Valle-hermoso
Valle-Hermoso, Valle-Hermoso,
¡qué mal tu nombre te cuadra!
Ni ramas te prestan sombra,
ni flores tu suelo esmaltan.
Inmunda charca es tu fondo,
tristes collados tus bandas,
que el cierzo hiela en invierno,
que el sol en verano abrasa.
Ni las aves te visitan,
ni te conocen las auras,
ni en la arena de tu suelo
la oveja su huella estampa.
Tu música son los golpes
del martillo y la almádana
con que el adusto cantero
tosco granito desbasta:
y tus aromas y esencias,
los insalubres miasmas
de dos fétidos tejares
que densa humareda exhalan.
Valle-Hermoso, Valle-Hermoso,
¿por qué a tu estéril comarca,
cuando triste muere el día,
triste dirijo mi planta?
¿Qué irresistible atractivo,
qué oculto misterio guarda
para mi errabunda mente
tu arena inhospitalaria?
¡Ay! que en la yerma colina
que tus términos señala
cipreses de un cementerio
las negras copas levantan;
y, en el muro que los cerca,
breve blanquecina mancha
con poder irresistible
ya es imán de mis miradas.
No es mucho ¡ay de mí! no es mucho
que a ti el corazón me traiga:
¡no es mucho, que tengo amores
ocultos tras esas tapias!
Si lo dudas, Valle-Hermoso,
testimonios no me faltan.
Díselo tú, vida mía,
díselo tú que me aguardas.
Dile, dile cuántas veces
en vigilia solitaria,
de rodillas a esas puertas
logró sorprenderme el alba.
Dile que por tus amores
las tinieblas no me espantan,
ni las lluvias me intimidan,
ni las nieves me acobardan;
que aquí mi afán se mitiga
y aquí mi mente se explaya,
y aquí mis dichas se encierran,
y aquí mora mi esperanza.
Ya estos sauces me conocen,
y estos cipreses me llaman,
y estos senderos conservan
la señal de mis pisadas.
Lindero es ya de dos mundos
la losa que nos separa:
tú, en uno, duermes sin vida;
¡yo, en otro, velo sin alma!