Un criminal (Machado)

Un criminal
de Antonio Machado
  El acusado es pálido y lampiño.
Arde en sus ojos una fosca lumbre
que repugna a su máscara de niño
y ademán de piadosa mansedumbre.
  Conserva del oscuro seminario
el talante modesto y la costumbre
de mirar a la tierra o al breviario.
  Devoto de María,
madre de pecadores,
por Burgos bachiller en teología,
presto a tomar las òrdenes menores.
  Fue su crimen atroz. Hartóse un día
de los textos profanos y divinos,
sintió pesar del tiempo que perdía
enderezando hipérbatos latinos.
  Enamoróse de una hermosa niña;
subiósele el amor a la cabeza
como el zumo dorado de la viña,
y despertó su natural fiereza.
  En sueños vio a sus padres —labradores
de mediano caudal —iluminados
del hogar por los rojos resplandores,
los campesinos rostros atezados,
  Quiso heredar. ¡Oh guindos y nogales
del huerto familiar verde y sombrío,
y doradas espigas candeales
que colmarán las trojes del estío!.
  Y se acordó del hacha que pendía
en el muro, luciente y afilada;
el hacha fuerte que la leña hacía
de la rama de roble cercenada.
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  Frente al reo, los jueces en sus viejos
ropones enlutados
y una hilera de oscuros entrecejos
y de plebeyos rostros —los jurados.
 El abogado defensor perora,
golpeando el pupitre con la mano;
emborrona papel un escribano,
mientras oye el fiscal, indiferente,
el alegato enfático y sonoro,
y repasa los autos judiciales
o, entre sus dedos, de las gafas de oro
acaricia los límpidos cristales.
  Dice un ujier: «Va sin remedio al palo.»
El joven cuervo la clemencia espera.
Un pueblo carne de horca, la severa
justicia aguarda que castiga al malo.