Una bestia en cuatro

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

VIII.

Una bestia en cuatro.


Antíocho Epifanes es generalmente considerado como El Gog del profeta Ezequiel; pero este honor corresponde de derecho á Cambises, hijo de Ciro, y ademas de que el carácter del monarca sirio no ha menester de modo alguno adornos suplementarios. Su advenimiento al trono, ó mejor dicho la usurpación de la soberanía, ciento setenta y un años antes de la venida de Cristo, la tentativa que hizo para saquear el templo de Diana en Epheso, su implacable saña á los judios, la violación del Santo de los Santos y su miserable muerte en Tala, despues de once años de tan tumultuoso reinado, circunstancias son de relieve tanto, que preocuparían á los historiadores de su tiempo, mucho más aun que las impias, libertinas, absurdas y fantásticas hazañas, que es forzoso relatar para detallar el cuadro de su vida privada, y dar á conocer su reputacion.

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Supongamos, lector gracioso, que estamos en el año del mundo tres mil ochocientos treinta, y que solo por algunos minutos trasportados nos vemos al mas fantástico de los habitáculos humanos, en la notabilísima ciudad de Antioquia. Verdad es, que entre las de Siria y las de otras partes, hubo hasta diez y seis ciudades de este nombre, sin contar en ellas aquella de que esclusivamente nos vamos á ocupar. La nuestra, pues, es la llamada Antioquía Epidaphné, por hallarse en ella un templo consagrado á esta divinidad. Fué fundada (aunque esto es cuestionable,) por Seleuco Nicator, primer rey del país despues de Alejandro el Grande, en memoria de su padre Antioco, llegando inmediatamente á ser la capital de la monarquia Siria. En los dichosos tiempos del imperio romano, era la residencia ordinaria del Prefecto de las provincias orientales; y muchos emperadores de la ciudad eterna (entre los cuales debe hacerse especial mencion de Verus ó Valenti,) pasaron en ella gran parte de su vida. Pero se me figura que hemos llegado á la ciudad. Subamos á esta plataforma y echemos una ojeada á ella y sus alrededores.

— ¿Cuál es ese rápido y ancho rio que se abre paso saltando de cascada en cascada por medio de tantas montañas y de tantísimos edificios?

— Es El Oreste, cuyas únicas aguas, á escepcion de las del Mediterráneo, vemos estenderse como vasto espejo unas doce millas al Sur. Todo el mundo ha visto el Mediterráneo; pero muy pocos han gozado del golpe de vista de Antioquia; muy pocos, quiero decir, han gozado, como usted y como yo, del beneficio reportado por la moderna educacion. Así, pues, dejad en paz la mar, y poned toda vuestra atencion en esta masa de casas que á nuestros piés se estiende. No olvide usted que estamos en el año tres mil ochocientos treinta del mundo. Si fuera despues, por ejemplo, el año mil ochocientos cuarenta y cinco de N. S. J. C., privados nos verlamos de tan estraordinario espectáculo. En el siglo diez y nueve Antioquía está, quiero decir, estará en el más lamentable estado de ruina. De aquí á allá, Antioquia se habrá completamente destruido por tres temblores de tierra sucesivos. á decir verdad, lo poquísimo que quedará de su primer estado, hallárase en tal desolacion y ruina, que el patriarca habrá juzgado conveniente trasladar á Damas, co su residencia. Está bien. Veo que seguis mis consejos y que aprovechais el tiempo inspeccionando los sitios para saciar la vista en los recuerdos y famosos objetos, que constituyen la gran gloria de esa ciudad.

— Pido á usted mil perdones, amigo mio; me olvidaba que Shakespeare no florecerá sino mil setecientos cincuenta años despues. Y dígame usted; ¿el aspecto de Epidaphné no justifica la calificacion de fantástica que la he dado?

— Se halla bien fortificada; y en cuanto á esto, tanto debe al arte como á la naturaleza.

— Justamente.

— ¡Qué infinidad da palacios suntuosísimos!

— En efecto.

— ¡Y esos numerosos, y magníficos templos pueden compararse con los más célebres de la antigüedad!

