Un recuerdo (Carvajal)

​Un recuerdo​ de Rafael Carvajal


A mi madre


I am all alone in my chamber now
And the midnight hour is near
[...]
And over my soul in its solitude
Sweet feelings of sadness glide.


Chalmers.


I editar

Mi rostro juvenil sombreando apenas,
el bozo aparecía,
¡ay! entonces sentía
¡sí! cuando sonreía
correr mis horas de contento llenas.


Jamás la pena ni el dolor mi pecho
habían lacerado;
tranquilo, sosegado
de mí mismo vivía satisfecho.


Con risa placentera la inocencia,
cual diosa de mi aurora
velaba protectora
con su manto mi plácida existencia.


Encanto y seducción siempre ofrecían
mis ocios regalados
y, libres de cuidados,
con dulcísimos goces me adormían.


Las caricias y tiernas emociones
de mi madre querida
me daban nueva vida
de hermosas y variadas ilusiones.


Grato era el resplandor del claro día:
al asomar la aurora
alegre y seductora
la tarde cada vez me parecía.


Grato era el murmurar, del arroyuelo,
y musical y suave
el canto con que el ave
la luz miraba que le enviaba el cielo.


Magnífico era ver del sol dorado
el majestuoso paso
allá en su lindo ocaso
de nubes juguetonas circundado.


Radiante de fulgor aparecías
¡tú siempre clara luna!
Jamás me fue importuna
la inspiradora luz que me ofrecías.


Tranquilo era mi sueño ¡qué contento
al despertar mostraba
feliz, cuando escuchaba
del eco maternal el dulce acento!


¡Cuan plácida del alba relucía
y la luz encantadora!
Y música sonora
el ruido matinal me parecía.


Mi faz siempre risueña; complacida
mi mente se extasiaba
y al mundo contemplaba
cual Edén lleno de placer y vida.


II editar

Mas, dime madre querida
¿por qué esos tiempos volaron,
por qué tan pronto llegaron
las horas de padecer?


¡Ay! para mí desdichado
todo cambió en un instante:
ráfaga de aire inconstante
fue para mi alma el placer.


Como esa luz engañosa
que cruza en la noche oscura,
dejando en pos la pavura
de más densa oscuridad,
pasaron esos instantes
y vino en pos del tormento:
ilusión fue mi contento
y el dolor fue realidad.


Dime, madre idolatrada,
¿cuando meciste mi cuna
no vertió lágrima alguna
tu maternal compasión?
¡Ah! sí, lloraste al mirarme
profundamente dormido,
cuando un présago gemido
exhaló mi corazón.


Lloraste, sí, madre mía,
y una lágrima piadosa,
surcando tu faz hermosa,
pudo a mi seno venir:
guárdola yo desde entonces,
como reliquia del cielo,
como lágrima de duelo
que mostró mi porvenir.


Dulce consuelo buscaste,
al despertarme propicia,
con esa tierna caricia
que tu cariño me dio;
y al mirar que te pagaba
con mi sonrisa inocente,
a tus faldas ledamente
tu ternura me llevó.


Pero curar no pudiste
tu sentimiento profundo
al verme ya de este mundo
en el terrible huracán;
y, apresándome en tu seno,
una vez y otra exclamaste:
«¡Hijo mío!» y me besaste
con afectuoso ademán.


¡Ah! cuanta razón tuviste
desde entonces, madre mía;
tu cariño predecía
de mi vida el amargor;
y quien sabe si allá dentro
de tu pecho condolido,
encontraste en mi gemido
un presagio de dolor.


Si entonces adivinado
hubieras con tu ternura
cuan aciaga desventura
me ofrecía el porvenir,
con razón, madre querida,
conjurando al hado impío
dijeras: «¡Ay hijo mío,
más te valiera morir».


III editar

Ya mi noche lastimera
la mitad de su carrera
terminando,
en este enojoso mundo
todo en silencio profundo
va dejando:


y en melancólica calma,
acá en el fondo del alma
congojosa,
entre el ¡ay! del infelice
oigo una voz que me dice
misteriosa:


tanto crimen inhumano
tanta sacrílega mano
no te asombre;
que en verdad, del hombre, os digo,
el más pérfido enemigo
es el hombre.


¿Ves el sueño deleitoso
con que el señor poderoso
se regala?
Es la imagen de otro sueño
que al esclavo con el dueño
pronto iguala.


No hay entonces desventura
y termina la amargura
de esta vida:
sólo allá vive la calma,
esa dulce paz del alma,
tan querida.


Los placeres halagüeños
son quiméricos ensueños,
son mentira,
con que el alma fascinada,
cuanto más vive engañada,
más suspira.


Este mismo sueño breve
que el hombre a gozar se atreve
es delirio,
es tregua de las pasiones
a esta vida de ilusiones
y martirio.


Todo duerme, hasta el malvado,
de sus crímenes pagado,
¡quién creyera!
duerme sin ver preparada
pendiente sobre él la espada
justiciera.


Sólo la madre amorosa,
de sus hijos cuidadosa,
yace en vela;
y a su afecto reverente
es, de la vida inocente,
centinela.


¿Qué del hombre sucediera,
si a su lado no tuviera
en la infancia,
de una madre el dulce anhelo,
sus caricias, su consuelo,
su constancia?


IV editar

Mas no, que también velando
en su triste soledad,
con el alma dolorida
un hijo infeliz está;


y en medio de la amargura
de su mísera aflicción
al suspirar por su madre
calma un tanto su dolor.


¡Ay! suspiro, que en mi pecho
el amor hizo nacer,
parte veloz, ahora mismo,
adonde mi alma se fue;


y dile a mi dulce madre,
ocultando tu aflicción,
que eres consuelo en su ausencia,
que eres prenda de su amor.


Y dile, si acaso llora,
proscrito al verme infeliz,
por Dios, que enjugue su llanto,
que no lo vierta por mí.


Tal vez sus lágrimas pías,
agravando su pesar
haranme víctima triste
de inconsolable orfandad.


Que ella es la luz de mis ojos,
el remedio en mi dolor,
el sostén de mi esperanza,
la vida del corazón.


Que guarde su tierno llanto
para otro cercano mal...
¡Quizá las puertas se me abren
de la inmensa eternidad!


Que una lágrima en mi tumba
debo a sus ojos pedir;
pero esa lágrima sólo
por el tiempo que viví.


Entre tanto, madre mía,
calme el cielo tu aflicción,
recordando que padezco
por mi patria y por mi honor.


Todo harán mis enemigos
con la fuerza y su maldad;
pero no impedir que te ame,
eso no, jamás podrán:


Y a que conozcas te envío
desde extranjera mansión
«Un recuerdo», a tu memoria
y a tus caricias, mi amor.