I
​Viaje del Parnaso​ de Miguel de Cervantes
II
III

    Colgado estava de mi antigua boca
el dios hablante, pero entonces mudo
(que, al que escucha, el guardar silencio toca),
    quando di de improviso un estornudo,
y, haziendo cruzes por el mal aguero,
del gran Mercurio al mandamiento acudo.
    Miré la lista, y vi que era el primero
el licenciado Juan de Ochoa amigo,
por poeta y christiano verdadero.
    Deste varon en su alabança dígo,
que puede azelerar y dar la muerte
con su claro discurso al enemigo,
    y que, si no se aparta y se divierte
su ingenio en la gramatica española,
sera de Apolo sin igual la suerte,
    pues de su poesia al mundo sola,
puede esperar poner el pie en la cumbre
de la inconstante rueda o varia bola.
    Este que de los comicos es lumbre,
que el licenciado Poyo es su apellido,
no hay nuve que a su sol claro deslumbre;
    pero, como está siempre entretenido
en traças, en quimeras e invenciones,
no ha de acudir a este marcial ruydo.
    Este que en lista por tercero pones,
que Hipolito se llama de Vergara,
si llevarle al Parnaso te dispones,
    haz quenta que en el llevas una xara,
una saeta, un arcabuz, un rayo,
que contra la ignorancia se dispara.
    Este que tiene como mes de mayo
florido ingenio, y que comiença aora
a hazer de sus comedias nuevo ensayo,
    Godinezes; y estotro que enamora
las almas con sus versos regalados,
quando de amor ternezas canta, o llora,
    es uno que valdra por mil soldados,
quando a la estraña y nunca vista empressa
fueren los escogidos y llamados;
    digo que es don Francisco, el que professa
las armas y las letras, con tal nombre,
que por su igual Apolo le confíessa.
    Es de Calatayud su sobrenombre;
con esto queda dicho todo quanto
puedo dezir con que a la ínvidia assombre.
    Este que sigue es un poeta santo,
digo famoso, Miguel Cid se llama,
que al coro de las musas pone espanto.
    Estotro que sus versos encarama
sobre los mismos ombros de Calisto,
tan celebrado siempre de la fama,
    es aquel agradable, aquel bien quisto,
aquel agudo, aquel sonoro y grave
sobre quantos poetas Febo ha visto,
   aquel que tiene de escrivir la llave,
con gracia y agudeza en tanto estremo,
que su ygual en el orbe no se sabe;
    es don Luys de Gongora, a quien temo
agraviar en mis cortas alabanças,
aunque las suba al grado mas supremo.
    ¡O tu, divino espiritu, que alcanças
ya el premio merecido a tus desseos,
y a tus bien colocadas esperanças,
    ya en nuevos y justissimos empleos,
divino Herrera, tu caudal se aplica,
aspirando del cielo a los trofeos!
    Ya de tu hermosa Luz, y clara y rica,
el bello resplandor miras seguro,
en la que [el] alma tuya beatifica;
    y arrimada tu yedra al fuerte muro
de la inmortalidad, no estimas quanto
mora en las sombras deste mundo escuro.
    Y tu, don Iuan de Xaurigui, que a tanto
el sabio curso de tu pluma aspira,
que sobre las esferas le levanto,
    aunque Lucano por tu voz respira,
dexale un rato y, con piadosos ojos,
a la necessidad de Apolo míra,
    que te estan esperando mil despojos
de otros mil atrevidos, que procuran
fertíles campos ser, siendo rastrojos.
    Y tu, por quien las musas asseguran
su partido, don Felix Arias, siente
que por su gentileza te conjuran
    y ruegan que defiendas desta gente
non sancta su hermosura, y de Aganipe
y de Hipocrene la inmortal corriente.


    ¿Consentiras tu a dicha participe
del licor suavissimo un poeta
que al hazer de sus versos sude y hipe?
    No lo consentiras, pues tu discreta
vena, abundante y rica, no permite
cosa que sombra tenga de imperfecta.
    Señor: este que aqui viene se quite,
dixe a Mercurio, que es un chacho necio,
que juega y es de satiras su embite.
    Este si que podras tener en precio,
que es Alonso de Salas Barbadillo,
a quíen me inclino, y sin medida aprecio.

    Este que viene aqui, si he de dezirlo,
no ay para que le embarques, y assi puedes
borrarle. Dixo el dios: «gusto de oillo.»
    Es un cierto rapaz que a Ganimedes
quiere imitar, vistiendose a lo godo,
y assi aconsejo que sin el te quedes.
    No lo haras con este desse modo,
que es el gran Luis Cabrera, que, pequeño,
todo lo alcança, pues lo sabe todo.
    Es de la historia conocido dueño,
y en discursos discretos tan discreto,
que a Tacito veras si te le enseño.
    Este que viene, es un galan, sugeto
de la varia fortuna a los baibenes,
y del mudable tiempo al duro aprieto;
    un tiempo rico de caducos bienes,
y aora de los firmes e inmudables
mas rico, a tu mandar firme le tienes.
    Pueden los altos riscos siempre estables
ser tocados del mar, mas no movidos

de sus ondas en cursos variables;
    ni menos a la tierra trae rendidos
los altos cedros Boreas, quando airado
quiere humillar los mas fortalecidos.