— Debo concedéroslo. Sin embargo, veo un sin fin de chozas hechas de tierra, y de abominables barracas; y preciso es que hagamos constar la maravillosa abundancia de inmundicias, que por todos los arroyos corre; y gracias á la inmensa humareda del incienso idólatra, que sino mal podriamos aguantar el intolerable hedor que de ellos se desprende. ¿Habeis visto jamás calles tan insoportablemente estrechas y casas tan prodijiosamente altas? ¡Qué oscuridad proyectan sus sombras en el suelo! Es una dicha que tantas lámparas, suspendidas en esas interminables columnatas, alumbren todo el dia; pues sinó tendríamos aquí las tinieblas del Egipto en los tiempos de su desolacion.

— ¡Verdaderamente es este un sitio estraño! ¿Qué significa aquel singular edificio de allá abajo? ¡Miradle! ¡domina á los demás y se estiende á lo léjos al Este del que parece ser el palacio del rey!

— Es el nuevo templo del Sol, adorado en Siria, bajo el nombre de Elah Gabala. Andando el tiempo, un famosísimo emperador romano institituirá su culto en Roma, y por ende se llamará Heliógabalo. Aseguro á usted, que mucho ha de agradarle ver esta divinidad. No necesita usted mirar al cielo; su magestad el Sol no está allí, al menos el Sol adorado por los sirios. Esta deidad se encuentra en el interior del edificio, situado allá abajo. Es adorada bajo la forma de un gran pilar, cuya punta termina en un cono ó pirámide, por lo que está significada la pira, el Fuego.

— ¡Oiga usted! ¡Mire usted! Quiénes serán esos seres ridículos, medio desnudos, con la cara pintada, que con tantos gestos y gritos á la turba se dirigen?

— Algunos, aunque pocos, son saltimbanquis: otros pertenecen particularmente á la raza de los filósofos, y la mayor parte, que casi siempre dirijen á palos al populacho, son los altos dignatarios de palacio, que ejecutan, como es su obligacion, alguna escelente rareza, de invencion del Rey.

— ¡Pero hélos de nuevo! ¡Cielos! La ciudad es un hormiguero de bestias feroces! ¡Qué espectáculo tan terrible! ¡Qué singularidad tan peligrosa!

— Terrible, si quereis; pero peligrosa ni pizca. Cada animal, observadlo, marcha tranquilamente, trás su dueño. á algunos los llevan atados con una cuerda al cuello, pero solo porque pertenecen á las especies más tímidas ó más pequeñas. El leon, el tigre, el leopardo marchan con entera libertad. Se les ha educado sin la mas mínima dificultad para su profesion; y siguen á sus respectivos dueños como pudiera hacerlo un lacayo. Cierto es que se dan casos en los que la naturaleza reconquista su usurpado imperio; pero un heraldo devorado, un buey sagrado estrangulado, circustancias son, demasiado vulgares para hacer sensacion en Epidaphné.

— ¿Pero qué estraordinario ruido es ese? Esto es lo que se llama mucho ruido, aun para Antioquía. Algo notabilísimo debe suceder.

— Sí, indudablemente. El rey ha ordenado algun nuevo espectáculo, alguna fiesta de gladiadores en el hipódromo, quizá una degollacion de prisioneros Scytas, ó el incendio de su mejor palacio, ó mas bien, creo que haya dispuesto magnífica hoguera para achicharrar algunos judios. La zambra va en aumento; hasta el cielo llegan las risotadas y los gritos, los instrumentos de viento y el desaforado clamoreo de mil endiabladas gargantas atruenan el espacio; bajemos por amor á la alegria, veamos que diablos pasa. Por aquí, ¡cuidado! Hénos en la calle principal, la calle de Timarchus.

Las oleadas de un inmenso populacho llegan hasta aquí: nos será imposible avanzar más; ved como inundan la calle de Heradides, que parte directamente de palacio: probablemente el Rey vendrá entre esa multitud. ¡Sí! oigo los gritos de los heraldos que proclaman su venida con la pomposísima fraseología oriental. Podremos verle perfectamente cuando pase delante del templo de Ashimah. Guarezcámonos en el vestíbulo del Santuario: debe llegar muy pronto. Mientras tanto veamos esta figura. ¿Qué es esto? ¡Ah! Es el Dios Ashimah en persona. Reparad que ni es cordero, ni macho cabrío, ni sátiro, ni tiene pizca de semejanza con el Pan de los Arcadios. Y sin embargo, todos estos caractéres han sido, ¡perdon! serán atribuidos por los eruditos de los siglos futuros al Ashimah de los Arcadios. Calaos vuestros anteojos y ved qué es esto.

