Una traducción del Quijote: 01
UNA TRADUCCIÓN DEL QUIJOTE.
PARTE PRIMERA.
I.
Una mañana, el sol, penetrando por los entreabiertos balcones del gabinete, despertó á la Princesa María Lucko.
Abrió los ojos, se pasó la mano por la frente como para disipar las últimas nubes del sueño, y comenzó á cantar.
Todo el que canta inmediatamente después de despertarse, es jóven y feliz.
Atraída sin duda por el ruido de aquella voz sonora, apareció entre la blanca colgadura que separaba el dormitorio del gabinete, una perrita microscópica de raza inglesa, y saltó al lecho de la Princesa.
Pero ésta le dejó en aquel mismo instante, sin duda por contrariar al animal, y metiendo sus desnudos pies en unas chinelas, salió medio desnuda á la pieza inmediata, y juguetona como casi niña que era, comenzó á dar vueltas, huyendo de la perrita, que la perseguía ladrando.
No hay nada más atractivo que la mujer-capullo, que así debe calificarse á la niña que se hace mujer, por medio de una divina explosión de castos misterios. Una jóven, en esta nueva y rápida faz de su existencia, se asemeja á un nuevo astro que aparece en el cielo y atrae la mirada y el pensamiento del que le contempla.
La Princesa María se hallaba en los primeros momentos de esta adorable evolución de la naturaleza; pues aunque tenía cerca de diez y siete años, en el país de su nacimiento el desarrollo no es tan precoz como en los climas meridionales.
Así es que las facciones de la Princesa conservaban todavía los rasgos de la infancia, el blanco seno apenas se diseñaba bajo la cerrada batista de la bata, y á no ser por su estatura, alta en comparación de la de las jóvenes españolas, hubiérasela creído niña aún. Tenía la encarnación fresca y sonrosada del Norte, ojos azules, y magníficos cabellos castaños.
Cansóse de jugar con la perrita, tomó un sombrero que la tarde anterior habíala traído la modista, y medio desnuda como estaba, se le probó, coqueteando delante de un espejo, y luego, volviéndole á dejar sobre un diván, se aproximó á los cristales de un balcón, envolviéndose pudorosamente en su blanca bata.
Mediaba el mes de Mayo; eran las ocho de la mañana, y el sol resplandecía en el magnifico cielo de Madrid.
La Princesa quedó deslumbrada.
Nacida en San Petersburgo, había dejado la Corte de Rusia para trasladarse á la de España. Durante su rápido viaje, en el cual su padre no quiso detenerse ni aun en Paris, como deseaba la jóven Princesa, alegando la razón de que tan gran ciudad no puede verse en poco tiempo, reinó un constante temporal de agua, de suerte que la viajera no pudo acostumbrarse gradualmente á la claridad del cielo meridional, y quedóse como hemos dicho deslumbrada, cuando al tercer dia de su estancia en Madrid admiró por primera vez el brillante sol, la espléndida atmósfera y la intensa primavera de la villa coronada.