas;
    »pero la voluntad que a todos rige,
digo el querer del cielo, me ha traydo
a parte que me alegra mas que aflige.»
    Dixera mas, sino que un gran ruido
de pifaros, clarines y tambores,
me azoró el alma y alegró el oido.
    Bolvi la vista al son, vi los mayores
aparatos de fiesta que vio Roma
en sus felizes tiempos y mejores.
    Dixo mi amigo: «aquel que ves que asoma
por aquella montaña contrahecha,
cuyo brio al de Marte oprime y doma,
    »es un alto sugeto, que deshecha
tiene a la embidia en ravia, porque pisa
de la virtud la senda mas derecha;
    »de gravedad y condicion tan lisa,
que suspende y alegra a un mesmo instante,
y con su aviso al mismo aviso avisa.
    »Mas quiero, antes que pases adelante
en ver lo que veras, si estás atento,
darte del caso relacion bastante.
    »Sera don Juan de Tasis de mi cuento
principio, porque sea memorable,


y lleguen mis palabras a mi intento;
    »este varon, en liberal notable,
que una mediana villa le haze conde,
siendo rey en sus obras admirable;
    »este que sus averes nunca esconde,
pues siempre las reparte o las derrama,
ya sepa adónde o ya no sepa adónde;
    »este a quien tiene tan en fil la fama,
puesta la alteza de su nombre claro,
que liberal y prodigo le llama,
    »quiso, prodigo aqui, y alli no auaro,
primer mantenedor ser de un torneo,
que a fiestas sobrehumanas le comparo.
    »Responden sus grandezas al desseo
que tiene de mostrarse alegre, viendo
de España y Francia el regio himeneo.
    »Y este que escuchas duro, alegre estruendo,
es señal que el torneo se comiença,
que admira por lo rico y estupendo.
    »Arquimedes el grande se averguença
de ver que este teatro milagroso
su ingenio apoque y a sus traças vença.
    «Digo, pues, que el mancebo generoso
que alli deciende de encarnado y plata,
sobre todo mortal curso brioso,
    »es el Conde de Lemos, que dilata
su fama con sus obras por el mundo,
y que lleguen al cielo en tierra trata.
    »Y aunque sale el primero, es el segundo
mantenedor y, en buena cortesia,
esta ventaja califico y fundo.
    »El Duque de Nocera, luz y guia
del arte militar, es el tercero
mantenedor deste festivo dia.
    »El quarto, que pudiera ser primero,
es de Santelmo el fuerte castellano,
que al mesmo Marte en el valor prefiero.
    »El quinto es otro Eneas el troyano,
Arrociolo que gana, en ser valiente,
al que fue verdadero por la mano.»
    El gran concurso y numero de gente
estoruó que adelante prosiguiesse
la començada relacion prudente.
    Por esto le pedi que me pusiesse
adonde, sin ningun impedimento,
el gran progreso de las fiestas viesse,
    porque luego me vino al pensamiento
de ponerlas en verso numeroso,
favorecido del febeo aliento.
    Hizolo asi, y yo vi lo que no oso
pensar, no que dezir, que aqui se acorta
la lengua y el ingenio mas curioso.
   Que se pase en silencio es lo que importa,
y que la admiracion supla esta falta
el mesmo grandioso caso exorta,
    puesto que despues supe que, con alta
magnifica elegancia y milagrosa,
donde, ni sobra punto ni le falta,
    el curioso don Juan de Oquina en prosa
la puso y dio a la estampa, para gloria
de nuestra edad, por esto venturosa.
    Ni en fabulosa o verdadera historia
se halla que otras fiestas ayan sido
ni puedan ser mas dignas de memoria.
    Desde alli, y no se cómo, fuy traido
adonde vi al gran duque de Pastrana
mil parabienes dar de bien venido.
    Y que la fama, en la verdad vfana,
contava que agradó con su presencia
y con su cortesia sobrehumana;
    que fue nuevo Alexandro en la excelencia
del dar, que satisfizo a todo quanto
puede mostrar real magnificencia.
    Colmo de admiracion, lleno de espanto,
entré en Madrid en trage de romero,
que es grangeria el parecer ser santo,
    y desde lexos me quitó el sombrero
el famoso Azeuedo, y dixo: «a dio;
voi siate il ben venuto, caualiero.
    So parlar zenoese e tusco anchio.»
Y respondi: «la vostra signoria
sia la ben trovata, patron mio.»
    Topé a Luis Velez, lustre y alegria
y discrecion del trato cortesano,
y abraçele, en la calle, a medio dia.
    El pecho, el alma, el coraçon, la mano
di a Pedro de Morales, y un abraço,
y alegre recebi a Iustiniano.
    Al bolver de una esquina senti un braço
que el cuello me ceñia, miré cuyo,
y mas que gusto, me causó embaraço,
    por ser uno de aquellos, no rehuyo
dezirlo, que al contrario se passaron,
llevados del covarde intento suyo.
    Otros dos al del Layo se llegaron,
y, con la risa falsa del conejo,


y con muchas zalemas, me hablaron.
    Yo, socarron, yo, poeton ya viejo,
Bolviles a lo tierno las saludes,
sin mostrar mal talante o sobrezejo.
    No dudes, ¡o lector caro!, no dudes
sino que suele el disimulado a vezes
servir de aumento a las demas virtudes.
    Dinoslo tu, David, que, aunque pareces
loco en poder de Aquis, de tu cordura,
fingiendo el loco, la grandeza ofreces.
    Dexelos, esperando coyuntura
y ocasion mas secreta, para dalles
vexamen de su miedo o su locura.
    Si encontrava poetas por las calles,
me ponia a pensar si eran de aquellos
huydos, y passava sin hablalles.
    Ponianseme yertos los cabellos
de temor no encontrasse algun poeta,
de tantos que no pude conocellos,
    que, con puñal buido, o con secreta
almarada, me hiziesse un abujero
que fuese al coraçon por via recta;
    aunque no es este el premio que yo espero
de la fama que a tantos he adquerido
con alma grata y coraçon sincero.
    Un cierto mancebito cuellierg[u]ido,
en profession poeta, y en el trage
a mil leguas por godo conocido,
    lleno de presuncion y de corage,
me dixo: «bien se yo, señor Cerbantes,
que puedo ser poeta, aunque soy page;
    »cargastes de poetas ignorantes
y dexastesme a mi, que ver deseo
del Parnaso las fuentes elegantes;
    »que caducais sin duda alguna creo,
creo, no digo bien, mejor diria
que toco esta verdad y que la veo.»
    Otro que, al parecer, de argenteria,
de nacar, de cristal, de perlas y oro
sus infinitos versos componia,
    »me dixo (bravo, qual corrido toro):
no se yo para qué nadie me puso
en lista con tan barbaro decoro.»
   «Asi el discreto Apolo lo dispuso,
a los dos respondi, y en este hecho
de ignorancia o malicia no me acuso.»
    Fuime con esto, y, lleno de despecho,
busqué mi antigua y lobrega posada,
y arrojeme molido sobre el lecho,
que cansa, quando es larga, una jornada.

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