Una traducción del Quijote: 05

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


V.

Trascurrieron algunos dias en que no sucedió nada de particular.

El jóven, siempre en el mismo sitio, se entregaba á la lectura; pero sus distracciones eran cada dia más frecuentes. Hubiera podido observarse que, cuando leía, tardaba mucho tiempo en volver las hojas del libro, y cuando dejaba de leer miraba más largo rato hácia el lado en donde solia estar la Princesa.

Por parte de esta también comenzaba á haber blandura: no hay hielo que resista á la fuerza del sol primaveral. El sitio influye mucho en las sensaciones: Laura, desdeñosa en Aviñon, se rindió en Valclusa. La trasmisión del efluvio simpático de las corrientes magnéticas, es más rápida en unos lugares que en otros, y en medio de la naturaleza la savia penetra en el corazón tanto como en la tierra.

La Princesa leia ménos que ántes; pero en cambio admiraba más la infinita variedad de la creación, en mil pequeños incidentes. Seguia el vuelo de las golondrinas que rasaban la tierra, el culpable azoramiento de los gorriones picoteando en la corteza de los árboles, la abundancia de luz que se derramaba en reflejos, en rayos y en reverberaciones sorprendentes, y veia pasar las mariposas blancas de la Primavera, que pronto debian ser reemplazadas por las mariposas de colores del Verano.

Porque ¡cosa rara! la Princesa, aunque tan jóven, era contempladora como un poeta, y decimos ¡cosa rara! pues la juventud, aunque la sienta sin darse cuenta de ello, se impresiona poco ante el espectáculo de la naturaleza: hay en el corazón jóven, más savia más resplandores, más maravillas que en el panorama más esplendoroso, y la irradiación interior hace aparecer pálidos todos los objetos exteriores.

La contemplación del cosmos es la triste compensación de la vida que va declinando, y el hombre se enamora de la tierra cuando sabe que pronto ha de abandonarla: es como el viajero que se aleja de la pátria donde nunca ha de volver.

Alguna vez, no obstante sus contemplaciones, la Princesa lanzaba miradas furtivas hacia el banco en donde estaba sentado el jóven desconocido.

Este miraba más francamente á aquella; sin embargo, en ciertos momentos, se entregaba con encarnizamiento á la lectura.

Habia en ambos jóvenes movimientos y acciones que parecían ser resultado de idénticos pensamientos.

Un dia la Princesa prolongó más tiempo que de ordinario su paseo hacia el baño de la elefanta.

Otra mañana, cuando aquella llegó á la calle de árboles, el jóven no estaba allí como de costumbre, y tardó largo rato en presentarse. Probablemente ambos pensaban estos ó parecidos monólogos:

Él. ¡Qué linda es! En mi vida he visto criatura más preciosa; pero mi amor es una locura, la fortuna y la posición social nos separan. Además es extranjera, y el mejor dia volverá á su pais; debo, pues, desechar un sueño irrealizable.

Ella. Ciertamente es guapo, simpático; pero desgraciadamente parece pobre y oscuro. ¿Qué adelanto con alentar su esperanza?