Una respuesta al documento del ERP


Este artículo fue escrito en 1971 por Carlos Olmedo, militante y miembro fundador de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) en respuesta a un artículo del ERP. Fue publicado en las revistas Militancia Peronista para la Liberación (n.º 4, 5 de julio de 1973) y en Cristianismo y Revolución (n.º 28, abril 1971). Esta entrevista constituye un documento histórico de singular importancia para el estudio de la violencia armada desatada en Argentina en los años 1970.

Una respuesta al documento del ERP


La contestación al documento girado por los compañeros del ERP en el que responden a algunas afirmaciones hechas en el reportaje y añaden abundantes concepciones de su propia cosecha, presenta al menos dos formas en que puede ser encarada. Una consistiría en rebatir punto por punto el documento en base a nuestras propias ideas, hasta agotar su contenido, respetando el ordenamiento seguido por los compañeros. Pero esto presenta el inconveniente de que, como son tantos y tan variados los temas que allí se encaran, yendo desde los de política doméstica hasta los más disímiles de política internacional, el resultado sería un documento-enciclopedia, tan caótico y cosmopolita como el que ponemos ahora a nuestra consideración. Creo que se impone un intento para superar el plano de lo meramente polémico, y realizar entonces el análisis del documento a través del análisis de la concepción que lo inspira. De esta manera se podrían ir delineando los temas centrales que están en discusión y que de otro modo se perderían entre el fárrago de palabras y de ejemplos.

Se impone la realización de un esfuerzo sostenido en el sentido de lograr una clarificación sobre las concepciones políticas básicas que nos separan de los compañeros. Así saldrían ganando ellos y nosotros.

1. Dos concepciones sobre el papel que juegan los factores nacionales en la elaboración de la estrategia y la táctica del movimiento revolucionario argentino

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Desde que el movimiento obrero argentino toma parte activa en la política nacional, el papel que juegan los factures específicamente nacionales en la determinación de una estrategia y la táctica del movimiento revolucionario, ha sido permanentemente la piedra de escándalo. Parejo con este problema corre otro: de la valoración de la experiencia histórica de la clase trabajadora argentina y del Movimiento Peronista.

La cuestión se plantea ahora en términos muy agudos: el desarrollo de la lucha revolucionaria necesariamente aumenta las contradicciones y obliga a definiciones más precisas. De un lado, tenemos la posición de los compañeros, quienes afirman que es imposible:

...que el proletariado conquiste el poder político sin construir previamente y mediante la lucha armada el partido revolucionario formado por su vanguardia que lo dirigirá en su lucha contra el Estado burgués y su ejército. Tan solo un partido marxista-leninista podrá acaudillar y dirigir a la clase obrera en una autentica lucha por la liberación nacional y social.
Contestación...

Esta postura implica una necesaria valoración negativa de la experiencia histórica de la clase trabajadora bajo el peronismo y la necesidad ineludible de erradicar a este ―considerado una ideología burguesa― de los sentimientos de las masas. Es decir una posición política abiertamente antiperonista.

Otra característica del análisis presentado por los compañeros es su punto de partida: «la situación económica capitalista mundial y la lucha revolucionaria internacional», donde la situación nacional es sólo analizada en último término.

En resumen: esta posición parte para la definición de su estrategia y de su táctica, de un análisis (ya veremos más adelante en que medida este análisis existe) que comienza en la situación global a nivel mundial y termina en la situación nacional; rechaza como negativa la experiencia peronista y el peronismo de las clases trabajadoras. Las particularidades nacionales, la propia historia nacional y la ideología de las más son ignoradas o declaradas negativas en nombre de la universal doctrina marxista-leninista.

A esto cabe oponer: el reconocimiento de la validez de la experiencia histórica de la clase obrera argentina, el reconocimiento de que es en su ideología real, concreta, existente, donde debe situarse el punto de partida para el desarrollo de la concepción revolucionaria nacional, y el convencimiento de que el peronismo es la forma política del movimiento de liberación nacional. Consecuentemente con esto, el punto de partida de cualquiera de nuestros análisis está situado en la sociedad argentina real y concreta y nuestra estrategia se basa ante todo en el estudio y conocimiento de las peculiares condiciones en que nuestra patria se desenvuelve.

Las discusiones entre quienes defienden una u otra posición se han carac­terizado por ser fundamentalmente un diálogo entre sordos.

Nosotros discutimos sobre el peronismo diciendo lo que el peronismo hizo; los compañeros discuten levantando lo que no hizo y lo condenan por ello, siendo así que este método ha conducido siempre a discusiones bizantinas. Ahora, se ve que la derrota de las posiciones ideológicas de la izquierda internacionalista ha de realizarse empleando sus mismas armas: con la teoría mar­xista. Los peronistas podemos y debemos apropiamos del marxismo, un ins­trumento de análisis científico de la sociedad, y demostrar la inconsistencia de las construcciones y desarrollos mentales de los «marxistas a ultranza». Ellos no pueden hacer lo mismo. No pueden apropiarse de un desarrollo material, de la historia misma, pues está en total contradicción con sus desarrollos mentales. Por ello, la izquierda solo ha tenido dos caminos: negar o ignorar el pe­ronismo, negar o ignorar la historia nacional.

2. Sobre las concepciones teóricas erróneas

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Si hay algo que es imperdonable en un político, es la falta de sentido de la realidad. Los marxistas son particularmente conscientes de ello y hacen de la práctica un criterio de verdad. Es decir, la justeza de una posición política se admite solamente cuando se prueba correcta en carácter de práctica social, y tratándose de política que dice responder a los intereses de la clase trabajadora, por la medida en que esa clase la hace suya y la lleva adelante.

La izquierda argentina ha sido un excelente ejemplo de esa falencia.

A la falta de sentido autocrítico para medir con justeza la repercusión de sus políticas en las masas populares, agrega una particular habilidad para ge­nerar concepciones formales, vacías de todo contenido real. En estas concepciones se albergan profundos errores teóricos, que se disimulan bajo mantos de dogmatismo o asumiendo posiciones catedráticas. Por lo canto, de aquí en más nos vamos a permitir investigar que hay de cierto en las posiciones teóricas que nos ofrecen los compañeros, analizando en que medida son coheren­tes con la teoría marxista y con la realidad.

3. A propósito de la ideología, o de como lo aparentemente simple no suele serlo

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Luego de llamar «embrollo» a la definición de ideología vertida en el reportaje, sin reparar que sigue cuidadosamente los conceptos vertidos por Marx-Engels en La ideología alemana (Editorial Pueblos Unidos, págs. 24-27), hecho evidentemente desconocido por los compañeros, citan literalmente conceptos de Lenin:

Ya que no puede ni hablarse de una ideología independiente elaborada por las masas obreras en el curso de su movimiento, el problema se plantea así: ideología burguesa o ideología socialista. No hay término medio (pues la humanidad no ha elaborado ninguna tercera ideología, además, en general, en la sociedad desgarrada por las contradicciones de clase nunca puede existir una ideología al margen de las clases ni por encima de las clases). Por eso, todo lo que sea rebajar la ideología socialista, todo lo que sea alejarse de ella, equivale a fortalecer la ideología burguesa.
Lenin: «¿Qué hacer?»

Es muy interesante la cita, y como realmente da para mucho, lo mismo que todo el apartado al que pertenece, da pena perder un poco de tiempo en analizarla.

Lenin dice allí que «nunca puede existir una ideología al margen de las clases ni por encima de las clases». ¿Qué quiere decir con esto? Pues que to­da ideología ha de reflejar necesariamente los intereses de una determinada clase, intereses que están directamente relacionados con su ubicación en el proceso material de producción.

Ahora bien, se plantea un problema muy importante que es al que Lenin da respuesta al comienzo de la cita: la ideología de una clase, ¿es el producto de su desarrollo histórico como cal?, es decir, la ideología de una clase, ¿es producida por ella misma en su movimiento?, o mejor ¿la clase burgue­sa produce su ideología burguesa, y la clase trabajadora su ideología proleta­ria independiente de la anterior? Planteamos esta pregunta porque es común que se identifique, como hacen en su trabajo los compañeros, la extracción de clase con la ideología sustentada, es decir que se supone por ejemplo que ser proletario implica poseer una ideología proletaria.

En la Contestación... los compañeros dicen que no es posible para ser mar­xista consecuente mantenerse en otra capa clase que no sea la obrera. Esta la­mentable confusión se origina en el desconocimiento de los fenómenos ideológicos en el capitalismo, fenómenos a cuyo análisis se dedicaron Marx y En­gels en La Ideología Alemana, obra que constituye una piedra fundamental para la concepción materialista de la historia. Los conceptos vertidos allí so­bre la ideología son casi desconocidos por la propia izquierda, que habitualmente encuentra mucho más sencillo manejarse con mecánicas asimilaciones entre el socialismo científico y la ideología proletaria, y no menos mecánicas oposiciones entre la ideología burguesa y la ideología proletaria.

La respuesta para la pregunta planteada en el caso del movimiento obrero debe responderse en forma negativa: el movimiento obrero no produce una ideología proletaria, sino que en su desarrollo se subordina a la ideología bur­guesa, tiene constantemente a adoptar la ideología de la clase dominante. Cono este es un punto muy importante, vamos a tratar de explicarlo lo mejor posible.

