Una mata de helecho: 15

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.



XIV.

Jurára el guerrero cristiano haber oido más de una vez el gruñir de un perro, como si le castigara su amo, para que se estuviese quieto ó callase. De pronto, y poco antes de llegar al arroyo, vió que un enorme bulto se alzaba del suelo, como abalanzándose á él. Al propio tiempo, sonó chasquido de ballesta, y la flecha dió con tal fuerza en la capellina de cuero de uno de los vasallos, que le dejó destocado, y aun hizo caer aturdido con el tremendo golpe.

Sil! ¿Eres tú, Sil? —decia, entretanto, el guerrero.— ¡Pues cómo me reciben á ballestazos tus amos!

Y miéntras el perro daba mayores muestras de alegría y cariño, oyóse una voz, que preguntaba en algarabía, esto es, en la forma en que solían entenderse los Moros con los Cristianos:

— ¿Quién va? ¿Amigo ó enemigo?

Dudó un momento Juan de Silvela; mas al punto preguntó:

— ¿Es amigo de Yusef Ben-Lope el que pregunta?

— Yusef está aquí... gravemente herido...

— Adelante, que aquí tiene á su amigo Juan de Silvela.

Oyóse un grito femenil de alegría, y voz, harto conocida del Cristiano, pues era la de Moraima, dijo:

— ¡Amigos, amigos son! Adelante; ¡no temáis, hermanos!

Varios Moros, seguramente de los que con tanto esfuerzo acababan de defender el cerro, traían en sus brazos á Yusef Ben-Lope, cuya herida era tan grave, que le habia hecho perder el conocimiento. Sostenian la cabeza del valiente Musulmán su madre Fátima y su hermana Moraima... Ni una ni otra quisieron refugiarse en Málaga, alejándose de Yusef. Cuando éste cayó herido, recibieron aviso, y salieron á tiempo que Juan de Silvela venía por el arroyo, miéntras ellas iban por las alturas á un recuesto, dónde acababan de saber estaba, acaso moribundo, el último descendiente de los Beni-Lope.

No sin dolor pensaba el hijo de Galicia en que, de la propia manera que ahora traían á Yusef, había él entrado en aquella casa, cuatro años antes. ¡Qué de recuerdos se agolpaban á su memoria! Imposible parecia que hubiese pasado tanto tiempo, pues jurara que era ayer, cuando Moraima se habia negado á recibir al único joyel del escudero, casi niño, que ofrecía una rama de helecho, en prenda de su fe y de su honra!

Ante todo, habia que acudir á mirar por la seguridad del herido. La disciplina de los ejércitos de aquel tiempo no era para fiar mucho en ella; con lo que, desde luego, mandó Juan de Silvela cerrar la puerta de la casa, alternando uno de los vasallos en su guarda, miéntras el otro dormía.

— No hay para qué, —dijo Moraima;— Sil avisará en cuanto sea necesario; y vuestros Cristianos pueden dormir. Entre tanto, los amigos de Yusef.....

— Quédense aquí cuantos quieran, —dijo Juan de Silvela;— pero que no se dejen ver. Hay mucha gente desmandada por estos campos, y sólo la presencia de un caballero podrá causarles respeto. De lo contrario, mi espada y las hachas de mis Gallegos darán buena cuenta de esos malandrines, que nada han hecho sino gritar miéntras combatíamos, y ahora acuden, como aves de rapiña, para robar á mansalva.

— Como os plazca, señor, —respondió Moraima, acudiendo á mirar por su hermano.

Tan grande habia sido la fatiga del día, que el caballero, sentándose, á usanza de Castilla, en una arca estrecha, y cayendo de espaldas, esperó á que le llamasen, miéntras en las habitaciones interiores curaban al herido. A sus piés cayeron también los dos leales vasallos, rendidos al sueño y al cansancio, y sin dárseles un ardite de la dureza del suelo, ni de hallarse entre enemigos.

También cerró los ojos un minuto Juan de Silvela; mas de pronto, el ruido de la puerta le despertó, y temiendo algun desman de los soldados de Castilla, se puso al punto en pié, llamando á los suyos.

— No hay cuidado, señor, —le dijo Moraima, en voz baja;— son los nuestros, que han determinado acogerse á Málaga, pues saben que Yusef está seguro en vuestras manos. Ellos aquí nada podrían hacer, y tal vez mañana fuera imposible entrar en la ciudad.

— Han hecho bien, Moraima, —respondió el Cristiano, disimulando á duras penas la indecible alteración, mezcla de amor, inquietud y alegría, que al lado de aquella mujer divina experimentaba. De suerte, que, sin darse cuenta de lo que hacia, miraba y miraba á Moraima, como queriendo recobrar el tiempo que habia estado sin verla. No sabemos cuáles serian los pensamientos de ésta; pero, ello fué que su madre se asomó á la habitación, y dijo, ántes de retirarse, varias palabras en árabe, que vinieron, como á despertar á la jóven.