— Así Dios me salve como esto es un mono.

— Verdaderamente que sí, un mono babino: pero de ningun modo una deidad. Su nombre es una derivacion del griego Simio, ¡qué horriblamente tontos son los anticuarios! Pero ved allá abajo correr aquel pilluelo andrajoso. ¿Donde vá? ¿Qué grita? ¿Qué dice? Dice ¡que el rey viene en triunfo; que viste el trage de las grandes ceremonias; que acaba ahora mismo de matar con su propia mano mil prisioneros israelitas, ¡encadenados! ¡Atencion! Hé aquí un tropel de gente uniformemente emperegilada. Han compuesto un himno en latin á la valentía del Rey, y vienen cantándole:

Mille, mille, mille
Mille, mille mille
Decollavimus unus homo!
Mille, mille, mille, mille decollavimus!
Mille, mille, mille!
Vivat qui mille, mille occidit!
Tantum vinus habet nemo
Cuantum sanguinis effudit!

Lo que puede traducirse así:

Mil, mil, mil,
Mil, mil, mil.
Un hombre solo ha degollado á mil!
Mil, mil, mil, mil,
Cantemos siempre mil!
Hurrah!—Cantemos, cantemos sin cesar:
Viva nuestro rey que supo degollar
Con tanto desparpajo de hombres un millar.
Hurrah, hurrah, hurrah,
Hurra, hurra, ha...
Con todas vuestras fáuces
Gritad, gritad, gritad:
Más sangre ha derramado el Rey nuestro señor
Que vino dá la Siria,
Viva el que á mil mató!

— ¿Ois esos trompetazos1'

— Sí, el rey llega. Ved al pueblo jadeando de admiracion y levantando los ojos al cielo con el más fervoroso de los cariños! ¡Ya llega! ya llegó! aquí está.

¿Quién? ¿dónde? ¿El Rey? no le veo, juro á usted que no le veo.

— Estareis ciego.

— Lo estaré, pues solo veo inmenso tropel de idiotas y de locos que se precipitan para prosternarse delante de un gigantesco cameleopardo y que se esfuerzan por dar un beso al animal en una de las patas. Ved, la bestia acaba ahora mismo de espachurrar á uno del populacho, y ahora á otro y á otro, ¡y á otro! A la verdad que me admira ese animal por el excelente uso que de sus patas hace.

— ¡Populacho!... si esos son los nobles y los libres ciudadanos de Epidaphne. ¿La bestia habeis dicho? ¡Tened cuidado que no os oiga alguno! ¿No veis que el animal tiene cara humana? Amigo mio, ese cameleopardo no es otro que Antiocus Epiphanes. Antiocus el ilustre rey de Siria, el más poderoso de todos los autócratas de Oriente! Vedad es que algunas veces le decoran con el nombre de Antiocus Epimanes, Antiocus el Loco; pero eso es hijo de que no todo el mundo es capaz de apreciar sus méritos. Lo cierto es que ahora, está encerrado en la piel de una bestia, y que hace cuanto sabe para representar el papel de cameleopardo; pero tan solo con el intento de sostener mejor su dignidad de rey. Además, el monarca tiene gigantesca estatura, y ni el traje le está mal, ni le viene muy grande. Y seguramente debemos suponer que, solo á causa de alguna solemne ceremonia, se habrá vestido así. Así... ved un verdadero acontecimiento, ¡la matanza de un millar de judios! ¡Con qué prodigiosa dignidad se pasea el monarca sobre las cuatro patas! Como veis, le tienen cojida por la punta y levantada la cola sus dos principales concubinas, Elina y Argelais. Su facha entera seria algun tanto agradable si no fuese por la protuberancia de los ojos, que le salen de la cabeza, y por el estraño color de la cara, que es ya cosa indefinible á causa de la inmensa cantidad de vino que ya se ha sorbido. Sigámosles al Hipódromo, que es á donde se dirige, y escuchemos el canto de triunfo que empieza él mismo á entonar.

¿Quién sino Epiphanes puede ser rey?
¿Decidme, lo sabeis?
¿Quién sino Epiphanes puede ser rey?
¡Muy bien, muy bien, muy bien!
No hay más rey que Epiphanes
Ni le puede haber,
Derribad cuantos templos tengamos,
¡El sol apagad!