Recordemos que por ideología se entiende el conjunto de concepciones que los hombres se forman sobre si mismo y sobre sus relaciones con los de­más. Para el caso de la burguesía, esto implica una visión de la realidad falsa, en la que los hombres aparecen actuando en pos de supuestos ideales. Por supuesto, todo este andamiaje mental no impide a la burguesía explotar descaradamente a la clase trabajadora, apropiarse del producto de su trabajo y reducirla a la miseria, aunque esto se haga en libertad, igualdad y fraternidad. La vigencia de las ideas de la burguesía no se debe a un fenómeno del azar: se debe a que es la clase dominante. Marx y Engels decían en La ideología alemana:

Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La case que tiene a su disposición los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que expresión ideal de las relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase, la clase dominante, son también las que confieren el papel dominante a sus ideas.
Karl Marx y Friedrich Engels: La ideología alemana, pág. 50

Entonces se plantea la cuestión así: si la clase obrera no produce una ideología independiente, ¿cómo se produce el socialismo científico, ideología genérica del proletariado? La respuesta a este interrogante sólo podremos encontrarla observando el desarrollo del proceso histórico. Sabemos que el desarrollo del capitalismo, y con él el de la burguesía, implica el desarrollo del proletariado. Es decir que el desarrollo de la burguesía, clase poseedora de la totalidad de los medios de producción, implica el desarrollo de otra desprovista totalmente de ellos y a la que sólo le queda la alternativa de venderse a si misma vendiendo su fuerza de trabajo: la clase obrera. Es decir, la burguesía crea, constantemente, al proletariado concreto y material.

Pero no termina ahí la tarea de la burguesía, que no sólo crea al proletario de carne y hueso, sino que por intermedio de alguno de sus miembros, in­telectuales burgueses, crea también el socialismo científico, la ideología genér­ica del proletariado. La burguesía no otorga solamente existencia concreta al antagonismo capital-trabajo, sino que crea la conciencia de ese antagonismo, conciencia que es adquirida precisamente por algunos de sus miembros en primera instancia.

Justo antes de la cita con que nos ilustran compañeros, Lenin cita a Carlos Kautsky, calificando sus palabras de «profundamente justas e importantes». Veamos algunas de sus afirmaciones:

La conciencia socialista contemporánea no puede surgir más que en base de un profundo conocimiento científico... Pero no es el proletariado el portador de la ciencia, sino los intelectuales burgueses [subrayado por Carlos Kautsky]; es del cerebro de algunos miembros aislados de este sector de donde ha surgido el socialismo contemporáneo, y han sido ellos los que han comunicado a los proletarios más destacados por su desarrollo intelectual, los cuales lo introducen luego en la lucha de clases del proletariado, allí donde las condiciones lo permiten.
Carlos Kautsky, citado por Lenin en ¿Qué hacer?

A la luz de lo expuesto anteriormente, ya tenemos algunos elementos nuevos para juzgar la afirmación de los compañeros en la que nos aseguran categóricamente que «...no se puede ser marxista y ser capitalista, general del ejército o mantenerse en cualquier capa u otra clase que no sea la obrera sin ser inconsecuente, y esto porque es una ideología independiente de la burguesa y que busca la destrucción del régimen burgués» (Contestación...).

Veíamos antes que la clase obrera (que si bien por su panel social en la producción está en las mejores condiciones objetivas para asimilar los conceptos socialistas como los que reflejan mejor sus males y las causal de esos males) por el lugar que ocupa como clase explotada y sometida tiende a ser receptáculo de las ideas impuestas por la burguesía, o como dicen Lenin, unas líneas más abajo de la cita de los compañeros, ocurre que «...el desarrollo espontáneo del movimiento obrero marcha precisamente hacia su subordinación a la ideología burguesa...».

Veíamos también que el origen de la ideología proletaria, del socialismo científico, es ajeno al desenvolvimiento mismo del proletariado como clase, y que radica en la intelectualidad burgués, consecuencia lógica de un estado de cosas en que el patrimonio de la ciencia es privativo de la burguesía, como ocurre bajo el capitalismo.

Con todo esto, vemos que los conceptos expresados por los compañeros del ERP no tienen nada que ver con los conceptos del autentico marxismo. Por­que al afirmar que no se puede ser marxista y mantenerse en una capa o clase que no sea la obrera, cuando el origen mismo del socialismo científico está fuera de la clase obrera y más precisamente en la intelectualidad burguesa de más pura cepa, nos revela que las palabras, por más catedráticas que suenen, no siempre son producto de una lectura cuidadosa y asimilada.[1]

De otra parte, un proletario puede mantenerse durante años en la clase obrera y no adherir a las concepciones del socialismo científico, porque, como hemos visto, la tendencia natural, espontánea de la clase obrera, no es la producción propia de ideología socialista sino todo lo contrario: el someti­miento a la ideología burguesa.

Como los compañeros no comprenden estas cosas, y asimilan mecánicamente la extracción de clase con la ideología, tratan de evitar toda mención a hechos que puedan ser conflictivos con su esquema de pensamiento.

Leyendo con cuidado, en el párrafo en que afirman que se puede ser capi­talista y ser peronista, funcionario de la dictadura y peronista, etc. etc., se ob­serva que, curiosamente se han olvidado de señalar que se puede ser obrero y ser peronista, y de hecho no establecen ninguna diferencia, ni siquiera cuanti­tativa, entre la inmensa base proletaria del peronismo y su relativamente redu­cida porción de burócratas, así como tampoco establecen ningún tipo de dife­rencia entre las distintas corrientes del Movimiento Peronista.

Sería interesante que los compañeros, en lugar de ignorar los hechos con­cretos, dieran una explicación sobre las causas que en su opinión hacen que la clase obrera sea peronista, aplicando el materialismo histórico que dicen de­fender.

Llegados a este punto ya hemos comprobado que lo decisivo está consti­tuido por los intereses que se defienden y no por la ubicación dentro de una determinada clase como pretenden los compañeros.

Si para defender auténticamente los intereses de la clase trabajadora hubie­ra que convenirse en proletario, como parecen entender algunos grupitos de izquierda al pregonar con una ingenuidad política sólo comparable a su des­conocimiento del marxismo y de la historia, la famosa «proletarización», entonces llegaríamos a la conclusión de que muchos auténticos defensores de los intereses del proletariado no serían tales, o que en el fondo, habrían sido inconsecuentes, ya que jamás se «mantuvieron» en la clase obrera.

La militancia consecuente en defensa de los intereses de la clase trabajadora habitualmente conduce, en el caso de los burgueses que adoptan tal postura, a una modificación de sus pautas de conducta, a lo sumo a un desclasamiento con respecto a la burguesía, pero no necesariamente a la conversión en proletario, a ocupar un lugar en la producción radicalmente distinto del de origen.

Para resumir lo anterior, vemos que es necesaria la distinción entre:

a) las ideas que se forma una clase, por ejemplo la clase obrera, sobre ella misma y sobre sus relaciones con las demás, ideas que son el producto de su desarrollo histórico. En esta «conciencia natural» figuran la conciencia de la explotación y el sometimiento a la arbitrariedad, y todo aquello que tiene raíz en un conocimiento simplemente empírico de su papel en la sociedad. Esto está indisolublemente ligado al

b) sometimiento a las ideas de la clase dominante, a la ideología burguesa propiamente dicha, producto de la situación material de sometimiento y explotación a la que está sometida la clase trabajadora en la sociedad capitalista. Esto es particularmente notable en la adopción de las concepciones burguesas sobre el Estado, el Derecho, y en general, sobre todo lo relacionado con la organización social, su evolución y estructura;

c) el socialismo científico como producto de un sector de la burguesía, como visión científica (pasible de comprobación) de la sociedad y su desarrollo;

d) el momento en que la clase obrera hace suyas las concusiones del socialismo científico y las pone en practica políticamente, rechazando las ideas que la burguesía sustenta sobre la sociedad, su desarrollo, y sus superestructuras, el Derecho, la Moral, etc.

La ideología proletaria se materializa cuando es la clase obrera la que se apropia de las conclusiones de la ciencia de la historia y las pone en practica por media de un movimiento político organizado, que lucha por el poder y el socialismo.

Todo esto indica que no basta copiar textos de Lenin o de quien sea para decir que hay solamente dos ideologías. Es necesario además saber como y donde surgen, y una vez existentes, cuál es la clase o las clases que las hacen suyas. Se habla mucho de la ideología socialista, de la ideología proletaria. Hemos vista como la ideología proletaria no es en principio sino el conoci­miento científico de la situación real de la clase trabajadora y de las demás clases, obtenido al investigar las tendencias del modo de producción capitalista. Vimos también que este conocimiento científico se origina al margen de la clase obrera y en su clase directamente opuesta, la burguesa, y además, como la tendencia espontánea de la clase trabajadora implica no sólo su sometimien­to material sino también su sometimiento espiritual al capital, y que ha de co­rrer bastante agua bajo los puentes hasta que las condiciones materiales estén maduras como para que la clase obrera pueda levantar desde un movimiento político la consigna de la construcción del socialismo.

Nos falta ahora analizar que hay de cierto en la afirmación de que el mar­xismo es una bandera política universal. Con la experiencia anterior, nos man­tendremos firmes por la negativa: nada de banderas políticas universales. El marxismo no es sino una teoría científica sobre la naturaleza y las tendencias de la sociedad, esencialmente la capitalista. Una explicación coherente del proceso histórico. Una herramienta de análisis y acción que basa su efectividad en la certeza de su análisis científico, certeza no decretada, sino comprobada prácticamente en el desenvolvimiento real de la sociedad.

4. ¿Es el marxismo una bandera política universal? ¿Es el peronismo una ideología?