    Y este que vivo exemplo nos ha dado
desta verdad con tal filosofia,
don Lorenço Ramirez es de Prado.
    Deste que se le sigue aqui, diria
que es don Antonio de Monrroy, que veo
en ello que es ingenio y cortesia;
    satisfacion al mas alto desseo,
puede dar de valor heroyco y ciencia,
pues mil descubro en el, y otras mil creo.
    Este es un cavallero de presencia
agradable, y que tiene de Torcato
el alma sin alguna diferencia;
    de don Antonio de Paredes trato,
a quien dieron las Musas sus amigas,
en tierna edad, anciano ingenio y trato.
    Este que por llevarle te fatigas,
es don Antonio de Mendoça y veo
quanto en llevarle al sacro Apolo obligas.
    Este que de las Musas es recreo,
la gracia, y el donayre y la cordura,
que de la discrecion lleva el trofeo,
    es Pedro de Morales, propria hechura
del gusto cortesano, y es asilo
adonde se repara mi ventura.

    Este, aunque tiene parte de Zoylo,
es el grande Espinel, que en la guitarra
tiene la prima, y en el raro estilo.
    Este, que tanto alla tira la barra,

que las cumbres se dexa atras de Pindo,
que jura, que vozea, y que desgarra,
    tiene mas de poeta que de lindo,
y es Iusepe de Vargas, cuyo astuto
ingenio y rara condicion deslindo.
    Este, a quien pueden dar justo tributo
la gala, y el ingenio que mas pueda
ofrecer a las musas flor y fruto,
    es el famoso Andres de Balmaseda,
de cuyo grave y dulce entendimiento
el magno Apolo satisfecho queda.
    Este es Enciso, gloria y ornamento
del Tajo, y claro honor de Mançanares,
que con tal hijo aumenta su contento.
    Este, que es escogido entre millares,
de Gueuara Luis Velez es el bravo,
que se puede llamar quitapesares;
    es poeta gigante, en quien alavo
el verso numeroso, el peregrino
ingenio, si un Gnaton nos pinta, o un Dauo.

    Este es don Iuan de España, que es mas digno
de alabanças divinas que de humanas,
pues en todos sus versos es divino.
    Este por quien de Lugo estan ufanas
las musas, es Silveyra, aquel famoso,
que por llevarle con razon te afanas.
    Este que se le sigue, es el curioso
gran don Pedro de Herrera, conocido
por de ingenio elevado en punto honroso.
    Este, que de la carzel del olvido
sacó otra vez a Proserpina hermosa,
con que a España y al Dauro ha enrriquezido,



