Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


Una misa corta.

Un soldado, que habia hecho la guerra en la última civil, se volvia á su casa con algunas cicatrices, pero sin un cuarto y con ningún oficio. Yendo su camino adelante, á Dios y ventura, se encontró unas alforjas, y dentro de las alforjas una cartera, y dentro de la cartera el título y dimisorias de un curato provisto por aquellos dias.

Nuestro licenciado era ingenioso, y aunque le faltaba mucho de letras, le sobraba mucho de audacia: en un momento formó su plan; se vistió de una manera conveniente, se presentó en el pueblo del curato —que era una pequeña aldea de pastores— y con la mayor desfachatez manifestó sus títulos y tomó posesion.

Hemos dicho que tenia pocas letras, y ahora decimos que apenas sabia deletrear; la posicion era apurada para cualquiera persona de reflexion, pero él no se paraba en pelillos, y se empeñó en llevar la farsa hasta donde pudiese.

Llegó el domingo, el sacristan tocó la campana, y todo el pueblo acudió á oir la misa de su nuevo cura.

El sacristan lo reviste, él sale con desembarazo á la iglesia, se vuelve de cara al pueblo, abre las manos, y dice con voz entonada.

— ¡Misa!

Dicha esta palabra, se vuelve á la sacristía, se hace sordo á las preguntas del sacristán, y se va á su casa.

Entre tanto, el pueblo no acertaba á salir de su sorpresa; el ayuntamiento se habia constituido en sesion permanente, y el maestro de escuela redactaba una esposicion al diocesano.

En ella se esponia al señor obispo que les habia enviado un cura que no decia mas que misa, y que el pueblo no estaba acostumbrado á semejante conducta.

La esposicion estaba muy bien redactada, porque lo cierto es, que cuando su ilustrísima la leyó, dijo:

— Estos aldeanos no se contentan con misa, y quieren algo mas; es necesario escribir á ese buen cura que los dias de fiesta, además de la misa, les diga también un poco de sermon.

La órden fué obedecida al pié de la letra; el domingo siguiente salió el ungido cura al altar, lo mismo que el anterior, y volviéndose al pueblo dijo:

— ¡Misa, y un poco de sermón!

El asombro en esta ocasion fué mucho mayor, las mujeres principiaron á cuchichear, los hombres á reir, el sacristán volvió á sus preguntas, el ayuntamiento á la sesión permanente y el maestro á redactar una nueva esposicion mas luminosa y con mas datos.

— No comprendo, decia el obispo al oirla, las exigencias de estos honrados vecinos; tienen un cura que les dice misa y un poco de sermon por añadidura, y no están contentos. ¿Pues qué quieren?

— Quieren, dijo un sacerdote entrando, que la misa no se diga, sino que se celebre, y que el poco de sermon se predique.

Este sacerdote era el verdadero cura, que esplicó el suceso y su detencion por una enfermedad; desde entonces está en su curato, y el truhan del soldado en un presidio.