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La concepción materialista de la historia, también llama ahora muchos amigos de esos, para los cuales no es más que un pretexto para no estudiar la historia. Marx había dicho a fines de la década de 1870, refiriéndose a los «marxistas» franceses, que «tout ce que je sais, c' est que je ne suis pas marxiste».
F. Engels: «Carta a K. Schmidt», Londres, 5 de agosto de 1890.
Marx-Engels, Obras escogidas (dos tomos), tomo II, pág. 482. Editorial Progreso

En la Contestación..., los compañeros del ERP se niegan con todas sus fuerzas a aceptar que el marxismo no sea una bandera política universal. Tie­ne mucho que ver en esto su desconocimiento de la concepción marxista so­bre los fenómenos ideológicos, y el reemplazo de lo que debe ser un conoci­miento preciso y detallado, lo más concreto posible, por citas que, leídas apre­suradamente, son muy eficaces para provocar, como han provocado, un razo­namiento por oposición: o blanco o negro. La realidad no acepta estas simplificaciones. Tras la aparente dicotomía inexpugnable se ocultan toda una serie de relaciones y hechos que despreciados, nos llevan a esas «dramáticas» elecciones que nos pretenden imponer los compañeros. Vimos que las ideas no pueden reemplazar a los hechos concretos, cuando se trata de decir cómo se origina, por qué y cuándo, una ideología proletaria; cómo es apropiada en el curso del proceso histórico por la clase trabajadora y convertida en arma de lucha. La antítesis ideología burguesa-ideología proletaria, separada de la historia real, del desarrollo concreto de la lucha de la clase trabajadora, se con­vierte en una abstracción vacía e inerte, en una simple frase.

La misma falta de sentido de la realidad y de desconocimiento del pensamiento de Marx se advierte en la afirmación de que «el marxismo es una bandera política universal». Vamos de a poco a ver qué se saca en limpio de es­to. Comencemos por ver si esta afirmación es teóricamente correcta, es decir, si es coherente con el pensamiento de Marx. Veamos en principio si de las tareas concretas que realizó Marx se desprende alguna conclusión en favor de la te­sis anterior de los compañeros. Es necesario entonces reseñar brevemente su obra.

Marx realizó una tarea científica realmente inmensa. Mediante el es­tudio de una formación económica determinada —el capitalismo europeo—, buscó iden­tificar las leyes y las tendencias que regían el desarrollo de este modo económico, y señalar la naturaleza y movimiento de las contradicciones sociales que eran causa de ese movimiento. Realizó esta tarea —inconclusa— en El capital. Encontró en la realidad concreta, existente, las razones que hacen inevitable la desaparición de la sociedad capitalista y el tránsito al socialismo como formación económica superior. Su socialismo es científico, pues está concebido no mediante utópicas descripciones de una sociedad futura, sino a partir de un análisis de las tendencias y las contradicciones de la sociedad existente. El punto de partida de su análisis es la realidad, y la teoría que desarrolla proporciona, al desenvolverse y concretizarse, conclusiones que pueden ser empíricamente verificadas, para apreciar el grade de aproximación con que describen la realidad.

Inseparablemente de todo esto, está la concepción materialista de la histo­ria —desarrollada originalmente en La ideología alemana—, que concibe a la humanidad produciendo, junto con sus condiciones materiales de existencia, las relaciones sociales bajo las cuales esa producción material se realiza. Es decir, por ejemplo, que el desarrollo de la formación económica capitalista, considerada parte de un «proceso histórico natural» (Marx, El capital, prólogo a la 1.ª edición) implica necesariamente el desarrollo de las relaciones sociales bajo las cuales esa formación toma cuerpo, de las relaciones sociales bajo las cuales tiene lugar la producción material en el capitalismo, a saber propiedad de los medios de producción de unos pocos capitalistas y carencia de ellos por parte de la inmensa mayoría obligada a venderse a si misma al vender su fuerza de trabajo, es decir la explotación del hombre por el hombre como relación de producción. Jamás planteó Marx la vigencia de su concepción de la historia como bandera política universal. Se limitó a defender su vigencia como descripción científica, su validez demostrada por el curso mismo de la historia. La teoría de Marx se caracteriza por su carácter positivo, científico y por lo tanto, no ideológico, si por ideología entendemos una visión de la realidad falsa, o mejor aún, una idea de la realidad y no la realidad misma, como sucede en el caso de las ideologías burguesas.

Materializada la teoría marxista de la historia, se verifica que esta sirve a la clase obrera porque presenta la realidad tal cual es, muestra a las clases desempeñando sus papeles en la historia con toda crudeza y describe científicamente el desarrollo de la sociedad de clases estableciendo cuando y en que condiciones pueden existir estas.

Y cuando la clase obrera se adueña de esta teoría revolucionaria ¿para que le sirve? ¿Para levantarla in situ como bandera política universal? De ninguna manera. Le sirve como instrumento de análisis y comprensión científica de la realidad concreta en la que le toca actuar, es la herramienta teórico-metodológica que le permitirá forjar una política que responda a las condiciones particulares en las que actúa, política que no se sustenta en ideales o frases sino en un análisis científico de una realidad particular y concreta, y no de una realidad universal y abstracta.

Bajo la bandera política universal del marxismo que los compañeros invo­can, hoy se cobijan las más variadas interpretaciones y políticas concretas dis­tintas, como basta una simple lectura del diario para comprobar. La cual es absolutamente ilógico cuando el punto de partida de la acción política no es la historia misma, el análisis concreto de una situación concreta a la luz de la teoría marxista; sino un esquema político universal, una «bandera política universal», ocurre que hay tantas interpretaciones como cabezas, como solían decir Marx y Engels.

Quizás con genial intuición, Marx en 1870 se negaba a «ser marxista», rechazando de plano a aquellos que tomaban como punto de partida una construcción teórica abstracta, punto de partida al que se convertía inmediatamente en un esquema rígido e inerte al cual debía adaptarse la realidad. El punto de partida de Marx era la realidad pasible de ser interpretada científicamente con un cierto grado de aproximación, poder jamás reducible ni adaptable a un esquema dado a priori: la adaptación suele consistir en nada más que un montón de frases. Marx se negaba a declararse «marxista» anteponiendo la visión teórica del marxismo a la realidad concreta. Daba a su teoría el valor que tiene toda teoría científica: el de una herramienta que posibilita mediante su aplicación en determinadas condiciones concretas, el conocimiento racional de esa situación, dentro de determinados limites.

La teoría de la gravitación universal permite estudiar tanto el movimiento de los planetas coma la caída de una bolita. Evidentemente, las formas que asuma su aplicación estarán determinadas por las diferencias cualitativas en­tre las situaciones estudiadas. Algo análogo ocurre con los procesos sociales, con una diferencia: que quizás sean más parecidos entre sí los dos casos del ejemplo anterior que dos procesos revolucionarios, y no sólo más parecidos, sino infinitamente más simples. Nuevamente el punto de partida será el análisis de cada uno de ellos, el estudio para ver en qué formas particulares las leyes más generales del movimiento y desarrollo de una sociedad toman cuer­po, y este estudio especifico no puede obviarlo ninguna receta. La mera invocación a los «principios marxistas» no adelanta un milímetro en nuestro conocimiento de la realidad, de la misma manera que hasta ahora ha resultado imposible cruzar un río nadando sin tirarse al agua, invocando los «principios de la natación».

Así como rechazamos la idea del marxismo como una bandera política universal, abstracta, rechazamos la idea del peronismo como ideología, y, más pre­cisamente, como la califican los compañeros en su Contestación, de ideología burguesa. Los compañeros, con la misma superficialidad con que antes planteaban mecánicamente la elección entre ideología burguesa o ideología proletaria, ahora identifican ideología con movimiento político, y al mismo tiempo se sienten con derecho a afirmar que luchan por el significado de las palabras y por el vocabulario preciso. Como consumidores, estarnos en todo nuestro derecho a protestar cuando nos venden mercadería adulterada. El peronismo ha sido y es, un movimiento político. Inclusive los mismos compañeros lo reconocen cuando dicen en la Contestación...:

No podemos exigir tamaña tarea al Movimiento Peronista (se refiere a la liberación nacional y social) dado su policlasismo, su compromiso con los partidos burgueses en el camino de las elecciones y por lo tanto no constituir una ideología independiente para la clase obrera.
Contestación

¡Aquí se le pide a un movimiento político que sea... una ideología independiente! Esto es tan imposible como la cuadratura del círculo.[2]

Un movimiento político, y en general cualquier organización social de ti­po político, es una forma organizativa y un vehículo que posibilita la acción política de una determinada clase o grupo social. Esta acción política viene determinada por el contenido doctrinario que responde, en mayor o menor me­dida, a los intereses de las clases que conforman el movimiento.

Nada, pues, más erróneo, que asimilar mecánicamente a un movimiento político una ideología, cualquiera sea ella. Con esto sólo se logra encubrir el hecho real: la ideología de un movimiento político no es otra cosa que la ideología de sus adherentes.

Con la manipulación formal de palabras que hacen los compañeros, se evi­tan toda referencia al problema de fondo, a saber: por qué, en el curso de su desarrollo, el movimiento obrero nacional ha ignorado sistemáticamente la tan mentada «ideología del proletariado» y a sus adherentes, y ha apoyado como un solo hombre al Movimiento Peronista, que lo expresaba en sus intereses reales, concretos e históricamente acordes con su grado de desarrollo, dejando para la izquierda la defensa de sus «verdaderos y universales intereses», tan abstractos como incomprensibles. El reproche que se le hace al Movimiento Peronista de ser una ideología burguesa, reproche a todas luces absurdo, como vimos, fundamentalmente cuando se lo hace con un carácter simplista y estático, se agrava con la superficialidad con que los compañeros encaran todas sus referencias sobre él.