    cada qual de por si sera coluna
que sustente y leuante el idificio
de Febo sobre el cerco de la luna.
    Este, puesto que acude al grave oficio
en que se ocupa, el lauro [y] palma lleva
que Apolo da por honra y beneficio.
    En esta ciencia es marauilla nueva,
y en la jurispericia unico y raro;
su nombre es don Francisco de la Cueva.
    Este, que con Homero le comparo,
es el gran don Rodrigo de Herrera,
insigne en letras, y en virtudes raro.
    Este que se le sigue, es el de Vera
don Iuan, que, por su espada y por su pluma,
le honran en la quinta y quarta esfera.
    Este, que el cuerpo y aun el alma bruma
de mil, aunque no muestra ser christiano,
sus escritos el tiempo no consuma.
    Cayoseme la lista de la mano
en este punto, y dixo el dios:«con estos
que has referido, está el negocio llano;
    haz que con pies y pensamientos prestos
vengan aqui, donde aguardando quedo
la fuerça de tan validos supuestos.»
    «Mal podra don Francisco de Quevedo
venir», dixe yo entonces, y el me dixo:
»pues partirme sin el de aqui no puedo.
    »Esse es hijo de Apolo, esse es hijo
de Caliope Musa; no podemos
irnos sin el, y en esto estare fijo;
    »es el flajelo de poetas memos,
y echará a puntillazos del Parnaso
los malos que esperamos y tenemos».
    «¡O señor, repliqué, que tiene el passo
corto, y no llegara en un siglo entero!»
«Desso, dixo Mercurio, no hago caso,
    que, el poeta que fuere cavallero,
sobre una nuve, entre pardilla y clara,
vendra muy a su gusto cavallero.»
    «Y el que no, pregunté, ¿qué le prepara
Apolo? ¿qué carroças? o ¿qué nuves?
¿qué dromerio o alfana en passo rara?»
    «Mucho, me respondio, mucho te subes
en tus preguntas; calla, y obedece.»
«Si hare, pues no es infando lo que jubes».
    Esto le respondi, y el me parece
que se turbó algun tanto, y en un punto
el mar se turba, el viento sopla y crece.
    Mi rostro entonces, como el de un difunto
se devio de poner, y si haria,
que soy medroso, a lo que yo barrunto.
    Vi la noche mezclarse con el dia,
las arenas del hondo mar alçarse
a la region del aire, entonces fria.
    Todos los elementos vi turbarse,
la tierra, el agua, el aire, y aun el fuego
vi entre rompidas nuves azorarse,
    y, en medio deste gran desassossiego,
llouian nuves de poetas llenas
sobre el baxel, que se anegara luego,
    si no acudieran mas de mil sirenas
a dar de azotes a la gran borrasca,
que hazia el saltarel por las entenas.
    Una, que ser pense Iuana la Chasca,
de dilatado vientre y luengo cuello,
pintiparado a aquel de la tarasca,
    se llegó a mi, y me dixo: «de un cabello
deste baxel estava la esperança
colgada, a no venir a socorrello.
   »Traemos (y no es burla) a la bonança,
que estava descuydada, oyendo atenta
los discursos de un cierto Sancho Pança.»
    En esto, sossegose la tormenta,
Bolvio tranquilo el mar, sereno el cielo,
que al regañon el zefiro le ahuyenta.
    Bolvi la vista, y vi en ligero buelo
una nuve romper el aire claro,
de la color del condensado yelo.
    ¡O marauilla nueva, o caso raro!
Vilo, y he de dezillo, aunque se dude
del hecho que por bruxula declaro.
    Lo que yo pude ver, lo que yo pude
notar, fue que la nuve, diuidida
en dos mitades, a llouer acude.
    Quien ha visto la tierra preuenida
con tal disposicion que, quando llueue
(cosa ya averiguada y conocida),
    de cada gota, en un instante breue,
del polvo se levanta o sapo, o rana,
que a saltos, o despacio, el passo mueue.
    Tal se imagine ver, ¡o soberana
virtud!, de cada gota de la nuve
saltar un bulto, aunque con forma humana.
    Por no creer esta verdad estuve
mil vezes, pero vila con la vista,
que entonces clara y sin legañas tuve.



    Eran aquestos bultos, de la lista
passada los poetas referidos,
a cuya fuerça no ay quien la resista.
    Unos por hombres buenos conocidos,
otros de rumbo y hampo y Dios es Christo,
poquitos bien, y muchos mal vestidos.
    Entre ellos pareciome de aver visto
a don Antonio de Galarza el bravo,
gentilhombre de Apolo, y muy bien quisto.
    El baxel se llenó de cabo a cabo,
y su capacidad a nadie niega
copioso assiento, que es lo mas que alabo.
    Llovio otra nuve al gran Lope de Vega,
poeta insigne, a cuyo verso o prosa,
ninguno le aventaja, ni aun le llega.
    Era cosa de ver, maravillosa,
de los poetas la apretada enjambre,
en recitar sus versos muy melosa.
    Este muerto de sed, aquel de hambre,
yo dixe, viendo tantos, con boz alta:
«¡cuerpo de mi con tanta poetambre!»
    Por tantas sobras, conocio una falta
Mercurio, y, acudiendo a remedialla,
ligero en la mitad del baxel salta,
    y con una zaranda que alli halla,
no se sí antígua, o sí de nuevo hecha,
zarandó mil poetas de gramalla.
    Los de capa y espada no desecha,
y destos zarandó dos mil y tantos,
que fue neguilla entonces la cosecha.
    Colavanse los buenos y los santos,
y quedavanse arriba los granzones,
mas duros en sus versos que los cantos.
    Y, sin que les valiessen las razones
que en su disculpa davan, daua luego
Mercurio al mar con ellos a montones.
    Entre los arrojados, se oyo un ciego,
que murmurando entre las hondas yua
de Apolo con un pesete y reniego.
    Un sastre, aunque en sus pies floxos estriva,
abriendo con los braços el camino,
dixo: «¡Suzio es Apolo, assi yo Viva!»
    Otro, que al parecer yua mohino,
con ser un zapatero de obra prima,
dixo dos mil, no un solo dessatino.
    Trabaxa un tundidor, suda, y se anima
por verse a la ribera conduzido,
que mas la vida que la honra estima.
    El esquadron nadante, reduzido
a la marina, buelue a la galera
el rostro, con señales de ofendido;
    y uno por todos dixo: «Bien pudiera
esse chocante embaxador de Febo
tratarnos bien, y no desta manera;
    »mas oigan lo que digo: yo me atrevo
a profanar del monte la grandeza
con libros nuevos y en estilo nuevo».
    Calló Mercurio, y a poner empieça,
con gran curiosidad, seys camarines,
dando a la gracia ilustre rancho y pieça.
    De nuevo resonaron los clarines,
y assi Mercurio, lleno de contento,
sin darle mal aguero los delfines,
remos al agua dio, velas al viento.