Una pareja de enamorados
UNA PAREJA DE ENAMORADOS
—«¿Por qué no hemos de casarnos, dijo el trompo con langaidez, ya que de todos modos da la casualidad que hemos de vivir juntos?>>
Pero la pelota era orgullosa, estaba forrada de riquísimo tafilete y se tenía por señorita de alto vuelo, por lo que ni siquiera se tomó la pena de contestarle.
Al día siguiente al muchacho, dueño de los juguetes, se le ocurrió poner al trompo que era rojo y amarillo una punta nueva de cobre, de suerte que cuando bailaba era una maravilla ver, los destellos que producían sus magníficos colores.
—«Mírame, mírame, le decía á la pelota; ¿qué te parezco? Vaya, ¿nos casamos? Crecque hemos nacido el uno para el otro; tú saltas y yo bailo, ¿pue-. de darse una pareja más feliz que nosotros?»
—«¿De veras? contestó la pelota con ironía. ¿Ignoras que mis padres fueron unas soberbias zapatillas de tafilete? ¿No sabes que tengo el cuerpo formado de corcho de España?»
—«¿Esta bien repuso el trompo; pero ten en cuenta que yo soy de caoba y que el autor de mis días es el burgomaestre en persona, quien en sus ratos de ocio se dedica á labrar toda suerte de objetos al torno, siendo yo, modestia aparte, una de sus obras maestras.»
—«¿Es cierto lo que dices?» preguntó la pelota un tanto menos esquiva.
—«Que nunca más pueda bailar, si falto á la verdad,» exclamó el trompo.
—«Veo que sabes exponer tus méritos, pero así y todo tu proyecto es imposible: yo estoy algo comprometida con una golondrina. Cada vez que me elevo al aire, asoma su cabecita fuera del nido y me dirige una declaración muy tierna. Hace ya mucho tiempo que he concebido el secreto propósito de entregarme á ella, y en este concepto me considero ligada por un irrevocable compromiso. Así pues, ya ves que no puedo acceder á tus pretensiones; estimo mucho tus sentimientos, y aun te prometo que no he de olvidarlos en toda mi vida.»
—«Algo es esto, sin duda, repuso el trompo lleno de tristeza; pero no basta á consolarme.»
Tales fueron las últimas palabras que cambiaron el trompo y la pelota.
Al día siguiente, el muchacho poseedor de los juguetes tomó la pelota y la arrojó al aire. La pelota volaba rauda como un pájaro, y se remontó tanto, que el trompo llegó á perderla de vista; pero al poco rato caía al suelo para ser despedida nuevamente. Al caer daba un sorprendente bote ya fuese porque intentara saltar hasta el nido de la golondrina, ó efecto sencillamente de la elasticidad y porosidad del corcho de España.
A las nueve veces de elevarse se quedó por el camino y desapareció. En vano el muchacho buscó y escudriñó por todas partes; no pudo descubrir la menor huella de su pelota y no tuvo más remedio que darla por perdida.
—«Bien sé yo por dónde anda la pícara, suspiraba el trompo; estará en el nido con la golondrina y ya se habrán casado.»
Y cuanto más pensaba en esto, más pesaroso se ponía. Es que nunca había sentido por la pelota una pasión tan grande, como desde que no podía verla. Lo que le atormentaba sobre todo, sin darle un instante de tregua, era la idea de que se hubiese casado con otro.
Sin embargo, el trompo continuó dando vueltas y haciendo ron-ron, si bien que bailando ó sin bailar, tenía, fijo en su mente el recuerdo de la pelota, que en su imaginación se presentaba cada vez más bella y seductora. Este estado vino á ser en él lo que ha dado en llamarse una pasión inveterada.
El trompo había perdido la juventud y un día le doraron las rayas y costuras, cambiando de dueño. Jamás había sido tan hermoso: daba gusto verle dar vueltas y trazar espirales, brillante como un astro. ¡Con qué alegría zumbaba! ¡Ah, si la pelota hubiese podido verle en su nuevo estado!
En tan sabrosas reflexiones, tropezó con una piedra y fué despedido lejos, desvaneciéndose y eclipsándose. En vano lo buscaron por todos lados, incluso por la bodega en la cual hubiera podido deslizarse por un tragaluz; no supieron dar con él.
¿Sabéis dónde estaba? En el cajón de la basura, cubierto de polvo, mondaduras, desperdicios de col y otras inmundicias repugnantes.
—«¡Ay de mí! exclamaba, ¿qué será de mi hermoso dorado, en medio de la morralla, de la escoria que me rodea? Tendió la mirada á su alrededor y vió entre unas hojas de ensalada, una bola, que habría podido tomarse por una manzana podrida, y era una pelota medio consumida y saturada de humedad, por haber pasado algunos años colgada en un canalón.
—Loado sea Dios, dijo al apercibirse del trompo dorado: por fin encuentro á un sér de mi misma especie con quien será posible conversar un rato. Tal como ves, amigo trompo, yo tengo el cuerpo de corcho de España y estoy forrada de tafilete, por cierto que me cosieron las delicadas manos de una bella señorita. Esto es tan cierto, que nadie podrá ponerlo en duda por poco que se tome la molestia de examinarme. Has de saber además que estaba en vísperas de casarme con una golondrina, cuando por una fatalidad de la suerte, me arrojaron á un canalón, en donde he permanecido colgada durante cinco años. ¡Mira, ay de mí, cómo me ha puesto la lluvia! ¡Mira qué hinchada y fea me he vuelto! ¡Figúrate qué suplicio tan cruel no había de pasar durante este tiempo y en tales condiciones una señorita hija de buena familia como yo!...»
El trompo no respondía una palabra; estaba meditabundo, pensando en su antiguo amor y adivinando muy bien que aquella pelota era el objeto que había inflamado un tiempo sus deseos juveniles.
En esto se presentó la criada para ir á vaciar el cajón de la basura.
—«¡Toma! dijo, aquí está el trompo de los niños.»
Y corrió á llevárselo, recobrando el sufrido juguete su antigua gloria. En cuanto á la pelota fué arrojada á la calle.
Inútil es decir que el trompo ya no volvió á hablar nunca más de su antigua pasión. Su repugnancia fué tan grande, que cuando vió á la pelota inyectada en agua y lodo, pestilente, destripada y llena de arrugas, aparentó no haberla visto en su vida.