El Movimiento Peronista es un fenómeno sumamente complejo, y dentro de él se incluyen numerosas variantes, con concepciones ideológicas y políticas radicalmente distintas. A los compañeros esto no les interesa en lo más mínimo. A partir del reconocimiento de la ideología burguesa y de la política colaboracionista de algunos señores que se hacen llamar peronistas y dicen defender los intereses de la clase trabajadora, proceden en primera instancia a una generalización: la ideología y las posiciones políticas de los traidores al peronismo del pueblo, constituyen para los compañeros, la ideología y la po­sición política de todo el Movimiento Peronista en cualquiera de sus variantes, no interesando si estas son combativas o aun decididamente revolucionarias.

Además, en segunda instancia proceden a la identificación total: el Movimiento Peronista es la ideología burguesa por antonomasia.

Esta presentación, esta identificación del Movimiento Peronista con la ideología burguesa, no es sino una manera de afirmar que el Movimiento Peronista no ha sido capaz de producir otra cosa que no sea el justicialismo, la teoría de la coexistencia pacífica del capital y el trabajo como producto ideológico, y que, al no responder esa doctrina a las condiciones actuales en que se plantea la lucha de la clase trabajadora y la lucha por la emancipación nacional definitiva, se convierte en un freno objetivo de la lucha, en un movimiento contrarrevolucionario y defensor de una ideología burguesa.

La posición anterior implica la deliberada ignorancia de que el Movimiento Peronista ha generado en su seno a las organizaciones peronistas revolucionarias que encaran las tareas actuales de la liberación nacional con la vista puesta en el socialismo. Hoy es la misma situación concreta la que impone a los peronistas consecuentes con los intereses nacionales y de la clase obrera, la necesidad de la liquidación de la estructura capitalista-monopolista con que el imperialismo explota al país.

Ahora bien, que el peronismo revolucionario y junto a él amplios sectores, visualicen con alguna claridad que hoy en día se impone el tránsito al socialismo, no quiere decir de ninguna manera que semejante convencimiento exista a nivel de ideología entre el pueblo. Más bien ocurre todo lo contrario. Inclusive digo que se visualiza «con alguna claridad» la necesidad del socialismo, pues la claridad ideológica no puede surgir sino de la práctica revolucionaria constante y consecuente, algo que recién hoy está en sus comienzos.

La izquierda acusa al Movimiento Peronista de ser «una ideología burguesa», sin preocuparse en lo más mínimo de establecer diferencias. Pero estas diferencias existen, y poco a poco, los mismos hechos los obligarán a tenerlas en cuenta. Bajo esta acusación se oculta la permanente incomprensión por parte de la izquierda de que el hecho de que la inmensa mayoría del pueblo sustente una ideología burguesa, incluida la clase trabajadora, es un hecho abso­lutamente lógico, pus no es sino el resultado necesario, el producto histórico de la situación de explotación y sometimiento material y espiritual a la que se halla sometida la clase trabajadora.

Es esta una consecuencia necesaria (aunque temporal) del movimiento y desarrollo del sistema capitalista, y que no tiene nada de vergonzante, como tampoco en física tiene nada de vergonzante que los cuerpos caigan hacia aba­jo. La clase obrera no tiene acceso a la ciencia, decíamos. Por ello, la concien­cia que tiene de su situación es una conciencia empírica, no científica, producto de su experiencia repetida y cotidiana, como es producto de la experiencia nuestro conocimiento de que los cuerpos caen hacia abajo. La experien­cia no explica ese hecho: la teoría de la gravitación sí. La conciencia diaria que tiene el obrero de que es explotado y humillado no le explica ese hecho. La teoría marxista le explica por qué, cómo y cuándo el obrero es explotado por el capitalista para transformar el trabajo del que se apropia en capital. Así como la teoría de Newton propone una explicación empíricamente verificable de una serie de fenómenos de la naturaleza, la teoría de Marx propone una expli­cación empíricamente verificable de una serie de fenómenos de la sociedad. Sin embargo, existe una diferencia esencial entre ellas: a la caída de un cuer­po no hay asociados intereses de clase. Tanto a los capitalistas como a los obreros les resulta indiferente que los cuerpos caigan para abajo.

No ocurre lo mismo con los fenómenos sociales. En las relaciones entre los hombres están siempre presentes intereses de clase. La burguesía, siempre tan práctica, sabe perfectamente que la mejor manera de explotar a un hom­bre y robarle su trabajo es convencerlo de que su explotación no es tal sino un «contrato social» entre ciudadanos libres, y de que este no es sólo el único, sino el mejor de los mundos posibles. Llenarían varios volúmenes las listas de intelectuales pagados por la burguesía para que se dediquen a esta «noble» tarea. Las teoría de la sociedad que estos intelectuales han elaborado son múltiples y variadas, todas sin embargo excelentes para ser enseñadas en la escuela. La teoría de Marx no reúne estos requisitos. No es apta para burgueses cardiacos (y mucho menos para ser conocida en consecuencia por los trabajadores). Lamentablemente, ha permanecido prácticamente desconocida, pues nues­tros intelectuales, fundamentalmente los pequeño-burgueses, han encontrado mucho más a su alcance el estudio de sus aplicaciones concretas de los materia­les ideológicos de las revoluciones socialistas, a los que, en cada caso, se han apresurado a otorgar una validez universal, con lo que pretenden reemplazar el estudio, de por si auténticamente dificultoso pero imprescindible, de las obras de Marx. Es así que en este país existen tantas variantes de «marxistas» como revoluciones ha habido en el planeta, e inclusive variantes de variantes. Por supuesto, su influencia real es inversamente proporcional a la audacia de sus generalizaciones.

Para terminar, cabe señalar que el problema de la contradicción existente entre la ideología socialista y la ideología burguesa sustentada por el pueblo no se soluciona ignorando esta situación y echándole el fardo al peronismo como si el pueblo estuviera al margen de las leyes de la sociedad capitalista, y su ideología no estuviera determinada por su ubicación social dentro del total de la sociedad.

Solamente el desarrollo del proceso revolucionario nacional puede dar solución a esta situación, pero es conveniente determinar a partir del estudio y no de las frases, el panel que en este aspecto nos corresponde jugar

Vamos a analizar de más cerca el fenómeno Movimiento Peronista y su relación con la ideología burguesa.

Esencialmente policlasista, el Movimiento Peronista se define desde el co­mienzo por su carácter nacional-popular, antioligárquico y antiimperialista. Cuando decimos policlasista, decimos que en él participaron, siendo sus co­lumnas fundamentales, la burguesía nacional, nacida al amparo de circunstancias y leyes favorables, y la clase trabajadora, surgida como consecuencia del desarrollo capitalista y del país y de su burguesía autóctona.

Producto de la excepcional coyuntura histórica conformada por el período de la guerra y la primera posguerra, la expresión política de esta alianza de clases nacionales, el Movimiento Peronista, tiene en ese momento una concepción doctrinaria que, como idea central, levanta la coexistencia armónica de capital y trabajo. Esto es absolutamente lógico, ya que en ese momento era la burguesía nacional la clase que, con el apoyo del proletariado, ejercía el poder político. Buscaba consolidar su independencia del imperialismo, y en es­ta empresa movilizaba automáticamente el apoyo de la clase obrera, tras una política nacional independiente y progresista, en contra de la reacción oligárquica y el imperialismo yanqui, heredero de la exhausta Inglaterra. Y aquí te­nemos un hecho al que hay que prestar debida atención: el panel esencial de la clase obrera como basamento del poder peronista está reflejado en la esen­cia misma de la doctrina justicialista. La coexistencia del capital y del trabajo era la idea dominante del momento, surgida de las condiciones económicas y políticas existentes. La doctrina justicialista no es sino el reflejo de una situación existente de hecho. Estas situaciones en que el poder se halla repartido entre más de una clase, no son únicas en la historia. A Marx, con su excepcional sagacidad, estas cosas no se le escapaban nunca:

Por ejemplo, en una época y en un país en que se disputan el poder la corona, la aristocracia y la burguesía, en que por lo tanto, se halla dividida la dominación, se impone como idea dominante la doctrina de la división de poderes, proclamada ahora como ley eterna.
Karl Marx y Frederich Engels: La ideología alemana, pág. 51

A quienes sí se les escapa sistemáticamente estas cosas es a la izquierda argentina, que en vez de analizar y juzgar un determinado momento histórico por las condiciones concretas en que se desenvuelve, y a partir de allí buscar comprender su doctrina ideológica, tal como indica el materialismo histórico ―que no conocen pero aplican―, prefiere juzgarla a la luz de un ideal abstracto, «los verdaderos y permanentes intereses del proletariado», siendo así que llegan a conclusiones tan disparatadas como la de negar al peronismo por «no ser una ideología auténticamente proletaria».

Además, es conveniente recordar que la coexistencia capital-trabajo no se daba en condiciones cualesquiera, sino en condiciones «socialmente justas». Condiciones que habían sido arrancadas a la burguesía por la lucha de la clase obrera y su permanente vigencia como factor de poder y otorgadas desde el Estado peronista. Porque, como es sabido, no es una tendencia natural de la burguesía ser desprendida con los obreros que explota, sino que es la lucha de la clase obrera y del propio Estado el encargado de poner límite a sus ambiciones.

