Una palabra a los lunáticos

El cencerro de cristal
Una palabra a los lunáticos

de Ricardo Güiraldes


A los que blasfemaron contra el sol; condensador de la tierra. Padre nuestro, generador, que va por las alturas rigiendo fuerzas.

A los que renegaron de S. M. acompasadora de metodizaciones astrales. Culminador por excelencia.

A los pequeños que te temen. ¡Oh supersideral!

Y se inyectaron los rieles de la luna, como un jeringazo de morfina.



VENENO

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¡Oh, parisiense, pequeño parisiense, de pecho cóncavo, vientre entecado y cráneo protuberante! Ampliación escultórica del feto.

Exprime tu cerebro, como un grano, y lanza sobre el mundo el pus de su inflamación. Maldice del sol, ante el cual no puedes descubrirte sin peligro de ataque apoplético. Llámale «Bellatre», en nombre de tu impotencia física. «Rastaquouére» dado el inaguantable peso de su oro, y apostrofa de avinados sus crepúsculos, en veneración del alcohol que te conserva en pie. Mánchalo con tus escupitajos de tuberculoso.

Desprécialo por su potencia de multiplicador, tú que, generosamente, desdeñas esa fuerza imposible. Dile, dile con tu boquita de fresa podrida. ¡Eh! ¡va donc, Phoebus!, y canta a la luna, a la luna pálida de Baudelaire, que tan fuerte ha apretado tu garganta, que las lágrimas saltan de tus ojos.

¡Luna! ¡Oh, hermana! Ella no tiene brutalidades para tus músculos enclenques y tu sensibilidad histérica; es buena como una «tune», hinchada como tus mejillas de carroña, y su color de ajenjo empaña las sensaciones del mundo, en el que ya eres impotente para vivir.



«La Porteña», 1914.