— En verdad, señor, —dijo Moraima,— que por abrir la puerta á nuestros vecinos y amigos, que tan bien lo han hecho con Yusef, se me olvidaba lo principal, á saber; el recado de éste para vos.... Yusef ha vuelto en sí, y desea veros.... Sólo os pido no le permitais hablar mucho.

— Será lo que deseais, Moraima.

Y ámbos entraron en la habitación.

El guerrero musulmán yacia en su lecho. Herido de espada en el vientre, experimentaba gran dificultad para respirar, y el ahogo apénas le consentía reposo.

— ¡Bendito sea Allah, que me deja verte de nuevo, Juan! —exclamó, tardando no poco de palabra á palabra.

— Alabado sea Dios, que me ha traido á tiempo, —respondió el cristiano.

— A tiempo.... de verme, sí.... de verme morir. Y por ello le doy gracias, pues ya temia no volver á verte....

Aquí estallaron los sollozos de las mujeres, pero Yusef las mandó callar, y añadió:

— ¡Estaba escrito! Los últimos girones del Andalus son para el Cristiano.... Escucha, Juan.... Acaso el último Ben-Lope y su madre han llegado á crueles con Moraima y contigo. Tú adoras á Moraima.... y ella.... no tiene más voluntad sino las de su madre y hermano, pero te corresponde.... Juan de Silvela puso los ojos en Moraima que, al lado de Fátima, lloraba á los piés del lecho de Yusef. Este, siguió hablando.

— Moros nobles y ricos, del contorno y de Málaga, me han pedido á mi hermana por esposa.... Eran muchos de ellos, apuestos y gallardos; enamorados, todos.... Pero todos han estado siempre demás para mi hermana.... Acaso fuí cruel en negarte su mano.... Para Mahoma, la mujer vuelve en la tierra al polvo de que nació; para Jesús, la mujer es compañera, igual, amiga y eterna hermana del hombre.... ¡Hágase la voluntad de Allah!

Y Yusef cerró los ojos. Todos permanecieron en silencio. De pronto. Fátima, la madre, mirando á su hijo, exclamó:

— ¡Muerto! ¡Muerto! ¡Mi Yusef nos ha dejado!!

Y cayó abrazada al cadáver de Yusef.

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Fátima y Yusef fueron enterrados juntos, al pié de la mata de helecho que Juan de Silvela habia plantado hacia cuatro años, y lejos de secarse, prosperaba, extendiéndose y aumentando los renuevos.... que han llegado hasta nuestros días....

El guerrero y Moraima asistieron al entierro. Cuando tornaron á la casa, la jóven se sentó en el suelo, á usanza de los suyos, y en el mismo umbral de la puerta.

— ¿Qué haceis, Moraima? —preguntó Juan de Silvela, con amantísima ternura.

— Vuestra sierva soy, señor. Para vos, el mandar; para mí, el obedecer.

— Alzad, por Dios, Moraima. ¿No estais en vuestra casa?

— Cuanto nos rodea os pertenece, por derecho de conquista. Yo no soy sino vuestra cautiva.... á quien podeis poner hierro de esclava, cuando lo tengais por bien.

— ¡Moraima! ¡No me despedaceis el corazon! — dijo el Cristiano, alargando los brazos hácia ella.

— Ya veis como soy vuestra sierva.... —respondió Moraima, pálida como la muerte y echando el cuerpo atrás, aunque sin levantarse.

— No sois, sino dama y señora de vuestra casa.

— Criada en el campo, y lejos de Castilla, quizá no sepa qué es ser dama; pero yo imagino que consiste, ante todo, en ser respetada por el caballero que la tiene amor!...

Juan de Silvela dejó caer los brazos, y pidió perdón á Moraima. — ¡Decidme, siquiera, que me amais! —exclamó el Cristiano.

— Cuando sea vuestra esposa, os lo diré.

— ¿Y no dareis la mano á besar á vuestro caballero? — dijo Juan de Silvela, de hinojos.

— Sí, porque habeis jurado solemnemente, que Moraima Ben-Lope seria siempre la dama de vuestros pensamientos, y, si Dios lo permitia, vuestra esposa.

— ¡Presente teníais el juramento!

— Como que era mi vida.

— La mia, será teneros siempre al lado, en este mundo y en el otro.

— Tamaño bien, —respondió Moraima,— para la vida presente y la futura, de vos depende el que yo pueda alcanzarle. ¡Decidme cómo adorais al Criador, que de igual manera le quiero yo adorar!...