En este estado de cosas, la coexistencia capital-trabajo fue proclamada a nivel de «ley eterna» y fue parte de la ideología dominante, la ideología burguesa patrimonio de la burguesía y de la clase obrera, que, como vimos, adopta la ideología de la clase dominante como consecuencia necesaria (no permanente) de su sometimiento material y espiritual dentro de la sociedad capitalista.

Pero no hay «ley eterna» que dure cien años. La burguesía nacional de un país dependiente no tiene perspectiva frente al imperialismo. no puede conducir un proceso de liberación nacional auténtico pues está condenada a la liquidación, producto de la competencia y de sus propias contradicciones.

La derrota del Movimiento Peronista por la reacción oligárquica y el im­perialismo implica el comienzo de un inexorable proceso de liquidación de la burguesía nacional, y de superexplotación de la clase obrera.

Consecuentemente, se da un proceso de liquidación de «verdades eternas», tales como la coexistencia del capital y el trabajo, surgidas como hoy se ve claro bajo una coyuntura histórica y económica muy especial. Hoy en día, ningún peronista concibe la coexistencia del obrero argentino y el capitalista... de una empresa extranjera. Ningún auténtico peronista... por supuesto.

La liquidación de la burguesía nacional, tendencia histórica que a nadie escapa, lleva implícita la desnacionalización continua y la pérdida cada vez ma­yor de peso político de la burguesía nacional y de sus concepciones. Quienes quieran sobrevivir deberán resignarse a la asociación o la dependencia del ca­pital imperialista o perecer. Esta asociación es económica e ideológica, y cuanto mayor es la absorción por el capital extranjero o la liquidación directa impuesta por las circunstancias económicas, mayor es el vocerío de los repre­sentantes de la burguesía nacional y su defensa de los «intereses de la empresa nacional». Poco a poco, sienten que les va llegando la hora.

Paralelamente, el interés de la clase trabajadora, ahora explotada cada vez más directamente por el capital extranjero, va siendo cada vez más coincidente con el interés nacional. El interés de la clase trabajadora y el interés nacio­nal se expresan hoy a nivel económico en la expropiación de los capitalistas, en la construcción del socialismo. Hoy en día no hay coexistencia posible con el extranjero capitalista y explotador. Se impone su liquidación lisa y llana. Hoy en día, la concepción ideológica socialista que el Movimiento Peronista Revolucionario asume, no es sino el reflejo de una situación objetiva, y al mis­mo tiempo muestra el permanente e inclaudicable compromiso del peronismo con los intereses nacionales y los de la clase trabajadora. Compromiso y posición que no se basa en esquema ideológico digitado a priori alguno: se basa en las reales necesidades de la clase trabajadora argentina, real y concreta, en las tareas concretas que se imponen para que la Argentina pueda verse libre de sus colonizadores.

5. La supuesta política marxista a nivel mundial. Los errores metodológicos de los compañeros

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...el marxista, al analizar el momento, no debe partir de lo posible, sino de lo real.
Lenin: «Cartas sobre táctica», en Obras completas, tomo 24

El buen o mal uso que se haga de las conclusiones obtenidas por el marxismo en su análisis de la sociedad y en la construcción practica de otras nuevas, se sentirá en todo su peso, cuando se trate de formular políticas concre­tas. Y aquí se pueden tomar dos caminos: uno que conduzca a la formulación de políticas con base en la realidad nacional, que traten de adecuarse a ella lo mas posible, que sean pasibles de ser puestas en practica para verificar si son correctas o no; y otro camino que lleve a la producción de una política de frases absolutamente coherentes con en esquema teórico marxista universal, pero que no tiene nada que ver con la realidad nacional, porque voluntariamente ha decidido no tenerla en cuenta.

Veamos uno de esos ejemplos. En la Contestación..., los compañeros dicen:

Una política marxista a nivel mundial es posible por la fidelidad de los comunistas que luchan en todos los continentes a los principios fundamentales de esta ideología, principios surgidos del estudio científico del modo de producción capitalista, aunque dicha política deba dar respuesta concreta a una situación concreta como quería Lenin.
Contestación

Esto es una muestra de lo que se sucede cuando se escribe no en función de interpretar la realidad sino en función de un sistema de pensamiento, cuando uno se aferra a una posición dada de antemano. Sustentando una posición internacionalista abstracta y dogmática, o más concretamente, adhiriendo a la Cuarta Internacional ―como dicen adherir los compañeros (según un reportaje al ERP en la revista Cristianismo y Revolución, n.º 27)― resulta entonces imprescindible declarar contra viento y marea la posibilidad de una política marxista a nivel mundial.

Lamentablemente como punto de partida para la formulación de una táctica y una estrategia, la adhesión a una política posible es desde el punto de vis­ta marxista un error conceptual inaceptable, y desde el punto de vista de la política práctica una lamentable ingenuidad, explicable tan sólo por necesidades de mantenimiento dogmático de una concepción internacionalista abstracta, concebida de antemano.

No hace falta nada más que leer el diario pan comprobar que la tan mentada política marxista a nivel mundial no existe en ningún lado. Existen sí, y existen por vinculación con su pueblo, y por la adhesión que este pueblo les brinda, movimientos de liberación nacional, que luchan contra el imperialis­mo a partir de las condiciones concretas de sus propios países levantando banderas políticas que la experiencia ha probado adecuadas para el grado de desarrollo político del pueblo; banderas que reflejan lo que el pueblo quiere y no lo que un grupo político «querría que quisiera».

Vietnam, Laos, Camboya, Palestina, en ningún caso un movimiento de liberación nacional que cuente con el apoyo del pueblo ha tomado como punto de partida para sus concepciones estratégicas la posibilidad de una política marxista a nivel mundial. En todos los casos ha tornado como punto de partida la puesta en práctica de una política basada ante todo y por sobre todas las cosas en la situación concreta que les toca vivir. Y si nos remontamos un poco en la historia, recordaremos con los compañeros, el principio rector de la acción política del Movimiento Revolucionario Chino; el «espíritu de Yenán»; basarse en el propio esfuerzo, confiar en el propio esfuerzo. Realmente la historia no hace más que confirmar: en política no hay que basarse sobre lo posible sino sobre lo real. En otras palabras: entre la realidad y la línea, hay que elegir la realidad.

Por otra parte la existencia posible de una política marxista a nivel mundial, no deja de seguir siendo una simple frase hasta que no se especifique de qué maneras concretas esa política se materializa en la movilización y lucha de las masas populares, y en que medida las masas trabajadoras mundiales han hecho suyas los enunciados de esa política, que además, como afirman los compañeros en la frase citada más arriba, «...da respuesta concreta a una situación concreta».

Por último, para que esta política marxista mundial cobre cuerpo, se ne­cesita un vehículo, un organismo que la asuma y la lleve a la práctica a nivel mundial. Y eso realmente no se ve por ningún lado. Lo que sí se ve son mar­xistas que tratan de aplicar el marxismo lo más ajustadamente posible a sus condiciones nacionales. que tienen tal peso que inclusive llegan a provocar fricciones abiertas entre los distintos regímenes marxistas, entre Rusia y Chi­na, por ejemplo.

Y volvemos a insistir: es a partir de las luchas particulares y concretas de lo pueblos como se va forjando la solidaridad activa de estos mismos pueblos en su lucha contra el imperialismo.

Sin embargo, en el caso de los países del Tercer Mundo, es muy poco todavía lo que hay en materia de políticas comunes. No es lo mismo mandar ge­nioles a Vietnam que vertebrar junto al Vietcong una política de acción conjunta contra el imperialismo yanqui con tareas concretas. Nuestra solidaridad no va hoy en día más allá de las declaraciones, y de nuestra voluntad de encontrarnos algún día con ellos en la misma trinchera. No es poco, pero es conveniente no confundir las ilusiones con la realidad y darle a esas tareas un al­cance que no tienen.

Los pueblos de la península indochina, sí llevan a la práctica una estrate­gia común contra el invasor norteamericano. Realizan día tras día, tareas que materializan su solidaridad combatiente. Tal vez algún día Latinoamérica o América toda pueda ofrecer al mundo un ejemplo semejante. Habrá entonces una política común combatiente, nacida de las auténticas luchas populares de cada uno de nuestros países, y no una política común burocrática, ejercida por organismos fantasmas, desvinculados de los pueblos, ajenos a ellos, y lo que es decisivo, no surgido de su seno ni de sus luchas. Tal es el caso de la triste­mente célebre Cuarta Internacional, organismo en función de cuya existencia se hace necesario admitir la «posibilidad» de una política marxista a nivel mundial, política etérea, inasible, que rodea la tierra lo mismo que su atmósfera y en función de la cual y a partir de la cual se elaboran las políticas concretas en cada caso. Esta posición internacionalista abstracta, basada en políticas marxistas mundiales «posibles» pero inexistentes, es la que determina la metodología que le permite a los compañeros encarar la tarea de resolución de los problemas de la estrategia y la táctica de poder.

Cabe analizar ahora, en que medida de una política mundial ficticia pue­den deducirse una estrategia y una práctica política concretas. Veamos el análisis. Los compañeros dicen:

1) En primer lugar debemos hacer un análisis de la situación económica capitalista mundial y de la lucha revolucionaria internacional teniendo en cuenta que la revolución socialista es internacional por su contenido y nacional por su forma...

