Un cuento de amores/Introducción

Introducción de Un cuento de amores
escrito en colaboración de D. José Heriberto García de Quevedo

de José Zorrilla
Introducción


Introducción

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Más allá de Villodrigo
y más acá de Celada,
yendo de Madrid a Burgos,
desde el camino se alcanza,
una legua tierra adentro,
cierta iglesia solitaria
sobre un cerro, y que parece
pobre ermita abandonada.
Mas no es así: pues del cerro
en la contrapuesta falda,
y entre otros muchos cerrillos
que el terreno desigualan,
hay tendido un pueblecito
que se esconde a las miradas,
mas cuyo fecundo seno
tesoros avaro guarda.
Su nombre es harto poético,
aunque no está en ningún mapa
ni se lee en ninguna historia:
Villaldemiro le llaman.
Anchos arroyos le cruzan,
con cuyas parleras aguas
reverdecen las laderas
sus montañuelas enanas;
y a la salida del pueblo,
entre la espesa enramada
de un bosquecillo de sauces
que en los arroyos se bañan,
y de algunos cientos de olmos
que sobre ellos se levantan,
yacen de un viejo palacio
las enmohecidas tapias.
Palacio fué: en los dinteles
de sus roídas portadas
conserva, aunque ya borrados,
sus nobles escudos de armas:
y en los severos contornos
de su destruída fábrica,
se ve la forma que Herrera
a sus edificios daba.
Las cuatro cuadradas torres
ya de sus ángulos faltan,
y tejas cubren los techos
que cubrieron las pizarras.
Rotas maderas ocupan
los huecos de las ventanas
que ocuparon algún día
bellas vidrieras pintadas.
Tras ella cuelgan sus telas
las cazadoras arañas,
donde sin duda otro tiempo
ricos tapices colgaban.
Hoy sirven los aposentos
de graneros: sus labradas
techumbres son el asilo
de las golondrinas: lavan
sus ropas en el estanque
de su parque las zagalas;
y en las yerbas, que a las flores
que dió algún día reemplazan,
se apacentan las ovejas
y los pastores descansan.
En vez de amantes endechas
cantadas al son de un arpa,
se oyen la de un caramillo
las campesinas tonadas.
Mas todavía el viajero
y el vago artista, que pasan
por junto al viejo edificio,
a contemplarle se paran.
Y aunque de feudal grandeza
no excita memorias altas,
ni bien del décimoséptimo
siglo la noble arrogancia
casi recuerda, los ojos
aun con placer lo repasan.
Aún del pintor y el poeta
en las pensadoras almas,
gratas ideas excita
que deleitan si no encantan.
Aún queda un vago misterio
entre sus viejas murallas
que anima dulces memorias
de edades mejor pasadas;
y aún puede dar este valle
y este abandonado alcázar
risueño paisaje a un lienzo
y a un libro leyenda grata.
Yo, pues, que aunque escaso en numen
y pobre asaz en palabras,
gusto de añejas historias
y hallo placer en contarlas,
por los puntos de mi pluma
a extender sobre estas páginas
voy una historia de amores:
que si a escribir la alcanzara
como yo me la imagino,
bien valiera el escucharla.
Es una historia sencilla,
de la centuria pasada,
del tiempo de don Felipe
de Borbón, quinto en España.
Cuadro tranquilo y risueño
que a pedazos se engalana
con flores que en el paisaje
la poesía derrama.
Historia que, no anhelando
volar por regiones altas,
de la rastrera paloma
se contenta con las alas
y no aspirando a elevarse
con el soplo de la fama,
se dará por muy servida
si, en un libro encuadernada,
sirve tal vez del invierno
en noche aterida y larga
para entretener un punto
a alguna doncella cándida,
o algún hastiado viejo,
o tal vez, si es que a ser tanta
alcanzase mi fortuna,
a alguna elegante dama
que con su lectura olvide
de algún galán la tardanza.