Usuario:IamCn/Manifiesto a las naciones del Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas en 1817

Manifiesto
que hace a las naciones
el Congreso General Constituyente
de las Provincias Unidas
en Sud América
sobre el tratamiento y crueldades
que han sufrido de los españoles
y motivado la declaración de su independencia.

Buenos Ayres.
Imprenta de la Independencia.
1817

El honor es la prenda que aprecian los mortales más que su propia existencia, y que deben defender sobre todos los bienes, que se conocen en el mundo, por más grandes y sublimes que ellos sean. Las Provincias Unidas del Río de la Plata han sido acusadas por el Gobierno español de rebelión y de perfidia ante las demás naciones, y denunciado como tal el famoso acto de emancipación que expidió el Congreso Nacional de Tucumán el 9 de julio de 1816; imputándoles ideas de anarquía y miras de introducir en otros países principios sediciosos, al tiempo mismo de solicitar la amistad de esas mismas naciones y el reconocimiento de este memorable acto para entrar en su rol. El primer deber entre los mas sagrados del Congreso Nacional, es apartar de sí tan feas notas, y defender la causa de su país, publicando las crueldades y motivos que impulsaron la declaración de independencia. No es este ciertamente un sometimiento que atribuya á otra potestad dé la tierra el poder de disponer de una suerte que le ha costado a la América torrentes de sangre, y toda especie de sacrificios y amarguras. Es una consideración importante que debe á su honor ultrajado y al decoro de las demás naciones.

Prescindimos de investigaciones acerca del derecho de conquista, de concesiones pontificias, y de otros títulos en que los españoles han apoyado su dominación: no necesitamos acudir à unos principios que pudieran suscitar contestaciones problemáticas, y hacer revivir cuestiones que han tenido defensores por una y otra parte. Nosotros apelamos à hechos que forman un contraste lastimoso de nuestro sufrimiento con la opresión y sevicia de los españoles. Nosotros mostrarémos un abismo espantoso, que España abría á nuestros pies, y en que iban á precipitarse estas Provincias, si no se hubiera interpuesto el muro de su emancipación. Nosotros en fin darémos razones, que ningún racional podrá desconocer, á no ser que las encuentre para persuadir á un pais que renuncie para siempre á toda idea de su felicidad, y adopte por sistema la ruina , el oprobio y la paciencia. Pongamos á la faz del mundo este quadro, que nadie puede mirar sin penetrarse profundamente de nuestros mismos sentimientos.

Desde que los españoles se apoderaron de estos paises, prefirieron el sistema de asegurar su dominación, exterminando, destruyendo y dégradando. Los planes de esta devastación se pusieron luego en planta, y se han continuado sin intermisión por espacio de trescientos años. Ellos empezaron por asesinar á los Monarcas del Perú, y después hicieron lo mismo con los demás Régulos y Primados que encontraron. Los habitantes del pais, queriendo contener tan feroces irrupciones, entre la gran desventaja de sus armas, fueron victimas del fuego y del fierro, y dexaron sus poblaciones á las llamas, que fueron aplicadas sin piedad ni distinción por todas partes.

Los españoles pusieron entonces una barrera á la población del pais; prohibieron con leyes rigurosas la entrada de estrangeros; limitaron en lo posible la de los mismos españoles; y la facilitaron en estos últimos tiempos á los hombres criminosos, á los presidiarios y á los inmorales que convenia arrojar de sn Península. Ni los vastos pero hermosos desiertos que aqui se habían formado con el exterminio de los naturales; ni el interés de lo que debia rendir á España el cultivo de unos campos tan feraces, como inmensos; ni la perspectiva de los minerales mas ricos y abundantes del orbe; ni el aliciente de innúmerables producciones desconocidas hasta entonces las unas, preciosas por su valor inestimable las otras, y capaces todas de animar la industria y el comercio, llevando aquella á su colmo, y este al mas alto grado de opulencia; ni por fin el tortor de conservar sumergidas en desdicha las regiones mas deliciosas del globo, tuvieron poder para cambiar los principios sombríos y ominosos de la corte de Madrid. Centenares de leguas hay despobladas é incultas de una ciudad á otra. Pueblos enteros se han acabado, quedando sepultados entre las ruinas de las minas, ó pereciendo con el antimonio baxo el diabólico invento de las mitas; sin que hayan bastado á reformar este sistema exterminador ni los lamentos de todo el Perú, ni las muy enérgicas representaciones de los mas zelosos ministros.

El arte de explotar los minerales mirado con abandono y apatía, ha quedado entre nosotros sin los progresos que han tenido los demás en los siglos de la ilustración entre las naciones cultas, asi las minas mas opulentas, trabajadas casi á la brusca, han venido á sepultarse, por haberse desplomado los cerros sobre sus bases, ó por haberse inundado de agua las labores, y quedado abandonadas. Otras producciones raras y estimables del país se hallan todavía confundidas en la naturaleza, sin haber interesado nunca el zelo del gobierno; y si algún sabio observador ha intentado publicar sus ventajas, ha sido reprendido de la corte, y obligado á callar, por la decadencia que podian sufrir algunos artefactos comunes de España.