2) En segundo lugar debemos hacer un análisis de la relación de fuerzas entre las clases...

La ilusión de una política marxista universal lleva a estos errores metodológicos, que van en contra no digamos ya de una concepción científica sino del menor sentido común. Resulta que para estudiar la sociedad argentina en su composición y movimiento hay que empezar... por la situación de la economía capitalista mundial y la lucha revolucionaria internacional. Este disparate metodológico, semejante al que cometería un biólogo que para estudiar la célula em­pezara... por el cuerpo humano, se justifica por la permanente remisión que se hace al carácter universal del proletariado y de la lucha de clases, lo que se hallaría sintetizado en las banderas políticas universales del marxismo leninismo.

Cualquiera que haya tenido algún contacto con la metodología científica sabe, que el conocimiento va de lo particular a lo general, del conocimiento de lo más simple al conocimiento de lo más complejo, lo que, por otra parte, responde también al desarrollo histórico del conocimiento humano. Además, en cada ciencia, el método debe adaptarse a las peculiaridades del objeto estudiado.

La ciencia de la sociedad no escapa a estas consideraciones. Para el estu­dio de la sociedad argentina hay que empezar por la sociedad argentina. Y, en primer momento, considerarla, aunque a los compañeros les resulte inaceptable (e incompatible con su posición internacionalista), una isla. Es decir, que en primera instancia, con el fin de simplificar el análisis de algo que ya de por sí es muy complejo, debemos prescindir de las relaciones de nuestra sociedad con el exterior.[3]

Cuando conozcamos lo suficiente de nuestra sociedad, cuando sepamos quién es quién y que intereses defiende, entonces estaremos en condiciones de ir complicando poco a poco el panorama y de estudiar las relaciones de nuestra sociedad con otras, en un orden de importancia que habrá surgido del estudio anterior. Aquí en todo momento el centro del estudio está puesto sobre la sociedad nacional, pues se trata de estudiarla para formular una política concreta, y no para teorizar acerca de la situación capitalista internacional.

La profundización del estudio de las relaciones de nuestra sociedad con el exterior está en estrecha relación con el desarrollo histórico del movimiento revolucionario, que a medida que amplia su influencia y perspectivas va haciendo suyos campos cada vez más amplios del conocimiento.

El punto principal de la controversia residirá en el papel a adjudicar, en el proceso a la historia nacional. Los compañeros solo llegan a considerarla, y en una proporción casi inexistente, al final de un proceso de análisis que ha par­tido de la concepción de la universalidad de la lucha de clases. En realidad, la historia nacional tiene para los compañeros una importancia muy escasa, algo vació de contenido, casi diríamos que la utilizan a un nivel meramente anecdótico. En una palabra: su actitud de ignorar el peronismo, no es más que una versión en pequeño de su actitud de ignorar la historia nacional, y esto es perfectamente coherente con su posición política de fondo, porque «...la revolución socialista es internacional por su contenido y nacional por su forma» (Contestación...). Resulta claro entonces que el factor nacional solo aportará la fachada exterior, la caparazón de un contenido que le es ajeno, será receptáculo de un contenido internacional, producido en el transcurrir de la historia de la sociedad universal.

Por ello, el proceso histórico nacional, la historia nacional viva y concreta, no será jamás contenido y basamento de la acción política alguna que se funda­mente en supuestas banderas marxistas universales. Ello estaría en total contradicción con la esencia misma de la concepción internacionalista que sustentan los compañeros que sólo ven en las situaciones nacionales meras formas, cuyo contenido no surge del proceso nacional mismo sino que le es injertado luego de un análisis de la «situación del capitalismo mundial y de la lucha revolucio­naria internacional». Tal es la realidad que el desarrollo histórico de la izquierda propiciadora de posiciones internacionalistas abstractas nos ha enseñado con creces. Muchas veces el problema se ha visto confundido y oscurecido por la afirmación de que, a pesar de su internacionalismo, la estrategia diseñada por los compañeros «...daba respuesta concreta a una situación concreta».

Hoy los mismos compañeros se han encargado de aclararnos el punto: la situación concreta que ellos consideran no es nada más que una forma, un receptáculo en el cual se vuelca la «respuesta concreta»; las conclusiones abstractas extraídas de un análisis cuyo punto de panda esta en la situación económica capitalista mundial y la lucha revolucionaria internacional. Un salto al vació perfecto.

Resulta claro que la posición que parte de lo nacional y la posición que parte de lo internacional son entre sí como el agua y el aceite, y no cabe esperar ―como prueba la historia― que puedan reducirse la una a la otra por medio de discusiones teóricas. Puede ya tomarse una posición, como en este caso se ha hecho con la internacionalista, tomando como base el documento de los compañeros, y desarrollarla en sus consecuencias, mostrando su incoherencia, su contradicción con el marxismo que dice defender y su desprecio de la historia. Pero no debemos poner la menor esperanza en que esto sea suficiente.

También ha demostrado la historia que las construcciones mentales que el hombre se forja, por más erróneas que se prueben, subsisten cerrándose sobre si mismas y alimentándose de sus mismos productos, aunque se alejen cada vez más de la realidad.

Tan sólo el desarrollo del movimiento revolucionario argentino dará una prueba definitiva en favor de una posición. Será la prueba de la practica. Prueba que comenzará a verificarse cuando el pueblo entre a tallar en el asunto. En ese momento la controversia quedará liquidada.

6. Las concepciones metodológicas no marxistas que aplican los compañeros para la determinación de la estrategia de poder

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Analizaremos ahora el camino que señalan los compañeros para la determinación de la estrategia de poder para tratar de verificar:

a) su coherencia con el marxismo y

b) su grado de materialización en la realidad.

Aprovechamos el siguiente resumen que nos presentan:

Resumiendo: para establecer las bases de una estrategia de poder debemos considerar las condiciones que abarcan la situación económica, política y militar de conjunto: en el mundo, en el continente, en la región y en el país. Del estudio de la situación de conjunto podemos formarnos una idea clara de las etapas y fases de la guerra revolucionaria, de las tareas principales y secundarias y de cada etapa su duración aproximada, de sus características político-militares y de las formas y condiciones en que se producirá la toma del poder por la revolución. Todo este conjunto es lo que denominamos estrategia de poder político-militar.
Sin una apreciación justa de la situación de conjunto ―estratégica―, y de las varias fases de la etapa que la componen, procederemos a ciegas y no podremos dirigir a las masas a la victoria de la revolución. Permaneceremos atados a la empiria de lo inmediato en la convicción de que el éxito estratégico de la revolución es la mera suma aritmética de éxitos parciales tácticos, sin tener en cuenta el papel determinante del resultado de la guerra revolu­cionaria; la atención que debemos prestar al conjunto de la situación incluyendo las diversas etapas. Porque la comprensión del conjunto nos facilita el manejo de las partes integrantes del todo, siendo la única posibilidad de no perderse en la visión meramente táctica de las etapas y caer en el aventurerismo y el oportunismo.
Contestación...

Este párrafo es altamente representativo del pensamiento de los compañeros en lo que respecta a la elaboración y significado de una estrategia de poder. Vemos allí que el «estudio de la situación de conjunto» permite a los compañeros formarse, una idea clara de:

a)las etapas y fases de la guerra revolucionaria;

b)las tareas principales y secundarias de cada etapa;

c)la duración aproximada de cada etapa;

d)sus características políticas y militares;

e)formas y condiciones en que se producirá la toma del poder por la revolución.

Tomamos ex profeso las afirmaciones una por una, para obligarnos a leerlas despacio y para repensar un poco su contenido, pues a veces las formas brillantes engañan sobre el verdadero contenido.

Los compañeros nos presentan el método para conocer, a partir de la situación mundial presente, tareas, plazos, consignas, condiciones y no conformes con eso, in­clusive las formas y condiciones en que se producirá la toma del poder. Ade­más le confieren a la materialización de lo anterior una importancia decisiva, pues de lo contrario, declaran «...procederemos a ciegas y no podremos dirigir a las masas a la victoria de la revolución» (Contestación...).

En todo esto se pone de manifiesta un total desprecio por lo que la realidad concreta del proceso histórico nacional encierra, y una actitud catedrática hacia el pueblo; ambos deben adaptarse al libreto deducido de las condiciones económicas, políticas y militares universales.

Si hay algo que en un marxista es inadmisible, es el ignorar que el proce­so histórico está sometido a leyes objetivas que son independientes de la vo­luntad de los grupos y personas, y que, dentro de ese proceso, es el accionar mismo de la clase trabajadora el que va suministrando paso a paso los elementos indicadores de lo que es coherente con la coyuntura política y de lo que no lo es. La vanguardia, cuando como tal exista, no lo será precisamente por su capacidad de «dirigir» a la clase obrera mediante políticas deducidas de esque­ma alguno, sino porque ante todo será capaz de aprender de la acción de la clase trabajadora, de interpretar fielmente las conclusiones que se desprendan del accionar político del pueblo mismo.

Esto vale desde el principio al fin del proceso revolucionario, y de esta ma­nera es inconcebible el problema de la toma del poder como una cuestión que deba resolver hoy grupo armado alguno, lo que es totalmente imposible y no sería mas que inútil ejercicio adivinatorio.

