Una mata de helecho: 15
Jurára el guerrero cristiano haber oido más de una vez el gruñir de un perro, como si le castigara su amo, para que se estuviese quieto ó callase. De pronto, y poco antes de llegar al arroyo, vió que un enorme bulto se alzaba del suelo, como abalanzándose á él. Al propio tiempo, sonó chasquido de ballesta, y la flecha dió con tal fuerza en la capellina de cuero de uno de los vasallos, que le dejó destocado, y aun hizo caer aturdido con el tremendo golpe.
— Sil! ¿Eres tú, Sil? —decia, entretanto, el guerrero.— ¡Pues cómo me reciben á ballestazos tus amos!
Y miéntras el perro daba mayores muestras de alegría y cariño, oyóse una voz, que preguntaba en algarabía, esto es, en la forma en que solían entenderse los Moros con los Cristianos:
— ¿Quién va? ¿Amigo ó enemigo?
Dudó un momento Juan de Silvela; mas al punto preguntó:
— ¿Es amigo de Yusef Ben-Lope el que pregunta?
— Yusef está aquí... gravemente herido...
— Adelante, que aquí tiene á su amigo Juan de Silvela.
Oyóse un grito femenil de alegría, y voz, harto conocida del Cristiano, pues era la de Moraima, dijo:
— ¡Amigos, amigos son! Adelante; ¡no temáis, hermanos!
Varios Moros, seguramente de los que con tanto esfuerzo acababan de defender el cerro, traían en sus brazos á Yusef Ben-Lope, cuya herida era tan grave, que le habia hecho perder el conocimiento. Sostenian la cabeza del valiente Musulmán su madre Fátima y su hermana Moraima... Ni una ni otra quisieron refugiarse en Málaga, alejándose de Yusef. Cuando éste cayó herido, recibieron aviso, y salieron á tiempo que Juan de Silvela venía por el arroyo, miéntras ellas iban por las alturas á un recuesto, dónde acababan de saber estaba, acaso moribundo, el último descendiente de los Beni-Lope.
No sin dolor pensaba el hijo de Galicia en que, de la propia manera que ahora traían á Yusef, había él entrado en aquella casa, cuatro años antes. ¡Qué de recuerdos se agolpaban á su memoria! Imposible parecia que hubiese pasado tanto tiempo, pues jurara que era ayer, cuando Moraima se habia negado á recibir al único joyel del escudero, casi niño, que ofrecía una rama de helecho, en prenda de su fe y de su honra!
Ante todo, habia que acudir á mirar por la seguridad del herido. La disciplina de los ejércitos de aquel tiempo no era para fiar mucho en ella; con lo que, desde luego, mandó Juan de Silvela cerrar la puerta de la casa, alternando uno de los vasallos en su guarda, miéntras el otro dormía.
— No hay para qué, —dijo Moraima;— Sil avisará en cuanto sea necesario; y vuestros Cristianos pueden dormir. Entre tanto, los amigos de Yusef.....
— Quédense aquí cuantos quieran, —dijo Juan de Silvela;— pero que no se dejen ver. Hay mucha gente desmandada por estos campos, y sólo la presencia de un caballero podrá causarles respeto. De lo contrario, mi espada y las hachas de mis Gallegos darán buena cuenta de esos malandrines, que nada han hecho sino gritar miéntras combatíamos, y ahora acuden, como aves de rapiña, para robar á mansalva.
— Como os plazca, señor, —respondió Moraima, acudiendo á mirar por su hermano.
Tan grande habia sido la fatiga del día, que el caballero, sentándose, á usanza de Castilla, en una arca estrecha, y cayendo de espaldas, esperó á que le llamasen, miéntras en las habitaciones interiores curaban al herido. A sus piés cayeron también los dos leales vasallos, rendidos al sueño y al cansancio, y sin dárseles un ardite de la dureza del suelo, ni de hallarse entre enemigos.
También cerró los ojos un minuto Juan de Silvela; mas de pronto, el ruido de la puerta le despertó, y temiendo algun desman de los soldados de Castilla, se puso al punto en pié, llamando á los suyos.
— No hay cuidado, señor, —le dijo Moraima, en voz baja;— son los nuestros, que han determinado acogerse á Málaga, pues saben que Yusef está seguro en vuestras manos. Ellos aquí nada podrían hacer, y tal vez mañana fuera imposible entrar en la ciudad.
— Han hecho bien, Moraima, —respondió el Cristiano, disimulando á duras penas la indecible alteración, mezcla de amor, inquietud y alegría, que al lado de aquella mujer divina experimentaba. De suerte, que, sin darse cuenta de lo que hacia, miraba y miraba á Moraima, como queriendo recobrar el tiempo que habia estado sin verla. No sabemos cuáles serian los pensamientos de ésta; pero, ello fué que su madre se asomó á la habitación, y dijo, ántes de retirarse, varias palabras en árabe, que vinieron, como á despertar á la jóven.