La enseñanza de las ciencias era prohibida para nosotros, y solo se nos concedieron la gramática latina, la filosofía antigua, la teología, y la jurísprudencia civil y canónica. Al Virey D. Joaquin del Pino se le llevó muy á mal, que hubiese permitido en Buenos-Ayres al Consulado costear una cátedra de náutica; y en cumplimiento de las órdenes que vinieron de la corte, se mandó cerrar la aula, y se prohibió enviar á Paris jóvenes que se formasen buenos profesores de química, para que aquí la enseñasen.

El comercio fue siempre un monopolio exclusivo entre las manos de los comerciantes de la Península y las de los consignatarios que mandaban á América. Los empleos eran para los españoles; y aunque los americanos eran llamados á ellos por las leyes, solo llegaban á conseguirlos raras veces, y á costa de saciar con inmensos caudales la codicia de la corte. Entre ciento y sesenta vireyes que han gobernado las Américas, solo se cuentan quatro americanos; y de seiscientos y dos capitanes generales, y gobernadores, á excepción de catorce, los demás han sido todos españoles. Proporcionalmente sucedía lo mismo con el resto de empleos de importancia, y apenas se encontraba alguna alternativa de americanos y españoles entre los escribientes de las oficinas.

Todo lo disponía asi la España para que prevaleciese en América la degradación de sus naturales. No le con venia que se formasen sabios; temerosa de que se desarrollasen genios y talentos capaces de promover los intereses de patria, y hacer progresar rápidamente la civilización, las costumbres y las disposiciones excelentes dé que están dotados sus hijos. Disminuia incesantemente la población, recelando que algun dia fuese capaz de emprender contra su dominación sostenida por un número pequeñísimo de brazos para guardar tan varias y dilatadas regiones. Hacia el comercio exclusivo, porque sospechaba que la opulencia nos haría orgullosos y capaces de aspirar a libertarnos de sus vejaciones. Nos negaba el fomento de la industria, para que nos faltasen los medios de salir de la miseria y pobreza; nos excluía de los empleos, para que todo el influxo del país lo tuviesen los peninsulares y formasen las inclinaciones y habitudes necesarias, á fin de tenernos en una dependencia que no nos dexase pensar, ni proceder, sino según las formas españolas.

Era sostenido con tesón este sistema por los Vireyes: cada uno de ellos tenia la investidura de un Visir: su poder era bastante para aniquilar á todo el que osase disgustarlos: por grandes que fuesen sus vejaciones, debian sufrirse con resignación y se comparaban supersticiosamente por sus satélites y aduladores con los efectos de la ira de Dios. Las quexas que se dirigian al trono ó se perdían en el dilatado camino de millares dé laguas que tenian que atravesar, ó eran sepultadas en las cobachuelas de Madrid por los deudos y protectores de estos procónsules. No solamente no se suavizó jamas este sistema, pero ni habia esperanza de poderlo moderar con el tiempo. Nosotros no temamos influencia alguna directa ni indirecta en nuestra legislación: ella se formaba en España sin que se nos concediese el derecho de enviar procuradores para asistir á su formación, y representar lo conveniente, como los tenían las ciudades de España. Nosotros no la teníamos tampoco en los gobiernos que podían templar mucho el rigor de la execucion. Nosotros sabiamos que no se nos dexaba mas recurso que el de la paciencia; y que para el que no se resignase á todo trance , no era castigo suficiente el último suplicio; porque ya se habían inventado en tales casos tormentos de nueva y nunca vista crueldad, que ponian en espanto á la misma naturaleza.

No fueron tan repetidas ni tan grandes las sinrazones que conmovieron á las Provincias de Holanda, quando tomaron las armas para desprenderse de la España; ni las que tuvieron las de Portugal para sacudir el mismo yugo; ni las que pusieron á los Suizos baxo la dirección de Guillermo Tell para oponerse al Emperador de Alemania; ni la de los Estados-Unidos de Norte-América, quando tomaron el partido de resistir los impuestos que les quiso introducir la Gran-Bretaña ni las de otros muchos paises que sin haberlos separado la naturaleza de su Metrópoli, lo han hecho ellos para sacudir un yugo de fierro, y labrarse su felicidad. Nosotros sin embargo separados de España por un mar inmenso, dotados de diferente clima, de distintas necesidades y habitudes , y tratados como rebaños de anímales, hemos dado el exemplo singular de haber sido pacientes entre tanta degradación, permaneciendo obedientes, quando se nos presentaban las mas lisonjeras coyunturas de quebrantar su yugo y arrojarlo à la otra parte del occeano.