Los elementos de la solución al problema de la forma en que se tomará el poder, surgirán del desarrollo del proceso revolucionario y de la acción revo­lucionaria de la clase obrera misma: no debemos olvidar que el proceso revo­lucionario incumbe esencialmente al pueblo, de cuya acción política nosotros debemos ser intérpretes y no maestros. Los avances de la conciencia y de la combatividad popular deben encontrarnos listos pan responder a esos nuevos niveles de lucha, pero será nuestra practica y nuestra experiencia política la encargada dc indicarnos los mejores caminos para que esa tarea pueda realizarse.

Hoy por hoy podríamos pasarnos siglos en vanas discusiones sobre la ma­nera en que se tomará el poder, sobre la duración de tal o cual etapa, aun ine­xistentes. Aquí también habría tantas posiciones como cabezas, porque hoy las respuestas sólo podrían surgir de esquemas teóricos, y no de la lucha con­creta y actual del pueblo. Antes que por esas discusiones, debemos preocupar­nos por el estado actual del pueblo y de su organización, sus métodos de lu­cha, sobre las maneras en que podrá integrarse a la lucha revolucionaria. No debemos olvidar que nuestra propia existencia parte del reconocimiento de que los vehículos de lucha popular antes existentes no respondían ya de mo­do alguno a las necesidades políticas y organizativas que plantea esta nueva etapa de la lucha por la liberación nacional.

Para ilustrar el asunto, vamos a ver de que manera encaraba Lenin en 1897 (¡no hay nada nuevo bajo el sol!) el problema de la forma del derrocamiento del zarismo y de la toma del poder. En ese momento, el movimiento revolu­cionario ruso recién se estaba planteando sus primeras tareas prácticas, discutiendo sobre ellas. No obstante, veremos que ya existían aficionados a la predicción de formas para la toma del poder.

Decía Lenin:

Discurrir de antemano sobre los medios a que recurrirá esta organización [se refiere a la organización obrera revolucionaria] para dar el golpe definitivo al absolutismo; sobre si preferirá, por ejemplo, la insurrección, la huelga política de masas u otra forma de ataque; pensar de antemano y decidir en el momento actual esta cuestión, sería mero doctrinarismo. Se parecería al caso de unos generales que se reunieran en el Consejo Militar antes de reclutar tropas, movilizarlas y ponerlas en marcha contra el enemigo.
Y cuando el ejército del proletariado luche inflexiblemente por su emancipación política y económica, bajo la dirección de una fuerte organización socialdemócrata, este ejército mismo señalará a los generales los métodos y los medios de acción. Entonces, y solamente entonces, se podrá resolver la cuestión del golpe definitivo al absolutismo, pues la solución de esta cuestión depende precisamente del estado del movimiento obrero, de su amplitud, de los métodos de lucha por él elaborados, de las cualidades de la organización revolucionaria que dirija al movimiento obrero, de las relaciones de otros grupos sociales con el proletariado y el absolutismo, de la situación política exterior, en una palabra, de mil condiciones que es imposible e inútil adivinar de antemano.
Lenin: «Las tareas de los socialdemócratas rusos», en Obras escogidas, tomo I

Los compañeros sabrán perdonar por la extensión de la cita. Pero hasta tanto tengamos la experiencia y los conocimientos suficientes como para po­der intentar paramos sobre nuestros propios pies, serán inevitables. Creo que es suficientemente clara: la solución de los problemas que plantea el movi­miento revolucionario no se puede de ninguna manera deducir a partir de visiones «de conjunto»; esas soluciones serán el producto racional de la prácti­ca y lucha revolucionaria del movimiento obrero. Es decir: en materia de política no hay adivinación posible y el conocimiento sólo puede ser resultado de una práctica concreta.

Vista, aunque parcialmente y dejando muchas cosas en el tintero sobre la incorrección teórica del planteo de los compañeros, vamos a ver como se materializaría en la práctica esta apreciación de conjunto en materia económica, política y militar.

Comencemos por la situación económica. Ya desde el inicio vamos que el asunto puede resultar muy largo y complejo. El sistema capitalista mundial incluye a más de cien países, con estructuras productivas fundamentalmente de dos tipos: industriales (altamente tecnificadas y automatizadas) y primarias (productoras de materias primas y consumidoras dc tecnología). Será necesario entonces analizar cada uno de esos grupos y la relación entre ellos. Por un lado habrá que estudiar la situación de los centros imperialistas: Estados Unidos, Estados europeos, Japón, etc., las asociaciones de esos centres (Mercado Común Europeo, etc.) y luego las relaciones existentes entre ellos. O sea, que deberíamos conocer profundamente en cada caso, estructura productiva, siste­ma financiero, comercio, demografía, etc. Además, y esto tiene particular im­portancia, conocer el papel de los organismos financieros creados a nivel in­ternacional, su significado y funcionamiento (FMI, BIRF, BID, etc.), el siste­ma financiero internacional conectado con ellos, el papel de los capitales flotantes, etc. Además, y este tiene importancia, el papel que juegan los países que no pertenecen al área del dólar, los países socialistas, en la modificación de todo el cuadro económico anterior. Luego, hay que hacer entrar en análisis a los países dependientes, investigar relaciones de dependencia y competen­cia, etc., y seguir así hasta agotar el tema. Esta tarea debe ser realizada con ri­gor científico y en profundidad, desde una perspectiva marxista, pues de otra manera no habría ninguna diferencia entre esto, que va a constituir la base de nuestra estrategia y los comentarios sobre economía que todo el mundo lee en las revistas de consumo habitual.

Meditando un momento sobre la magnitud de la tarea, vemos que solo podría encararla un enorme equipo de especialistas que conocieran profesional­mente el tema desde una perspectiva marxista, y que trabajara full-time, sin perder además, la perspectiva política que justifica todo el trabajo. De otra manera, sino se dispusiera de semejante equipo, bien si no existiese, habría que realizar la tares por cuenta propia, lo que en primer lugar significa capacitarnos para hacerlo y luego estudiar, asimilar y sintetizar una bibliografía inmensa. Después de dos o tres años de estudio podríamos sacar algunas con­clusiones, que seguramente no serian todavía suficientes para la fundamentación científica de la primera parte de nuestra estrategia de poder.

Luego habría que encarar con igual nivel de profundidad la situación política lo mismo que la militar, en el plano internacional. Hecho esto, al cabo de diez o quince anos estaríamos cercanos a encarar el problema fundamen­tal: la estrategia de poder propiamente dicha, los plazos, etapas y consignas de cada etapa de la revolución, la forma en que se tomará el poder y las condi­ciones en que esa toma se producirá. Y así siguiendo.

Por supuesto, entre los marxistas, la idea de dar un fundamento riguroso a la acción política no es ninguna novedad. El estudio de formaciones económicas ha sido en ellos una constante, de modo que será interesante comparar el método que aplican con el que proponen los compañeros. Veremos a continuación la conducta de Lenin en este punta. Volvamos, pues, a la Rusia de los zares.

Estamos con Lenin en Siberia, 1896-1898. Para fundamentar la acción política de la socialdemocracia, Lenin decide realizar un estudio económico. Sólo que, contrariamente a lo que opinan los compañeros, su punto de partida no es la «situación de conjunto» sino todo lo contrario: es Rusia, la madrecita Rusia. Y es así que Lenin se pasa tres años escribiendo el libro El desarrollo del capitalismo en Rusia (en Obras completas, tomo III). Sin embargo, los tres años sólo le alcanzan para estudiar la formación del mercado interno, dejando de lado el mercado externo y el análisis del comercio, porque según afirmaba «... el tema era demasiado extenso para una sola persona». Además, para abreviar, restringió su obra a un período de la historia rusa.

De todo lo expuesto vemos, que el método para la determinación de la es­trategia de poder a partir del análisis de una situación de conjunto, ofrecido por los compañeros, es un producto de su propia cosecha, que no tiene nada que ver con la teoría marxista ni con sus aplicaciones históricas concretas. Siendo no sólo metodológicamente erróneo, sino también, desde un punto de vista exclusivamente material, absolutamente impracticable.

Por Ultimo el camino seguido por Lenin es una muestra más de que, en ma­teria de teoría revolucionaria, el factor nacional es decisivo. Pero sobre este ya hemos dicho bastante.

7. Las consecuencias políticas de las concepciones anteriores

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Al principio comenzamos recordando las raíces históricas de esta discusión. No estará de más insistir: tanto la posición de los compañeros como la nuestra no son sino el resultado del desarrollo de concepciones políticas ya existentes, separadas por diferencias fundamentales en lo que respecta a la valoración de los factores nacionales, que en su evolución han asumido nuevas formal y contenidos. En el fondo, después de todo esto, la diferencia radical se seguirá manteniendo: posición nacional o posición internacional como punto de partida.

En lo que respecta al marxismo, sólo cabe anotar que el conocimiento de la ciencia social se demuestra con la práctica social, en la lucha revoluciona­ria. Podía ser más o menos intelectual, pero en materia de posiciones hay una sola: estar junto al pueblo, compartir su experiencia política paso a paso. Y la política para el pueblo tiene nombre: peronismo.

El Movimiento Peronista Revolucionario puede apropiarse y se apropiará de todo aquello que le sea útil: como el marxismo, para comprender mejor realidad, interpretarla y luchar por la restitución del pueblo al poder. Su iden­tidad política no se verá afectada.

La izquierda internacionalista no puede hacer lo mismo. ¿Cómo asimilar a sus esquemas la realidad de un pueblo peronista? Si quiere salvar sus posicio­nes sólo encontrará dos caminos ante el peronismo: condenarlo o ignorarlo. Pero en ambos cases lleva la de perder. Para su edificio mental, la realidad política (léase el peronismo de la clase trabajadora) es una especie de corrosivo, que le va comiendo poco a poco los cimientos, hasta fracturar el edificio. El peronismo ha sido constantemente para la izquierda, un elemento disociador que, a su contacto produce cismas o fracturas, una piedra de escándalo en pro­gramas y declaraciones.