— En verdad, señor, —dijo Moraima,— que por abrir la puerta á nuestros vecinos y amigos, que tan bien lo han hecho con Yusef, se me olvidaba lo principal, á saber; el recado de éste para vos.... Yusef ha vuelto en sí, y desea veros.... Sólo os pido no le permitais hablar mucho.
— Será lo que deseais, Moraima.
Y ámbos entraron en la habitación.
El guerrero musulmán yacia en su lecho. Herido de espada en el vientre, experimentaba gran dificultad para respirar, y el ahogo apénas le consentía reposo.
— ¡Bendito sea Allah, que me deja verte de nuevo, Juan! —exclamó, tardando no poco de palabra á palabra.
— Alabado sea Dios, que me ha traido á tiempo, —respondió el cristiano.
— A tiempo.... de verme, sí.... de verme morir. Y por ello le doy gracias, pues ya temia no volver á verte....
Aquí estallaron los sollozos de las mujeres, pero Yusef las mandó callar, y añadió:
— ¡Estaba escrito! Los últimos girones del Andalus son para el Cristiano.... Escucha, Juan.... Acaso el último Ben-Lope y su madre han llegado á crueles con Moraima y contigo. Tú adoras á Moraima.... y ella.... no tiene más voluntad sino las de su madre y hermano, pero te corresponde.... Juan de Silvela puso los ojos en Moraima que, al lado de Fátima, lloraba á los piés del lecho de Yusef. Este, siguió hablando.
— Moros nobles y ricos, del contorno y de Málaga, me han pedido á mi hermana por esposa.... Eran muchos de ellos, apuestos y gallardos; enamorados, todos.... Pero todos han estado siempre demás para mi hermana.... Acaso fuí cruel en negarte su mano.... Para Mahoma, la mujer vuelve en la tierra al polvo de que nació; para Jesús, la mujer es compañera, igual, amiga y eterna hermana del hombre.... ¡Hágase la voluntad de Allah!
Y Yusef cerró los ojos. Todos permanecieron en silencio. De pronto. Fátima, la madre, mirando á su hijo, exclamó:
— ¡Muerto! ¡Muerto! ¡Mi Yusef nos ha dejado!!
Y cayó abrazada al cadáver de Yusef.
Fátima y Yusef fueron enterrados juntos, al pié de la mata de helecho que Juan de Silvela habia plantado hacia cuatro años, y lejos de secarse, prosperaba, extendiéndose y aumentando los renuevos.... que han llegado hasta nuestros días....
El guerrero y Moraima asistieron al entierro. Cuando tornaron á la casa, la jóven se sentó en el suelo, á usanza de los suyos, y en el mismo umbral de la puerta.
— ¿Qué haceis, Moraima? —preguntó Juan de Silvela, con amantísima ternura.
— Vuestra sierva soy, señor. Para vos, el mandar; para mí, el obedecer.
— Alzad, por Dios, Moraima. ¿No estais en vuestra casa?
— Cuanto nos rodea os pertenece, por derecho de conquista. Yo no soy sino vuestra cautiva.... á quien podeis poner hierro de esclava, cuando lo tengais por bien.
— ¡Moraima! ¡No me despedaceis el corazon! — dijo el Cristiano, alargando los brazos hácia ella.
— Ya veis como soy vuestra sierva.... —respondió Moraima, pálida como la muerte y echando el cuerpo atrás, aunque sin levantarse.
— No sois, sino dama y señora de vuestra casa.
— Criada en el campo, y lejos de Castilla, quizá no sepa qué es ser dama; pero yo imagino que consiste, ante todo, en ser respetada por el caballero que la tiene amor!...
Juan de Silvela dejó caer los brazos, y pidió perdón á Moraima. — ¡Decidme, siquiera, que me amais! —exclamó el Cristiano.
— Cuando sea vuestra esposa, os lo diré.
— ¿Y no dareis la mano á besar á vuestro caballero? — dijo Juan de Silvela, de hinojos.
— Sí, porque habeis jurado solemnemente, que Moraima Ben-Lope seria siempre la dama de vuestros pensamientos, y, si Dios lo permitia, vuestra esposa.
— ¡Presente teníais el juramento!
— Como que era mi vida.
— La mia, será teneros siempre al lado, en este mundo y en el otro.
— Tamaño bien, —respondió Moraima,— para la vida presente y la futura, de vos depende el que yo pueda alcanzarle. ¡Decidme cómo adorais al Criador, que de igual manera le quiero yo adorar!...