​Un cabello blanco​ de Juan Arolas


En la sublime Estambul, 
ciudad del adusto moro, 
la más rica en perlas y oro 
que acaricia el mar azul, 
reciben con el reflejo 
de sol luminoso baño 
ricas cúpulas de estaño, 
que hay en el serrallo viejo. 
Vive en cada rosa abierta 
de odorífero rosal, 
pura brisa matinal, 
que de su sopor despierta 
corre el pensil, y después 
que besó las flores que ama, 
murmura en flexible rama 
de piramidal ciprés. 
Acaban su largo sueño 
bajo bóvedas moriscas 
las hermosas odaliscas 
y su enamorado dueño: 
mientras vagan desvelados 
por el plácido recinto, 
con las dagas en el cinto 
los eunucos atezados, 
sombras feas y horrorosas 
que debieron a los celos 
vivir en aquellos cielos 
do respiran las hermosas. 
Del harem sólo un balcón, 
quitada la celosía, 
mece al soplo de aura fría 
su purpúreo pabellón: 
y detrás está Gulnara, 
la orgullosa favorita, 
luz del alba, flor bendita, 
luna llena, piedra rara; 
querida de Noredín, 
cuya singular belleza 
la formó naturaleza 
de rocío y de jazmín. 
Diez esclavas a su vez, 
todas lindas, todas fieles, 
la engalanan con joyeles, 
y ella dice a todas diez: 
"Dadme velos, plumas gualdas, 
y esmeraldas 
que reflejan verde luz, 
del Tíbet los leves chales, 
y corales 
del profundo mar de Ormuz. 
Diamantes de cien quilates, 
y granates 
de purpúrea brillantez, 
adornen con sus destellos 
los cabellos 
que desmayan en mi tez. 
Reina soy de las huríes; 
dad rubíes 
a mi cuello de marfil: 
soy bella y encantadora; 
¿quién no adora 
mis ojos, mi pie infantil. 
Más perlas que formen lazos 
en mis brazos... 
Dadme mi turbante azul 
cuajado de estrellas de oro, 
que es tesoro 
de la reina de Estambul. 
Cubridme de muselina 
leve y fina, 
que a mi talle sienta bien, 
que sus pliegues nebulosos 
son hermosos 
en la reina del harem. 
Acercadme los espejos 
que están lejos: 
quiero ver mi perfección; 
contemplar si con mi encanto 
puedo tanto, 
que doy muerte a un corazón." 
Calló; se miró al cristal, 
mas turbóse de repente 
su serena y alba frente 
con palidez funeral; 
porque a llena luz miró, 
y en sus trenzas desmayadas, 
puras, frescas y aromadas, 
un cabello blanco vio. 
Cual si un áspid enroscado, 
viese en su nevada sien, 
con iras y con desdén 
descompuso su tocado. 
Fue arrojando por el suelo 
collares, plumas, anillos, 
gasas, broches y cintillos, 
perlas, y turbante, y velo. 
Y el cabello maldecía, 
y aun es cierto que lloró 
cuando airada lo arrancó, 
y en los dedos lo tenía. 
Mas Noredín, su señor, 
que en el cuarto oculto estaba, 
mientras ella se quejaba, 
respondía a su dolor: 
"--Sultana, si en la flor leve 
cayó nieve, 
se helará la flor gentil; 
ya no puede ser amada, 
ni llamada 
reina hermosa del pensil. 
Me sobran ángeles bellos 
con cabellos 
sin ninguna imperfección: 
contempla, pues, si es tan pura, 
tu hermosura, 
que dé muerte al corazón." 
Dijo: le volvió la espalda; 
recorrió su harem o cielo, 
vio una bella con guirnalda, 
y arrojóle su pañuelo 
sobre la ondulante falda.