— ¡Bien, muy bien, admirablemente bien cantado! El populacho le saluda con los nombres de Principe de los poetas, Gloria del Oriente, Delicias del Universo, y en fin el más sublime de los Cameleopardos. Le hacen repetir la gran obra maestra; y escuchad, otra vez la empieza. Cuando llegue al Hipódromo, le entregarán la corona poética, como predestinado vencedor en los próximos juegos olímpicos.

— Pero ¡Gran Júpiter! ¿qué le sucede á la muchedumbre que tras de nosotros se agrupa?

— ¿Detrás de nosotros habeis dicho? ¡Ah! ya sé, ya comprendo. Amigo mio, felizmente habeis hablado á tiempo; pongámonos á salvo lo más pronto posible. ¡Aquí! cobijémonos bajo el arco de este acueducto y os esplicaré el origen de tanta agitacion.

Esto, como yo me figuraba, va á acabar mal. El singularisimo aspecto de este cameleopardo, con su cabeza de hombre, creo que ha ofendido las ideas de lógica y de armonía aceptadas por los animales salvajes domesticados en la villa. Esto ha producido un pronunciamiento, y como en semejantes casos sucede, inútiles serán cuantos esfuerzos humanos se practiquen para contener el movimiento. Ya han devorado muchos judíos; pero los patriotas de cuatro patas parece que están unánimemente de acuerdo para comerse al cameleopardo. El Príncipe de los Poetas está de pié, sostenido sobre las patas de atrás, por que la cosa va de veras y se trata de su vida. Le han abandonado sus cortesanos y sus concubinas han hecho lo mismo. ¡Delicias del Universo! ¡mal parado te encuentras!¡Gloria del Oriente! ¡estás en peligro de que te casquen! ¡No mires, pues, tan lastimosamente tu cola! ¡Indudablemente ha de barrer el fango; y para esto no habrá remedio! ¡No vuelvas atrás tus ojos; no te ocupes de su inevitable deshonor; pero sé valiente, aprieta los talones y lárgate al Hipódromo! Acuérdate de que eres Antiochus Epiphanes, Antiocus el Ilustre, y por ende el Principe de los Poetas, la Gloria del Oriente, las Delicias del Universo, el más sublime de los Cameleopardos! ¡Justo cielo! ¡qué poderosa velocidad despliegas en tu marcha! Tienes las más poderosas piernas, ļas mejores. ¡Principe! ¡Bravo ¡Epiphanes! ¡Bien vas Carneleopardo!! Glorioso Antiocho! ¡Corre! ¡Brinca!¡Vuela! Como una piedra disparada por una catapulta se aproxima al Hipódromo. ¡Brinca! ¡Grita! ya llegó! Eres feliz; porque, ¡oh Gloria del Oriente! si tardas medio segundo más en traspasar las puertas del anfiteatro no hubiera habido en todo Epidaphné un miserable osillo que no hubiera roido tu esqueleto. Vámonos; partamos; porque nuestras modernas orejas son demasiado delicadas para soportar la inmensa zambra que va a comenzar en honor de la libertad del rey! Oid, ya empezó. Ved, toda la ciudad está revuelta.

— ¡Ahí teneis la más pomposa ciudad del Oriente! ¡Qué hormigueo de pueblo! ¡qué confusion de categorias y de edades! ¡qué multiplicidad de sectas y de naciones! ¡qué variedad de trajes! ¡qué babel de lenguas! ¡qué gritos de bestias! ¡qué batahola de instrumentos! ¡qué monton de filosofos!

— Venid, salvémonos.

— Un momento no más: decidme, ¡qué significa ese tumulto que veo en el Hipódromo?

— ¿Eso? ¡Ah! nada. Los nobles y ciudadanos libres de Epidaphné se hallan, segun ellos mismos declaran, muy satisfechos de la lealtad, bravura, sabiduría y divinidad de su rey; y además, como han sido testigos de su reciente y sobre humana agilidad, juzgan que ellos no hacen más que lo que deben, depositando sobre la frente de su rey una nueva corona, premio de la carrera á pié, corona que será menester que alcance en las fiestas de la próxima olimpiada, y que naturalmente ahora le entregan á buena cuenta.