Víctor el burlón: 4

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
IV

Y seis días transcurrieron sin acordarse Víctor de la sobremesa; y muy preocupado el ánimo del joven marino, á medio enamorar, ó enamorado á medias, de beldad cuyo buen nombre rasguñaba alguno por despecho, y que otros ponderaban como la virtud en persona.

En ambas ocasiones el mayor peligro de inexperta joven está en su propia belleza. Una sonrisa inocente, menos es seducción de coquetería que una gracia de alma buena.

— Cosas del otro jeves, murmuraron los comensales; y la semana pasaba. ¡Cuan largas son las horas de espera, para quien ama con sinceridad, si la duda atormenta.

El jueves llegó, subiendo uno la estrecha y empinada escalera, y descendiendo el otro, precipitado á la eternidad por los mismos peldaños, que poco antes habían bajado el cadáver de Alvarez, los falsos y traidores amigos que allí le asesinaron.

¡Fatal era aquella escalerita, (Esmeralda número 13), como la mesa de los trece amigos, donde hubo un traidor.

¿Qué había ocasionado tan sangriento desenlace? Mientras las niñas de la casa esperaban visitas en la sala de balcones á la calle, (antiguos altos de Lafranca), penetró Víctor, ocultándose s»n ser visto detrás del blanco cortinaje del dormitorio, cuya puerta abría frente á la escalera. Al salvar el último escalón, el novio en proyecto, alcanzó á ver prendiendo un cigarro al audaz tenorio y embozándose en su capa, dirigíase á la calle.

Con más precipitación que la deseada, sin duda, tan violento empujón recibió por la espalda, por donde á tantos había herido, que, rodando escaleras abajo, se partió el cráneo en el filo de una y otro escalón, y al llegar al último, exánime quedó, expirando á pocas horas.


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Tal el fin de «Víctor el burlón», siempre dispuesto á bromas pesadas, semejante al de muchos del mismo pronombre que, creyendo burlarse de todos, quedan á la postre burlados, y pasando la vida en broma, sulfúranse á la primera que se les dirige, hasta tropezar al fin de fiestas con quien les agria la fiesta para toda la temporada.

Había determinado ésta, que, en la duda, el marino francés, si era virtud de verdad la que á sus galanteos correspondía, ofuscado por la pasión que enceguece, le faltó sangre fría bastante para detenerse á reflexionar, si la niña de sus ilusiones le esperaba amante al lado de la madre, en la sala de todos los jueves, tomando mate alrededor de la copa de bronce, que entibiaba el ambiente, ó si el pérfido burlón se había introducido subversiva y maliciosamente al dormitorio, para comprometer una inocente!

¡Cuántas veces las apariencias acusan!

Descendió el matador tras el muerto, y al interiorizarse al día siguiente que se le perseguía por homicida, levó anclas, largándose viento en popa á países más fríos, donde la sospecha no mata una inclinación naciente, tal vez donde ni ofuscados por la ira, dan crédito á calumnias sin fundamento.

Quedó sentada y sin visitas, esperando algún tiempo la bella de la calle Esmeralda, suspirando por el ausente, y cuando llegó á saber que, sospechaba en su honra, víctima había sido del burlador, triste y abandonada se melancolizó á extremo tal que en el invierno siguiente, de los trece comensales del viernes 13, once condujeron entre flores al cementerio la pobre virgen calumniada.

¡Oh! si de detuvieran á retlexionar un momentó los sempiternos charlatanes de café, cuánto mal causan, sin remedio luego, sus ligerezas; cuántos sufrimientos infinitos y angustias sin consuelo se evitarían! El simple equívoco lanzado como una gracia, cuánto daño produce!

Ningún hombre bien nacido, difamaría la pobre mujer, cuyo mayor tesoro, su única fortuna acaso, es su buen nombre!

Jactarse de una mujer débil que al fin de largo acecho cedió al halago, y la seducción que enceguece es simplemente infame. Cuando por despecho se la vilipendia y se le calumnia es un crimen.