Una traducción del Quijote: 17

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


IV.

La Princesa aguardó la vuelta de la modista con la mayor impaciencia. Como ella no le sabia, creyó excusado preguntarla el nombre del herido; pero esta circunstancia, y la de ser español, apenas la dejó dudas respecto al recelo que abrigaba. Ciertamente, aquel jóven herido y español, no podia menos de ser el incógnito de Madrid y del vestíbulo del teatro de la Opera. En esta creencia, sólo la conveniencia social la hizo reprimir su deseo de acompañar á la modista en su visita al enfermo, y mientras la esperaba, pensó en la extraña casualidad de haber quizá encontrado á la persona origen de su inquietud durante tantos dias. ¿Qué tendria que ver el jóven español con Madlle. Guené? ¿Por qué ésta demostraba tan gran interés por él: se amarían quizá? Esta suposición, aunque contrariaba un tanto á la Princesa, la satisfacía en cierto modo. Se conocia á si propia: comprendia que su altivo y delicado corazón, débil contra una pasión profundamente sentida, rechazaría orgullosamente el vulgar amor de un hombre indigno de ella.

La presencia de la modista interrumpió sus cavilaciones. Madlle. Guené dejó sobre un velador una caja de encajes que traia, é iba á abrirla, pero se detuvo al oir á la Princesa que dijo:

— Dejemos eso, luego lo veremos. Sepamos vuestros disgustos, Madlle. ¿Cómo está el herido?

— Le he encontrado durmiendo, lo cual me parece muy buen síntoma; ¡pobre jóven! ¡Si supierais cuánto ha sufrido, cuánto ha delirado!

— ¿Pero es grave su estado? —preguntó la Princesa.

— Lo ha sido. Desde ayer el médico dice que responde de su curación.

— ¿Decís que no es de vuestra familia?

— Apénas le conozco, porque él y su criado son tan reservados... En fin, ya que os dignais interesaros, os referiré en las menos palabras posibles la causa de hallarse en mi casa ese jóven, que en mal hora vino á ella.

— Os escuchamos con la mayor atención, Madlle, —dijo la Princesa, cada vez más curiosa é inquieta.

La modista cerró la puerta que comunicaba con la tienda, y sentándose al lado de ambas señoras, dijo:

— Aunque mi almacén no ocupa más que los primeros pisos de esta casa, tengo tomada en alquiler toda ella, accediendo á las condiciones de su dueño. El último piso me es enteramente inútil, y como está dividido, en varias habitaciones, suelo subarrendarle á personas, generalmente de escasos recursos, pero de estado decoroso y de buenas costumbres. Hace cerca de dos meses, á fines de Agosto, admití á un jóven extranjero, maestro de lenguas, y á su criado en clase de pupilos, pero, según mi costumbre, sin asistencia, y sí sólo para ocupar una de las habitaciones.

Desde el momento en que le vi me interesó este jóven, que se llama Mr. Miguel Laso de Castilla, ilustre apellido, según su criado, y que sin duda da origen al orgulloso aunque benévolo carácter de aquel. La Princesa experimentó un movimiento de satisfacción al oir estas palabras: su adorador por lo menos no llevaba un nombre oscuro.

La modista prosiguió:

— Digo que me interesó, señora Princesa, porque no os podeis figurar lo simpático y lo naturalmente elegante que es. Además tiene un gran talento, mucha instrucción, un trato sumamente fino, y para mí, que tengo buen corazón, otra cualidad: la de la pobreza noblemente soportada; porque M. Miguel es tan pobre, ó mejor dicho, se destaca tanto su estado de sus merecimientos, que inspira respetuoso y compasivo cariño. Yo no sé si fue la compasión, ó que habia llegado mi hora; pero lo cierto es que comencé á interesarme más de lo regular por aquel pobre extranjero, que tan lejos de su patria tenía que ganarse la vida á fuerza de trabajo. Hasta que él vino á mi casa, rara vez subia yo al último piso; pero desde entónces di en hacerlo con frecuencia y tuve ocasión de observar la parquedad de alimentos de mis nuevos pupilos y las asíduas ocupaciones á que se entregaba M. Miguel, pues además de dar lecciones de vários idiomas, se ocupa en traducciones para yo no sé qué editor.

Quise entablar relaciones algo más frecuentes con mi huésped, á fin de aliviar en algo su precaria situación; pero él se mantuvo siempre reservado. Intenté valerme de su criado para conocer algo su vida pasada y el motivo de haber venido á Rusia; pero su criado es casi tan inabordable como él, por más que en estos últimos dias se haya espontaneado un poco. Esta conducta y mi creciente interés hacia M. Miguel me tenían desasosegada, hasta que hallé un medio muy sencillo de verle y de tratarle con más frecuencia.