Como respuesta, las posiciones de izquierda se vuelven más duras, más in­transigentes, más dogmáticas. En una palabra: en vez de ponerse de acuerdo con la realidad, se ponen de acuerdo con una bandera política marxista univer­sal. Esto último es evidentemente más sencillo, pero no sirve para lo primero.

Los compañeros dicen que la pretensión de presentar al peronismo como expresión de la clase obrera fracasa, lo mismo que la que señala la vigencia de la antinomia peronismo-antiperonismo.

Nos parece lógico que piensen así quienes piensan que el peronismo es simplemente la expresión contrarrevolucionaria de la burguesía nacional y Perón su vocero. Pero recordamos nuevamente: es la experiencia del pueblo la que determina que es lo que está vigente y que es lo que no lo está, y ese es el punto de partida para cualquier tarea política revolucionaria. La vanguardia (hoy inexistente) surgirá en el momento que el pueblo adhiera a una lucha constante y total contra el sistema (algo que hoy no ocurre) y el mismo se encargará de formarla y alimentarla.

El endurecimiento de las posiciones de la izquierda ha llevado a esta a adoptar actitudes sumamente criticables, como la que asumen los compañeros al sentirse depositarios de las verdades universales del marxismo, de los inte­reses de la clase obrera y de la revolución socialismo. Son entonces verdaderos guardianes cuando pretenden: «...decir y buscar la verdad saliéndole al cruce a toda manifestación desviacionista y confusionista que puede lesionar los intereses de la clase obrera y por lo canto de la revolución socialista» (Contestación...).

La historia ha demostrado que la clase obrera no necesita guardianes que cuiden sus intereses, así como ha demostrado que no basta declararse guardián de sus intereses para ser reconocido por el pueblo como expresión política auténticamente representativa.

Para terminar esto, sólo cabe llamar una vez más la atención sobre la ya histórica incapacidad de la izquierda en general para aprender de sus errores. La superficialidad y la poca seriedad teórica que en ella se ponen de manifies­to tienen mucho que ver con el poco sentido común puesto en juego en el análisis de su experiencia. El marxismo, bien conocido y utilizado es un arma po­derosa. Conocido a medias o desconocido sirve solamente para complicar las cosas en lugar de ayudar a comprenderlas mejor. Un mal marxista, con poco estudio y muchas pretensiones, es como un jugador de fútbol que no levanta la cabeza: al final se enreda con la pelota, y termina tirándola afuera. «Se marca solo», dirá la tribuna. Algo parecido le ha ocurrido a la izquierda en este país.

8. Conclusiones

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El documento girado por los compañeros es sumamente importante, pues puede significar la apertura de una discusión política entre nuestras organiza­ciones sobre las respectivas posiciones políticas y que sólo puede redundar en beneficio de todos.

No cabe pensar esta discusión como una tarea fácil pues todavía muchos de nosotros estamos imbuidos del «mejor que decir es hacer», acuñado en con­traposición con los autoproclamados revolucionarios, declamadores a inoperantes. Esta posición, totalmente lógica en su momento, no podrá sostenerse indefinidamente, como tampoco modificarse de un día para el otro. No obstan­te, poco a poco, la misma realidad impone la necesidad del diálogo político. En el reportaje se consideraba a 1971 como el año de la profundización. Creo que se dará comienzo a un movimiento en tal sentido, pero creo también que no debemos esperar resultados demasiado brillantes, pues salta a la vista que nuestra capacidad teórica es pobre. No debemos desesperamos por ello (la re­alidad muestra en general entre los militantes una notable indiferencia por to­do lo que sea teoría) pues nuestra situación de hoy no es sino el resultado de lo que en esa materia se ha producido en nuestro país: no nos hemos caracterizado por profundas especulaciones sino más bien por nuestra capacidad de «jugarnos la intuitiva». Y al mismo tiempo es cierto que el desarrollo material del movimiento traerá aparejado un desarrollo teórico en consonancia si se lo sabe impulsar y alentar.

No podemos de ninguna manera rehuir la discusión con los compañeros. Debemos darla en toda su profundidad y extensión, pues no existe otra mane­ra de ir precisando cada vez más el significado de nuestras acciones. No se puede imaginar que sólo la lucha militar hará que nuestras posiciones sean comprendidas y asimiladas por el pueblo: los fierros pesan pero no piensan. Son los revolucionarios que los empuñan los que tienen que pensar. Y pensar implica no solamente leer nuestros documentos sino también discutir cuidadosamente lo que piensan los demás, sobre todo si, como en este caso, son revo­lucionarios que luchan con nosotros contra el mismo enemigo. Porque, como decía el Che Guevara:

Todo es parte de una sola lucha; y es verdad cuando el imperialismo nos llama con un denominador común. Porque aun cuando las ideologías cambien, aun cuando uno se reconociera comunista, o socialista, o peronista, o cualquier otra ideología política en determinado país, solamente caben dos posiciones en la historia: o se esta a favor de los monopolios o se este en contra de los monopolios. Y a todas los que estén en contra de los monopolios, a todos ellos, se les puede aplicar un denominador común. En esto los norteamericanos tienen razón.
Todos los que luchamos por liberación de nuestros pueblos, luchamos al mismo tiempo, aunque a veces no lo sepamos, por el aniquilamiento del imperialismo; y todos somos aliados, aunque a veces no lo sepamos, aunque dividamos nuestras propias fuerzas por querellas internas, aunque a veces por discusiones estériles dejamos de hacer el frente necesario para luchar contra el imperialismo; pero todos los que luchamos honestamente por la liberación de nuestras respectivas patrias, somos enemigos directos del imperialismo. En este momento no cabe otra posición que la lucha directa o la colaboración.
Ernesto Che Guevara: «Mensaje a los argentinos», en Obras completas, tomo 3
  1. Como dato anecdótico les recordamos que Engels fue durante mucho tiempo propietario de una fábrica, y eso no le impidió colaborar con Marx en la elaboración del materialismo histórico y luego en la elucidación de ciertos aspectos prácticos de la producción fabril, en momentos en que el socialismo científico estaba fundamentalmente en la cabeza de Marx. Son ciertamente ilustrativas las cartas en las que Engels explica a Marx coma se amortiza la maquinaria (ver El capital, tomo II, apéndice). Las rentas de estas propiedades de Engels, que luego este entregó a sus obreros, fueron durante mucho tiempo sustento fundamental de Marx, un rentista burgués «no inconsecuente».
  2. Esto no es una prueba del vocabulario preciso por el que luchan los compañeros. Quizás hayan querido decir que el Movimiento Peronista no tiene una ideología independiente, es decir que el Movimiento Peronista time una ideología burguesa. Pero no cabe de ninguna manera hacer suposiciones sobre la que quisieron decir, sólo cabe admitir que quisieron decir lo quo dijeron. Ateniéndose a un vocabulario preciso. Por otra parte, admitiendo que el Movimiento Peronista tiene una ideología burguesa, y que la clase obrera tiene una ideología burguesa, no es procedente desagarrarse las vestiduras por ello, sin proceder a investigar en sus causas. El problema que ni siquiera los compañeros se plantearon es el siguiente: ¿es coherente la ideología de la clase obrera con su grado de desarrollo histórico en el momento en que adhiere al Movimiento Peronista y a su doctrina justicialista? Esta situación ¿está en contradicción con las leyes que nos describen los fenómenos ideológicos en una sociedad capitalista? O mejor aun, las condiciones materiales de existencia de la clase trabajadora argentina y su papel dentro de la totalidad de la sociedad en relación a las demás clases ¿justifica ampliamente o no la adhesión de la clase obrera al Movimiento Peronista y a su ideología? Es lógico que los compañeros no se planteen ese interrogante, pues esto implicaría analizar el desarrollo de la sociedad argentina a partir de su misma exis­tencia real y concreta, comprender la realidad a partir de la realidad misma. Método totalmente opuesto al que han empleado, que parte de la consideración de un esquema del marxismo como BPU (bandera política universal), al que supuestamente deberían someterse las nimias peculiaridades nacionales.
  3. Como esto puede llevar a equívocos, conviene aclarar brevemente el asunto: todo el mundo sabe que nuestro país ha sido una colonia durante casi toda su historia así que con justicia se preguntará si en este caso particular se puede ignorar los vínculos con la «madre patria» de turno. No se pretende de ningún modo ignorarlos. Pero las causas externas obran «por medio de las causas internas», y esto en el caso de la dependencia colonial se pone de manifiesto en el hecho de que la dominación económica y política de un país sobre otro, por ejemplo, Estados Unidos sobre la Argentina, se pone dc manifiesto dentro de nuestro país, por la existencia de testaferros, «hombres de paja», grupos sociales e inclusive clases sociales que están objetivamente interesadas en el mantenimiento de esta colonización, lo que conduce a que su práctica social sea, conciente o inconscientemente, expresión de los intereses extranjeros, y muchas veces, defensora descarada de ellos. No es suficiente decir que somos una colonia. Es necesario saber también quienes son los encargados de colonizarnos, dentro mismo de nuestras filas. El estudio de la sociedad argentina, de sus clases sociales, mostrará también nuestras relaciones de dependencia, sólo que con otra forma: la de clases sociales que defienden intereses nacionales u antinacionales.