Hablamos á las Naciones del mundo y no podemos ser tan impudentes, que nos propongamos engañarlas en lo mismo que ellas han visto y palpado. La América permaneció tranquila todo el periodo de la guerra de succesion, y esperó à que se decidiese la cuestión porque conbatian las casas de Austria y Borbon, para correr la misma suerte de España. Fué aquella una ocasión oportuna, para redimirse de tantas vejaciones: pero no lo hizo, y antes bien tomó el empeño de defenderse y armarse por sí sola, para conservarse unida á ella. Nosotros, sin tener parte en sus desavenencias con otras potencias de Europa, hemos tomado el mismo ínteres en sus guerras, hemos sufrido los mismos estrados, hemos sobrellevado sin murmurar todas las privaciones y escasezes que nos inducía su nulidad en el mar y la incomunicación en que nos ponian con ella.

Fuimos atacados en el año de 1806: una expedición inglesa sorprendió y ocupó la capital de Buenos-Ayres por la imbecilidad é impericia del virey, que aunque no tenia tropas españolas, no supo valerse de los recursos numerosos que se le brindaban para defenderla. A los quarenta y cinco días recuperamos la capital, quedando prisioneros los ingleses con su general, sin haber tenido en ello la menor parte el virey. Clamamos à la corte por auxilios para librarnos de otra nueva invasión que nos amenazaba; y el consuelo que se nos mandó fué una escandalosa real orden, en que se nos previno que nos defendiesemos como pudiésemos. El año siguiente fue ocupada la Banda-Oriental del Rio de la Plata por una expedición nueva y mas fuerte; sitiada y rendida por asalto la plaza de Montevideo: allí se reunieron mayores fuerzas británicas, y se formó un armamento para volver á invadir la capital, que efectivamente fue asaltada á pocos meses, mas con la fortuna de que su esforzado valor venciese al enemigo en el asalto, obligándolo con tan brillante victoria à la evacuación de Montevideo y de toda la Banda-Oriental.

No podia presentarse ocasión mas halagueña para habernos hecho independientes, si el espíritu de rebelión ó de perfidia hubieran sido capaces de afectarnos, ó si fuéramos susceptibles de los principios sediciosos y anárquicos que se nos han imputado. Pero ¿á qué acudir a estos pretextos? Razones muy plausibles tuvimos entonces para hacerlo. Nosotros no debíamos ser indiferentes á la degradación en que vivíamos. Si la victoria autoriza alguna vez al vencedor para ser árbitro de los destinos, nosotros podíamos fixar el nuestro, hallándonos con las armas en la mano, triunfantes y sin un regimiento español que pudiese resistirnos; y si ni la victoria, ni la fuerza da derecho, era mayor el que teníamos para no sufrir mas tiempo la dominación de España. Las fuerzas de la Península no nos eran temibles, estando sus puertos bloqueados , y los mares dominados por las esquadras británicas. Pero á pesar de brindarnos tan placenteramente la fortuna, no quisimos separarnos de España, creyendo que esta distinguida prueba de lealtad mudaría los principios dé la corte, y le haría conocer sus verdaderos intereses.

¡Nos engañábamos miserablemente, y nos lisonjeábamos con esperanzas vanas! España no recibió tan generosa demostración corno una señal de benevolencia sino como obligación debida y rigorosa. La América continuó regida con la misma tirantez, y nuestros heroycos sacrificios sirvieron solamente para añadir algunas páginas à la historia de las injusticias que sufrimos.

Este es el estado en que nos halló la revolución de España. Nosotros acostumbrados à obedecer ciegamente quanto allá se disponía, prestamos obediencia al rey Fernando de Borbón no obstante que se habia coronado, derrivando á su padre del trono por medio de un tumulto suscitado en Aranjuez. Vimos que seguidamente paso à Francia; que allí fue detenido con sus padres y hermanos, y privado de la corona que acababa de usurpar. Que la nación ocupada por todas partes de tropas francesas, se convulsionaba, y entre sus fuertes sacudimientos y agitaciones civiles, eran asesinados por la plebe amotinada varones ilustres que gobernaban las provincias con acierto , ó servían con honor en los exércitos. Que entre estas oscilaciones se levantaban en ellas gobiernos; y titulándose supremo cada uno, se consideraba con derecho para mandar soberanamente à las Américas. Una junta de esta clase formada en Sevilla, tuvo la presunción de ser la primera que aspiró á nuestra obediencia; y los vireyes nos obligaron à prestarle reconocimiento y sumisión. En menos de dos meses pretendió lo mismo otra junta titulada suprema de Galicia; y nos envió un virey con la grosera amenaza de que vendrían también treinta mil hombres, si era necesario. Erigióse luego la Junta Central, sin haber tenido parte nosotros en su formación , y al pnto la obedecimos, cumpliendo con zelo y eficacia sus decretos. Enviamos socorro de dinero, donativos voluntarios y auxilios de toda especie para acreditar que nuestra fidelidad no corría riesgo en qualquiera prueba à que se quisiese sujetarla.

Category:DH-M Categoría:Historia de Argentina 1810-1849 Categoría:D1817